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viernes, 24 de febrero de 2023

Un cuento x semana #20: Día y noche



-Es usted un romántico sin esperanza- dijo Faber.

Resultaría divertido si no fuese tan grave.

Ray Bradbury

 

Las medialunas en Marte son más grasosas, pero no entiendo bien por qué. Según la abuela, que habitó la Tierra, las medialunas de acá tienen la forma de las medialunas de allá, pero la consistencia, digamos, la masa medialunil, no es como en la Tierra, sino más grasosa, más oleosa, más tirando a otras facturas, dice la abuela, como las bolas de fraile. ¿Las qué? Le pregunto. Unas facturas, me dice, que se comían allá, llamadas bolas de fraile. No entiendo abuela, explícame mejor cómo es que en ese planeta rarísimo que habitaste las medialunas se llamaban facturas y las medialunas que eran más grasosas, como las que se comen acá, se llamaban bolas de fraile. ¿Qué es un fraile? La abuela me cuenta que un fraile es un tipo de sacerdote. ¿Qué es un sacerdote? Es un señor que le dice a los humanos cosas de Dios. ¿Qué es Dios? El que creó la Tierra ¿Y entonces las bolas de fraile qué serían? La abuela se queda en silencio. Siempre me cuenta cosas de la Tierra, pero esta vez parece que la metí en un aprieto. Las bolas de fraile y las medialunas, quién lo hubiera dicho, algo tan poco importante como lo que comemos en el desayuno, convertido en un problema. Pero la abuela es así, está cubierta de misterios, secretos, algunos cuantos irresolubles, entiendo, por cómo me mira ahora en silencio, mientras desayunamos.

Hay muchas cosas de la Tierra que acá en Marte son diferentes, pero más que nada la gente se comporta diferente porque estamos en plan colonizar, no vivir vivir, dice la abuela. “Esto no es vivir, en mis épocas sí que se vivía” se queja. Tuvimos que venir casi todos  después del colapso general, pero mis padres fueron de los primeros, los más arriesgados, hace ya casi quince años. Yo estaba todavía en modo proyecto, digamos, y nací acá hace doce. Después vino la abuela. Así que tengo a toda mi familia colgada de un recuerdo de un lugar que nunca conocí y encima se quejan de que allá era todo mejor, hasta las medialunas. Pero también dicen que ahora nos acomodemos acá porque a allá no vamos a volver.

Bolas de fraile. No sé si quisiera volver a un planeta donde le ponen esos nombres absurdos a las cosas, sinceramente, pero bueno. Sí me gustaría ir a un lugar donde la abuela pueda vivir vivir, mamá y papá puedan sentirse jóvenes y yo pueda explorar un poco, pero parece que no hay forma de volver así que mejor no me hago muchas ilusiones.

Romina, por otro lado, sí conoce. Ella vino con cinco años y ahora se hace la canchera con todos en la escuela que ella sí sabe cómo es allá. De todo lo que cuenta lo que más me impactó es que dice que hay momentos de luz y de oscuridad, día y noche, dice que se llaman. Cuando lo dijo le pregunté: ¿Pero cuánto dura cada cosa? Y ella me dijo que depende el momento del año. ¿Cómo depende? Qué desorganizado, entonces de pronto hay luz y de pronto no, un lio bárbaro, ¿Cómo sabe la gente cuando se apaga la luz?, pensé, pero no le dije nada para que no crea que pienso demasiado. Pero no sé, será otro misterio tipo lo de las bolas del fraile.

Otra vez me contó que allá también hay masas gigantes de agua llamadas “Océanos”, o que había, antes del colapso. Son lugares donde uno puede nadar como en las piletas que tenemos acá pero que en las de allá uno se puede morir ahogado. Que la gente se metía un poco, nadaba un poco y volvía a salir. Me pareció peligroso. ¿Y cómo sabes si te vas a morir o no? le pregunté angustiado. Pero Romina me miró fijo y me dijo seria: No seas tonto, todos nos vamos a morir.

Romina me gusta, me gusta porque es más grande, porque sabe cosas. Creo que le voy a contar lo de las bolas de fraile, le va a parecer que yo también sé cosas de la Tierra. Capaz así logro que salga conmigo, me dé un beso, no sé, o dos. Ojalá se ría, su risa es muy contagiosa, siempre que empieza a reírse yo me rio con ella y le veo una luz diferente en los ojos. Después se le va. Debe ser así que se diferencia el día y la noche en el Planeta Tierra. Si Romina se ríe es de día y si no todo es oscuridad.

viernes, 17 de febrero de 2023

Un cuento x semana #19: Uno, dos, tres

 

El policía me mira con fastidio y me dice vamos nena que te tomamos la declaración. Me levanto y lo sigo obediente a un cuarto en el fondo de la comisaria donde veo a otro agente detrás de una computadora de escritorio con las manos en el teclado. Espera expectante lo que le voy a decir y entonces empiezo. Mi nombre es Lucía Galván, DNI 31.566.478, nacida en la localidad de Lanús, provincia de Buenos Aires, el día 21 de septiembre de 1985, profesión estudiante, estado civil soltera, sin hijos. Lo que relato después son los hechos acontecidos el día de la fecha, 14 de mayo de 2005, en el domicilio sito en calle Soler Nº67 piso 5 departamento 13 de la Ciudad de Buenos Aires. Cuento que llegué de la facultad y encontré la cerradura destrozada, todo revuelto, que faltaban joyas y los dólares que mamá guardaba en el tapado de visón. Después empiezo a llorar.

