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viernes, 28 de abril de 2023

Un cuento x semana #29: Piano para relajación

 

 Tarde, siempre tarde. Sabés que llegar tarde está bien y mal al mismo tiempo. La contradicción no es imposible de saldar, pero no la querés saldar en absoluto. Vas caminando más lento de lo que deberías, qué importa, da igual, las cosas no van a dejar de suceder porque te apures. Total, qué te vas a encontrar ahí, lo de siempre, lo de todos los domingos, en fin, la fantasíaa de que los domingos la cosa se recicla para un lado o para el otro. Mentira, las cosas no se reciclan porque uno quiera, no hay tal cosa como reciclar, la vida está hecha de plástico no biodegradable. Los domingos, los sábados, los jueves, da igual. Esos días van a existir en el fondo del océano durante los siglos de los siglos como todo el plástico del planeta Tierra, ajenos a que llegues tarde o no.

Te despertaste de casualidad, con resaca, después de lo que necesitabas, pero te despertaste al fin. Estabas desnudo, casi, tenías una sola media puesta, la otra andá a saber dónde quedó. La boca pastosa, los dientes punzantes, los huesos de los dientes, la mandíbula entera. En la cocina encontraste una nota de ella que te dejó antes de que volvieras a la realidad. “No me vuelvas a llamar nunca más en tu puta vida” decía. Puta estaba subrayado, lo que te pareció gracioso, porque se notaba que se había enojado. Lógico, le hablaste toda la noche de tu ex, tarado, cómo no se va a enojar. Hiciste café y miraste la hora: era tarde, claro que sí. Tarde, tarado, puta, nunca más, otro domingo fantástico por delante.

Ahora caminás más lento de lo que deberías, de lo que sería aconsejable si quisieras saldar el hecho de que además de tarde en la vida de ella, tan enamorada de otro, tan resuelta, tan independiente, estás llegando tarde a tu propia vida, la de los domingos, esa que no es reciclable pero que se repite, todos los fines de semana, desde siempre.

Caminas lento y relajado porque te bañaste, te vestiste, tomaste el café, rompiste la nota que te dejó y te pusiste a escuchar a esos pianistas berretas de la lista “Música de Piano para Relajación: 50 Canciones Instrumentales Clásicas” para poder ordenar todo lo que había pasado. Y con cada acorde de los Piannisimo Brothers escuchas “Volviste a tomar cocaína, volviste a tomar cocaína, volviste a tomar cocaína”. Con ella, como todos esos sábados del año pasado, el anterior, y el otro.

El piano te calma, sí, cómo no te va a calmar. Más que la cocaína seguro te calma, aunque ella crea que es lo único que te calma, que por eso la llamás y le escribís cíclicamente cada tantos sábados para “Hacer alguna”. Y ella aparece, te trae lo que le pedís, se sienta en tu sillón, cruza las piernas y ve cómo se te dilatan las pupilas, se te suelta la lengua, te levantás de la silla, empezás a bailar, pones canciones de cuando eras joven, verdaderamente joven, inexperto, infantil. Después ella se sirve algo de tomar y te pregunta cosas, quiere saber si la olvidaste o no, si va a ser otro sábado hablando de tu ex o al final todos esos sábados en los que ella te salvó sirvieron para algo. Y después cogen, claro, qué más queda por hacer. Cuando podés, eso sí, a veces no podés.

Y ahora estás ahí, otro domingo más, almorzando con tu familia perfecta. Tu ex mujer cocina las pastas rellenas que te gustan, te sirve un vermut, te pregunta por la semana, te dice que tu hijo algo y tu hija alguna otra cosa. Pero no es real, todo eso no está pasando, toda esa tertulia que hacés todos los domingos de ir a almorzar con tu ex familia, ver a tu ex mujer y hablar con tus ex hijos no es real. Por eso llegas tarde, como siempre, total eso va a seguir ahí de cualquier forma, en el fondo del océano, como todo el plástico del Planeta Tierra, por más piano que escuches para relajarte, un domingo, otro domingo y otro más.

viernes, 21 de abril de 2023

Un cuento x semana #28: El Talentoso Sr. Rodrigo Rodríguez

Martín y yo nos habíamos conocido hacía más tiempo del que nos hubiera gustado admitir a ambos, pero lo tomábamos con humor y un poco de resignación hasta que una noche caímos en cuenta de que estábamos tan mayores que, en ese momento,  habíamos sido amigos más tiempo de nuestra vida del que no lo habíamos sido.
Ese era el tipo de razonamiento, intrincado y quizás demasiado nihilista, pero definitivamente amoroso, que solíamos tener las noches de verano en el patio que compartíamos, desde que decidió prestarme su altillo para que viviera allí luego de la separación con Santiago.
Martín creía que Santiago había hecho bien en dejarme, porque, decía, lo nuestro ya no daba para más. Aunque sospecho que le gustaba tenerme de perro guardián, de ama de llaves, de testigo de sus miserias cotidianas.
Fue una de esas noches de verano en las que compartíamos vino helado que recordamos cómo descubrimos que su ex novio era un estafador, al mejor estilo del Talentoso Sr. Ripley.
Rodrigo era el simulador más elegante y misterioso que rozó nuestras vidas, aunque quizás fuera el único. Rodeado siempre de gente de dinero, gente del ambiente, gente con “onda”, lo primero que llamaba la atención sobre él era cierta comodidad no neurótica, cierto saber estar, relajado, en todas las circunstancias. Un verdadero “bon vivant”.
Rodrigo decía haber nacido en una de esas urbanizaciones cerradas para gente de dinero que proliferaron en la Argentina de los 90’s y tener padres empresarios. También decía que había estudiado cine y que le interesaba la fotografía. Tenía, en efecto, un gusto refinado para todo lo relativo a lo artístico, lo bello, lo estético. Tenía, también, un talento especial en la elección de prendas, accesorios, relojes y detalles que lo convertían en un indiscutible ejemplar de esa elite que pululaba por la ciudad entre amas de casa, vagabundos y oficinistas.
Contaba también con un selecto grupo de amigos con dinero, lo que le daba más status todavía, al menos frente a nosotros, mediocres especímenes de clase media ilustrada, hijos de profesionales liberales, que se suelen obnubilar con esos círculos de élite a los que no pueden acceder. Uno tiende a pensar que la gente con dinero solo se relaciona entre sí y haber entrado a ese club de privilegiados hacía que Martín y yo nos encegueciéramos aún más.
Rodrigo Rodríguez tenía hasta un nombre simpático, risueño, cacofónico, que hacía casi imposible pensar que no fuera real. Porque, se asume con facilidad, si vas a inventar un nombre, no puede ser tan ridículamente malo. Su talento logró entonces convencernos de que tenía dinero, clase y hasta buen gusto mientras se pergeñaba el nombre falso más horrible de la historia universal. Cosas que hace el amor. O el dinero. O el amor al dinero. O viceversa.  
Así, Martín se enamoró de este sujeto, sexy por donde se lo mire, incluso si consideramos que todos aquellos fuera de la ley son más atractivos que los que acatan las normas, en cuestión de meses. El inconveniente fue que Rodrigo, de pronto, una vez consumado el asunto, comenzó a tener problemas con sus padres y empezó a vivir en la casa de Martín. Luego, otra vez de pronto, empezó a tener conflictos con su trabajo y empezó a vivir del dinero de Martín. Pasaban los meses y ninguno de sus asuntos se resolvía. Mi mejor amigo mantenía a un estafador en las narices de todos, a cambio de cierto status, algo de buena pinta y mucho glamour.
Hay que reconocerle que cocinaba bien, admito con cierta molestia. Y que hacía excelentes tragos, me contesta Martín en la noches en las que recordamos cómo fuimos presa del talentoso Sr. Rodrigo Rodríguez e intentamos no sentirnos tan imbéciles. También organizaba buenas fiestas, concordamos. Y seguimos bebiendo.  
Encima, para colmo de males, ni siquiera lo descubrimos nosotros, reímos ahora, en el patio, al son del vino blanco.
Fue tan simple como esto: un día Rodrigo Rodríguez comenzó a robar a mano limpia. Primero dinero, luego ropa, finalmente joyas.
Y otro día huyó.
Alguien llamó al teléfono de la urbanización donde decía vivir y nadie contestó, alguien llamó a su supuesto ex trabajo, alguien más llamó a alguien más y finalmente alguien llamó a la policía.
Rodrigo Rodríguez había desaparecido. Su talento, intacto.
Nosotros, pasmados, seguimos recordándolo en las noches de verano. También lo evoco cuando leo a Patricia Highsmith, cuando me piden que escriba un corto sobre estafas, cuando escucho la armónica de Hugo Díaz en la película Los falsificadores o me dicen que Shonda Rhimes le vendió a Netflix la historia de Anna Delvey, la rusa que se hizo pasar por multimillonaria en la alta sociedad neoyorkina, como su primera serie, por una obsenidad de dólares.
Hay algo sexy en los estafadores, hay algo siempre erótico en la mentira.

