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domingo, 13 de abril de 2014

Betibú: Misterioso asesinato en el country

Para Notas 


Con más de 100 mil espectadores en la primera semana en las salas, este policial argentino busca atraer al público masivo a través de un planteo clásico y algunos guiños sociales.




Claudia Piñeiro se ha referenciado desde hace algunos años como un lugar cómodo de la literatura argentina. Cómodo en el mejor de los sentidos, ya que muchas veces los autores suelen repetirse para poder dejar tranquilos a sus lectores sobre temáticas o formas. La previsibilidad en estos casos es bien paga, ya que esperamos ciertas cosas de ciertos creadores y las vamos a buscar desesperadamente cuando nos gustan. En el caso de Piñeiro, la temática “country” aparece en tres de sus novelas: “Las viudas de los jueves” (Premio Clarín 2005), “Elena Sabe” (2007) y “Betibu” (2011). La segunda película de Miguel Cohan (Sin Retorno, 2010), ya es un éxito en taquilla y utiliza sin duda la trayectoria de Piñeiro como atractivo. Además, viene a descubrir dos fenómenos encadenados: por un lado la pretensión de cierto cine nacional por buscar un formato más mainstream que genere masividad y por otro lado el éxito de esta estrategia a partir de la gran afluencia del público que generan estas propuestas.


Piñeiro vive en un country hace varios años, de ahí que su retrato de la clase alta que habita en estas macro cajas de cristal sea tan certero, por no decir mordaz. En “Las viudas de los jueves” (el libro) se refleja con una veracidad casi nunca vista el juego de apariencias necesarias para vivir en un barrio cerrado hasta la relación (siempre conflictiva, aunque sea larvadamente) entre los propietarios y la servidumbre. En la película homónima (Marcelo Piñeyro, 2009) este retrato si se quiere más clasista fue subordinado a la trama y ahí perdió parte de su fuerza. En el caso de “Betibú” (el libro), la problemática del country tiene un lugar secundario, pero no por eso menos atractivo. “La Maravillosa”, donde transcurre el crimen principal y la investigación, se nos aparece como “Nordelta” sin grandes dificultades, ya que pocos countries en el país tienen una referencia tan clara asociada a su nombre.

Sin embargo, Piñeiro aquí intenta reflejar otro conflicto contemporáneo, que en la película también se desdibuja: la precarización del trabajo periodístico. En declaraciones radiales, la autora comentó que Betibú apareció en su mente como “una escritora que espera que lleguen los diarios a su casa a la mañana para poder tener ideas para sus novelas”. En el caso del filme, Mercedes Moran parece menos preocupada por la realidad que por sus propios asuntos. Por otro lado, la problemática del periodismo se ve subyugada a la trama del crimen y esto también tiene un contrapunto con la novela. Según Piñeiro, al presentar el libro en otros países era recurrente que se le acercaran periodistas para felicitarla por cómo reflejó “la decadencia de las empresas periodísticas”. 

Más allá de estas cuestiones narrativas, a “Betibú” (la película) le falta algo. ¿Qué falta? ¿Cómo saberlo? Simplemente da la sensación de una pretensión no satisfecha cuando uno sale del cine. Como si el director hubiera querido decirnos: sé cómo se hace un policial, tengo un muerto, un personaje principal, un personaje secundario que le hace sombra, y ya que estamos pongo a Benny Goodman, de la banda de sonido de “Misterioso Asesinato en Manhattan” (Woody Allen, 1993) para arrancar. Pero falta algo y entonces dan ganas de chequear si en el libro ese “algo” aparece. Probablemente sí. Probablemente Piñeiro sepa escribir mejor que lo que Cohan sabe mostrar, así que probablemente “Betibú” (el libro) tenga un repunte de ventas como pasó con “La pregunta de sus ojos” (Sacheri, 2005) tras el éxito de la película de Campanella. En resumen: una película que arroja a los espectadores a leer siempre es una buena noticia, sobre todo si esa película es un éxito en taquilla.  

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