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viernes, 26 de julio de 2024

Cama adentro: Capítulo 1

 
 
 
 




















Argentina, 2002. Mario Montesino ha conseguido ascender de clase social gracias a un matrimonio muy beneficioso y ahora es gerente de la empresa de la poderosa familia de su mujer, Raquel. Pero todo tiene un precio, porque cuidar de una enferma como ella no es nada fácil. En busca de tranquilidad, la pareja se aleja de la ciudad y se traslada a un Country Club, un barrio cerrado para gente adinerada en las afueras de Buenos Aires.

Allí, tras varios intentos, encuentran a una discreta, cuidadosa y atenta criada que parece perfecta, a la que le ofrecen que se instale como interna. Mientras Mario viaja siempre por trabajo y Raquel pasa mucho tiempo hospitalizada, la mucama divide su jornada entre cada uno de ellos. Con el paso de los meses, en la casa se produce un crimen del que cada cual tiene su particular punto de vista. Pero ¿quién dice la verdad?

 

CAPÍTULO 1: 

Escuchá, es así: si lo querés escribir te lo cuento todo, desde el principio hasta el final, como una película. Tendrías que mejorarlo un poco, porque la forma en la que lo sé es un lío, se me mezclan imágenes, cosas, ideas que quizás fueron de una manera pero da lo mismo porque son así o al revés. Mejor escribilo todo seguido y listo. Lo que te digo es que hay algunas situaciones que me vienen como si hubieran sido hoy y otras que no me las acuerdo   bien, pero me las sé de memoria. También debe haber locuras que soñé y pienso que son así, pero igual no. Lo que no pasó lo inventás, pero lo que te voy a contar, si lo escribís mientras te lo voy diciendo, es como si miraras una de esas películas de amor, de traición, de quién mató a quién.

Todo empezó cuando la señora Rosario me dijo que buscaban a alguien en la casa de al lado,  la de los Montesino. Yo trabajaba en el country hacía cinco años y me conocía todos los apellidos, pero a ellos los había visto muy poco. Un par de veces lo vi a él, cuando llegaba. Limpiaba los vidrios del portal y veía bajarse de la camioneta y entrar a esa casa a un tipo gigante, con cara de dinero, de dueño. Los ricos tienen rasgos distintos, no sé si te diste cuenta., debe. Debe de ser por los productos de belleza que usan, no sé, pero se le nota rápido lo rica que es a la gente en la piel, el pelo, las uñas. Es raro, porque tienen un aura, ¿viste?, una luz diferente. Ya me había acostumbrado a esas pieles, a esas caras, a esas formas de mirar. Ellos miran diferente. Es como si cuando te miraran no la estuvieran viendo a una, sino a toda su familia, a nuestros primos, sobrinos, todos. Bueno, la señora Rosario me dijo entonces que los Montesino estaban buscando empleada porque la anterior había quedado embarazada. «Lo de siempre», dijo ella, «esas putitas al primer hombre que ven ya se entusiasman». Me acuerdo que dijo así, «al primer», porque ahí justo pensé en el primer hombre que vi, y que cuando lo vi no sentí entusiasmo para nada, pero no se lo dije a la señora porque no me paga para que le cuente la historia de mi familia. Además a la Cari, la empleada anterior de ellos, la conocía del barrio y sabía que no era su primer hombre el que la dejó embarazada. Pero bueno, a lo que iba, que por eso empecé a trabajar con ellos, los Montesino, Raquel y Mario. 


El primer día ya dije: «Acá pasa algo raro», porque un matrimonio sin hijos es algo extraño, ¿qué querés que te diga? Es una casa sin techo, no sé, algo incompleto, que no sirve para nada. Si Dios hizo al hombre y a la mujer fue para que hagan más hombres y más mujeres, en eso es sabio el Señor, la naturaleza, lo que quieras, pero si no fuera así no hubiéramos sobrevivido a los dinosaurios, ¿viste?, es una cadena natural. Y aparte, después, ¿quién te cuida de vieja? Con lo difícil que es ser vieja encima estar sola. Bueno, no sé, a mí me pareció rarísimo que con tanto dinero no tuvieran hijos, pero después me enteré por qué. 


En realidad te cuento lo de los hijos porque fue lo que pensé cuando vi la a Raquel por primera vez. No la había tenido nunca tan cerca hasta ese día y me vino justo eso, que se notaba que no había tenido hijos porque el cuerpo lo tenía bien. La estoy viendo como si fuera hoy, el cuello, los hombros, los brazos, las tetas. Me acuerdo de la piel de Raquel porque le brillaba, aunque los ojos también tenían algo, no sé, mágico. «Sos la de Rosario, ¿no?», me dijo, así como si con la señora Rosario fuéramos familia. «Sí», le contesté, porque sabía que en el country todos me conocían así porque la señora Rosario hablaba mucho de mí. Decía que porque como no me había embarazado en los años que llevaba en su casa le salí gauchita, rentable. Y yo la primera vez que escuché que decía eso de mí, «la chiquita esta me salió rentable», no sabía lo que era eso de rentable, así que lo busqué en el cyber después y me reía sola, porque es cuando algo te da dinero y yo decía: «Cómo le voy a dar dinero a la señora Rosario si ella tiene más que todos mis parientes juntos». Pero así me decía, rentable, gauchita, porque aunque estuviera de novia con el Johnny nunca había quedado embarazada y seguía trabajando sin parar. Pero, resumiendo, así fue como la conocí: ella me dijo que yo era de otra mujer y yo le miré las tetas.

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