Voy a comer todo lo que quiera, voy a dejar de pesarme todas las mañanas, medirme la cintura, el culo, el busto, voy a dejar de mirar las calorías de cada uno de los productos del supermercado, voy a poder comer postre, todos los postres, infinitos postres con crema, voy a dejar de escuchar el uno, dos, tres de las clases de gimnasia, uno, dos, tres, uno, dos, tres, arriba.

Lo más difícil fue encontrar un lugar para las cosas y sacarlas de la casa sin que me viera nadie en el edificio. Lo que resolví fue llevar todo de a poco, a la noche, en bolsas de consorcio. Empecé con lo de mi cuarto porque como la última vez que discutimos ahí rompió todo, hacía meses que no la dejaba entrar y no iba a ver si faltaba algo. Saqué la televisión, la computadora, varias lámparas. Después seguí con las joyas que tampoco iba a advertir porque estaban siempre guardadas y nunca usaba. Avancé con electrodomésticos que ella ni sabía que tenía pero que ocupaban espacio, dejaban un vacío necesario. Por último también mudé varios libros, le dije que se los quería prestar a una amiga que no tenía plata y que me los iba a devolver a medida que los fuera leyendo. Me preguntó qué amiga era y le inventé un nombre, alguien de la facultad, le dije. El día anterior saqué los dólares. Fui llevando todo a un depósito en Morón. Me tomaba entre dos y tres horas cada viaje en colectivo, pero no quería gastar en taxis.

....a dejar de pesarme todas las mañanas, medirme la cintura, el culo, el busto, voy a dejar de mirar las calorías de cada uno de los productos del supermercado, voy a poder comer postre, todos los postres, infinitos postres con crema, voy a dejar de escuchar el uno, dos, tres de las clases de gimnasia, uno, dos, tres, uno, dos, tres, arriba.

Lo que me generaba más dudas era no poder hacerlo, que se me acabara la fuerza a la mitad, tener todo planeado con tanto detalle pero no estar a la altura cuando tuviera que ejecutarlo. Las preguntas que me hacía no tenían que ver ni con el antes ni con el después, sino con el durante. Más incertidumbre me generaba el tema de la fuerza física. Si mis músculos me iban a responder, si a la mitad no me iba a morir yo también. Era como si hubiera estado entrenando toda mi vida para ese preciso momento y la sensación que tenía era que me iba a agarrar un ataque de miedo escénico y no iba a poder. La mente fría y el corazón caliente, me repetía, tratando de calmarme, de volver a la idea inicial, a la organización, a los planes para el después. Me repetía también esa frase: Si tenés miedo de hacer algo pensá cómo te vas a sentir cuando ya lo hayas hecho. Pero lo intentaba y era peor, me daba más vértigo todavía.

....de cada uno de los productos del supermercado, voy a poder comer postre, todos los postres, infinitos postres con crema, voy a dejar de escuchar el uno, dos, tres de las clases de gimnasia, uno, dos, tres, uno, dos, tres, arriba

Decidí hacerlo cuando me prohibió que siguiera de novia con Juan. Ellos dos se odiaban a más no poder y él encima no se daba por vencido, seguía insistiendo con venir a casa cuando ella se lo tenía prohibido, me llamaba a cualquier hora, hasta le escribió una carta y se la mandó por correo a la oficina. Mamá decía que él era un trepador y que solo salía conmigo por la plata, que cómo no me daba cuenta que con lo gorda y fea que era ningún hombre me iba a querer a menos que me pusiera a dieta. Te regalás por un pelotudo que te está usando y a la primera que te quieras dar cuenta te va a dejar por otra más flaca, me decía cuando discutíamos. Y discutíamos mucho, porque yo estaba enamorada por primera vez y estaba convencida de que tenía que luchar por mi amor. Porque no es fácil el amor, eso sí que lo sabía, me lo había enseñado ella, que me decía esto lo hago porque te quiero cuando me tenía a dieta estricta o me obligaba a ayunar los sábados.

....a poder comer postre, todos los postres, infinitos postres con crema, voy a dejar de escuchar el uno, dos, tres de las clases de gimnasia, uno, dos, tres, uno, dos, tres, arriba

