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domingo, 8 de diciembre de 2019

Historia de un matrimonio: Con el amor nunca alcanza (3)

Para Orphanik

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¡Ay las parejas! Esos agregados misteriosos que se adentran en el siglo XXI intentando mantener su esencia sin perder el touch individualista del neoliberalismo posmoderno. Esos imposibles intentos por mantenerlo todo igual pero a la vez que todo cambie en pos de no volverse rutina y aburrimiento. Esos monolitos de la sagrada familia judeocristiana que el heteropatriarcado dominante se encarga de ensalzar cada San Valentín, cada Black Friday, cada día de la madre, etc., etc. Esas fuentes inagotables de películas de ayer hoy y siempre.
Parte de la saga sobre relaciones familiares que viene llevando a la pantalla grande Noah Baumbach desde The Squid and the Whale (2005) y While We’re Young (2014) y The Meyerowitz Stories (2017), llega Marriage Story, unas dos horas y media de vericuetos sobre cómo un matrimonio que parecía perfecto se desintegra por los aires y que además muestra cómo cada uno de sus miembros saca lo peor de su carácter con el único objetivo de herir al otro en todo el proceso. El hijo de ambos  sufre las consecuencias del tironeo constante de sus progenitores, copia fiel del hijo de Kramer vs. Kramer (Benton, 1979) o de los hijos que Baumbach retrata complicadísimos tras el divorcio de sus padres en The Squid and the Whale.
Contada con monólogos largos entre los que se destacan los de los abogados y los miembros de la pareja, Marriage story retrata la historia de dos artistas neoyorkinos que entre tablas de teatro y películas de Hollywood ya no son más el uno para el otro. En el camino, Baumbach se encarga de meter la típica discusión costa este/costa oeste norteamericana y deslumbra con un elenco entre los que Alan Alda, Laura Dern y Ray Liotta brillan mientras que Adam Driver grita y pega puñetazos a las paredes y Scarlett Johansson se encarga de mostrar que puede volver a actuar “en serio” después de su incursión en el universo Marvel.
A la postre, mucho de lo que cuenta esta peli viene a reciclar el sub género “Divorcios” pero sin nada que la vuelva especialmente memorable. Suenan de fondo las canciones de musicales de Brodway para hacerla parecer un clásico, pero se extrañan las locuras de La guerra de los Rose (De vito, 1999) o los juegos de tiempo y espacio de Blue Valentine (Cianfrance, 2010) o la poesía de Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Gondry, 2004). Como toda película de diálogos, las líneas son buenas, pero las innovaciones en la temática de los parlamentos, nulas.
En esta temática, el cómico Louis C.K. tiene un monólogo famoso en Youtube donde insta a la gente a divorciarse: señala que desde que lo hizo nunca se ha llevado mejor con la que fuera su esposa, que nunca ha sido mejor padre en su vida y que no se arrepintió jamás de haberse divorciado. Entre risas incluso recomienda a los solteros de su audiencia casarse para poder llegar a ese cénit, el divorcio, que se hace, dice, más fuerte cada día. “Nadie lucha contra su divorcio, nadie dice que su divorcio se está haciendo pedazos”, señala y con esas líneas devela un misterio inexpugnable: el divorcio es la única fase definitiva de la historia de un matrimonio.
Siguiendo a Louis, así como todos los amantes creen que están inventando algo cada vez que se enamoran, todos los divorciados creen que están rompiendo algo cada vez que llegan a un juzgado. Nada menos cierto y nada menos original que un divorcio en 2019. Pero a juzgar por la insistencia de Baumbach en el asunto, pareciera que algún trauma infantil se le cuela en sus películas, ya que ¡voila! sus padres se han divorciado durante su adolescencia. Con Marriage Story parece seguir intentando entenderlos, casi treinta años más tarde, con su Brooklyn natal de fondo y todo. A Freud (y a Netflix) le gusta esto.

Fourteen: Con el amor nunca alcanza (2)

