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jueves, 4 de diciembre de 2014

ChacaPeaks: Selva Negra

Para Diario Cuatro Palabras

Convencido de que ya no per­tenecía más a ese lugar, Mar­tín Méndez bajó del micro con más fastidio y resignación que otra cosa. Como en la ruta no había señal y su trabajo en Bue­nos Aires lo obligaba a tener dos celulares, los chequeó mientras esperaba un remise. Tenía nue­ve correos de la empresa y dos mensajes de Carla. La pobrecita creía que seduciéndolo iba a con­seguir ascender rápido. Nadie le avisó que a Martín le gustaban los hombres, pero qué podía hacer él si ella no se daba cuen­ta. No hay peor ciego que el que no quiere ver, volvía a repetirse el gerente general de Electronika SA, recordando las épocas en las que todo Chacabuco se hacía el sota sobre su condición. La con­fusión de Carla lo hizo decidir­se: era hora de blanquearlo con la vieja. Quizás ahora no le cae­ría tan mal. Sí, ya está, le digo la verdad y de paso no vengo nun­ca más en la vida a este pueblo infecto.

Marta estaba exultante. Mar­tín venía de Capital para pasar el feriado y finalmente le podrían contar que estaban embaraza­dos. No había querido decirle nada por teléfono por miedo a que se lo tomara mal y no quisie­ra ir. Como correspondía, había preparado de todo para reci­bir a su príncipe, un matambre, sesenta canelones de tres gustos y dos tortas: la de ricota y una selva negra, la favorita de su hijo mayor. Ricardo andaba fasti­dioso por la llegada de Martín pero lo disimulaba bien. Siem­pre lo mismo esos dos, se llevan a las patadas porque son igua­les. Puros celos, pensaba Mar­ta, que deseaba que su bebé por venir fuera una mujer porque estaba un poco aburrida de que en su casa solo se hablara de fút­bol. Cuando escuchó el remise en la puerta, en el estómago se le hizo un remolino de nervios. Sabía que la idea del hermani­to a Martín no le iba a gustar, pero igual, estratégica, se lo iba a decir más adelante, primero que coma, mi chiquito.

-Por fin, Tinchin, no llegabas más– gritó Marta abrazándolo

-¿Qué hacés vieja? Cada día peor esto, cuarenta minutos esperando el remise – bufó Martín

-Mirá, te hice selva negra, tu favorita – intentó cambiarle el humor Marta

-Ya te dije que no como grasas, mamá, pero gracias. 

Fede saltó de la cama cuan­do escuchó la voz de su herma­no en la cocina. Tenía que hablar personalmente con él sobre un tema que lo angustiaba mucho. No daba por chat explicarle que todos en el colegio lo acusaban de homosexual porque le gusta­ba más leer que otra cosa. Tenían que pensar como mandársela a guardar al imbécil de Ramírez, sobre todo, que andaba diciendo por todo el pueblo que él había querido toquetearlo, cualquiera. Seguramente Martín iba a dar en el clavo: alguna maldad de esas que hacía él con su famoso Gru­po de los Nueve, una especie de liga de la justicia chacabuquen­se, antes de que todos emigra­ran a Capital. Algo que le duela mucho al idiota ese, tenían que pensar juntos. Algo que mues­tre que los Méndez somos todos bien machitos, loco, qué onda.

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