Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña pueden ser los creadores
contemporáneos del cine español más lúcidos y mejor considerados de la
escena local. Como tándem creativo han logrado el éxito de la taquilla y
la crítica con Que Dios nos perdone (2016), El Reino (2018) y el corto Madre (2017), que se llevó todos laureles hace unos años y los ubicó en la escena internacional a partir de la nominación al Oscar.
Con todo eso en su haber el largometraje Madre tenía una
vara demasiado alta para este dúo que, por primera vez abandona el
thriller clásico en formato largo y se adentra en el submundo del
thriller psicológico, llevando la historia de Madre 10 años después del final del corto que le dio origen.
Con planos vinculados con la naturaleza, encuadres que pretenden
hacernos convivir con la protagonista en una soledad autoinflingida y
momentos musicales extraños, Sorogoyen intenta crear una película
“íntima” que pierde en guión y gana en ambiente, aunque ninguna de las
dos cosas termine de cuajar.
La historia de Marta, que perdió a su niño en una playa francesa hace
10 años es la de una mujer que sobrevive en ese mismo lugar y que
intuimos ha estado todo este tiempo buscando a su hijo. Nada explica que
10 años después haga una proyección directa con un jovencito francés
que tendría la edad de su hijo en ese momento y que no lo haya hecho
antes, nada explica cómo y por qué el niño desapareció, nadie explica
qué hizo Marta esos 10 años para encontrarlo (realmente). Lo que vemos
es una confusión típica de un dolorido que al perder lo que más quiere
solo quiere recuperarlo incluso cuando eso signifique perder también lo
poco que construyó desde que perdió aquello.
Las metáforas de los duelos, los fantasmas, los recuerdos que se
confunden con los sueños redundan y confunden al espectador en una
especie de somñoliencia entre lo que está efectivamente sucediendo (una
señora se enrolla con un menor de edad) y lo que queremos que suceda
(que la señora recupere a su hijo perdido).
Lejos de la maestría de la elípsis del corto Madre o de los brillantes sobre entendidos y no dichos de El Reino,
el guión abunda en silencios que no construyen complicidad con el
espectador sino que lo alejan por la inverosimilitud de los sucesos.
Nominada al Goya, Marta Nieto se explaya en situaciones límite que la
ponen no solo al filo de la ley sino al filo de la cordura mientras que
el increíble Àlex Brendemühl tiene la paciencia que le falta a la
familia del niño acosado, que, por otra parte, parece un casanova con
apenas 16 años.
Con todo, Madre es una peli edípica sí, quiere tocar ahí
donde duele, sí, quiere mezclar el instinto materno con el instinto
carnal, sí. Quiere volver el tiempo atrás y llevarnos otra vez al útero,
donde todo se mezcla, ok. Pero lo que produce es que querramos volver
el tiempo atrás sí, para volver a ver el corto, sí, y para quedarnos
ahí, sí, aunque el niño se pierda, sí, aunque nunca sepamos si lo
encontrará.
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