¿Cuánta tristeza aguanta un cuerpo?
Marta sabe que no debe
embadurnarse: mientras menos piense menos sentirá. Mientras menos sienta
menos recordará. No hay que recordar, no hay que regurgitarse en el
dolor de la pérdida. Hay que mirar para adelante, piensa, Marta,
mientras descansa en su cama, mientras todo alrededor descansa en esa
cama, mientras mira las revistas, las novelas, los libros que su marido
le compró para recuperarse luego de la pérdida del embarazo. Cuántas
pérdidas. Además del bebé se perdió el casamiento de Martincito, en la
Capital. Se perdió todo, piensa. Pero se amarga, porque sabe que
pensando no resuelve nada, sabe que lo que se pierde no se recupera con
el pensamiento. Piensa en ese bebé, en ese hijito que nunca buscó, que
temió tener, que dudó en tener. Piensa y piensa y piensa Marta, cuando
sabe que no tiene que hacerlo, porque nada bueno sale de la cabeza, lo
único bueno sale del corazón.
Y ahí tiene el problema más grande,
la pobre Marta, que sola y triste intenta no pensar, porque si se
concentra en lo que siente, son tantas cosas juntas las que siente que
no puede ni sentirlas. Y es que de tanto que sintió ya no sabe qué es
sentir. Ella, que siempre quiso a todos ahora siente que quiso de más: a
sus padres, a quienes cuidó hasta su muerte, a su marido Ricardo, a
quien siempre intentó acompañar, a sus hijos, Fede y Martín. ¿Los sigue
queriendo? ¿Puede querer algo ahora?
Lo que uno quiere se cumple,
le habían dicho las abuelas con las que se crió. Uno tiene que tener fe,
le habían dicho. Y desear muy fuerte, le habían dicho, y las cosas
suceden.
A Ipazaguirre no lo deseó nunca, pensaba Marta mientras
miraba la tele. Fue de esas cosas que suceden primero y se desean
después. La adrenalina, la emoción, el miedo, el amor. Y la culpa. Toda
la culpa. Cómo iba a desear Marta que ese señor todopoderoso estuviera
con ella. Cómo iba a deducir que serían amantes, a esa edad, ella, que
siempre había hecho todo bien, ella, cómo iba a mentir así, cómo iba a
traicionar la confianza de su familia.
No sabe cómo, piensa. No
sabe cómo, siente. Pero había quedado embarazada. Y había perdido ese
bebé. Marta siente que no quiere perder nunca más nada en toda su vida,
porque en realidad ya se perdió ella.
Mirando cómo una cocinera
famosa batía yemas en la tele decidió que si se había perdido era hora
de encontrarse. Sin que nadie la escuchara llamó a su hermana en Córdoba
y le dijo: “Voy a pasar una temporada allá, que Ricardo se arregle
como pueda”.
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