Llegué de la facultad a las once y escuché que el televisor en su habitación todavía estaba prendido. Fui a la cocina y comprobé que no me había dejado nada para cenar. Encontré un pedazo de queso y un poco de jamón. Me hice un sánguche y me lo comí parada mirando mi futuro como quien mira un bebé recién nacido. Fui al baño, abrí la ducha y mientras esperaba que se calentara el agua me saqué el maquillaje. Después fui a mi cuarto y me vestí con la ropa más fea que tenía, la que usaba para limpiar. Me puse los guantes de cuero que me había dejado la abuela de herencia, con piel adentro. Agarré el cuchillo escondido entre la cama y el colchón. Fui hasta su cuarto, dije ¿Má? antes de abrir la puerta y ella no respondió. ASumií que dormía. Entré y subí el volumen de la televisión al máximo. Después me abalancé sobre ella y empecé a contar uno, dos, tres, uno, dos, tres, uno, dos, tres. Gritó un poco pero el sonido de la tele pudo taparla. Cuando terminé llevé el cuchillo a mi habitación y lo envolví con una bolsa de consorcio, dejé ahí también los guantes y la ropa. Volví a la ducha y cuando salí me vestí con lo que traía de antes, salí a la calle con la bolsa y caminé dos cuadras hasta el contenedor de basura. Dejé todo ahí. Después solo tuve que hacer un poco de desorden, romper la cerradura, llamar a la policía. Revisaron todo y vieron que faltaban cosas en mi cuarto, electrodomésticos, libros. Les informé que también se habían robado las joyas y los dólares que ella guardaba en el tapado de visón. La puerta estaba destrozada, la televisión encendida a todo volumen, la cama llena de sangre. Me sacaron con dos agentes de la casa para llevarme a la comisaria mientras los vecinos se agolpaban en el palier, curiosos. Cuando subí al patrullero vi que el camión de la basura doblaba por la esquina.

jueves, 9 de febrero de 2023

Un cuento x semana #18: El dinero es un país muy pequeño


Roberto García está nervioso. Esta será su primera vez en el Club y aspira a que no sea la última. Mira su valija, todo está en orden, pero lo que le espera no puede premeditarse. Roberto García es un planificador nato, implacable. Calcula todo lo que sabe que puede salir bien y lo que sabe que puede no salir bien, pero no puede controlar lo que no sabe. Y esta vez él es la encarnación de eso que no sabe, no es posible, no puede calcularse. Por eso está nervioso, porque no se puede ser bala y escopeta, auto y carretera, abogado y juez. Mientras intenta contener su nerviosismo repasa otra vez la valija, tres trajes, cinco camisas, dos mudas de ropa cómodas, un piyama, calzoncillos, medias, zapatos, corbatas, cinturones. Observa también su Biblia. Quiere llevarla con él en este viaje porque se siente desprotegido y solo. Las primeras veces son las más difíciles, se dice, se repite, se convence. A los primeros siempre les sangra la frente cuando rompen la pared, murmura, pero luego todos los que vienen atrás la atraviesan sin dolor. A los primeros siempre les sangra la frente, dice, y se persigna, se toca la frente mientras dice frente y se mira en el espejo y se ve, ve su frente, ve su mano en su frente y sus labios decir frente y se siente un mesías, un elegido, un salvador. A los primeros siempre les sangra la frente y la sangre es la tinta de la victoria, piensa y besa su dedo, toca su piel fría con sus labios calientes y respira su olor, su aliento, el viento del cambio. Hoy es la primera vez en la que un miembro del Club Bilderberg va a decir lo que Roberto García va a decir y será la suya la sangre con la que se escriba la historia.

 El Club Bilderberg es una conferencia que se celebra anualmente en distintas localizaciones y que reúne a personas influyentes de todo el mundo en los ámbitos económico, político y mediático. La naturaleza reservada del club, junto con el alto nivel de sus asistentes, han generado a su alrededor un aura de misticismo y teorías de la conspiración desde hace años.

˜A Martin Edwards esta reunión le parece una supina pérdida de tiempo pero sabe que si no asiste su posición en la Asamblea se debilitaría. No quiere volver a ver a esa turba de ricachones sin patria que conoce hace años, pero tiene-que-ir. Como Secretario General de las Naciones Unidas lo invitan por cortesía y su rol es más bien decorativo. No obstante, incluso hasta beber y comer gratis para ser un ornamento lo aburre infinitamente. Preferiría quedarse en Bruselas, tomarse unos días libres, ir a una de esas fiestas con swingers que tanto le gustan. Su agenda será apretada pero no por eso menos intrascendente y aunque esté plagada de reuniones con cancilleres, empresarios y príncipes, es insulsa por donde se la mire. Sí lo intriga una nueva incorporación, el mexicano Roberto García, que apareció en la lista de los milmillonarios de Forbes ese año por haber comprado tres cadenas internacionales de noticias en menos de un semestre. Pero qué va a decir el mexicano que no hayan dicho otros latinoamericanos antes que él. Que la región, que la expansión, que la redistribución y el desarrollo. Las grandes “oportunidades” de las que hablan todos los magnates de países del tercer mundo. Las “perspectivas” de crecimiento, la potencialidad. Siempre lo mismo, piensa Edwards mientras supervisa con su asistente el vestuario que le puso en la valija y se queja, como de costumbre, de que la gama de colores sea tan aburrida. Sos un funcionario de carrera de la ONU, le dice ella, no podes vestirte como una diva. Edwards se siente insultado, a fin de cuentas es el siglo XXI, los hombres pueden usar colores, en Italia lo hacen. Y cuando piensa en Italia piensa en Pietro Rocamora, ese argentino que vio por última vez en el Club el año anterior, dueño de toda la industria del acero de su país, con raíces napolitanas y ese toque exótico que tienen los latinos. Le escribe un mensaje a Pietro: ¿Llegas hoy o mañana? Y apaga el teléfono. No quiere pasar por la ansiedad del visto sin ser respondido, estos argentinos siempre juegan a seducir, no entienden modales, piensa, y sale hacia el helipuerto.

