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martes, 30 de agosto de 2022

Columna de Cine&Series #3: "Un crimen argentino" y otros thrillers nacionales basados en libros


La semana pasada se estrenó "Un crimen argentino", basada en la novela del periodista Reynaldo Sietecase. 


Recomendamos otras películas basadas en libros de literatura argentina: 


1) "Últimos días de la víctima" - Aristarain, 1982 (Novela: José Pablo Feinmann)


Libro

2) "La odisea de los giles" - Borensztein, 2019 (Novela: "Una noche en la usina" Eduardo Sacheri) 


Libro

3) "Tuya" - González Amer, 2015 (Novela: Claudia Piñeiro)  
 
 

sábado, 27 de agosto de 2022

Natalia Moret: “La insistencia de los muertos en volver es muy inquietante”

Para Revista Sonámbula

Diez años después de su brutal debut con “Un publicista en apuros” Natalia Moret publica “El año en que debía morir” donde bucea en su propia historia familiar para reflexionar sobre el duelo, la maternidad y la escritura. 

Ya desde su enigmático título la nueva novela de Natalia Moret muestra su talento para el policial: ¿Cómo sabe el personaje que debe morir ese año? ¿Por qué debía hacerlo pero no lo hace y escribe el libro? ¿O muere al final y el libro es póstumo? ¿O no muere y es todo un delirio? ¿Qué pasa en esta novela?

En rigor, pasa de todo: Una escritora deja la ciudad y se va con sus hijas y su marido a una casa de campo durante una pandemia, está por cumplir 42 años, quiere escribir y no puede. Para evitar el Word se hace análisis clínicos que terminan en una biopsia, y mientras espera los resultados logra finalmente escribir sobre su familia, su adolescencia y juventud. El detalle es que la madre de la escritora (la protagonista, pero también de la autora) murió a los 42 años de un cáncer que puede ser hereditario (o no). Y que la biopsia es justo ese año, el año en el que ella debía morir según su propia profecía autocumplida. El resultado de esa espera agónica durante una semana en la pampa húmeda es una reconstrucción minuciosa de un proceso de duelo patológico que nunca ha sido resuelto y se encarna en el presente más asfixiante y catastrófico posible: ¿Y si no podemos escapar nunca de los mandatos morales y genéticos que heredamos de nuestros padres?

Con una estructura de investigación detectivesca en la que la propia biografía de la protagonista es un misterio a resolver para ella misma, Moret indaga en su pasado, su presente y su futuro todavía incierto, en un juego de mamushkas que trabaja sobre la memoria como ficción y a la vez reflexiona sobre la creación y la literatura en general. Li-bra-zo.

-Dice la protagonista que no poder escribir la lleva a hacerse estudios médicos y que eso la arroja a la escritura de la novela que tenemos entre las manos ¿El origen del texto fue así?

-Hay algo que dice Piglia que me encanta: la crítica es la forma más elaborada de la autobiografía. Y yo creo que la autobiografía es la forma más elaborada de la ficción. Si fue así o no fue así, aplicado a cualquier parte del libro, me resulta muy difícil de responder con honestidad. Fue así más o menos: cuando encontré tiempo en la pandemia, cada vez que me sentaba a escribir terminaba derivando hacia otra cosa, me evadía, me excusaba. Y una de las cosas que hice para no enfrentar la computadora fue ponerme al día con estudios médicos y ese control resultó en la biopsia, que desencadenó lo demás.


-El texto tiene muchas referencias a su propia creación ¿Cómo funciona eso de escribir un libro sobre escribir un libro? ¿No te volvió un poco loca ese loop de agujeros de gusano?

-Como no estaba en mis planes escribir una novela autobiográfica pero el tema se impuso, de pronto me encontré escribiendo páginas sueltas sobre mí. Sentí que había algo potente que podía volverse un libro, pero no encontraba el hilo. Supe que tenía una novela recién cuando encontré el método: la reflexión sobre la propia escritura, el artificio, la ilusión de que el texto se va escribiendo a medida que uno lo lee, como si el lector lo escribiera también, y descubriera al mismo tiempo que la narradora las mismas cosas que ella va descubriendo. Así que más que volverme loca, ese procedimiento fue lo que me ordenó y me dio el andamiaje sobre el que pude montar todo lo demás.


