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martes, 16 de junio de 2015

Chacapeaks: Voces





En el cementerio las cosas parecen quietas, pero los muertos a veces se mueven, como las hojas de los arboles alrededor, entre las tumbas y las personas que van a visitarlas. No es que se muevan realmente, pero aparecen como recuerdo, como llanto o como voz. Mucha gente habla en los cementerios, algunos hablan con la mente y otros se animan y charlan nomás ahí, con sus deudos. Puede ser muy liberador, a veces, dicen los que saben sobre duelos, sacarse de encima lo que uno siente y dejarlo ahí donde corresponde.

Graciela Artusi y Ricardo Méndez coinciden ese jueves de otoño en el cementerio. Ella lleva un luto perpetuo desde que encontraron a su hijo Juancito, hace ya  dos años, muerto en su cama con un ACV. O eso le dijeron. Un ACV. Qué clase de ACV le da a un chico de veinte años, había querido preguntar, pero decidió que sería mejor callarse, porque no cambiaría mucho el estado de Juancito por más preguntas que se hiciera.

Ricardo, entre aliviado y apesadumbrado por la reciente pérdida del embarazo de su mujer, le lleva flores a su madre, se queda mirando su nombre en la lápida y recuerda cuando era chico y feliz. La ve a Graciela a lo lejos y piensa que nunca le dijo que su hijo había ido a su casa la noche antes de su muerte. La ve y medita sobre si tiene algo de sentido decírselo, ahora, cuando pasó tanto tiempo que su hijo mayor Martín hasta se casó con una chica de Capital y todo.

El que pudiera unirlos en una conversación podría empezar a atar cabos: Juancito era el mejor amigo de Martín desde chico, Juancito se pasaba los días y las noches en el cuarto con Martín, Juancito se iba de vacaciones con Martín, Juancito y Martín dormían a veces en la misma cama, Juancito y Martín estaban juntos y revueltos.

El que pudiera atar cabos empezaría a entender cómo Juancito empezó a consumir cocaína, cómo eso lo alejó de Martín, cómo Juancito le reprochaba que con la vida de mentiras que llevaban era lo único que podía hacer, cómo se pelearon esa noche a los gritos, cómo Juancito se fue de mambo y cómo cayó redondo en su cama producto de las drogas y la desesperación.

El que pudiera sacudirlos y decirles que en lugar de hablar se digan cosas. Pero no. Bastante pasado tiene el cementerio como para seguir indagando.

-Graciela ¿Cómo estás? Tanto tiempo– dice Ricardo cuando se la cruza.

-Ricardo, un saludo a Marta, me enteré de lo suyo –le responde cordialmente Graciela.

-Gracias, gracias –se muestra educado Ricardo – te dejo que me esperan en casa.

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