 El origen del Club Bilderberg se remonta a los años cincuenta. Tras la Segunda Guerra Mundial y el lanzamiento del Plan Marshall, comenzó a crecer en Europa un rechazo a Estados Unidos, una visión que preocupaba a la élite europea en un contexto de Guerra Fría. La intención era fomentar el atlantismo y la unidad entre Europa occidental y Norteamérica, y debatir sobre la cooperación económica y política en el marco del libre mercado y el modelo de sociedad occidental.

˜Pauline Dumont sigue sin poder dejar la cocaína, pero esta vez hará lo imposible para que no se note que su relación con ella es un poco más que recreativa. Como buena francesa sabe aparentar, mentir, falsear, edulcorar con sonrisas y palabras amables cualquier tipo de trastorno, catástrofe o imprevisto. Esta será su quinta reunión Bilderberg como representante del gobierno francés así que tiene todo controlado de antemano. Sabe que el empresario español de textiles le enviará flores como siempre, que los dos americanos querrán hablar francés con ella y sonarán como marroquíes y que el único marroquí de la reunión no le dirigirá la palabra a menos que sea estrictamente necesario. Su rol es coordinar las dos primeras reuniones y ya está, podrá volver a París, a la vida real y a la cocaína. Se jura y se perjura, mientras termina de retocarse el maquillaje, que no le enviará un mensaje al dealer que conoce en Milán, apenas a 200 Km del idílico pueblo suizo donde estará encerrada trabajando sin parar cinco días, para que le lleve un par de gramos. No hace falta gasolina cuando el auto va en primera, se convence, asumiendo que la próxima semana por delante será apenas un pre calentamiento del G20 y poco más. El presidente le dijo que no hace falta confrontar en Bilderberg y que lo de las energías renovables será discutido en verdad en el consejo de seguridad de la ONU, donde el Secretario General Martin Edwards ya le garantizó completa obediencia del resto de la Unión Europea a las políticas francesas. Nada nuevo, nada inesperado, puro aburrimiento. Justo antes de salir le llega un mensaje de Henri de Capries, el presidente del Club, que decide ignorar por completo. Lo considera un señorito de clase alta que no entiende nada de política, como medio empresariado francés. En apenas una hora tendrá que soportarlo en vivo y en directo, así que pone el teléfono en modo avión y se sube al auto que la llevará a la pista privada reservada para funcionarios oficiales del gobierno.

˜La primera conferencia del Club se celebró en 1954 en el hotel Bilderberg, en Países Bajos, del que el club recibe su nombre. A ella acudieron varias decenas de delegados de varios países europeos y Estados Unidos, al menos uno liberal y otro conservador de cada país para fomentar el debate entre posiciones ideológicas opuestas. El éxito de la reunión fue tal que terminó por constituirse como institución permanente, con un comité de dirección encargado de organizar la reunión anual.

˜Pietro Rocamora se siente en Zúrich mejor que en su casa. La precisión suiza, los modales, las formas y los fondos le dan ese puntito de distinción tan propio del norte de Italia que admira y envidia, pero sin la típica discriminación milanesa hacia los napolitanos como él. Bueno, en realidad él ni siquiera es napolitano, sino descendiente. Pero qué es un argentino sino un italiano que por algún motivo habla español, piensa mientras mira de reojo los estantes del Duty Free para  hacer tiempo y abordar su conexión al pueblito suizo de Montreux. Esta vez vuela en comercial como castigo por haber desobedecido las ordenes de su padre, el gran Franco Rocamora, de poner en vereda a su hermano Andreas. El pater familias quería que su hijo menor deje de una vez los juegos con la bolsa, pero Pietro no le dijo nada. Es un chico, papá, déjalo, fue todo su argumento, en oposición a Franco, que esgrimía que dilapidar tres millones de dólares en bonos de deuda africana no era un pasatiempo infantil. Pietro ahora se consuela mirando perfumes y relojes, cosa que si volara con el jet privado de siempre no podría hacer. Mientras espera en el salón VIP le llega un mensaje del inglesito que le tiró indirectas el año anterior. Lo deja sin contestar. Pobrecito, piensa, está enamorado.

 El Club Bilderberg se financia con aportaciones de capital privado que sirven para mantener los cargos permanentes de la institución, mientras que las reuniones son cubiertas por los miembros del comité de dirección del país en el que se celebra cada año.

