Ganadora del último Festival de Cine Independiente de Buenos Aires,
la opera prima del diseñador Lucio Castro, argentino residente en Nueva
York, abrió el Festival de Cine LGBTI+ de Madrid este año. Cuenta la
historia de dos hombres que se conocen a través de una app de citas en Barcelona pero que en realidad ya se habían conocido 20 años antes en la misma ciudad.
Admirador de Rohmer y consiente de que su película le es heredera, Castro
comentó en una entrevista que lo que intentó fue retratar “Cómo se vive
el amor a los 20 años y cómo cambia eso a los 40”, explicando tras
su propia experiencia en el tema que ambas subjetividades son disímiles y
pueden incluso eclosionar en su comparación. Con este objetivo Castro
pone a sus personajes en tres situaciones diferentes: cuando se conocen
circa 1999, cuando se reencuentran luego a través de la app y
cuando finalmente han formado una familia juntos, pero lo hace de una
manera que impide al espectador saber a ciencia cierta cuál es el
verdadero encuentro y cuál la fantasía de los personajes.
Aunque en la forma Fin de siglo recurre a elipsis y saltos en el tiempo que podrían invocar a Memento (Nolan, 2001) o El efecto mariposa (Bress y Gruber, 2001) la trama mantiene un continuum que recuerda a la famosa trilogía Before
de Richard Linklater, solo que no deja claro nunca cuál de las tres
realidades paralelas con las que juega es realmente la existente.
Y he ahí el acierto de la película: jugar a dos bandas entre lo que
realmente existe y lo que podría ser sueño, imaginación o fantasía. Para
eso Castro recurre a dos estrategias simultáneas: por un lado se escapa
de la estructura de flashback tradicional al no caracterizar distinto a sus personajes con 20 años más o menos y por otro lado lleva la historia a un fastforward
inesperado, en la que la naturalidad se mezcla con la abulia de una
pareja tras 20 años juntos. ¿Qué es verdad? ¿Qué está realmente
sucediendo? Imposible descifrarlo.
Sin embargo, hurgando un poco más entre el qué y el cómo se expresan
estas ideas en la película vemos que Castro logra que la historia de sus
personajes siga hacia adelante mientras juega con esa sensación que
generalmente aborda a los amantes en su primer encuentro romántico de
“conocerse de otra vida”. La frase es dicha exactamente así por Ocho,
interpretado por Juan Barberini (“Siento que te conozco de antes”) y
deja al descubierto el engaño: lo que pensábamos que era una crónica del
amor líquido tecno-posmoderno pasa a ser un manifiesto del amor más
conservador (que reproduce sin asco el “Ment-to-be” más hollywoodense de
todos). Para colmo, los personajes terminan casados con hijos, siendo
felices y comiendo perdices. ¿Qué más se puede pedir de una historia
romántica? Spoiler alert: Nada más, gracias.
Arriesgada tanto en relación a las escenas de sexo explícito como en el abordaje formal que usa para contar, Fin de siglo
se ganó el mote de “la película gay del año” según Indiewire, lo que
conspira para que sea abordada como una expresión del paso del tiempo en
las relaciones, mucho, mucho más allá de la orientación sexual de
quienes las componen. Sin embargo, ver a dos hombres en pantalla
sosteniendo un vínculo de más de 20 años también puede servir para
romper algunas normas preestablecidas de lo que se supone que son las
relaciones homosexuales en el siglo XXI, atravesadas de prejuicios y
generalizaciones, casi siempre errados.
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