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lunes, 1 de marzo de 2021

Sólo se muere una vez: Capítulo 1

 

 
 
 
A la protagonista de esta historia le diagnostican una enfermedad extrañísima y le dan 20% de posibilidades de sobrevivir. ¿Qué decide hacer con los últimos seis meses que le quedan? Escribir una novela. Empieza a planificarla y entiende que para tener material para escribirla necesita vivir nuevas experiencias: probar MDMA, robar, tirarse en parapente y tener sexo sadomasoquista. Pero no todo es tan sencillo. Entre desoladores mails a su ex, delirantes reacciones de su familia, una prima que le pide un favor inesperado y reflexiones sobre el feminismo, la trama estalla en un arco narrativo imposible de prever.
 
 
 
  



 
 
Capítulo 1:

Qué paja, pensé cuando me dijeron que estaría muerta en seis meses. Como si no hubiera tenido suficiente estrés con la vida, ahora también tengo que resolver la no vida. Paja.

Mi generación no está preparada para nada, ni siquiera para morirse. Somos hijos de la televisión, el Family Game, la computadora, internet, los celulares y las apps. Acostumbrados como estamos a que las emociones nos lleguen sin movernos, todo nos da paja. Y si vivir nos da paja, imagínense morir, más y más paja.

Como para mí hacer un trámite era un suplicio, no morirme se me representaba como una eternidad de insoportables peripecias burocráticas. Trámites de la obra social que no tenía, más trámites para un tratamiento que ni sabía en qué consistiría, más y más trámites de medicamentos que seguramente necesitaban ser autorizados por la obra social y así ad infinitum. La muerte parecía bastante más sencilla que ese infumable rosario de procedimientos que tenía que llevar adelante para evitarla. Lógicamente los médicos me habían dicho que tenía que hacer el intento de someterme a una cantidad absurda de intervenciones con tal de saber si Dios era así de injusto conmigo, que era tan joven, pobrecita. Pero tras el diagnóstico quedó claro que lo me esperaba antes de la luz blanca sería aún peor: colas en hospitales, turnos, aburrimiento. Paja. Concluí con rapidez que me era mucho más fácil lidiar con la muerte que con todos esos intentos inútiles de hacer las cosas bien para que terminara todo como siempre, mal, o en su defecto, para que terminara y ya. Una paja. Una verdadera paja. Prefiero morirme.

Cuando escuché al médico entendí que aunque no estuviera preparada para nada a la vez estaba lista para todo. Había atravesado situaciones aún peores que la muerte y había deseado el fin más de una vez frente a la opción de otras catástrofes como una separación, un abandono o una traición. Era cierto que había cosas que no iba a poder hacer nunca y otras tantas que aquellos que siguieran vivos iban a ver y yo no. Pero en definitiva, hechas esas cosas y vistas esas otras, también ellos morirían. La única diferencia era que yo sabía que iba a hacerlo ese año.

Cuando salí del hospital con la certeza de padecer una enfermedad muy extraña que me daba apenas 20% de probabilidades de sobrevivir, decidí que iba a escribir una novela, esta novela. Era lo único que realmente me molestaba no haber hecho hasta ese momento y era a lo que iba a dedicar mis últimos seis meses de vida. La diseñé en el colectivo camino a casa  desde el hospital: tendría una sección biográfica en la que desmenuzaría en detalle cómo muchas veces haber estado viva había sido insoportablemente más difícil que morir y luego otra sobre cómo mi entorno reaccionaba a mi decisión de no hacer el tratamiento.

Sería un libro más o menos mediocre y normal pero que contaría con una excelente estrategia de marketing. Que la autora muriera inmediatamente después de publicarse funcionaría de maravillas para las ventas. Y para mejor, cuando la novela sobre las depresivas últimas horas de la triste joven moribunda fuera un éxito total yo seguiría muerta, por lo que también me ahorraría muchos otros suplicios. No iba a pasar por la ansiedad de la presentación, por la angustia de la espera de las críticas o por la ira gracias a alguna opinión negativa. No tendría que dar entrevistas para aburridísimos suplementos culturales que no leería nadie ni posar con cara de inteligente para ningún fotógrafo pretencioso.

Mi vida era un éxito asegurado.

Moriría y sería un best seller.

Win Win.

Game Over.

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