Para Orphanik

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Todos tenemos o hemos tenido a ese amigo o amiga que siempre está peor que nosotros, que siempre tiene más problemas que nosotros, que siempre parece necesitarnos sin mediar excusa verosímil u hora de la madrugada. Todos tenemos o hemos tenido esas relaciones extra familiares donde pareciera que el amor es la excusa para el abuso o que el mero hecho de haber sido amigos “tanto tiempo” sirviera para sostener cualquier tipo de daño o agresión porque  “ya somos como de la familia”. Con los amigos, esas “familias elegidas” que vienen a reemplazar muchos vínculos tradicionales (hermanos, padres) todo está permitido, incluso lo impensado. Pero a veces, a veces no alcanza.
En estas aguas entre la dependencia emocional y la incapacidad de la ayuda al otro navega Fourteen, la sexta película de Dan Salitt, que cuenta la historia de dos amigas de la adolescencia que, con el tiempo van distanciándose hasta lo imposible, incluso a pesar de los intentos de ambas de sostenerse en sus roles de víctima-muro de los lamentos a través de los años.
Según la sinopsis, la peli va de que la joven Jo se vuelve cada vez más disfuncional mientras su amiga Mara, de carácter más estable, desarrolla su vida mientras contempla el inexorable proceso. Y ahí el quid de la cuestión, en el que Salitt deja un mensaje más bien pesimista y oscuro, aunque la película parezca más un canto a la amistad incluso al punto de llegar al síndrome de Estocolmo más rancio: el proceso de deterioro de Jo es inexorable porque no depende ni de Mara ni de nadie, por más cariño que exista entre ellas. Y es que en definitiva, el amor nunca alcanza, el amor no va a ayudar a la enferma psiquiátrica porque lo que la enferma psiquiátrica necesita es otra cosa, que nunca se termina de entender bien qué es, etc. etc. En palabras de Almódovar en Dolor y Gloria: “El amor no basta para salvar a la persona que amas”.
Por dudoso que parezca que Salitt haya copypasteado esta idea del director español, la noción de la futilidad del amor en términos de enfermedades psiquiátricas (en caso de Dolor y Gloria es la adicción a la heroína y en caso de Fourteen la depresión clínica) sobrevuela todo el film, haciendo estallar en pedazos cualquier expectativa de happy ending al final, con el suicidio de la depresiva y el llanto de la no depresiva sobre su cadáver. Vista desde ese momentum dramático, se percibe en toda la película un tufillo en resignación nihilista y a la vez una necesidad imperiosa de que alguien ponga negro sobre blanco en la relación tóxica que une a estas dos antes de que ese final se vuelva absolutamente inevitable.
Con una estética naturalista y cercana al mumblecore americano, donde los diálogos son todo y más aún los silencios entre las protagonistas parecen responder a los sobre entendidos que se construyen con los años, Salitt redondea una película perturbadora, siguiendo la saga de The Unspeakable Act (2012) en la que se adentra en el melodrama del incesto. En este caso el melodrama viene no solo de la muerte de una de las protagonistas sino de la incapacidad de ambas de quererse sin construir un tándem victima/victimario en el que se basa su relación.
Con todo, Fourteen recuerda por momentos a Boyhood (Linklater, 2014) en su narrar el inexpugnable paso del tiempo de manera muy natural pero por más realismo que exude hace extrañar filmes en los que la amistad tome un tono más épico o menos derrotista, incluso con la muerte de una de las protagonistas al final. Sin llegar al tópico de Thelma y Louise (Scott, 1991), muchas películas en el camino logran retratar ese vínculo con menos abuso y más compañerismo.

Fin de siglo: Con el amor nunca alcanza (1)

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Ganadora del último Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, la opera prima del diseñador Lucio Castro, argentino residente en Nueva York, abrió el Festival de Cine LGBTI+ de Madrid este año.  Cuenta la historia de dos hombres que se conocen a través de una app de citas en Barcelona pero que en realidad ya se habían conocido 20 años antes en la misma ciudad.
Admirador de Rohmer y consiente de que su película le es heredera, Castro comentó en una entrevista que lo que intentó fue retratar “Cómo se vive el amor a los 20 años y cómo cambia eso a los 40”, explicando tras su propia experiencia en el tema que ambas subjetividades son disímiles y pueden incluso eclosionar en su comparación. Con este objetivo Castro pone a sus personajes en tres situaciones diferentes: cuando se conocen circa 1999, cuando se reencuentran luego a través de la app y cuando finalmente han formado una familia juntos, pero lo hace de una manera que impide al espectador saber a ciencia cierta cuál es el verdadero encuentro y cuál la fantasía de los personajes.  
Aunque en la forma Fin de siglo recurre a elipsis y saltos en el tiempo que podrían invocar a Memento (Nolan, 2001) o El efecto mariposa (Bress y Gruber, 2001) la trama mantiene un continuum que recuerda a la famosa trilogía Before de Richard Linklater, solo que no deja claro nunca cuál de las tres realidades paralelas con las que juega es realmente la existente.  
Y he ahí el acierto de la película: jugar a dos bandas entre lo que realmente existe y lo que podría ser sueño, imaginación o fantasía. Para eso Castro recurre a dos estrategias simultáneas: por un lado se escapa de la estructura de flashback tradicional al no caracterizar distinto a sus personajes con 20 años más o menos y por otro lado lleva la historia a un fastforward inesperado, en la que la naturalidad se mezcla con la abulia de una pareja tras 20 años juntos. ¿Qué es verdad? ¿Qué está realmente sucediendo? Imposible descifrarlo.
Sin embargo, hurgando un poco más entre el qué y el cómo se expresan estas ideas en la película vemos que Castro logra que la historia de sus personajes siga hacia adelante mientras juega con esa sensación que generalmente aborda a los amantes en su primer encuentro romántico de “conocerse de otra vida”. La frase es dicha exactamente así por Ocho, interpretado por Juan Barberini (“Siento que te conozco de antes”) y deja al descubierto el engaño: lo que pensábamos que era una crónica del amor líquido tecno-posmoderno  pasa a ser un manifiesto del amor más conservador (que reproduce sin asco el “Ment-to-be” más hollywoodense de todos). Para colmo, los personajes terminan casados con hijos, siendo felices y comiendo perdices. ¿Qué más se puede pedir de una historia romántica? Spoiler alert: Nada más, gracias.
Arriesgada tanto en relación a las escenas de sexo explícito como en el abordaje formal que usa para contar, Fin de siglo se ganó el mote de “la película gay del año” según Indiewire, lo que conspira para que sea abordada como una expresión del paso del tiempo en las relaciones, mucho, mucho más allá de la orientación sexual de quienes las componen. Sin embargo, ver a dos hombres en pantalla sosteniendo un vínculo de más de 20 años también puede servir para romper algunas normas preestablecidas de lo que se supone que son las relaciones homosexuales en el siglo XXI, atravesadas de prejuicios y generalizaciones, casi siempre errados.

lunes, 2 de diciembre de 2019

La odisea de los giles: La ética pobre y la épica tercermundista

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“La última de Darín” es una película sobre gente pobre del 3er mundo que se autodefine ya desde el título como “gil” (RAE: simple, incauta) pero que esconde algunas moralejas no tan simples, que podrían coger desprevenidos a unos cuantos que creen que están viendo una comedia a lo “Atraco” tradicional con ribetes de cultura rioplatense.
Basada en la novela La noche de la usina de Eduardo Sacheri -historiador argentino y ya consagrado escritor- guionista con El secreto de sus ojos (Campanella, 2009)-, ganadora del Premio Alfaguara en 2016, La Odisea está dirigida por Sebastián Borensztein, que se llevó el Goya en 2011 por Un Cuento Chino (también con Darín) y que dirigió y escribió la genialísima La suerte está echada (2005). Tiene un elenco estelar (más de un Darín ya es vicio) y una co producción argentino española que se ve en todos los cuidadísimos aspectos técnicos.
El plot gira en torno a un grupo de campesinos que es estafado por un banquero inescrupuloso cuando intenta tomar un préstamo para poner en pie una vieja empresa de aprovisionamiento de granos como una cooperativa. La crisis del “corralito” argentino del 2001 –en la que el guionista de Years and Years bien podrían haberse inspirado para mostrar el quiebre de bancos en su aclamada distopía- sirve entonces de telón de fondo para una lucha subterránea entre el bien y el mal. Los pobres: buenos y giles. Los bancos: malos e inescrupulosos.
Lo que sigue es la elaboración y puesta punto de un plan para vengarse del malísimo Tío Sam y robar lo robado a través de estratagemas que recuerdan a Logan Lucky (Soderbergh, 2017) o Granujas de medio pelo (Allen, 2000) con acento boludo y mucha de la picardía argentina que lleva impresa la marca Sacheri hasta la médula y retoman en Luis Brandoni y Los Darines (padre e hijo) las formas perfectas para los fondos clásicos del “heist” tradicional: los ladrones son siempre más queribles que los policías (o los banqueros).
Pero cuidado, que uno de los Darines lo dice con pelos y señales cuando se pone en evidencia: “Nosotros no somos chorros –ladrones- ese dinero nos pertenece”. He aquí el tono épico de la miseria, del robinhoodismo más galopante del costumbrismo del subdesarrollo, he aquí la epítome de la justicia de los de abajo contra los de arriba. He aquí, señoras y señores, una aburridísima moraleja.
Con ambientaciones muy logradas desde el vestuario y la música de la época, la película se corona con un tufillo costumbrista digno del mejor Campanellismo porn explicit level con sobremusicalizadas escenas de explosiones, persecuciones, abrazos bajo la lluvia y un claro final modo “el bien siempre triunfa” que nos deja satisfechos y bien sentados en las butacas. Y comieron perdices porque cuestan menos que un pollo, faltaría decir, pero no abusemos.

El Irlandés: Machirulismo explícito en streaming

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No se puede decir nada de una película de Scorsese. Si dices que es buena todos te dirán que chocolate por la noticia y si dices que es mala te dirán que cuántas películas has hecho tú para poder decir algo de Scorsese. Además, este año salió Joker (Phillips, 2019), que le roba todo a Scorsese, que es una redundancia de Scorsese, es una gangbang de scorsesismo, el punto más alto del scorsesisimo desenfrenado, vamos, la hostia. Y es la película del año. Joker, no El Irlandés. Porque El Irlandés más bien parecen 3 o 4 películas, ya no desde la monótona y repetitiva trama sino desde la duración que, huelga decir, conspira para considerarla una mini serie mal estructurada o una serie de 6 capítulos acortada en los extremos.
Con todo, cuando parece que nada podría decirse de Martin que no se haya dicho ya,  se leen copiosos análisis de El Irlandés en los que se destaca su destreza técnica (pero tío, es Martin Scorsese, qué esperabas), las magistrales actuaciones (esos actores están dirigidos por Martin Scorsese, joder, lo que faltaría es que lo hagan mal) y la construcción de un universo único e irrepetible (pero si dirige Martin Scorsese, coño, todo tengo que explicarte).
Lo curioso de la experiencia de ver en Netflix (amo y señor de las series) al que es considerado uno de los mejores directores de cine del siglo XX, es que muchos de los temas que aborda en su filme ya han sido retratados (mejor y de manera más entretenida) por otros productos televisivos (no producidos por Netflix). A saber:
  • Los mafiosos son tipos normales que tienen familia y sentimientos. Sí. Correcto. Durante seis temporadas Tony Soprano supo hacernos entender que la gente que mata gente también quiere gente a la que no mata. Siguiente pregunta.
  • Las décadas del 50/60/70 fueron convulsionadas en Estados Unidos. De acuerdo, bien se encarga Mad Men de señalarlo con mucha más elegancia y ¡OH NO! ¡personajes femeninos con cosas para decir! ¡Vaderetro!
  • Los sindicatos son un nido de víboras del que no sale vivo nadie. Quién lo hubiera dicho. Ya David Simon logró desentrañarlo en la segunda temporada de The Wire.
Solo Martin Scorsese puede permitirse el lujo de poner un par de señores a discutir sobre movidas de señores que matan señores en 2019 y encima distribuirlo world wide con la plataforma más nociva para el consumo de cultura de la última década.
Solo Martin Scorsese puede desperdiciar a Ana Paquin y hacerla parecer una mujer florero.
Solo Martin Scorsese puede olvidarse de que es Martin Scorsese y hacer una película tan Martin Scorsese que no parezca un copycat de sí mismo.
En fin.
Siempre dudé si Al Pacino y Rober de Niro no eran la misma persona. Spoiler alert: Sigo sin descifrarlo.