viernes, 14 de abril de 2023

Un cuento x semana #27: Perdices


1.
Bastante tengo con casarme como para encima aguantar a mis padres. No, de ninguna manera voy a invitarlos a la boda, de ninguna manera les voy a permitir arruinar un día que ya de por sí estará arruinado con mis nervios, los nervios de Joaquín, de sus padres, de todos. No. Mamá es peronista y papá radical, mamá es de los Beatles y papá de los Stones, mamá es de Charly y papá de Spinetta. No hay manera de que los junte, no hay forma en la que esas dos galaxias vayan a tocarse. No, no y no.  

2.
Nunca pensé que mi hija se casaría, nunca imaginé que fuera un deseo que tuviera, de hecho. Es de otra generación, eso de casarse. Yo lo hice porque era lo que había que hacer, y además Ricardo me había dicho, después de 5 años de novios, “O nos casamos o nos separamos” y yo pensé, bueno, todas mis amigas ya están casadas, mis viejos se van a poner contentos, que más da, todos seremos felices. Además pensé "no voy a tener que abortar más, espero, ahora que es legal que no nos cuidemos, ahora que sería casi ilegal que nos cuidáramos, vamos a tener familia, vamos a estar juntos, vamos a estar bien".

3.
Qué emoción, mi hija casada. Qué emoción, mi única hija mujer, casada. Qué viejo que estoy, che. Nunca me imaginé igual que Vero quisiera casarse, con el ejemplo nefasto que le dimos como divorciados, debe haberlo pensado mucho. A fin de cuentas lo único que te garantiza un casamiento es un divorcio, quiero decir, la única garantía que tenés de divorciarte es solo si te casas antes. No sé, no la veo a Vero casada, no va mucho con ella, me parece. Será uno de esos milagros que obra el amor, andá a saber. Igual no sé qué me sorprende más, si que se case o que se case con un ingeniero industrial o que se case conmigo y su madre presentes. Porque me imagino que la invitó a Claudia, no se lo pregunté pero cae de maduro que la invitó, quiero decir, no hay otra posibilidad.

4.
Los padres de Vero siempre se llevaron como el culo, siempre.  No tenemos registros, salvo algunas fotos viejísimas, de que se hayan llevado de otra forma, aunque al final estuvieron como 14 años juntos, entre noviazgo y matrimonio. Entiendo que después de tanto tiempo que ellos dos se odien para ella es como un fenómeno de la naturaleza, como que el día es día y la noche noche. Y entiendo también que le resulte imposible pensar que alguna vez estuvieran bien juntos porque se separaron antes de que ella pudiera generar memoria, de verdad lo entiendo. Pero me parece un exceso no invitar a ninguno de los dos a la boda porque si invita a uno el otro se va a poner celoso y si los invita a los dos se vayan a agarrar a las puteadas. Si los dos la quieren, si los dos están orgullosos de ella.

5.
Por la plata, yo lo hago por la plata, mirá si a mí me va a interesar que me digan “Señora”. A mí me da igual que me digan señora, señorita, señor, doña, don o como quieran decirme. Joaquín tiene mas plata de la que soñé en toda mi vida y eso es todo. Antes de que se case con otra mejor que se case conmigo. Sí, lo quiero, pero es ingeniero, tampoco que a un ingeniero se lo puede amar así apasionadamente, no sé. No me da culpa, ojo, también se puede querer mucho al dinero. Si el amor es una construcción, como todos dicen,  para construir hay que comprar el terreno, los materiales, hay que pagarle al arquitecto, a los obreros, en fin. Quizás un poco se me pegó la forma de pensar de él, puede ser, ahora mido todo mucho más, calculo, controlo daños.

