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martes, 7 de septiembre de 2021

Escribir lo correcto: La literatura en la era de los algoritmos narcisistas

Para Cámara Cívica

En los últimos años se produjeron varios conflictos en el mundo del libro en relación a las audiencias, las editoriales, los medios y los escritores, a saber:

 

1. La polémica en relación a la publicación de la biografía de Woody Allen.

2. El cambio de editorial tras las acusaciones de abuso al biógrafo de Phillip Roth.

3. Las marchas y contra marchas en la edición de última novela de Emmanuel Carrere  por los dichos de su ex esposa a la prensa.

4. La confrontación entre colectivos feministas y J.K. Rowling por sus opiniones transfóbicas.

5. La controversia sobre quién debe traducir los versos de la poetisa Amanda Gorman tras la asunción de Joe Biden

6. La persecución a Javier Cercas por la presunta incitación a la violencia separatista en su último libro.

7. La reescritura de libros de Enid Byron tanto en Reino Unido como en España para modernizar su vocabulario

8. El debate en torno a Jeanine Cummins y su novela sobre los hispanos en Estados Unidos.  

  

Esta seguidilla de combates quedó cristalizada en una carta abierta publicada en la revista Harper’s Bazaar en julio 2020,  firmada por un grupo de escritores (entre ellos Amis, Atwood, Chomsky, Eugenides, Fukuyama, Rowling y Rushdie) que denunciaban una “atmósfera sofocante” y un “clima intolerante“ producto de “nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos” hegemónico en los medios, las universidades y el mundillo cultural occidental, por la que “escritores, artistas y periodistas temen por su sustento si se apartan del consenso”. Esta proclama tuvo su adhesión hispanoamericana con otra misiva pública similar encabezada por el peruano Mario Vargas Llosa.

 

Si bien la carta tuvo su contra-carta poniendo en cuestión muchos de sus postulados, hay consenso en afirmar que nuestra época está atravesada por una serie de cuestiones que Ariana Harwicz y Edgardo Scott resumen bien en un artículo titulado Escritores y editores de rodillas: “¿Cuáles son las concesiones que debe hacer un escritor profesional en esta época? ¿Qué agenda o ideología debe sostener, disimular o adherir?”,  se preguntan.

 

En esta línea, se presentó en Buenos Aires hace unas semanas “La literatura frente al Estado y el mercado: radiografía de la corrección política”, de Nancy Giampaolo, que reúne una serie de reportajes en torno a estas cuestiones y donde también se la entrevista a Harwicz, que es muy activa en Twitter denunciando los límites entre el mercado y la creación.

De este libro se desprende una explicación a este aparente cortocircuito entre audiencias (consumidores), intermediarios (medios hegemónicos, editoriales oligopólicas) y creadores (escritores) que abona a una ya extensa biblioteca y reza: existe una “Nueva inquisición moral de izquierda” por parte de las elites progresistas, que monopolizan universidades, medios y usinas de creación desde donde deciden quién publica y qué, que está amenazando la libertad de expresión y por ende los escritores no son libres para crear lo que se les antoja si no cumplen con las “normas morales” de la época, definidas más que nada por el respeto por la diversidad sexual, racial, de género.

Desde aquí proponemos una lectura alternativa: en tanto las editoriales son parte del establishment corporativo cultural, reproducen lógicas mercantiles que nada tienen que ver con lo “correcto” sino con lo que permita aumentar sus ventas. Lo que genera la falsa idea de que esto responde a criterios morales y no meramente comerciales son dos fenómenos interrelacionados entre sí:

1) Los nuevos consumidores centennials (25% de la población en Estados Unidos) son sujetos criados desde su nacimiento en el statu-quo posmoderno, es decir que resultan híper narcisistas y por ende buscan reafirmar su identidad en todos sus consumos, incluidos los libros. No están interesados en conocer nada muy distinto a lo que ya conocen porque son víctimas pasivas de lo que el filósofo Byung-Chul Han denuncia como la distorsión neoliberal de la subjetividad en función de la “ausencia radical del Otro, de lo Otro, de lo no igual al yo en la cosmovisión del mundo”.