The Farewell: En China las cosas son así y punto

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Resultado de imagen de the farewell¿Cuántas películas chinas has visto en tu vida? Pues bien, aquí tienes una película todo lo china que puede ser una película china. Esta es la película china total. Te muestra todos los aspectos de la cultura china que puedes aguantar, y aún más, y más, y un poco más también, por si te quedas con ganas.
Cuenta la historia de una señora mayor china que se va a morir pronto. Entonces toda la familia (que no vive en China) va a verla, pero no le dice nada a la señora sobre su enfermedad e inminente muerte. En el medio hay una boda de mentira, para que la abuela crea que toda esa gente no está asistiendo a su funeral adelantado sino al conclave del matrimonio de su nieto. Y muchas cosas chinas. Lo importante es que todo sea lo más chino que puedas entender. ¿Entiendes?
Mientras tanto se suceden los traumas típicos de los exiliados: el desarraigo, la nostalgia, el ser y no ser, el estar y no estar, pero siempre superficialmente. Al mismo tiempo la única nieta de la agonizante abuela parece que va a dejar de fingir a cada momento, pero se contiene. No puede sentir demasiado nada porque eso no sería demasiado chino. No sería verdaderamente chino, eso de sentir, o sentir mucho, o sentir de verdad.
Porque en definitiva, esta peli va de “La Verdad” con mayúsculas y en negrita. Frente a la exigencia de la occidentalizada nieta que pide a gritos que le digan la verdad a su abuela, la familia se impone: “En China no decimos la verdad -le corrige su tío- la familia se encarga de cuidar a sus miembros de la verdad, haz vivido en Occidente demasiado tiempo”. Si consideramos que China es el único país del mundo con pena capital que no informa a la ONU sobre la cantidad de ejecutados por el Estado en su territorio, todo cierra.
Por su parte, Lulu Wang, la directora y guionista, que ha nacido en Beijing pero ahora vive en Hollywood, también parece temerle a la verdad verdadera: ha confesado que las historias de la película son parte de su propia tradición familiar pero que quiso amenizarla con algunos giros cómicos. Ya lo dijo Paco Umbral: lo que no es autobiográfico es plagio.
A medio caballo entre El club de la buena estrella (Wayne Wang, 1993), Memorias de Antonia (Marleen Gorris, 1995) o Las invasiones bárbaras (Denys Arcand, 2003), la película navega entre la extravagancia de mostrar “Esto es China” y no llega nunca a profundizar en las relaciones entre los miembros de la familia. Peca de documentalista y un pelin for export ya que redunda en explicaciones sobre las costumbres que alejan al espectador de la dinámica real –emotiva- de aquellos que las llevan adelante.
Con imágenes hermosas, plagadas de lugares comunes chinos que podrían sonar insistentes pero a la postre son lo que un occidental espera ver del cine asiático (hojitas en el viento, cielos celestes, un pajarito inocente) The Farewell parece contener un agujero de gusano extraño en sí misma: ¿No seremos demasiado occidentales para saber apreciarla?

Parásitos: Los malos son ricos y los ricos son peores


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Ganadora de la Palma de Oro de Cannes 2019, la séptima película de Bong Joon-ho (único director coreano en obtener este premio) parece salida de una clase de formación política de una pequeña agrupación de anarquistas del subdesarrollo en alguna selva perdida en Asia que tiene que formar cuadros militares rápido para que entiendan lo que tienen que hacer si alguna vez se enfrentan al mundo real.
La trama es sencilla por no decir pedestre: un grupo de pijos con ínfulas de clase noble no puede vivir sin la servidumbre a su alrededor porque no saben hacer nada sin ellos, es decir, son parásitos (guiño guiño). Entonces contrata a una runfla de macarras del submundo de los pobres coreanos que por algún motivo que nadie entiende primero no tienen trabajo y después pasan a conformar el elenco estable de la casa Downton Abbey versión KPop. Los pobres no hacen nada más que: cocinar, enseñar inglés, enseñar arte, conducir el coche. Es decir, lo que hacen los pobres en la vida real. Pero ¡Oh! ¿ Entonces quiénes son los verdaderos parásitos? ¡Oh! Qué sutil metáfora de la explotación del hombre por el hombre, oh, por Dios, qué tremendo es que los que tengan dinero vivan de los que no lo tienen, oh por Dios, que injusticia absurda el capitalismo. A Karl Marx le gusta esto.
Con todo, Parásitos podría convertirse en una verdadera “película con contenido político social” si mostrara no solo las contradicciones entre los ricos y los pobres si no las contradicciones de los ricos entre sí (algunos  hasta son buena gente, insólito) o los pobres entre sí (algunos hasta son pobres y malos, como cuando vas a un bar y el servicio es malo PERO lento) o de cómo los ricos se benefician de los pobres de maneras absurdas (no pagándoles un sueldo como han hecho por los siglos de los siglos) o viceversa.
Al final, pareciera que luego de 2hs de clase del Manifiesto Comunista Joon-ho recordó que estaba haciendo una peli coreana, recordó a Tarantino y sacó un par de litros de sangre de la galera para justificar el gentilicio.
¿Adivinen si el pobre mata al rico porque está resentido?
Voilá.