6.
¿Cómo que no me va a invitar a la fiesta de la boda? No puede ser. Si me dijo que se casaba es obvio que me va a invitar, faltaría más, su madre, su única madre. Y ahora me entero por Marisa que me dice que le llegó la invitación a la fiesta y yo no tengo ni idea de cuándo es. Quizás Marisa volvió con los antidepresivos y eso la trastorna, sí, tiene que ser eso porque es imposible que Vero se vaya a casar y no me diga nada, me diga solo eso, “Me voy a casar, beso”. Y ahora me entero de que va a hacer una fiesta y no estoy invitada. ¿Qué carajo quiere decir? ¿Mi hija me odia? ¿Tan mal la crié? ¿Tan fracasada soy?. Seguro es por Ricardo, seguro cree que Ricardo va a ir con la yegua de la mina y yo no me lo voy a bancar. Obvio que no me lo voy a bancar, pero bueno, tomaré antidepresivos yo también, qué tanto.

7.
Resulta que no estoy invitado a la boda de mi primogénita. Me lo dijo mi yerno, bueno, mi futuro yerno, que en realidad estoy invitado pero de sorpresa, dice, que Vero nos quiere ver ahí pero no se anima a juntarnos con Claudia en una misma habitación, por miedo. A mí me da igual, la verdad, verla a Claudia o no verla, aunque sí un poco de curiosidad me da, ver si está vieja, gorda, si consiguió a alguien para ir o va sola como siempre. Capaz ni va, para no verme a mí. Yo voy a ir, sí o sí.  

8.
No sé si hice bien o mal pero los invité a los dos. A fin de cuentas son parte de mi familia, ahora, también. No le voy a decir a Vero porque se va a poner como loca, pero que sus padres van a estar, van a estar. Dejemos que las cosas fluyan y listo. En definitiva son dos personas adultas, civilizadas ¿qué problema puede haber?. Yo entiendo que ella tenga miedo, pero ¿Cómo no van a estar sus padres en el día más importante de nuestras vidas? ¿Cómo lo van a arruinar peleándose? Los sentamos lejos y listo, no va a pasar nada, va a estar todo bien.

9.
Lo de la boda fue un espectáculo lamentable, la verdad, yo como prima que soy de la novia me sorprendió que los hubiera invitado a los dos, digo, en el mismo espacio, dos personas tan distintas, que se llevan tan mal, que no logran ponerse de acuerdo ni para elegir qué vino tomar, dios mío, pobre Vero, terminaron todos en la comisaria, un delirio. Menos mal que empecé con la medicación nueva que me hace ver todo diferente, que me hizo poder ir a una de las mejores bodas de mi vida, porque sin la medicación no podría ir ni a la esquina y además ahora me lo tomo todo a risa, mejor así. Fue realmente un espectáculo: la comida, la música, los animadores, mucha plata, muchísima plata. Lástima lo del incendio. Bueno, lógico, donde hubo fuego, jeje.

10.
Quiero el divorcio. Ahora, a 48hs de casarme ya quiero el divorcio. ¿Cómo este pelotudo va a invitar a mis viejos sin avisarme? ¿Pero quién se cree que es? Si yo sé que estos dos no pueden estar en la misma habitación desde 1990. Si yo lo sabía, sabía que íbamos a terminar así, siempre terminamos así: las puteadas, los reproches, los abortos, el casamiento forzado, un manotazo, la tendencia piro maníaca de mamá. Siempre igual estos dos, siempre lo mismo. Siempre me arruinan todo, la vida, la boda, todo. Pasan los años y siguen tan enamorados como siempre, es insoportable.

