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viernes, 18 de abril de 2014

Queríamos tanto a Mika

Para Notas



El día del segundo paro general que los gremios con mayor poder de presión política le hicieron al gobierno de Cristina Fernández caminé hasta el cine Espacio INCAA KM 3 para ver “Mika, mi guerra de España” (Fito Pochat y Javier Olivera, 2013). Parecía un plan interesante: ver una película política el día en el que la política había finalmente salido de la esfera de los diarios y noticieros y se había materializado para el común de la gente en la ausencia. Lo que faltaba (los medios de transporte) era mucho más potente que lo que sí estaba (los comercios abiertos, la policía en las calles, los chicos yendo a la escuela). Vacía como pocas veces, Buenos Aires parecía parte de una película futurista de apocalipsis zombie.


El espacio INCAA KM 3 (ArteCinema) se encuentra en Salta 1620, en pleno barrio de Constitución, un lugar que uno no relacionaría con el cine de forma directa sino con un montón de otras cuestiones poco artísticas. Como muchas otras cosas que sí funcionaban en la ciudad, ofrecía películas a ocho pesos y nos invitaba a matar dos horas de abulia de feriado con un documental. Uno podría pensar, siguiendo con la larga lista de prejuicios que estamos desarrollando aquí, que un documental es aburrido, pero siempre me gustaron los documentales. En este caso, todos los prejuicios cayeron sobre mí para demostrarme que me gustan solo algunos de ellos: los que además de educar, entretienen.


La película cuenta la vida de la argentina Mika Etchebéhère -o Micaela Feldman de Etchebéhère, quien junto a su marido a fines de la década del 20 emprenden un largo viaje en busca de la revolución que los lleva a recorrer Berlín, París y finalmente tras el triunfo del Frente Popular, Madrid. Pocos días antes del inicio de la contienda, encontramos a nuestros militantes de exportación encolumnados tras Partido Obrero de Unificación Marxista, el POUM, del que Mika será capitana. 


Hasta aquí la historia se cuenta sola ¿Qué mas aventurero y entretenido que dos argentinos por el mundo buscando donde explotará el nuevo foco revolucionario para convertirse en parte? Pero lamentablemente esta película es todo menos entretenida y acá es donde peca de tradicionalista y antirrevolucionaria: el documental es pura tristeza. El marido de Mika muere asesinado por el enemigo, la revolución es intervenida por el estalinismo, el POUM se convierte en marginal, gana el franquismo, etc. Así las cosas el derrotismo avanza sobre cualquier otra sensación. Pero más allá de lo triste de la realidad que retrata, los  recursos que utiliza el film son los que contribuyen a una sensación de tristeza generalizada: el libro de memorias de Mika narrado en off por Cristina Benegas, entrevistas en blanco y negro, fotos en planos demasiado anticuados para la era del videoclip y archivo documental genérico de la época son algunos de ellos. 


En resumen: si uno logra sortear el aburrimiento, aparece la sensación de que la política solo es desazón, tristeza, trauma. Aparte, “Mika” no solo aburre sino que también deja baches narrativos tan importantes que asumimos que tampoco pretende educar, ni retratar la época, así que se convierte rápidamente en un film de nicho: solo aquellos que saben historia pueden disfrutarla ya que no se reconstruye nada del contexto ni las condiciones en que la Revolución Española se llevó adelante. Mucho menos muestra las contradicciones que la izquierda nacional atravesaba en nuestro país en la década del veinte y que expulsaron a estos dos eternos combatientes de nuestras tierras. 


Salí a la calle pensando en aquellas cosas que se hacen con una intención y que, al resultar de mala calidad, son doblemente contraproducentes para con aquel punto inicial. Una película que ensalza la vida de una militante pero que es aburrida y poco didáctica termina ahuyentando a la gente de la política. Pero claramente la culpa es mía, que salgo a la calle un día en el que hay que quedarse viendo noticieros, esos mini-documentales cotidianos que sí enganchan a la población, politizan a la sociedad, entretienen y educan, aunque probablemente no en el sentido en el que le gustaría a Mika o sus amigos marxistas.

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