Madre: Lo bueno si breve, mejor

Para Orphanik



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Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña pueden ser los creadores contemporáneos del cine español más lúcidos y mejor considerados de la escena local. Como tándem creativo han logrado el éxito de la taquilla y la crítica con Que Dios nos perdone (2016), El Reino (2018) y el corto Madre (2017), que se llevó todos laureles hace unos años y los ubicó en la escena internacional a partir de la nominación al Oscar.
Con todo eso en su haber el largometraje Madre tenía una vara demasiado alta para este dúo que, por primera vez abandona el thriller clásico en formato largo y se adentra en el submundo del thriller psicológico, llevando la historia de Madre 10 años después del final del corto que le dio origen.
Con planos vinculados con la naturaleza, encuadres que pretenden hacernos convivir con la protagonista en una soledad autoinflingida y momentos musicales extraños, Sorogoyen intenta crear una película “íntima” que pierde en guión y gana en ambiente, aunque ninguna de las dos cosas termine de cuajar.
La historia de Marta, que perdió a su niño en una playa francesa hace 10 años es la de una mujer que sobrevive en ese mismo lugar y que intuimos ha estado todo este tiempo buscando a su hijo. Nada explica que 10 años después haga una proyección directa con un jovencito francés que tendría la edad de su hijo en ese momento y que no lo haya hecho antes, nada explica cómo y por qué el niño desapareció, nadie explica qué hizo Marta esos 10 años para encontrarlo (realmente).  Lo que vemos es una confusión típica de un dolorido que al perder lo que más quiere solo quiere recuperarlo incluso cuando eso signifique perder también lo poco que construyó desde que perdió aquello.
Las metáforas de los duelos, los fantasmas, los recuerdos que se confunden con los sueños redundan y confunden al espectador en una especie de somñoliencia entre lo que está efectivamente sucediendo (una señora se enrolla con un menor de edad) y lo que queremos que suceda (que la señora recupere a su hijo perdido).
Lejos de la maestría de la elípsis del corto Madre o de los brillantes sobre entendidos y no dichos de El Reino, el guión abunda en silencios que no construyen complicidad con el espectador sino que lo alejan por la inverosimilitud de los sucesos.
Nominada al Goya, Marta Nieto se explaya en situaciones límite que la ponen no solo al filo de la ley sino al filo de la cordura mientras que el increíble Àlex Brendemühl tiene la paciencia que le falta a la familia del niño acosado, que, por otra parte, parece un casanova con apenas 16 años.
Con todo, Madre es una peli edípica sí, quiere tocar ahí donde duele, sí, quiere mezclar el instinto materno con el instinto carnal, sí. Quiere volver el tiempo atrás y llevarnos otra vez al útero, donde todo se mezcla, ok. Pero lo que produce es que querramos volver el tiempo atrás sí, para volver a ver el corto, sí, y para quedarnos ahí, sí, aunque el niño se pierda, sí, aunque nunca sepamos si lo encontrará.

martes, 5 de noviembre de 2019

Libros gratis contra el ajuste: Mariana Enriquez

Para Revista Sonámbula


Realidad: La plata no alcanza. Explicación: Ganó Macri. Marco teórico: la derecha neoliberal conquistó Occidente. Solución: una serie de recomendaciones de libros gratis para sumergirnos en la ficción y olvidarnos del mundo. En tiempos de Trump, Putin, Bolsonaro y Macri, leer ficción sin pagar millones es nuestra única revolución posible. Venceremos.

En esta ocasión destacamos una de las voces femeninas fundamentales de la literatura argentina que, desde hace más de una década, viene indagando en el terror como género exclusivo, en forma de novela, relato o crónica. Periodista y narradora, Mariana Enríquez ya está catapultada a la fama internacional con traducciones en todo el mundo y numerosos premios, pero sigue ubicando la mayoría de sus relatos en Argentina. Nuestra Marie Shelley del sur no niega nunca, cuando se lo preguntan, las influencias claras que su obra tiene de Poe, Lovecraft y Stephen King.


Cultora del rock desde siempre, Enríquez se mete aquí con ese inframundo de las fans / grupies de las bandas musicales desde una perspectiva gótica. Fantasía, realidad, terror y mucho conocimiento sobre el mundillo recitalero se mezcla con un retrato agudo y demasiado certero sobre cómo son los ídolos, como es su relación con sus seguidores y como se vinculan entre sí esas chicas que siempre aparecen en cada recital a los gritos pelados en plena histeria, pero en clave de ficción. Nada que envidiarle a Almost Famous.
 

Ganador del Premi Ciutat de Barcelona en 2017, esta colección de relatos muestra mucho de lo mejor que hace Enríquez: asustar hasta la médula. Aparecen también cuentos que remiten a lo extraño o lo inquietante sin llegar a ser terror puro y se mezclan con un claro sesgo feminista o de denuncia en el relato que le da nombre a la recopilación y versa sobre actos de violencia de género. En palabras de Leila Guerriero: el terror en estos cuentos es algo imposible pero que a la vez, podría suceder.


Publicada en 1995, la primera novela de Enríquez, cuando la autora tenía apenas 22 años, puede considerarse como la piedra angular de toda su narrativa posterior: en un escenario conocido por todos como es la Buenos Aires arrasada del neoliberalismo noventista, un grupo de jóvenes darks deambulan entre la droga y la resaca sin distinción de día, hora o lugar. Ninfas, fantasmas o simplemente adolescentes del subdesarrollo, los personajes de esta novela parecen salidos de Walking Dead, pero dicen boludo, falopa y manija.



Apariciones espectrales, brujas, sesiones de espiritismo, grutas, visiones, muertos que vuelven a la vida: en estos doce cuentos Enríquez desempolva todo el arsenal lovecraftiano y ametralla contra las convenciones del género para renovar y revitalizar el viejo y querido terror de siempre. Un balneario cualquiera, un barrio acomodado cualquiera, una calle o una ciudad le sirven a la autora para enloquecernos, perturbarnos e inquietarnos con esa aguda certeza con la que siempre escribe: todo lo familiar siempre puede convertirse en siniestro.

lunes, 23 de septiembre de 2019

¿Es realmente nuestra culpa? Years and Years y su discurso hegemónico


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Subversivo hace décadas por plantear en los noventas Queer as folk, de las primeras series estrictamente LGBTI+ que se vio en pantalla, Russell T. Davies ha vuelto a hacer saltar el tablero con la nueva Years and Years (BBC – HBO), en la que plantea un esquema de futuro próximo que ha impactado en la crítica y la audiencia con una fuerza inusitada, aunque no sea más que una vuelta de tuerca sobre los problemas que ya aparecen hace años en ficciones distópicas y, lamentablemente, en los diarios de los últimos años.