-En el libro se plantea el problema de un olvido selectivo asociado a la muerte de tu madre ¿Fue realmente a partir de la escritura que destrabaste recuerdos traumáticos que habías bloqueado o eso también es un artificio literario?

-Hacía tiempo que no pensaba en muchas de las cosas que pensé al escribir este libro, pero ese mes del que hablo en la novela, posterior a la muerte de mi mamá, es una gran nebulosa y la verdad es que ni siquiera ahora, después de haberla escrito, es claro. Creo que más que destrabar lo que pude hacer es aceptar es que eso que se borró, se nubló o se perdió ya está perdido y tal vez sea parte del mismo duelo. Entonces la escritura no desbloqueó lo que fue borrado, sino que me ayudó a aceptar y entender que está bien haya sido así, como fue.


-Durante la pandemia mucha gente empezó a revisar su pasado y subir fotos viejas a redes sociales: ¿Pudo haber sucedido algo de eso en tu caso?

-En mi caso la pandemia solo intensificó algo que me tocaba vivir el año de mis 42, que como cuento en el libro siempre había sido un umbral: más allá, el fin. Tenía terror a llegar a esa edad, pero todavía más terror a la idea de no llegar a los 43. Entonces la pandemia me dio una mano para que no me distrajera más y no pudiera escaparme más. Aislarme y dejarme sola en el medio de la nada en un año tan crucial de mi vida fue como si la vida me dijera: “Vamos, es hora de que te hagas cargo”.


-¿Y te sirvió la novela para hacer el duelo?

-Sí. Yo no tenía este plan y me costó mucho aceptar la aparición de eso, porque me daba miedo, era algo irresuelto y muy difícil para mí. Pero estaba ahí, se hizo su lugar y estoy muy contenta con lo que ocurrió con el libro, pero también con el proceso que pude hacer, la elaboración del duelo que estaba incompleto. Siento que ahora estoy en otro lugar, que terminé de cerrar algo que tenía que cerrarse.


-¿Crees que hay algo de "realismo mágico" en tu libro cuando la protagonista se pone a hablar los muertos como si estuvieran presentes?

-No, no hay realismo mágico en mi novela cuando la narradora habla con los muertos porque el realismo mágico hace la operación inversa: inserta lo extraño en el mundo cotidiano como si fuese algo ordinario. En cambio en mi novela esta aparición del otro mundo, el de los fantasmas, siempre es una irrupción y una mezcla de dos planos que no deben mezclarse. Encuentro una conexión más cercana con el terror, con la idea de esa irrupción de un elemento del otro mundo en este, porque la protagonista varias veces dice que los muertos tienen que irse al mundo de los muertos, abandonar este plano, porque no corresponde que sigan acá y su tiempo está terminado, aunque la insistencia de los muertos y los fantasmas en volver es inquietante.


-Tu libro reconstruye las biografías de tu abuela y tu madre desde hoy: ¿Hay algo del feminismo de los últimos años que se coló en tu manera de ver sus vidas desde la actualidad?

-No siento que el feminismo de los últimos años haya sido algo que influyó en la escritura de la novela, sino que creo que la reconstrucción que hago de las vidas de mi abuela y mi mamá desde una mirada más compleja tiene que ver con que fui madre y entiendo las cosas de otra manera, así que mi mirada se complejizó porque la vida se complejiza con el paso del tiempo. Como dijo Fitzgerald: la vida es un constante proceso de demolición, y de complicación progresiva, agregaría.


-¿Entonces no dirías que escribiste una “novela feminista” aunque escribas sobre tu madre, tu abuela, tus hijas y tu lugar como escritora y madre?

