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domingo, 8 de diciembre de 2019

Fourteen: Con el amor nunca alcanza (2)

Para Orphanik

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Todos tenemos o hemos tenido a ese amigo o amiga que siempre está peor que nosotros, que siempre tiene más problemas que nosotros, que siempre parece necesitarnos sin mediar excusa verosímil u hora de la madrugada. Todos tenemos o hemos tenido esas relaciones extra familiares donde pareciera que el amor es la excusa para el abuso o que el mero hecho de haber sido amigos “tanto tiempo” sirviera para sostener cualquier tipo de daño o agresión porque  “ya somos como de la familia”. Con los amigos, esas “familias elegidas” que vienen a reemplazar muchos vínculos tradicionales (hermanos, padres) todo está permitido, incluso lo impensado. Pero a veces, a veces no alcanza.
En estas aguas entre la dependencia emocional y la incapacidad de la ayuda al otro navega Fourteen, la sexta película de Dan Salitt, que cuenta la historia de dos amigas de la adolescencia que, con el tiempo van distanciándose hasta lo imposible, incluso a pesar de los intentos de ambas de sostenerse en sus roles de víctima-muro de los lamentos a través de los años.
Según la sinopsis, la peli va de que la joven Jo se vuelve cada vez más disfuncional mientras su amiga Mara, de carácter más estable, desarrolla su vida mientras contempla el inexorable proceso. Y ahí el quid de la cuestión, en el que Salitt deja un mensaje más bien pesimista y oscuro, aunque la película parezca más un canto a la amistad incluso al punto de llegar al síndrome de Estocolmo más rancio: el proceso de deterioro de Jo es inexorable porque no depende ni de Mara ni de nadie, por más cariño que exista entre ellas. Y es que en definitiva, el amor nunca alcanza, el amor no va a ayudar a la enferma psiquiátrica porque lo que la enferma psiquiátrica necesita es otra cosa, que nunca se termina de entender bien qué es, etc. etc. En palabras de Almódovar en Dolor y Gloria: “El amor no basta para salvar a la persona que amas”.
Por dudoso que parezca que Salitt haya copypasteado esta idea del director español, la noción de la futilidad del amor en términos de enfermedades psiquiátricas (en caso de Dolor y Gloria es la adicción a la heroína y en caso de Fourteen la depresión clínica) sobrevuela todo el film, haciendo estallar en pedazos cualquier expectativa de happy ending al final, con el suicidio de la depresiva y el llanto de la no depresiva sobre su cadáver. Vista desde ese momentum dramático, se percibe en toda la película un tufillo en resignación nihilista y a la vez una necesidad imperiosa de que alguien ponga negro sobre blanco en la relación tóxica que une a estas dos antes de que ese final se vuelva absolutamente inevitable.
Con una estética naturalista y cercana al mumblecore americano, donde los diálogos son todo y más aún los silencios entre las protagonistas parecen responder a los sobre entendidos que se construyen con los años, Salitt redondea una película perturbadora, siguiendo la saga de The Unspeakable Act (2012) en la que se adentra en el melodrama del incesto. En este caso el melodrama viene no solo de la muerte de una de las protagonistas sino de la incapacidad de ambas de quererse sin construir un tándem victima/victimario en el que se basa su relación.
Con todo, Fourteen recuerda por momentos a Boyhood (Linklater, 2014) en su narrar el inexpugnable paso del tiempo de manera muy natural pero por más realismo que exude hace extrañar filmes en los que la amistad tome un tono más épico o menos derrotista, incluso con la muerte de una de las protagonistas al final. Sin llegar al tópico de Thelma y Louise (Scott, 1991), muchas películas en el camino logran retratar ese vínculo con menos abuso y más compañerismo.

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