Sin embargo, muchos de los mensajes asociados a la serie no terminan de cuajar como una crítica real al sistema, en tanto sostienen muchos status quo discursivos propios del esquema tradicional de poder capitalista actual (individualismo, resignación, vuelta al núcleo familiar, pesimismo, impotencia) mientras aparenta ser una llamada de atención sobre esos mismos problemas que enfatiza.

Mirada en detalle, Years and Years no solo invita a la desazón y a la inercia social, abusando de las lógicas narrativas apocalípticas, sino que también opera sobre los televidentes casi como un reaseguro de su fatal futuro, en el que nada queda por hacer más que la desesperación.
Además, en tanto el discurso más consolidado como “mensaje” que encontramos en la serie en el viralizado monólogo de la abuela en la que culpa a la sociedad toda de la debacle total del planeta, la serie niega así que:
  1. No somos los ciudadanos de a pie los que contaminamos sino las grandes empresas transnacionales sin control estatal posible.
  2. No somos los votantes los que votamos gobiernos en pos de los bancos, sino la casta política corrupta que deviene de la oligarquía de los negocios y las familias de clase alta la que lo hace
  3. No somos, por lejos, los pasivos televidentes los que vamos a poder cambiar este mundo solos, pero sobretodo si lo que hacemos para hacerlo es mirar televisión, sino las asociaciones sociales, los colectivos de todo tipo y los trabajadores organizados.

Sálvese quien pueda
En detalle, podemos encontrar cuatro (contra)mensajes conservadores y directamente hegemónicos escondidos en la trama de la serie, que sirve también para echar luz sobre el triste panorama televisivo mundial, en el que las plataformas de streaming y los productores tradicionales luchan por un discurso de “cuanto peor mejor” que todavía no se entiende qué objetivo persigue más que generar angustia, impotencia y desazón.
Mr. Robot, Black Mirror, The Handsmaid Tale, 3% y muchas otras producciones muestran así como la distopía tiene el encanto de lo terrorífico, pero también es funcional al sistema actual, en tanto supone que no hay salida más que la absoluta debacle de la especie y el Planeta en su conjunto.
Desde aquí, en las antípodas, nos hacemos eco entonces de las palabras de Naomi Klein, quien en su último libro “Decir no no basta”, aboga por una salida creativa a la crisis mundial en la que nos sumió el neoliberalismo capitalista hegemónico del siglo XXI y trata de hacer eje en “inventar un futuro mejor” en el que tenemos que crear, imaginar y re imaginar escenarios que, lamentablemente, no aparecen en las ficciones televisivas que imaginan los próximos años. En sus palabras: «El gran triunfo del neoliberalismo ha sido convencernos de que no hay alternativa» y este pareciera ser un triunfo también en el campo de la ficción.

Series como Years and Years, en la que se presenta como única solución a los problemas acuciantes de la sociedad la salida individual o en el mejor de los casos familiar (por más disfuncional que esa familia sea) esconden así en un falso discurso contestatario romántico que en realidad reproduce el slogan clásico del neoliberalismo más acérrimo de todos: sálvese quien pueda.
Así, si diagnosticamos que, según Klein, “La crisis real es de imaginación”, debemos tener en cuenta esta idea para poder volver a imaginarnos un mundo mejor en el que la derecha (el neoliberalismo hegemónico)  no conquiste, también, la idea de futuro. Y desde la ficción deberíamos ser capaces de contribuir a esta cruzada por el sentido ya no de la realidad acuciante (que todos conocemos) sino de la salida posible.

En esa línea, el economista Andy Robinson también ha planteado que un mundo (de ficción) mejor también es posible: “Una cultura más sana que la nuestra estaría haciendo teleseries sobre un nuevo mundo basado en sistemas locales de producción de alimentos, energías renovables, transporte público, ciudades sostenibles, la redistribución de la renta”, señaló hace unos meses. Alarmado, recalcó que es peligroso que las distopías se reproduzcan exponencialmente: “Primero porque el catastrofismo es el  mejor amigo del fascismo y segundo, porque cuantas más películas, teleseries, novelas bestseller, documentales sobre el futuro apocalíptico, más vamos convirtiéndolo inconscientemente en un desenlace inevitable”.

4 mensajes políticos y sociológicos de la serie Years and Years

Por lo pronto, nos abocamos aquí a desentrañar cuatro falacias de la serie favorita de Iñigo Errejón y tantos otros, que ven en el sutil encanto de la distopía una “ciencia ficción de proximidad” interesante para leer la realidad contemporánea, por más pesimista que sea. Alertamos, en la vereda de enfrente de esta idea, y siguiendo al teórico americano Fredric Jameson que “Así como es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, mientras sigamos produciendo, consumiendo y viralizando contenido distópicos y no utópicos, la cosa no va a mejorar.

La salida es individual y es la resignación
Stephen (Rory Kinnear) es un  asesor financiero devenido repartidor de Glovo y casado con la contadora Celeste (T’Nia Miller). Ambos tienen que rearmar sus vidas a partir de la debacle bancaria por lo que tienen más y más y más trabajos, cada vez más precarizados, cada vez más individuales. Nunca inician una causa contra el banco que los estafó, nunca presentan una querella contra el Estado que no los protegió, ni mucho menos inician agrupaciones de ahorristas estafados. Total ¿Para qué?

El que se la juega por otro pierde
SPOILER ALERT: Daniel (Russell Tovey) es un empleado público dedicado a atenuar el drama de la vivienda para refugiados, se termina enamorando de uno de origen ucraniano e intenta sin nada de éxito salvarlo de la persecución LGBTI que vive en su país. En el camino muere ahogado en una balsa para llegar a Reino Unido con su pareja quien, paradójicamente, es acusado por la familia de Daniel de haberlo llevado a la muerte. El mensaje queda más que claro: atrévete a salvar a un refugiado y lo que sucede a continuación te sorprenderá.