˜Álvaro Orteaga ultima los detalles de la misión con Roberto García mientras su manicura termina de hacer su trabajo en la residencia de esquí que tiene en Davos, Suiza. En apenas cuatro horas el gigante del textil europeo le dará el visto bueno a la polémica propuesta que su par mexicano de las telecomunicaciones hará en el Club. Es una movida arriesgada pero Orteaga la tiene pensada de punta a punta. Mi cuate, le escribe, tratando de aparentar que no hay límites entre los milmillonarios que no se puedan zanjar con palabras dóciles, este será el primer día del resto de nuestras vidas. Como siempre, Roberto le contesta diligente a quien considera su padrino en el Club, un tipo que conoce a la clase alta a la que finalmente él ha logrado pertenecer como a su propia mano. Mi compadre, retruca entusiasmado, lo que VM mande, escribe, será hecho. Los dos se reunieron varias veces en Madrid y Ciudad de México para ultimar los detalles del plan. La invitación al club fue, de hecho, una gestión de Orteaga, quien vio en García la punta de un iceberg perfecto para su propio rescate. La idea era arriesgada pero no por eso menos eficiente: limpiar la imagen de su empresa, ensuciada por años de escándalos de corrupción y a la vez emerger en la sociedad española como un filántropo, un humanista, un nuevo Cid, pero esta vez, campeador de tormentas de neoliberalismo y miseria. Su jugada, si salía bien, le redituaría una completa redefinición de su apellido en la historia ibérica. Los nietos de sus nietos deberían responder que sí, que Álvaro Orteaga había existido y había hecho eso que, decían todos los libros del mundo, había hecho. Cuando la manicura terminó el chofer ya lo esperaba en la puerta. Saludó a Roberto con un audio: hasta la victoria siempre, dijo, y remató con una carcajada.

 Uno de los aspectos más controvertidos de este Club es su secretismo. Los entre 120 o 150 asistentes que acuden cada año se reúnen bajo la regla Chatham House, por la que se les permite divulgar lo que se ha discutido pero sin citar a personas concretas. Además, no se permite el acceso a la prensa, lo que añade aún más misterio a las cumbres.

˜La primera reunión tras el almuerzo de bienvenida la coordinaba Pauline Dumont, quien para ese momento ya se había arrepentido de no haber mensajeado a su dealer, pero que sabía que si tomaba Coca-Cola podría conseguir un subidón similar a la cocaína, aunque sin los efectos adversos. Así fue que bebió un litro escondida en su habitación antes de la comida y otro medio litro en el baño previo a entrar al Salón Rouge del exclusivo Palace Hotel de Montreux. La ocasión lo ameritaba: debía conversar con su odiado Henri de Capries sobre el tema de la apertura, ni más ni menos que “Un orden estratégico estable”. Debía aguantar también las empalagosas palabras de Orteaga, que ya le había enviado dos ramos de rosas a su habitación antes de que ella llegue. Y para colmo, sabía con toda certeza que tendría que mediar en la disputa de poder que habría entre Roberto García, el mexicano nuevo en el Club y el argentino Pietro Rocamora, los únicos dos latinoamericanos que, por integrar el selecto grupo de milmillonarios de Forbes habían sido invitados este año, pero que no pintaban absolutamente nada en mantener estable ninguna estrategia global, dado que venían de países del tercer mundo donde el verdadero orden era el narcotráfico. Nobleza obliga, debía reconocer que mucha de su propia estabilidad dependía de la droga que circulaba desde el continente americano hasta su respingada nariz gala, pero no era menester entrar en esos detalles. Las frases inaugurales de Henri fueron tan previsibles como aburridísimas y las palabras de Edwards y demás asistentes le resultaron un compendio de lugares comunes. La orden del día la dijo ella sin sobresaltos. Lo que sucedió después fue lo que provocó que tomara otro medio litro de Coca-Cola que no había calculado inicialmente, manchándose por los nervios su camisa Balenciaga favorita y que maldijera haberla llevado al mitin. Lo que sucedió después fue, no solamente inesperado sino imparable, una especie de tsunami sin principio ni fin que no puede controlarse y que quedaría en su memoria para siempre.

-Muchas gracias Pauline por tan detallada orden del día –comenzó Orteaga mientras la miraba lascivamente y luego ampliaba su espectro a todo el auditorio en la coqueta mesa de quince sillas que tenía el Salón Rouge- quisiera presentarle a los honorables miembros del Club a un nuevo integrante, el magnate de las noticias Roberto García, que recientemente ha adquirido tres firmas que lo colocan en la cima del negocio de las comunicaciones, ya no solo en su región, sino en el mundo.

“Si Dios conmigo quién contra mí” pensó Roberto mientras se ponía de pie y sonreía al auditorio que, complaciente, lo aplaudía. Ya parado miró a Álvaro a los ojos y él le hizo un ademán de aprobación con la cabeza.

-Adelante, hermano –arengó Orteaga, con un tono demasiado profético para una cumbre de ese estilo y que debió ser una señal de alarma clara para el resto de los presentes.

Sentado Orteaga, Roberto respiró hondo y comenzó:

-Queridos miembros del Club más exclusivo del mundo, agradezco su amabilidad y la cortesía que han tenido al invitarme, pero he de decir que no he venido aquí a traer las ideas de mi país o mi conglomerado empresarial, sino las mías propias.

Un murmullo recorrió la sala sin saberse de dónde provenía exactamente, varios de los asistentes, entre los que se encontraban reyes, banqueros y magnates de los que jamás se había filtrado el nombre a la prensa, se movieron de sus asientos. El mexicano, aferrado mental y espiritualmente al versículo de Romanos 8:31 que repetía mentalmente sin parar, siguió:

-Quiero proponerles un sueño, una idea que por alocada no es menos perfecta, que acaso por ser la idea más extraordinaria que van a escuchar en mucho tiempo es a la vez quizás aquella que cambiará el curso de la humanidad.

