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martes, 24 de marzo de 2015

ChacaPeaks: Rolito

Para Diario Cuatro Palabras



Estaban todos. Artusi, Gómez, Rodríguez, Machado. Sentados en la larga mesa del fondo de lo de Ricardo, esperando que Marta trajera las ensaladas, ya pasados de vino, pero muy consientes que tenían que hacer algo. En la parrilla había un festín: achuras, tira, vacío, matambre, unas provoletas y hasta ese engendro de ajíes rellenos con huevo que les gustaban solo a las mujeres.
Pero Marta era la única dama del cónclave. Los demás habían ido sueltos. El asunto era de pelotas. Y lo único que hacían las mujeres era llenarlas de estupideces, le había contestado de mala manera uno a la señora que le pidió ir.
El plan era difuso: había que cagar al que los cagaba a ellos. Pancho Ipazaguirre, el dueño del pueblo, el señor préstamos sin intereses que, año a  año, los había venido haciendo mierda sin titubear. El Sr. Usura, con contactos en  la intendencia, en la gobernación, en Capital. Que ahora arremetía contra Gómez pero que ya lo había hecho con todos los demás.
Juntos podemos, pensaban entusiastas, somos más.
La idea  fue tomando forma a medida que pasaba la noche: uno se ocuparía de ofrecerle un negocio, el otro le diría que había con qué, el siguiente dibujaría números, y finalmente, cuando Ipazaguirre se convenciera de que había que invertir, llevaría la guita desde su casa amurallada a la inmobiliaria del centro. Y ahí listo, se hacía un boquete y chau hipoteca, chau intereses, chau humillación.
-¿Pero Ustedes se piensan que el tipo es boludo? - dijo Marta, mientras completaba con Rolitos la hielera.
El silencio que se hizo luego de su intervención le recordó a cada uno lo bien que había hecho en no invitar a su esposa. Ella siguió:
-Si fuera tan ingenuo no los tendría a todos agarrados de las pelotas, muchachos, tienen que pensar en algo más elaborado.
Más silencio. Solo el ruido de los Rolitos en las hieleras de metal.
-Algo que involucre una mina, ¿O acaso no saben el dicho de la yunta de bueyes?- se mofaba Marta.
El silencio creció tanto que alcanzó para darle a entender que se tenía que ir a la cocina. Allá, sola, mientras miraba hablar a los señores conspiradores, recordó las veces que había estado con Ipazaguirre en la cama. Las veces que él se había reído como un nene de las cosquillas que ella le hacía. Las miles de veces que había llorado, en la intimidad de las sabanas, el tipo que querían voltear en su propio patio.
Se acarició el bajo vientre: pidió que el nene de Pancho Ipazaguirre saliera escorpiano como su papá.
 

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