Ojalá quisiera realmente el divorcio.
Ojalá odiara tanto a Joaquín como se odian estos dos.
Ojalá alguna vez pueda amar a alguien tanto como se odian mis padres.
Ojalá.

viernes, 7 de abril de 2023

Un cuento por semana #26: Pedazos (son luces en torno a ti)

Este será el primer velorio de tu vida pero no el último. El cajón estará cerrado porque no habrán encontrado todos los pedazos del muerto. Estarán presentes tus compañeros de la primaria, sus familiares y vos. Recordarás este día para siempre: tu mejor amigo murió a los catorce años aplastado por un conteiner en un auto junto a su familia en la misma ruta donde también chocó Gilda. Se te ha perdido un corazón.
Veinte años después amanecés un primero de enero con un mail de tu editor: “El tema del próximo cuento es la soledad, la fecha límite es el 31”. Tenés 30 días para escribir sobre lo que no existe. La soledad es un amigo que no está, tarareás mientras desayunás en Madrid, en un minúsculo departamento de la Calle Alcalá, en el distinguido barrio de Salamanca. Nunca te gustó especialmente Spinetta, pensás, pero sabía emocionar. Prendés la radio para dejar de cantar canciones tristes. Es primero de enero. Feliz año nuevo. En Buenos Aires se están asando, dice la radio, pero en Madrid esa semana va nevar. La soledad es escuchar radio argentina cuando te despertás en otro continente porque es lo único que te hace sentir en casa. La radio, ese hogar hecho por solitarios para solitarios.
Esteban, tu amigo muerto hecho pedazos, te explicó el Big Bang por primera vez en 1998. Lo hizo durante una hora de clase en el que ninguno de los dos estaba prestando atención o en una hora libre o en un recreo. Lo que sí recordás es que tenía un libro que no era el manual de séptimo grado que usaban sino uno que había llevado especialmente para mostrarte los planetas que lo fascinaban. Lo que sí recordás es que tenía el libro como escondido sobre sus piernas y que te mostraba el cosmos completamente alucinado sobre la no materia convirtiéndose en materia. También recordás cómo miraba tus ojos, tu asombro, tu incomprensión. ¿Por qué es lo que es y no es lo que no es? Te preguntó. Son amigos, pensás, aunque sentís una comunión que nunca sentiste antes y no sabés cómo se llama. Tenes 12 años y un hombre enfrente que te habla de planetas al que querés besar.
Llegaste a Madrid desde Sicilia en el que fue tu cuarto viaje sola. Dejaste Buenos Aires, Sídney, Melbourne, Tokio, Kioto, Osaka, Hong-Kong, Shanghái, Pekín, México, La Habana y también Italia. En el viaje anterior decidiste que ya no querés viajar sola nunca más. Que ya no te importa ningún lugar en el mundo si no lo podés compartir. Que te aburriste de la soledad porque la elegiste durante mucho tiempo y ahora te aburre. No podés decir que necesitás a alguien, no podés sentir que necesitás a alguien, simplemente podés decir que la ausencia de ese alguien te aburre. La peor soledad es el aburrimiento, pensás, es la soledad que tenés con vos mismo cuando no se te ocurre qué desear. Apagás la radio y garabateás en Madrid ideas para el cuento que te pidieron desde Buenos Aires. La soledad son las metas cumplidas, escribís, mientras evaluás que cumpliste con todas las tuyas. Vivís en Europa, viajaste por todo el mundo, tenés cuatro editores pidiéndote textos. Triunfaste. Estás viva.
El primer y único lento que bailaste en tu vida lo bailaste con Esteban, que ahora está hecho pedazos en un cajón, en un cumpleaños de 13 en un patio de Lanús Oeste en el que los ladrillos y el revoque de la medianera con el vecino estaban a la vista. No te acordás de quién era el cumpleaños, no te acordás qué pasó antes, no te acordás que pasó después. Sí te acordás que dilucidaste que si bailabas un lento con él ya no eran más amigos, aunque ninguno dijera nada para establecer lo contrario. Y también recordás su perfume, ácido, rancio, barato. Así huelen los pobres. A diferencia de lo que se cree, los pobres no huelen mal. Usan perfumes berretas entonces se ponen mucho. Como los franceses, igual. Los hombres tienen perfumes picantes, bien masculinos, como para decir "acá estoy". Terminó la canción y no se dijeron nada. El sobreentendido sobrevolaba entre tus compañeros. Nunca habías besado a nadie. Tampoco besarías a Esteban. No sabés (ni ahora que escribís esto, ni mientras bailabas el lento, ni en el velorio) si Esteban alguna vez besó a alguien.