-En la novela creo que no aparece nada de ese feminismo más actual porque yo fui criada en ese mundo cuando todavía ser feminista no era tan usual ni estaba instalado en la opinión pública. Mi mamá era justamente un bicho raro por eso, era feminista dura y yo fui criada así. Entonces en la novela lo que le pasa a la protagonista con la búsqueda de su propia identidad es una especie de revisionismo de los mandatos de su crianza. Junta el coraje para a evaluar estos mandatos después de haberlos hecho visibles y trata de decidir cuáles quiere acatar y en cuáles quiere ser desobediente. Porque hay que ser desobediente para crecer. Y ella tiene que decidir en qué aspectos de su vida volverse soberana.


-¿O sea que la cuarta ola feminista no modificó tu manera de ver el mundo?

-Celebro la explosión del feminismo, pero hay aspectos que miro con cierta reserva. Ahora hasta en las toallitas higiénicas se nos dice: “SEAMOS FUERTES” o “QUE NADA NOS DETENGA”. Hay una banalización que me parece riesgosa y creo que es la manera en la que el capitalismo siempre logra incorporar cualquier disfunción momentánea: aparece una expresión de disenso o rebeldía y el sistema la fagocita hasta hacerla parte del mismo sistema, para que no haya grietas, ni fugas, ni peligro. De pronto las mujeres tomamos algo que nos estaba siendo negado y hasta desde las toallitas femeninas nos dicen que está bien que sea así, que nos empoderemos, que eso es precisamente lo que el sistema espera de nosotras. Listo. Ya no somos peligrosas. Todo está bajo control. Como el final de Mad Men y la publicidad de Coca-Cola.


-Comentás en la novela muchas injusticias de la crianza relacionadas con el rol de los hombres, que a ellos no les da la culpa que nos da a las mujeres desarrollarnos profesionalmente y a la vez maternar ¿Creés que cambió algo eso en los últimos años?

-No uso la palabra “injusticia” en ningún momento en el libro porque lo que intento es quitar las etiquetas y los juicios de valor del tipo “es justo”, “no es justo”, “está bien”, “está mal”, “es así”, “no es así”. No: es como es. Lo que digo en relación a los hombres, cuando hablo de la pareja de la protagonista, no es una universalización, es particular y le pasa a él: a ese hombre no le genera la culpa y la insatisfacción que le trae a ella este tironeo dilemático entre la vocación y la maternidad. Para la madre y la abuela de la protagonista este conflicto parecía dirimido porque tenían muy claro qué iba antes y qué después, y los hijos iban después. En cambio para la protagonista eso no es tan claro porque ella quiere hacer las dos cosas y a la vez siente que no puede hacer ninguna. En su pareja ella no ve ese tironeo o conflicto porque probablemente él no tiene ese mandato, pero no sé si es “injusto” o no, porque la idea de injusticia implica una valoración negativa sobre la crianza que es lo que ella intenta evaluar con sus propias ideas, no con las ideas que recibió de su madre.


-¿Por qué creés que en los últimos años tantas autoras se abocaron a revisar el problema de la maternidad en sus libros?

-Creo que el “boom” de escrituras sobre maternidades se desprende del “boom” feminista y del hecho de que las mujeres estemos medio de moda, aunque ya está pasando un poco. Pero a la vez creo que las escrituras que desmitifican la maternidad y nos muestran superadas, hartas, agotadas y hasta a veces arrepentidas tienen que ver con habernos hecho más fuertes en la esfera pública, porque ser capaces de mostrarnos débiles es prueba de nuestra fortaleza.


-¿Creés que tu libro se encuadraría en ese “boom”?

No sé si mi libro se enmarca ahí porque no pensé para nada en ninguna novela de otras mujeres mientras escribía. Lo único que pensé fue: por favor que la biopsia dé bien, por favor que la biopsia dé bien, no quiero morirme, no así, no todavía.


El año en que debía morir
Natalia Moret
Ediciones B, Penguin House
200 páginas
2022
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