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viernes, 17 de febrero de 2023

Un cuento x semana #19: Uno, dos, tres

 

El policía me mira con fastidio y me dice vamos nena que te tomamos la declaración. Me levanto y lo sigo obediente a un cuarto en el fondo de la comisaria donde veo a otro agente detrás de una computadora de escritorio con las manos en el teclado. Espera expectante lo que le voy a decir y entonces empiezo. Mi nombre es Lucía Galván, DNI 31.566.478, nacida en la localidad de Lanús, provincia de Buenos Aires, el día 21 de septiembre de 1985, profesión estudiante, estado civil soltera, sin hijos. Lo que relato después son los hechos acontecidos el día de la fecha, 14 de mayo de 2005, en el domicilio sito en calle Soler Nº67 piso 5 departamento 13 de la Ciudad de Buenos Aires. Cuento que llegué de la facultad y encontré la cerradura destrozada, todo revuelto, que faltaban joyas y los dólares que mamá guardaba en el tapado de visón. Después empiezo a llorar.

Voy a comer todo lo que quiera, voy a dejar de pesarme todas las mañanas, medirme la cintura, el culo, el busto, voy a dejar de mirar las calorías de cada uno de los productos del supermercado, voy a poder comer postre, todos los postres, infinitos postres con crema, voy a dejar de escuchar el uno, dos, tres de las clases de gimnasia, uno, dos, tres, uno, dos, tres, arriba.

Lo más difícil fue encontrar un lugar para las cosas y sacarlas de la casa sin que me viera nadie en el edificio. Lo que resolví fue llevar todo de a poco, a la noche, en bolsas de consorcio. Empecé con lo de mi cuarto porque como la última vez que discutimos ahí rompió todo, hacía meses que no la dejaba entrar y no iba a ver si faltaba algo. Saqué la televisión, la computadora, varias lámparas. Después seguí con las joyas que tampoco iba a advertir porque estaban siempre guardadas y nunca usaba. Avancé con electrodomésticos que ella ni sabía que tenía pero que ocupaban espacio, dejaban un vacío necesario. Por último también mudé varios libros, le dije que se los quería prestar a una amiga que no tenía plata y que me los iba a devolver a medida que los fuera leyendo. Me preguntó qué amiga era y le inventé un nombre, alguien de la facultad, le dije. El día anterior saqué los dólares. Fui llevando todo a un depósito en Morón. Me tomaba entre dos y tres horas cada viaje en colectivo, pero no quería gastar en taxis.

....a dejar de pesarme todas las mañanas, medirme la cintura, el culo, el busto, voy a dejar de mirar las calorías de cada uno de los productos del supermercado, voy a poder comer postre, todos los postres, infinitos postres con crema, voy a dejar de escuchar el uno, dos, tres de las clases de gimnasia, uno, dos, tres, uno, dos, tres, arriba.

Lo que me generaba más dudas era no poder hacerlo, que se me acabara la fuerza a la mitad, tener todo planeado con tanto detalle pero no estar a la altura cuando tuviera que ejecutarlo. Las preguntas que me hacía no tenían que ver ni con el antes ni con el después, sino con el durante. Más incertidumbre me generaba el tema de la fuerza física. Si mis músculos me iban a responder, si a la mitad no me iba a morir yo también. Era como si hubiera estado entrenando toda mi vida para ese preciso momento y la sensación que tenía era que me iba a agarrar un ataque de miedo escénico y no iba a poder. La mente fría y el corazón caliente, me repetía, tratando de calmarme, de volver a la idea inicial, a la organización, a los planes para el después. Me repetía también esa frase: Si tenés miedo de hacer algo pensá cómo te vas a sentir cuando ya lo hayas hecho. Pero lo intentaba y era peor, me daba más vértigo todavía.

....de cada uno de los productos del supermercado, voy a poder comer postre, todos los postres, infinitos postres con crema, voy a dejar de escuchar el uno, dos, tres de las clases de gimnasia, uno, dos, tres, uno, dos, tres, arriba

Decidí hacerlo cuando me prohibió que siguiera de novia con Juan. Ellos dos se odiaban a más no poder y él encima no se daba por vencido, seguía insistiendo con venir a casa cuando ella se lo tenía prohibido, me llamaba a cualquier hora, hasta le escribió una carta y se la mandó por correo a la oficina. Mamá decía que él era un trepador y que solo salía conmigo por la plata, que cómo no me daba cuenta que con lo gorda y fea que era ningún hombre me iba a querer a menos que me pusiera a dieta. Te regalás por un pelotudo que te está usando y a la primera que te quieras dar cuenta te va a dejar por otra más flaca, me decía cuando discutíamos. Y discutíamos mucho, porque yo estaba enamorada por primera vez y estaba convencida de que tenía que luchar por mi amor. Porque no es fácil el amor, eso sí que lo sabía, me lo había enseñado ella, que me decía esto lo hago porque te quiero cuando me tenía a dieta estricta o me obligaba a ayunar los sábados.

....a poder comer postre, todos los postres, infinitos postres con crema, voy a dejar de escuchar el uno, dos, tres de las clases de gimnasia, uno, dos, tres, uno, dos, tres, arriba

Llegué de la facultad a las once y escuché que el televisor en su habitación todavía estaba prendido. Fui a la cocina y comprobé que no me había dejado nada para cenar. Encontré un pedazo de queso y un poco de jamón. Me hice un sánguche y me lo comí parada mirando mi futuro como quien mira un bebé recién nacido. Fui al baño, abrí la ducha y mientras esperaba que se calentara el agua me saqué el maquillaje. Después fui a mi cuarto y me vestí con la ropa más fea que tenía, la que usaba para limpiar. Me puse los guantes de cuero que me había dejado la abuela de herencia, con piel adentro. Agarré el cuchillo escondido entre la cama y el colchón. Fui hasta su cuarto, dije ¿Má? antes de abrir la puerta y ella no respondió. ASumií que dormía. Entré y subí el volumen de la televisión al máximo. Después me abalancé sobre ella y empecé a contar uno, dos, tres, uno, dos, tres, uno, dos, tres. Gritó un poco pero el sonido de la tele pudo taparla. Cuando terminé llevé el cuchillo a mi habitación y lo envolví con una bolsa de consorcio, dejé ahí también los guantes y la ropa. Volví a la ducha y cuando salí me vestí con lo que traía de antes, salí a la calle con la bolsa y caminé dos cuadras hasta el contenedor de basura. Dejé todo ahí. Después solo tuve que hacer un poco de desorden, romper la cerradura, llamar a la policía. Revisaron todo y vieron que faltaban cosas en mi cuarto, electrodomésticos, libros. Les informé que también se habían robado las joyas y los dólares que ella guardaba en el tapado de visón. La puerta estaba destrozada, la televisión encendida a todo volumen, la cama llena de sangre. Me sacaron con dos agentes de la casa para llevarme a la comisaria mientras los vecinos se agolpaban en el palier, curiosos. Cuando subí al patrullero vi que el camión de la basura doblaba por la esquina.

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