Pensás que le podés mandar al editor un relato de tus viajes sola que culmine en algún episodio dramático que explique por qué decidiste no viajar sola nunca más. Puede funcionar, el final es fundamental. Lo garabateás en primera persona porque es más fácil, seguro después lo pasás a tercera y te podés esconder. Pero sabés que lo que no es autobiográfico es plagio. Y arrancás: tu primer viaje sola fue en 2004, Esteban ya llevaba un par de años muerto. A los quince días de terminar el secundario y contra todos los deseos de tu madre conseguís un trabajo que te permite ahorrar. En ese trabajo conocés a Damián. Pobre, como Esteban, que te mira de esa forma, como Esteban, sin decir nada, como Esteban. Pero uno está muerto y el otro no. Siempre sabés que Esteban está muerto porque vas midiendo todos los sucesos de tu vida como eventos que no le están pasando a él: besar, coger, viajar, egresar, conseguir un trabajo, ganar plata, estudiar algo. Año a año en el que vas creciendo él se lo está perdiendo y cada cosa tiene una épica insoslayable porque vos hacés lo que él no puede, como si contemplaras la vida en formato de negativo. ¿Por qué es lo que es y no es lo que no es?. Y aunque uno está siempre muerto y el otro no, Damián también es inaccesible, como Esteban. Tiene una mujer y una hija pero también te besa, te escribe mails, te invita cervezas. Te dice que le encantaría irse con vos al norte argentino: Humahuaca, Purmamarca, las ruinas de Quilmes, Iruya. Ambos fantasean borrachos con instalar un hostel en Tilcara. No pueden hacerlo pero él dice que le gustaría (a Esteban también suponés que le gustaría viajar con vos, porque no le conociste ninguna novia, ni sabés si alguna vez amó a alguien más de lo que te amó a vos). Damián no puede ir con vos pero vos te vas igual. Tu mamá chilla, dice que sos muy chica para viajar sola, que te va a mandar a buscar por gendarmería. Lográs irte. Llorás 12 de las 24 horas de tren con destino a Tucumán pero te vas sola de viaje por primera vez, aunque te acompañen los fantasmas. Y a cada paso que das en ese primer viaje solitario pensás que Damián debería estar ahí. O que Esteban debería estar ahí. La soledad no es que no haya nadie al lado si no que no sepas quién querés que esté. La soledad también es querer lo que no se debe querer, como a un hombre casado con una hija. Pero tenés 18 años y estás viva: preferís querer lo prohibido a no querer nada, porque entendés que si no querés nada más que solo estás muerto, como Esteban, que seguía muerto, mientras vos empezabas a envejecer.
Cuando te diste cuenta de que estabas enamorada por primera vez en tu vida del que se suponía que era tu mejor amigo decidiste seguirlo hasta su casa, para obtener más información sobre él y hacerte una idea acabada de su vida fuera de la escuela. Nunca le contaste a nadie que comenzaste a hacer tareas de inteligencia que después se convertirán en tu profesión de periodista a los 13 años. No tenés intención de confesarlo ahora tampoco, por eso camuflás esta historia usando la segunda persona que además alude al subtítulo con la canción de Spinetta. A mucha distancia y sigilosamente seguiste a Esteban desde la puerta del colegio de Villa Diamante hasta su casa a unas cuadras de ahí y lo observaste caminar su anodino recorrido diario. Viste que entró a una casa con una cerca blanca y jardín delantero, diste media vuelta y volviste a la escuela. Fue lo más cerca de la cama de Esteban que llegaste.