Pauline Dumont miró a Martin Edwards anonadada mientras tomaba otro sorbo de Coca-Cola, Martin Edwards miró a Pietro Rocamora sorprendido porque había evitado demasiado ya mirarlo pero la ocasión lo ameritaba, Pietro Rocamora miró a  Henri de Capries con expectativa de que él supiera de qué estaba hablando su par mexica y Henri de Capries miró a Álvaro Orteaga sin disimular su disgusto por haber dejado que ese iletrado español invitara a otro iletrado como él y encima latinoamericano. Todos juntos volvieron la vista a Roberto, que, incólume, seguía su discurso.

-Lo que vengo a proponer aquí es algo que garantizará, de forma definitiva, un orden mundial estable, pero que además, gracias a nuestras gestiones, también permitirá sanear la imagen de muchos de los miembros de este club. Lo que propongo aquí es una renta universal mundial, financiada íntegramente con nuestras fortunas. Un sistema por el cual todos los países que no acepten inversiones o préstamos de China, a través de un sistema de recaudación centralizado por la ONU y supervisado por nosotros,  puedan darle a cada uno de los habitantes de sus países mil euros por mes desde que nacen hasta que mueren.

Un silencio glaciar invadió la sala. Roberto, incólume, avanzó:

-Si no lo comprenden es porque no están informados: China es hoy la nueva Unión Soviética y, si somos lo suficientemente inteligentes, podremos frenar su dominio, su imperialismo blando, su imparable expansión. Si no, en menos de una década seremos sus esclavos.

Orteaga comenzó a aplaudir primero lentamente y luego como si no hubiera un mañana. Conmovido por su propia valentía y el apoyo de su cuate, Roberto se sentó al mismo tiempo que Orteaga se puso de pie y tomó la palabra.

-Es ahora o nunca, queridos colegas, o repartimos nuestra riqueza con el resto o la población será absorbida por el sistema comunista chino, lo que a la postre terminará por devorarnos. No podemos esperar más. Propongo una votación silente y anónima durante el día y, en la reunión de mañana, podremos ver si ustedes tienen lo que hay que tener para ser las personas más poderosas del mundo.  
Con esa sentencia Orteaga abandonó el Salón Rouge y Roberto lo siguió. Cuando se fueron, Pietro Rocamora rompió en una carcajada y en un inglés muy rudimentario, gritó:

-Holy Shit.

 ˜™
Debido a su secretismo y exclusividad, han surgido diversas teorías de la conspiración alrededor del Club Bilderberg, incluidas las que afirman que es el lugar en el que se decide el destino del mundo hasta las que lo asocian con el intento de establecer una gobernanza global que acabe con la soberanía de los Estados.

˜Durante la tarde las reuniones del resto de los asistentes salvo los quince que oyeron a Roberto se desarrollaron con normalidad, pero todos los miembros del club supieron de la propuesta por un boca a boca desaforado. Muchos entendieron a Roberto y quisieron votar a favor, pero como no formaban parte de la reunión inicial no podían hacerlo. Otros rieron a carcajadas. Varios mostraron una genuina preocupación de que la iniciativa del mexica saliera del hotel y alcanzara oídos de periodistas. Mientras el rumor se expandía como una comedia de enredos en las que se confundían los tantos, un italiano escuchó que Roberto había propuesto repartir dinero solo entre los chinos, un checo recibió un mensaje que decía que en realidad había sido Pietro el que había propuesto una renta en yuanes y un israelí oyó un audio que explicaba que Orteaga estaba tratando de financiar una guerrilla palestina con dinero negro del narco mexicano. Por su parte Pietro habló con su padre, que ya estaba al tanto varios meses atrás de la estrategia de Orteaga y la apoyaba.  Usando sus argucias seductoras, el argentino convenció a Martin Edwards, que, al ser el secretario de la ONU, pudo convencer a varios más de que la renta universal podía ser una buena idea. Mientras tanto, mails encriptados circularon desde Suiza a todas las oficinas de inteligencia de los países miembros de la OTAN y unos cuantos memos fueron faxeados a despachos de asuntos internos de naciones del hemisferio norte, incluida una advertencia al presidente de México que, para la tarde, ya había recibido varias alertas internacionales y un llamado de Pauline, a la que conocía personalmente tras una gira de estado en Francia. A la madrugada del primer día del mitin, todas las carpetas habían sido debidamente rotuladas como “Asunto secreto” y el FBI extendió a Interpol una alerta internacional que impedía a Roberto salir de Suiza durante esa noche. Tranquilo en su habitación, el mexicano se durmió sin saber que su cabeza cotizaba en la deep web en 1 millón de euros. Según sondeos informales la votación quedaba en 7 a 8 ganando los partidarios de no repartir nada, pero Roberto ya había cumplido su objetivo, cuan islamita suicida: el inédito viable, eso que nunca había sucedido jamás pero podía suceder quizás, había sido dicho.
 
 Más allá de las teorías conspirativas, el Club Bilderberg sienta a la mesa a individuos con gran poder a nivel internacional. Hay quien ve este club con dudas y preocupación, dado el secretismo que lo envuelve. Otros, por el contrario, ven esta organización como un foro útil en el que personas de alto nivel tienen la posibilidad de debatir sobre el mundo sin presión mediática.