El mundo virtual es mejor que el real
Bethany (Lydia West) es una adolescente que se va implantando tecnología de última generación en el cuerpo con resultados sorprendentes. Vivir en la web es entonces el paradigma de felicidad para los jóvenes, sin contacto físico real al punto en que usan máscaras de filtros de Instagram. Nadie cuestiona en la serie a los conglomerados tecnocráticos actuales, nadie problematiza sobre la manipulación con respecto a los datos que le proveemos a las empresas de redes sociales y nadie, nunca, jamás, piensa en un mundo en el que la tecnología sea como es hoy el tabaco, algo que era cool en su momento pero ya no. A Google le gusta esto.

El único vínculo real es el familiar
Edith (Jessica Hynes) es una activista muy radical que vaga por el mundo hace años iniciando causas que la serie da todas por perdidas, al punto que termina sufriendo una explosión nuclear y decide abandonar su trinchera. Sus compañeros de militancia nunca aparecen en la serie, mucho menos los damnificados por los que ella lucha o los ideales que ella defiende. A la postre, a Edith solo le queda volver a su familia porque necesita de un cuidado que no puede darle nadie más. ¿Y los sindicatos? ¿y los partidos políticos? ¿y los movimientos sociales? Bien, gracias.

Por poco probable que parezca que Russell T. Davies haya escuchado alguna vez rock argentino, la frase de Luis Alberto Spinetta “Lo que nos ocupa, es esa abuela, la conciencia que regula el mundo” retumba en todo su esplendor en el monólogo de la abuela de la familia Lyon que ha sido viralizado hasta el cansancio desde hace algunos meses como completo diagnóstico de la sociedad pero también como proclama.

El mensaje es abrumador por lo desesperanzador pero también resume muchas de las ideas de esta nota. “(…)No cambia que todo sea culpa vuestra. De todos. Los bancos, el Gobierno, la recesión, Estados Unidos, la Sra. Rook. Todo lo que ha ido mal es culpa vuestra. Todos somos responsables, cada uno de nosotros. Podemos pasarnos el día culpando a otros. Culpamos a la economía, a Europa, a la oposición, al clima y al vasto e incontrolable curso de la historia, como si no dependiera de nosotros, seres indefensos e insignificantes. Pero sigue siendo culpa nuestra(…)”, dice la abuela que regula al mundo con una voz de autoridad que dan los años. 

Frente a esa abuela, a ese discurso no solo pesimista sino ya opresor, retomamos las banderas de una ficción creativa que nos permita soñar que el futuro es nuestro y no de los bancos, los populistas de derecha o los fascistas de turno. Dado que es la ficción la que debería proponernos mundos nuevos, creaciones insospechadas y molestas, que pongan en duda todo lo que pensábamos y nos hagan imaginar escenarios imposibles, las distopías como Years and Years, que proponen un marco pesimista para nuestra imaginación, son claramente hegemónicas ya que además de deprimirnos, nos oprime nuestra capacidad creativa. Y en tanto la imaginación es un músculo que, como el corazón, hay que ejercitar para que funcione, es la ficción la que tendría que invitarnos a imaginar un mundo mejor, para, a la postre, hacerlo realidad.

En esta línea, Alexandria Ocasio Cortez, una de las políticas más interesantes de la generación millenial, retomó esta idea al proponerle a artistas y creativos que generen un marco conceptual para el New Green Deal que propone llevar al Congreso americano.
Queda claro entonces que, aunque decir no no basta, decir sí es la tarea. A por ellos.

jueves, 1 de agosto de 2019

Libros gratis contra el ajuste: Pedro Saborido & peronismo para todes


Para Revista Sonámbula


Realidad: La plata no alcanza. Explicación: Ganó Macri. Marco teórico: la derecha neoliberal conquistó Occidente. Solución: una serie de recomendaciones de libros gratis para sumergirnos en la ficción y olvidarnos del mundo. En tiempos de Trump, Putin, Bolsonaro y Macri, leer ficción sin pagar millones es nuestra única revolución posible. Venceremos.

El peronismo como fenómeno cultural nunca agota su potencia: libros, películas, reseñas, grafitis, remeras, canciones, etc., etc. Todo es peronista, o por lo menos, todo puede serlo. En pleno año electoral nos adentramos desde ese magma de lo (im)posible que imaginaron Juan y Eva hace casi un siglo hacia los confines de lo imposible, esto es, que nuevamente el peronismo sea derrotado este año. Siempre mirándolo desde la óptica cultural, esta selección permite al extranjero intentar-comenzar-a-osar-a-quizás-en-una-de-esas-si-tiene-suerte entender el fenómeno más argentino de todos.



Guionista de Tato Bores y Diego Capussotto, Pedro Saborido es quizás el mejor humorista vivo de nuestro país, si no el único que logra captar, a partir de la cultura popular, muchas de las sensaciones que genera el peronismo. Con relatos que rozan el absurdo, lo fantástico y emulan el estilo de los Monthy Pyton, este libro despliega teorías y metáforas que apelan a la crítica política aguda de la actualidad y a la vez hunden sus raíces en la historia nacional. De la mano de personajes primos de Bombita Rodríguez, Saborido no para de despertar carcajadas, reflexiones, discusiones y mucho amor. Perlita.  