El segundo viaje sola fue a Bolivia, Perú y Ecuador. Esteban seguía muerto. Ya no vivías con tu madre así que no podía chillar que eras una kamikaze, pero también te ibas con fantasmas. Esta vez no anhelabas estar con Damián sino que hacías el duelo de tu relación de cuatro años con él. Lo habías abandonado porque tomaba demasiada cocaína, nunca había dejado a su mujer y además te habías enamorado de otro hombre tan inaccesible como Esteban y como él. Muy bien diez. Mientras escribís este párrafo te das cuenta de que la metáfora que querés plantear está mucho más clara en esa frase de Cortázar sobre que uno se enamora siempre de la misma persona una y otra vez. No te acordás de qué libro es, no sabés si la vas a encontrar en Google, no sabés si vas a usar la frase literalmente o la vas a dejar entrever. El cuento tiene que tener la trama visible, la invisible, la punta del iceberg y el cross de mandíbula del desenlace. Para eso habría que poner un muerto al final, pensás. Pero acá el muerto está al principio, tipo Agatha Christie. Recordás que a Agatha Christie la dejó el marido pero nadie supo nunca nada de él, salvo que fue el marido de Agatha Christie.
Antes de llegar a Bolivia ya te habías encontrado con otra argentina que viajaba sola haciendo el duelo de una relación con un tipo que también tomaba mucha cocaína. Dios está en los detalles y es un excelente agente de viajes. En Ecuador conociste a un barman peruano que te dijo que el cuerpo humano precisa siete abrazos por día para recibir la cantidad de oxitocina que necesita para su bienestar. Así logró llevarte a un bar y a otro y a otro más. Cuando amaneciste estabas desnuda en un sillón y tu bombacha había quedado arriba de una mesa. Nunca más lo volviste a ver.
Luciana te llamará y te informará que Esteban murió. Es el primer hombre del que te enamoraste y sentiste que te amó. Nunca te lo dijo, nunca te lo escribió, pero te lo hizo saber. Ahora tiene catorce años como vos pero está muerto. Tu reacción instantánea será tener un ataque histérico de risa. Tu madre te mirará y no entenderá qué te causa tanta gracia. Parecerás poseída, en un shock. La soledad es que se muera alguien de tu edad porque te recuerda tu inevitable muerte con una ferocidad ineludible. Cuando pasa, morirse deja de ser lo que sucede en las películas, en los hospitales o en los geriátricos. Morirse existe. Y si se puede morir gente de tu edad, te podés morir vos, ahora mismo, a los catorce años. Luciana te mostrará todo esto diciendo que el hombre que te explicó por qué es lo que es y no es lo que no es, ya no es. Luciana te mostrará todo esto relatando que el tipo que seguiste hasta la casa, con el que bailaste un lento y con el que todos creían que estabas de novia pero con el que nunca llegaste a estarlo porque no te atreviste a pedírselo se murió en un accidente de tránsito misma ruta donde falleció Gilda. Lo de los pedazos vas a saberlo recién en el velorio.
Tu tercer viaje sola fue en el 2015. Tenés treinta años. Hace más de quince que Esteban está muerto. Ya no lo amás a él, ni a Damián ni al que le siguió. No amás a nadie. Esa es la peor soledad, ahora sabés, no amar nada. Nadie quiere ir con vos de viaje porque no querés que nadie quiera ir con vos de viaje porque no querés a nadie como para pedirle que vaya con vos de viaje. Te vas a ir a Australia y a China, le decís a tu papá, definitivamente. Te vas a ir sola a otro continente a probar suerte y necesitás que te ayude con plata para el pasaje. Tu padre te pregunta a los gritos:¿Y si te enamorás antes de irte qué hacemos? No me voy a enamorar nunca más, pensás, papá, quedate tranquilo, Esteban está muerto.
En Australia conocés gente, la pasás bien, crecés. En China no conocés a nadie, la pasás mal, crecés. Arriba de la muralla china explota el bigbang en tu cabeza. No quiero viajar más sola, pensás. Quiero querer algo. Quiero querer a alguien.
Googleás uno se enamora siempre de la misma persona+Cortázar pero no encontrás la frase. Pensás que es mejor que el cuento no termine con un punch final.  Tampoco sabés si es un cuento. Imprimís estas páginas, las mandás por correo postal a Buenos Aires para que no lleguen instantáneamente. Vas a la ferretería y comprás cuatro metros de soga. Por fin vas a dejar de viajar sola. Por fin vas a decirle a Esteban que querés ser su novia.