˜Pauline Dumont necesitó 1,5g de cocaína que le proveyó una norteamericana con la que había bebido la noche anterior para poder encarar ese día con solvencia. Martin Edwards le había encargado ser la voz cantante de la versión oficial antes de la reunión y luego, en el cónclave, dar por finalizado el asunto con palabras cordiales. Pauline golpeó la puerta de la suite de Roberto García a las 6:02 AM CET. Cuando el mexicano le abrió, dormido y despeinado, ella no esperó a que reaccionara y entró a la habitación. Dejó sobre una mesa una carpeta de color azul con el logo del Club en el centro y un sello que rezaba “Confidencial Affaire” y dijo:

-Esto es lo que va a salir en la prensa mexicana en dos horas si sigue Ud. con sus tonterías, García, hágame el favor de no perder mi tiempo en la sesión de hoy y no discuta nada más ¿estamos?

Roberto abrió la carpeta y vio las fotos que jamás imaginó que le podrían sacado. Si para eso sobornaba a periodistas en México, si era exactamente ese tipo de discreción la que se garantizaba con sus sobresueldos a empleados en hoteles, a proxenetas, a toda la red de bajo mundo con la que había que ser extremadamente generoso. Si era eso, al fin y al cabo lo que compraba el dinero, anonimato. Un sudor frio corrió por su espalda mientras Pauline salía de la suite sin saludar.

La reunión de la tarde se desarrolló sin sobresaltos. Orteaga imaginó que podría haber sido aún peor, que él también podría haber recibido una carpeta. Pero no, en España los servicios de inteligencia también trabajaban para él.

 
 La 67a reunión de Bilderberg tuvo lugar del 30 de mayo al 2 de junio de 2019 en Montreux, Suiza. Cerca de 130 participantes de 23 países asistieron. Como siempre, se invitó a un grupo diverso de líderes políticos y expertos de la industria, las finanzas, la academia, el trabajo y los medios de comunicación. Los temas clave que se han debatido este año fueron:
 
1. Un orden estratégico estable

2. Cambio climático y sostenibilidad

3. El futuro del capitalismo

4. Brexit

5. Amenazas cibernéticas

 Más información en: https://bilderbergmeetings.org
 

viernes, 3 de febrero de 2023

Un cuento por semana #17: Sabático

 “Un éxito rotundo” dijo la directora cuando le consulté sobre la reunión de padres de la semana anterior. Me sorprendió que semejante artefacto del sistema educativo todavía tuviera sentido del humor. “Un éxito rotundo”, repetí, con similar sarcasmo, en shock. Estábamos ante un aula completamente vacía a las siete y media de la mañana de un lunes de agosto. De mis treinta y dos alumnos de primer grado solo quedaban sus pupitres vacíos y sus dibujos en las paredes.

No había podido ir a la reunión porque me agencié una gripe fulminante que me dejó fuera de circulación una semana. Cuando regresé al colegio, alertada por los mensajes de texto de mis colegas, vi con mis propios ojos lo que me negaba a creer: el cien por ciento de mi alumnado había desaparecido.

En Secretaría decían lo mismo que habían repetido hasta el cansancio la directora, la vicedirectora y las otras maestras: que habían llamado a todas las familias y que ninguna contestó. Se había evaluado convocar a la policía pero estaban esperando que la inspectora extendiera el reclamo a la Superintendencia de escuelas primarias de la ciudad para que fuera autorizado por la Directora de Asuntos Internos, el Superintendente de Registros y el Departamento de legales. Todo ese gesto burocrático podría culminar al año siguiente. Mientras tanto, el aula seguía vacía.

Consulté con varios amigos qué hacer y ellos me aconsejaban que no me preocupara tanto por esas treinta y dos personas que veía a diario y que de buenas a primeras habían decidido abandonarme sin razón aparente. Todos, entre chistes y risas, elucubraban diferentes escenarios: una peste generalizada, un brote de psicosis infantil y otras estupideces igual de inútiles.

Todos me decían lo mismo: “Tomate el año sabático que siempre quisiste”.

Pasaron varios días hasta que reaccioné y decidí que tenía que tomar mis propias medidas de fuerza, no quería que lo que quedaba del año fuera una completa pérdida de tiempo. La directora me prohibió hacer cualquier cosa en horario laboral. Dijo que si no estaba presente cuando viniera la inspección de Superintendencia de Registros habría que generar un informe en el Departamento de Asuntos Docentes del Ministerio conforme la ley de ausentismo vigente y eso demoraría aún más el trámite de la convocatoria judicial a los padres. Pero además, como no sabíamos cuándo vendría la inspectora a visitarnos luego de sus gestiones con el Superintendente de Registros y el Departamento de Legales, me convenía quedarme haciendo tareas pasivas en el colegio. Tareas que, como su nombre lo indica, implican el aburrimiento más hondo que puede tolerar el ser humano.

A la par de la curiosidad sobre las causas del armaggedon estudiantil, comenzaba a generarme un escozor mayúsculo la completa normalidad con la que el resto del colegio se tomaba mi tragedia. Las maestras de los otros cursos me juraban que habían comentado mi situación con sus alumnos, en algunos casos hermanos de los míos, pero no habían obtenido ninguna explicación. Cuando intentaba acercarme a los chicos para preguntarles por sus hermanos, ellas siempre encontraban una excusa para alejarlos de mí.

Más inquietante que el ausentismo absoluto de mi alumnado y la reticencia de todos a explicarlo era el silencio sepulcral del cuerpo docente sobre lo sucedido en la reunión. “Un éxito rotundo”, decían al unísono, casi riéndose en mi cara. Cuando consultaba por detalles, el comentario era unánime: “Lo de siempre, no te preocupes, tomate el año sabático que siempre quisiste".

Fueron días absurdos en los que se mezclaban la incredulidad, la derrota y la paranoia. Necesitaba entender qué estaba sucediendo pero además necesitaba trabajar. Las horas con tareas pasivas en el colegio eran imposibles de digerir y mi situación no generaba el impacto en los demás que necesitaba. Todos seguían con su vida con una normalidad que me resultaba insultante. Y ante mi más mínima consulta repetían lo mismo, como autómatas: “Tomate el año sabático que siempre quisiste”.

A las dos semanas de la desaparición decidí pedir los expedientes de mis alumnos e ir a visitarlos para saber qué era lo que estaba pasando o en su defecto, en qué consistía "el éxito rotundo" de la reunión de padres. Tras negarse a proveerme los datos, la secretaria me explicó que debía solicitarle a la directora autorización para acceder a los archivos. La directora trasladó mi pedido a la vicedirectora. La vicedirectora dijo que esa información pertenecía al colegio y que era ilegal otorgársela a alguien sin una orden judicial. En el caso de querer obtener los datos de mis alumnos, debía interponer una denuncia en la comisaria de la zona, lo que a la vez generaría un expediente judicial y hasta que me asignaran un fiscal para un asunto tan menor podrían pasar meses.

Comencé a desesperarme. Nadie aparentaba querer entender lo que estaba sucediendo. O si lo entendían parecían ser parte de una conspiración para enloquecerme. Les expliqué a la directora, a la vicedirectora y a la secretaria que no podía hacer mi trabajo si ellas no me ayudaban, les pedí que me dieran una pista, algo. 

Grité. Lloré. Imploré. Supliqué. 

La respuesta fue la misma: "Tomate el año sabático que siempre quisiste”.

Finalmente elucubré un plan alternativo de búsqueda. Esperaría en la puerta de la escuela en el horario de salida hasta que apareciera alguna de las madres de mis alumnos con hermanos en otros cursos. Me conocían, habíamos compartido a diario las vivencias de sus hijos durante ocho meses, tenían que poder explicarme algo. La primera en verme fue Sarita, la niñera de Alma Torres, una de mis alumnas más dóciles.

La encaré quizas con más violencia de la necesaria.

-Sara ¿Cómo está Alma? –dije tratando de que no se me notara la desesperación.

Me miró con indiferencia y dijo:

-Bien, todo bien.

-¿No piensa venir al colegio? – inquirí con un dejo de tono policíaco.

-Eso es decisión de la señora- dijo.

-Pero Sara, no viene hace tres semanas. ¿Pasó algo?

En silencio, la niñera agarró de la mano al hermanito de Alma y comenzó a caminar en dirección a la casa. Esperé un tiempo prudencial y empecé a seguirlos. Entraron a un edificio de torre a tres cuadras del colegio y los perdí entre la puerta y el ascensor, que quedaba al fondo de una estructura gigante. Cuando volví a la escuela ya habían salido todos los chicos y la directora me esperaba en la puerta, fastidiosa.

-Vino la inspectora y no estabas –dijo seria- te pedí que cumplieras tu horario.

No supe qué contestar y me quedé paralizada mirándola como una autista.

-Van a hacerle un sumario a la escuela por falta de personal en funciones –dijo sin inmutarse y siguió –la averiguación de lo otro se frenó hasta que se esclarezca este incidente y a vos te licenciaron sin goce de sueldo hasta nuevo aviso.

-¿Qué? –fue lo único que atiné a decir, con más sorpresa que indignación.

-Se te va a informar cuando puedas reintegrarte y te va a ir a visitar un psiquiatra en estos días, tendrías que esperarlo en tu casa.

-¿No voy a poder salir de mi casa hasta que no me vea? –dije casi gritando.

-Exacto –tiró como en un suspiro, y remató con muchísima sorna lo que estaba esperando oír –Tomate el año sabático que siempre quisiste.

Las semanas siguientes fueron insoportables. Las pasé en piyama mirando televisión, deprimidísima, sin saber qué hacer o qué pensar. Llamar a mis amigos y parientes para pedirles consuelo era una completa pérdida de tiempo. A nadie parecía ya divertirle el misterio de los alumnos fantasma y mucho menos mi angustia. Algunos hasta empezaron a creer en Dios gracias a lo que me pasó. Todos, por supuesto, me decían lo mismo: tomate el puto año sabático que siempre quisiste.

El psiquiatra nunca vino a mi casa. No supe más nada de los treinta y dos nenes, ni de sus padres, ni de sus niñeras, ni del resto de mis colegas. Jamás volví a hablar con la directora, la vicedirectora, la secretaria o la inspectora. Tampoco tuve novedades de la Directora de Asuntos Internos, el Superintendente de Registros o el Departamento de Legales.

Del aburrimiento del ocio pasé a decorar tortas en casa. Ahora las vendo por internet.

A veces sueño que vuelvo a dar clases y me despierto transpirada, gimiendo.