Buscar este blog

lunes, 23 de septiembre de 2019

¿Es realmente nuestra culpa? Years and Years y su discurso hegemónico


https://www.camaracivica.com/wp-content/uploads/2019/09/years-and-years.jpg

Subversivo hace décadas por plantear en los noventas Queer as folk, de las primeras series estrictamente LGBTI+ que se vio en pantalla, Russell T. Davies ha vuelto a hacer saltar el tablero con la nueva Years and Years (BBC – HBO), en la que plantea un esquema de futuro próximo que ha impactado en la crítica y la audiencia con una fuerza inusitada, aunque no sea más que una vuelta de tuerca sobre los problemas que ya aparecen hace años en ficciones distópicas y, lamentablemente, en los diarios de los últimos años.

Sin embargo, muchos de los mensajes asociados a la serie no terminan de cuajar como una crítica real al sistema, en tanto sostienen muchos status quo discursivos propios del esquema tradicional de poder capitalista actual (individualismo, resignación, vuelta al núcleo familiar, pesimismo, impotencia) mientras aparenta ser una llamada de atención sobre esos mismos problemas que enfatiza.

Mirada en detalle, Years and Years no solo invita a la desazón y a la inercia social, abusando de las lógicas narrativas apocalípticas, sino que también opera sobre los televidentes casi como un reaseguro de su fatal futuro, en el que nada queda por hacer más que la desesperación.
Además, en tanto el discurso más consolidado como “mensaje” que encontramos en la serie en el viralizado monólogo de la abuela en la que culpa a la sociedad toda de la debacle total del planeta, la serie niega así que:
  1. No somos los ciudadanos de a pie los que contaminamos sino las grandes empresas transnacionales sin control estatal posible.
  2. No somos los votantes los que votamos gobiernos en pos de los bancos, sino la casta política corrupta que deviene de la oligarquía de los negocios y las familias de clase alta la que lo hace
  3. No somos, por lejos, los pasivos televidentes los que vamos a poder cambiar este mundo solos, pero sobretodo si lo que hacemos para hacerlo es mirar televisión, sino las asociaciones sociales, los colectivos de todo tipo y los trabajadores organizados.

Sálvese quien pueda
En detalle, podemos encontrar cuatro (contra)mensajes conservadores y directamente hegemónicos escondidos en la trama de la serie, que sirve también para echar luz sobre el triste panorama televisivo mundial, en el que las plataformas de streaming y los productores tradicionales luchan por un discurso de “cuanto peor mejor” que todavía no se entiende qué objetivo persigue más que generar angustia, impotencia y desazón.
Mr. Robot, Black Mirror, The Handsmaid Tale, 3% y muchas otras producciones muestran así como la distopía tiene el encanto de lo terrorífico, pero también es funcional al sistema actual, en tanto supone que no hay salida más que la absoluta debacle de la especie y el Planeta en su conjunto.
Desde aquí, en las antípodas, nos hacemos eco entonces de las palabras de Naomi Klein, quien en su último libro “Decir no no basta”, aboga por una salida creativa a la crisis mundial en la que nos sumió el neoliberalismo capitalista hegemónico del siglo XXI y trata de hacer eje en “inventar un futuro mejor” en el que tenemos que crear, imaginar y re imaginar escenarios que, lamentablemente, no aparecen en las ficciones televisivas que imaginan los próximos años. En sus palabras: «El gran triunfo del neoliberalismo ha sido convencernos de que no hay alternativa» y este pareciera ser un triunfo también en el campo de la ficción.

Series como Years and Years, en la que se presenta como única solución a los problemas acuciantes de la sociedad la salida individual o en el mejor de los casos familiar (por más disfuncional que esa familia sea) esconden así en un falso discurso contestatario romántico que en realidad reproduce el slogan clásico del neoliberalismo más acérrimo de todos: sálvese quien pueda.
Así, si diagnosticamos que, según Klein, “La crisis real es de imaginación”, debemos tener en cuenta esta idea para poder volver a imaginarnos un mundo mejor en el que la derecha (el neoliberalismo hegemónico)  no conquiste, también, la idea de futuro. Y desde la ficción deberíamos ser capaces de contribuir a esta cruzada por el sentido ya no de la realidad acuciante (que todos conocemos) sino de la salida posible.

En esa línea, el economista Andy Robinson también ha planteado que un mundo (de ficción) mejor también es posible: “Una cultura más sana que la nuestra estaría haciendo teleseries sobre un nuevo mundo basado en sistemas locales de producción de alimentos, energías renovables, transporte público, ciudades sostenibles, la redistribución de la renta”, señaló hace unos meses. Alarmado, recalcó que es peligroso que las distopías se reproduzcan exponencialmente: “Primero porque el catastrofismo es el  mejor amigo del fascismo y segundo, porque cuantas más películas, teleseries, novelas bestseller, documentales sobre el futuro apocalíptico, más vamos convirtiéndolo inconscientemente en un desenlace inevitable”.

