Todos tenemos o hemos tenido a ese amigo o amiga que siempre está
peor que nosotros, que siempre tiene más problemas que nosotros, que
siempre parece necesitarnos sin mediar excusa verosímil u hora de la
madrugada. Todos tenemos o hemos tenido esas relaciones extra familiares
donde pareciera que el amor es la excusa para el abuso o que el mero
hecho de haber sido amigos “tanto tiempo” sirviera para sostener
cualquier tipo de daño o agresión porque “ya somos como de la familia”.
Con los amigos, esas “familias elegidas” que vienen a reemplazar muchos
vínculos tradicionales (hermanos, padres) todo está permitido, incluso
lo impensado. Pero a veces, a veces no alcanza.
En estas aguas entre la dependencia emocional y la incapacidad de la ayuda al otro navega Fourteen,
la sexta película de Dan Salitt, que cuenta la historia de dos amigas
de la adolescencia que, con el tiempo van distanciándose hasta lo
imposible, incluso a pesar de los intentos de ambas de sostenerse en sus
roles de víctima-muro de los lamentos a través de los años.
Según la sinopsis, la peli va de que la joven Jo se vuelve cada vez
más disfuncional mientras su amiga Mara, de carácter más estable,
desarrolla su vida mientras contempla el inexorable proceso. Y ahí el
quid de la cuestión, en el que Salitt deja un mensaje más bien pesimista
y oscuro, aunque la película parezca más un canto a la amistad incluso
al punto de llegar al síndrome de Estocolmo más rancio: el proceso de
deterioro de Jo es inexorable porque no depende ni de Mara ni de nadie,
por más cariño que exista entre ellas. Y es que en definitiva, el amor
nunca alcanza, el amor no va a ayudar a la enferma psiquiátrica porque
lo que la enferma psiquiátrica necesita es otra cosa, que nunca se
termina de entender bien qué es, etc. etc. En palabras de Almódovar en Dolor y Gloria: “El amor no basta para salvar a la persona que amas”.
Por dudoso que parezca que Salitt haya copypasteado esta idea del director español, la noción de la futilidad del amor en términos de enfermedades psiquiátricas (en caso de Dolor y Gloria es la adicción a la heroína y en caso de Fourteen la depresión clínica) sobrevuela todo el film, haciendo estallar en pedazos cualquier expectativa de happy ending al final, con el suicidio de la depresiva y el llanto de la no depresiva sobre su cadáver. Vista desde ese momentum
dramático, se percibe en toda la película un tufillo en resignación
nihilista y a la vez una necesidad imperiosa de que alguien ponga negro
sobre blanco en la relación tóxica que une a estas dos antes de que ese
final se vuelva absolutamente inevitable.
Con una estética naturalista y cercana al mumblecore
americano, donde los diálogos son todo y más aún los silencios entre las
protagonistas parecen responder a los sobre entendidos que se
construyen con los años, Salitt redondea una película perturbadora,
siguiendo la saga de The Unspeakable Act (2012) en la que se
adentra en el melodrama del incesto. En este caso el melodrama viene no
solo de la muerte de una de las protagonistas sino de la incapacidad de
ambas de quererse sin construir un tándem victima/victimario en el que
se basa su relación.
Con todo, Fourteen recuerda por momentos a Boyhood
(Linklater, 2014) en su narrar el inexpugnable paso del tiempo de manera
muy natural pero por más realismo que exude hace extrañar filmes en los
que la amistad tome un tono más épico o menos derrotista, incluso con
la muerte de una de las protagonistas al final. Sin llegar al tópico de Thelma y Louise (Scott, 1991), muchas películas en el camino logran retratar ese vínculo con menos abuso y más compañerismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario