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viernes, 3 de marzo de 2023

Un cuento x semana #21: Macho

La fiesta era un hecho. Indolencia cumplía setenta y había que festejarlo. Sí-o-sí lo vamos a hacer, había dicho Abnegación, su hermana menor y concubina unos meses antes, es ahora o nunca, quién sabe qué otro cumpleaños redondo podemos celebrar, dijo también, en una mezcla de apocalipsis y determinación. Pero ahora es ahora. Ahora es hoy. Hoy mismo llegarían las invitadas y ellas serían las anfitrionas del ágape, aunque la cumpleañera hubiera preferido tomar un té en Las Violetas, como todos los años. Pero no, al ser redondo el número había que “hacer alguna cosa”, había que “celebrar la vida”, había que “tirar la casa por la ventana” y “compartir con los tuyos este momento”, había dicho Abne.

Resignada, Indolencia se convencía de que su hermana, por ser la joven de la dupla, tenía más energía y entusiasmo, y se dejaba llevar. Pero mientras la miraba esa mañana ir de un lado al otro de la casa para dejar todo a punto para recibir a la gente que le había prometido asistir a su fiesta, dudaba sobre qué era lo que realmente la unía a esa mujer con la que había compartido toda su vida, desde el útero materno hasta ese sábado de sol, setenta años después de haber salido por el mismo agujero que ella. Quizás por ser de Acuario, pensaba, es que la menor “celebra la vida” de una forma diferente. No como ella que, viuda, madre de dos hijos que casi ni la visitaban, capricorniana y célibe desde hacía más de 20 años, solo se limitaba a existir. Abne porque sueña, todavía sueña, se decía la casi septuagenaria, porque como nunca tuvo nada nunca perdió nada y quiere festejar. Porque es soltera y virgen, por eso.

Así estaban, una viuda célibe y una soltera virgen. Dos hermanas, un destino común, la soledad. Pero en verdad no estaban solas, le decía siempre animada Abnegación, porque se tenían la una a la otra. Claro, claro, no estamos solas, estamos juntas, completaba Indolencia, ya cansada del viejo dicho, para dejarla contenta. Esa noche recibirían a otras seis mujeres: dos primas y cuatro amigas, ningún hombre. Hacía mucho tiempo que un hombre no pisaba el caserón en el que vivían, años. Hoy no sería la excepción, estaban bien así, solas pero juntas, no necesitaban nada más.

Más tarde, ya vestida con sus galas de cumpleañera, Indolencia se paseaba por su inmenso jardín a la espera de la llegada de “las chicas”, como se decían entre ellas. Seguía meditabunda mientras miraba su kinotero, una excentricidad que había logrado plantar tras meses de súplica a su hermana menor. Para qué querés esa mierda, si son más agrios que no sé qué, había despotricado Abne, y ella le explicó: así se aprende en la vida, de lo agrio. Pero qué iba a saber de lo agridulce Abne, de conocer a un hombre que te hace feliz con solo existir y enterrarlo, de conocer a dos hijos que te hacen feliz y que te abandonen, de conocer a tres nietos que te hacen feliz y que te los dejen ver una vez al año. Qué iba a saber ella, que nunca se enamoró, que nunca se animó ni siquiera a desnudarse frente a nadie, lo que era el dolor del placer.

Ya llegaron las chicas, gritó Abnegación desde el interior de la casa e Indolencia tuvo que dejar de mirar el kinotero abstraída en sus pensamientos para agasajar a sus invitadas. Qué alegría, chicas, gracias por venir, dijo, sinceramente agradecida y contenta de la presencia de las dos primas y las cuatro amigas. No se hubieran molestado, dijo luego agarrando las bolsas de regalo, convencida sin mirar adentro de que solo contendrían piyamas, chalinas y algún que otro sweater color beige. Pero la prima Marita no tenía una bolsa, sino una caja gigante con un papel de regalo chillón y un moño de cinta más chillón todavía. A ver qué te parece, dijo entregándosela con los brazos extendidos. Indolencia dejó las bolsas sobre la mesa y tomó la caja. Un movimiento en su interior ya la alertó. Cuando la abrió vio lo impensado: un perro cachorro saltó y empezó a corretear por el salón. Las mujeres comenzaron a reír y gritar pero qué lindo es, mirá qué alegría le da a la casa, mirá qué colores, miralo, cachorrito, lindo. Indolencia enmudeció, petrificada, mirando fijo a los ojos de Marita.

-¿Qué es esto?- preguntó solemne.

-Un perro, prima, un cachorrito para que les haga compañía replicó la prima risueña– no me digas que no es un amor.

-¿Es macho?

-Sí, ya hay suficientes hembras en esta casa ¿no?

Indolencia pasó de mirar fijo a la prima a mirar fijo al perro a mirar fijo a Abnegación que, sonriente, iba llenando la mesa de sanguchitos y empanadas desde la cocina al salón sin hablar. Mientras el resto de las invitadas se sentaba como si nada hubiera sucedido, la cumpleañera siguió a su hermana y apartada del tumulto le dijo:

-¿Vos tuviste algo que ver con esto?

-No, no sabía nada.

-¿Y qué vamos a hacer?

-Sacrificarlo.

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