-Hay que esperar Raúl, otra no queda-, dice. Y se ceba un mate.
No habían pasado ni diez minutos
desde que Ipazaguirre dejara el rancho que ella ya lo está haciendo calentar
más que el gordo inmundo ese. Odiaba eso de su mujer: que se hiciera la sabia,
la pachamama, la señora de los consejos docentes, la puta madre.
El sólo puede gritar. Esperar
qué, vieja, nos van a rematar la casa, el campo, las gallinas, todo nos van a
rematar, este gordo hijo de puta, este cerdo, esta mierda no tiene otra cosa que
hacer que cagarle la vida a los demás.
-Un día a la vez, vamos a poder, vas a ver.
Gómez daba vueltas como un trompo
en la cocina de su casa. Transpirado, desorbitado, sacado. Sin poder pensar más
que en sus tres hijos y sus cuarenta gallinas. Apenas seis hectáreas de
cosecha, un par de jaulas largas para los huevos, nada. No tenía nada pero
Pancho Ipazaguirre lo quería todo, como siempre.
-Paciencia, algo se nos va a
ocurrir.
Lo había hecho tantas veces que
no tenía ni sentido recordarlo. Con Artusi, cuando le engrampó unos intereses
de locos justo después de que se le muriera el pibe, sabiendo que no iba a poder
pagarlos de lo deprimido que estaba. Con Rodríguez, cuando le propuso el
negocio del lote a cuatro pagos y a mitad de camino se bajó. Con Machado, al
que le tomó en concesión la cosecha, se la vendió al doble en Buenos Aires y
nunca le avisó. Ahora el diablo del pueblo arremetía contra él. El mismísimo Sr.
Capitalismo, con esa barriga enorme que delata a los garcas, sentadito en su
propia cocina, le viene a decir que tiene dos meses antes de que le saque el
terreno a él también.
Y ella tranquila, tomando mate,
le dice que espere, que tenga "paciencia".
Qué mierda tengo que esperar, que
venga a liquidarnos, a dejarnos en la calle. Con lo que nos costó juntar para
esta casa, con lo que nos cuesta meter la cosecha. Cómo se supone que voy a
esperar, yo lo mato a este mierda, me dice que tengo dos meses, en dos minutos
lo maté, pum, en dos meses anda a cantarle a Gardel.
-Si vas a ir preso que por lo menos sea por robo y no por asesinato.
Y ahí entendió: si iba a perderlo
todo, que fuera por algo que valiera más que su libertad. Si se le iba a ir la
dignidad frente a sus hijos, sus conocidos, sus amigos, que aunque sea quedara
la casa. Si un mierda de ese tamaño iba a dejarlo así de rendido, que por lo
menos no le saliera gratis.
Enfiló para el centro decidido.
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