2) Los centennials han crecido atravesados por los algoritmos de Google, Netflix y Facebook, que reproducen y retroalimentan ese narcisismo identitario propio de la filosofía neoliberal. Al ser usuarios nativos de las redes sociales, no dudan en expresar su descontento con “lo otro” con rapidez y generar lo que erróneamente se denominan “cancelaciones” reforzando así al algoritmo que intensifica la burbuja de reafirmación y genera nichos de mercado con mucha más facilidad que antes.

Así, para vender libros, la industria editorial ha abrazado la lógica de Silicon Valley: sus productos deben reproducir las burbujas de contenido que refuerzan los sesgos de confirmación de los lectores y que a la postre llevan a la polarización extrema y el fanatismo desenfadado online y offline.  

Queda claro así que frente al recambio generacional de las audiencias, la respuesta de la industria debe analizarse desde una lógica más capitalista que moral.

1) Los escritores: ¿víctimas de quién?

Mucho se ha debatido sobre si realmente existe tal cosa como una “hegemonía progresista” en el mundo de la cultura. Varios autores llaman a esto la “conspiración del marxismo cultural” mientras otros lo ven como el “Nuevo puritanismo de la corrección política”. La carta de Harper´s abona la segunda mirada, junto con sus homólogos latinoamericanos y españoles.

En la respuesta a la carta por parte de una veintena de otros periodistas e intelectuales se da por tierra cada una de las supuestas acusaciones de la lista de Harper´s, minimizándolas y dejándolas en la esfera de la mera paranoia. Otra vez, el victimismo híper narcisista del neoliberalismo que ya analizamos aquí hace su entrada y genera una competencia entre los que sufren y los que sufren más.

Ahora, analizando en detalle a dos de las figuras de esta supuesta persecución, vemos que aún asumiendo que exista, no parece afectar realmente a nadie. J.K Rowling fue una de las autoras más vendida del año 2020 y sigue estando en la lista de escritores más ricos del mundo como hace años. Por su parte, consultada sobre la reacción a su libro “Degenerado” (Anagrama, 2019), cuyo narrador es un pedófilo, Harwicz respondió que no sufrió ninguna consecuencia por su incorrección moral. En sus palabras: “Yo pensé que me iban a matar, que me iban a linchar y la verdad es que no, por lo menos hasta ahora, acá estoy, viva”.

 Entonces: ¿Dónde está el peligro?

2) Los lectores ¿victimarios de quién?

Según datos estadísticos de la Federación de Gremio de Editores de libros España, los jóvenes (de entre 14 y 35 años) leen más que sus padres, tendencia que se verifica también en Estados Unidos. Además, por sus hábitos en las redes, son los publicistas más eficaces de los libros que les gustan. Fenómenos como los Booktubers, los bookstagramers y ahora hasta los booktokers lo demuestran. De esta manera, un simple estudio de mercado hizo que la industria editorial se ajuste rápido a la demanda: la generación woke (con su narcisismo patológico a cuestas) ha de ser complacida en su búsqueda por libros que reafirmen sus valores y nada (nada, absolutamente nada) que los contradiga, ofenda o moleste. El otro NO existe, el conflicto ha de ser acallado, el dolor de lo distinto es inconcebible.

La crianza “helicóptero”, las infantilización de las universidades, que convierten todo en “espacios seguros”, y las burbujas de contenido de los medios digitales en general (cuyos pioneros fueron Google y Netflix) terminan de moldear un comportamiento en el que lo distinto no tiene lugar. El pathos centennial reza: “Todo lo que es parecido a mi está OK y todo lo que no, no, pero además, voy a expresarlo con vehemencia en mis redes para bien y para mal porque lo que yo tengo para decir es (muy muy muy) importante”. Esto genera lo que Gonzalo Torné llama “liberación de las audiencias”, que desafía la autoridad de los críticos en su rol como formadores de opinión sobre el arte y que son ¡justamente! los que más despotrican contra este “Nuevo puritanismo progre”.

