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martes, 18 de agosto de 2015

ChacaPeaks: Autoridad



-En la vida lo único constante es el cambio– fue lo que más recordaba Marcelo Ramírez que le había dicho su superior cuando le explicó por qué no iban a ascenderlo. Bingo: papá se suicidó y aún así él seguía siendo su segundo. Aunque estuviera muerto, tenía que seguir estando bajo la sombra del Comisario Ramírez, su papá, porque no lo iban a ascender a él en su lugar. A ver si entendés Marcelo: vos-nunca-vas-a-ser-cómo-papá.
-Hay muchas sospechas sobre la muerte del viejo y no  queremos levantar polvadareda – fue lo segundo que más recordaba Marcelo Ramírez que le había dicho su superior cuando le explicó por qué no iban a ascenderlo.  ¿Cuántas sospechas hay sobre un suicidio? Pensaba el todavía –y quizás por siempre- subcomisario. ¿O acaso no fue un suicidio disfrazado de enfrentamiento? ¿O acaso estos hijos de puta creen que yo maté a mi propio padre para quedarme con su puesto? ¿Pero qué clase de mierdas pueden ser que encima que pierdo a mi viejo me quedo en el mismo puesto de siempre cuando hay una vacante? ¿Qué van a decir mis subordinados? ¿Cómo voy a mantener mi autoridad? ¿A quién mierda van a poner en el lugar que me gané con ADN, sudor y lágrimas?
-Se viene un traslado de Buenos Aires, un tipo limpio, con carrera profesional– fue lo tercero que más recordaba Marcelo Ramírez que le había dicho su superior cuando le explicó por qué no iban a ascenderlo. “Carrera profesional” le sonaba a que el jetón había estudiado derecho y se había recibido, cosa que él quería hacer cuando terminó el secundario pero (oh, el cinismo del destino) papá no lo dejó.
-¿Para qué mierda necesitas estudiar derecho si sos mi hijo? – fue lo cuarto que recordó Marcelo Ramírez que le había dicho su padre, cuando conoció al flamante nuevo comisario Dr. Mussetti, quien fuera a reemplazarlo en el puesto que debería ser para él pero levantaba muchas sospechas y en efecto, era abogado como él hubiera querido ser.
Tenía pocas opciones: una era bajarlo al nuevo desde adentro, cobrarle un derecho de piso que no pudiera soportar. La segunda era hacer tan buena letra que fuera imposible no tenerlo en cuenta en la próxima cadena de ascensos.
Eligió la mejor: irse.
Si no iba a ser como papá, pensó mientras firmaba su renuncia, a quién mierda quería impresionar. Llegó a su casa, miró esa biblioteca gigante que avergonzaba a su padre y lo enorgullecía a él. Por fin había llegado el día de estudiar derecho, Marcelo, por fin.

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