Primer tomo del extenso tratado sobre el peronismo del filoso filósofo que se jacta de haber asesorado a Néstor Kirchner en su primer mandato (hasta que el flaco, como él lo llamaba, decidió pactar con el viejo PJ) este libro desmenuza, en clave autobiográfica en muchos casos, la experiencia peronista desde la filosofía política, la historia universal y la cultura nacional y popular de 1943 a 1972. Polémico y mordaz, comenzó siendo un folletín de Página 12 y termina siendo un imprescindible de lectura obligada casi para cualquier militante.


Libro ya de culto entre todos aquellos que alguna vez quisieron adentrarse a la militancia de los setentas, nombrado por Cristina Kirchner como un elogio a la generación de la que es parte y tratado fundamental para entender cómo la gloriosa juventud concebía el mundo, este compendio de historias reales de militantes de todos los partidos políticos y tendencias mezcla sus biografías ficcionadas con muchos apuntes para entender la cultura de la época. Casi mil páginas de las mejores plumas del periodismo local no solo abordan el peronismo sino todo el universo político de la Argentina del siglo veinte convirtiéndose en una obra maestra de la literatura cumpa.    



Clásico fundamental de la literatura Nac&Pop, reversionado por el polémico Aníbal Fernández hace unos años y publicado en 1968 en plena proscripción, sirve hoy para ubicar a los gorilas de siempre en la góndola donde deben estar, la de “gorilas cuidados”. Ácido, lúcido y provocador como pocos, el forjista desmenuza esos trending topics de siempre: “El mal que aqueja a la Argentina es la extensión”, “Gobernar es poblar” y hasta la dicotomía “civilización o barbarie”. Versión sesentista de la famosa grieta, este manual ilustra, entretiene y además educa sin dejar de hacer reír y reflexionar al mismo tiempo.


viernes, 14 de junio de 2019

Libros gratis contra el ajuste: Michel Houellebecq




Realidad: La plata no alcanza. Explicación: Ganó Macri. Marco teórico: la derecha neoliberal conquistó Occidente. Solución: una serie de recomendaciones de libros gratis para sumergirnos en la ficción y olvidarnos del mundo. En tiempos de Trump, Putin, Bolsonaro y Macri, leer ficción sin pagar millones es nuestra única revolución posible. Venceremos.

En este caso diseccionamos al enfant terrible de la literatura francesa y la cultura europea en su conjunto para adentrarnos en su última novela y algunas otras perlas de su obra. Reconocido en el mundo entero como uno de los críticos más ácidos del capitalismo occidental, Houellebecq otorga desde la ficción pautas muy precisas sobre cómo Occidente se está descomponiendo, degenerando y corrompiendo al punto de lo irredimible, pero también imagina una luz al final del túnel, que en cada novela cambia de forma, pero sigue siendo algo de donde agarrarnos ante el desolador panorama que plantean sus novelas (y los diarios).




La esperada última novela salió este año con una tirada espectacular para un libro que no sea Harry Potter y generó mucha expectativa alrededor del componente “chalecos amarillos” de la trama. Lejos de centrarse en el desencanto de las clases medias rurales o semi rurales (aunque las retrata con la misma precisión sociológica de siempre) este relato viene a dar por tierra la idea de un mundo feliz a través de los antidepresivos. Su personaje (el mismo hombre occidental devastado por el capitalismo de consumo que aparece en todas sus novelas) esta vez apuesta, para sobrevivir, a una pastillita mágica. Sin spoilear, no le va ni bien ni mal, y quizás esa sea la conclusión mas obvia del consumo de medicamentos para paliar una depresión, no te sentís ni feliz ni infeliz, sino simplemente sobrevivís. Nada mal para una novela existencialista en el siglo XXI del “Si querés podes”.



Sumisión
“EL” must read de las letras francesas se consagró así por serie de polémicas a partir de la fecha de aparición, que coincidió con la masacre de Charlie Hebdo y trajo aparejadas muchísimas más controversias vinculadas a la trama. En esta novela, quizás la mejor de su obra, el personaje de siempre (hombre heterosexual profesional clase media europea) supera su crisis existencial abrazando el Islam y las creencias musulmanas más retrógradas al mismo tiempo que un partido político con componentes islámicos se presenta a elecciones en Francia y las gana. Corolario lógico del avance no solo de la inmigración árabe sino de la penetración social que esta cultura tiene en toda Europa, el libro plantea una huida hacia adelante si no aterradora por lo menos inquietante, más a la vista de los avances de las ultra derechas en los parlamentos del viejo continente.





En este caso el personaje de siempre se desdobla en dos: hermanos al nacer, los protagonistas comienzan a separarse tanto en su forma de vivir como de concebir la vida casi desde la infancia. En su adultez, ambos representan la lucha de occidente por sobrevivir: la ciencia o la literatura. En ambos casos, la desolación existencial tradicional de las novelas de Houellebecq acontece, con salidas disímiles. Frente a la inminente muerte y el vacío de la humanidad toda, el autor plantea una nueva salida por arriba del laberinto de la soledad, esta vez a partir del avance de la tecnología aplicada a la genética. Sin spoilear, el libro aparece dos años después del “nacimiento” de Dolly, el primer experimento exitoso de clonación, hagan las cuentas


Aquí tenemos a Daniel, un cómico francés que, insertado en la crème de la crème de la sociedad del espectáculo francés, repite ácidos monólogos de crítica social ante quien quiera oírlos. Además, las réplicas Daniel24 y Daniel25, clones suyos en un futuro lejano, completan el relato coral de desolaciones. Los tres plantean la contradicción de la existencia más allá del tiempo y además critican hasta la propia reproducción sexual. En un continente arrasado por la baja natalidad y la falta de perspectiva comunitaria (a.k.a. Brexit) la isla donde habitan estos personajes puede pensarse como el paraíso perdido de Milton o una proclama nostálgica a la socialdemócrata perdida de la Europa del siglo XX.