Pero entonces: ¿Quién tiene la culpa?

3) Los verdaderos victimarios: sigue el dinero

Ya hemos explorado aquí el modelo de negocio de Netflix, que utiliza base de datos del comportamiento previo de los usuarios para así reducir el universo de lo “visible” a lo que ya vimos o ya nos gustó. Nada distinto, nada raro, nada disonante. La ausencia total de lo “otro” se traduce así en carencia de imaginación.

No queda más opción que entender que las editoriales han realizado el mismo movimiento, ya que si bien son el brazo “culto” de los conglomerados de medios son industria al fin. El “puritanismo moral” que denuncian todos no es más que una estrategia para adaptarse a esta nueva hipersensibilidad narcisista de sus consumidores a través de varias iniciativas: 1) Uso de trigger warnings (Avisos en las primeras páginas sobre el contenido del libro para no sorprender al consumidor con algo que lo hiera), 2) Contratación de sensitive readers (Que leen el manuscrito antes de publicarse para adelantarse a las posibles heridas que el libro le producirá al consumidor) y 3)la reescritura de clásicos como “Los Cinco” de Byron donde se utiliza lenguaje sexista, racista, que podría herir susceptibilidades del consumidor.

Poco queda por explicar aquí de la ausencia de puritanismo y el exceso de capitalismo: el consumidor siempre tiene la razón + hay que vender lo que “el consumidor quiere” porque él “siempre va a querer lo mismo” y va a seguir consumiendo para leer lo mismo una (consumiendo) y otra (consumiendo) y otra (consumiendo) vez.

En palabras de Harwicks: “Si el cine ya está en coma ahora es nuestro turno (…) la literatura ha devenido una forma más de la publicidad y el marketing”.

Pero ojalá el problema fuera solo el arte. En 2020 varias cadenas de televisión yanquis censuraron al presidente de 400 millones de americanos en vivo y en directo cuando denunciaba fraude en plena batalla por las elecciones y hasta Twitter boicoteó su cuenta y la cerró temporalmente, lo que constituyó un hito en la historia del periodismo moderno. Algo similar sucede en Latinoamérica con los oligopolios mediáticos enfrentados a gobiernos que osan amenazar sus intereses corporativos, al punto que han llegado a declarar que hicieron y hacen “periodismo de guerra” contra mandatarios elegidos democráticamente.

Entonces: ¿Quiénes son los verdaderos censores?

4) El artista como subversivo nato: inventar lo desconocido  

Hay que reconocer que el panorama es un poco desolador:

Los artistas: Víctimas de la inexistente cultura de la cancelación y de un narcisismo patológico y paranoide neoliberal 100%.

Las audiencias: Víctimas de los filtros burbuja de las redes y medios que exacerban ese mismo narcisismo y las convierten en miedosas ante cualquier discrepancia y por ende incapaces de ver que haya algo por fuera del neoliberalismo imperante.  

Los gobiernos: Víctimas de las grandes corporaciones internacionales sin patria atadas de pies y manos frente a su poder omnipresente y completamente neoliberal.

Frente a este escenario horrendo urge un ejercicio creativo que imagine un futuro utópico para la emancipación de las mayorías. Debemos ser capaces de inventar lo inexistente, construir e imaginar lo inimaginable: soñar un mundo mejor y escribirlo, contra la época y contra el mercado. Escribir lo prohibido en el siglo XXI es escribir contra el verdadero poder: el viejo capitalismo de siempre.

Entonces: ¿El futuro? ¿La vanguardia? ¿Lo desconocido? ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?