4 mensajes políticos y sociológicos de la serie Years and Years

Por lo pronto, nos abocamos aquí a desentrañar cuatro falacias de la serie favorita de Iñigo Errejón y tantos otros, que ven en el sutil encanto de la distopía una “ciencia ficción de proximidad” interesante para leer la realidad contemporánea, por más pesimista que sea. Alertamos, en la vereda de enfrente de esta idea, y siguiendo al teórico americano Fredric Jameson que “Así como es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, mientras sigamos produciendo, consumiendo y viralizando contenido distópicos y no utópicos, la cosa no va a mejorar.

La salida es individual y es la resignación
Stephen (Rory Kinnear) es un  asesor financiero devenido repartidor de Glovo y casado con la contadora Celeste (T’Nia Miller). Ambos tienen que rearmar sus vidas a partir de la debacle bancaria por lo que tienen más y más y más trabajos, cada vez más precarizados, cada vez más individuales. Nunca inician una causa contra el banco que los estafó, nunca presentan una querella contra el Estado que no los protegió, ni mucho menos inician agrupaciones de ahorristas estafados. Total ¿Para qué?

El que se la juega por otro pierde
SPOILER ALERT: Daniel (Russell Tovey) es un empleado público dedicado a atenuar el drama de la vivienda para refugiados, se termina enamorando de uno de origen ucraniano e intenta sin nada de éxito salvarlo de la persecución LGBTI que vive en su país. En el camino muere ahogado en una balsa para llegar a Reino Unido con su pareja quien, paradójicamente, es acusado por la familia de Daniel de haberlo llevado a la muerte. El mensaje queda más que claro: atrévete a salvar a un refugiado y lo que sucede a continuación te sorprenderá.

El mundo virtual es mejor que el real
Bethany (Lydia West) es una adolescente que se va implantando tecnología de última generación en el cuerpo con resultados sorprendentes. Vivir en la web es entonces el paradigma de felicidad para los jóvenes, sin contacto físico real al punto en que usan máscaras de filtros de Instagram. Nadie cuestiona en la serie a los conglomerados tecnocráticos actuales, nadie problematiza sobre la manipulación con respecto a los datos que le proveemos a las empresas de redes sociales y nadie, nunca, jamás, piensa en un mundo en el que la tecnología sea como es hoy el tabaco, algo que era cool en su momento pero ya no. A Google le gusta esto.

El único vínculo real es el familiar
Edith (Jessica Hynes) es una activista muy radical que vaga por el mundo hace años iniciando causas que la serie da todas por perdidas, al punto que termina sufriendo una explosión nuclear y decide abandonar su trinchera. Sus compañeros de militancia nunca aparecen en la serie, mucho menos los damnificados por los que ella lucha o los ideales que ella defiende. A la postre, a Edith solo le queda volver a su familia porque necesita de un cuidado que no puede darle nadie más. ¿Y los sindicatos? ¿y los partidos políticos? ¿y los movimientos sociales? Bien, gracias.

Por poco probable que parezca que Russell T. Davies haya escuchado alguna vez rock argentino, la frase de Luis Alberto Spinetta “Lo que nos ocupa, es esa abuela, la conciencia que regula el mundo” retumba en todo su esplendor en el monólogo de la abuela de la familia Lyon que ha sido viralizado hasta el cansancio desde hace algunos meses como completo diagnóstico de la sociedad pero también como proclama.

El mensaje es abrumador por lo desesperanzador pero también resume muchas de las ideas de esta nota. “(…)No cambia que todo sea culpa vuestra. De todos. Los bancos, el Gobierno, la recesión, Estados Unidos, la Sra. Rook. Todo lo que ha ido mal es culpa vuestra. Todos somos responsables, cada uno de nosotros. Podemos pasarnos el día culpando a otros. Culpamos a la economía, a Europa, a la oposición, al clima y al vasto e incontrolable curso de la historia, como si no dependiera de nosotros, seres indefensos e insignificantes. Pero sigue siendo culpa nuestra(…)”, dice la abuela que regula al mundo con una voz de autoridad que dan los años. 

Frente a esa abuela, a ese discurso no solo pesimista sino ya opresor, retomamos las banderas de una ficción creativa que nos permita soñar que el futuro es nuestro y no de los bancos, los populistas de derecha o los fascistas de turno. Dado que es la ficción la que debería proponernos mundos nuevos, creaciones insospechadas y molestas, que pongan en duda todo lo que pensábamos y nos hagan imaginar escenarios imposibles, las distopías como Years and Years, que proponen un marco pesimista para nuestra imaginación, son claramente hegemónicas ya que además de deprimirnos, nos oprime nuestra capacidad creativa. Y en tanto la imaginación es un músculo que, como el corazón, hay que ejercitar para que funcione, es la ficción la que tendría que invitarnos a imaginar un mundo mejor, para, a la postre, hacerlo realidad.

En esta línea, Alexandria Ocasio Cortez, una de las políticas más interesantes de la generación millenial, retomó esta idea al proponerle a artistas y creativos que generen un marco conceptual para el New Green Deal que propone llevar al Congreso americano.
Queda claro entonces que, aunque decir no no basta, decir sí es la tarea. A por ellos.