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martes, 29 de noviembre de 2022

Columna de Cine&Series #14: #ElFinDelAmor y otras series feministas

 Se estrenó hace unas semanas "El fin del amor", la serie de Amazon basada en el ensayo de Tamara Tenembaum y protagonizada por Lali Espósito así que recomendamos otras series feministas para ver online.

sábado, 26 de noviembre de 2022

Un cuento x semana #7: Tierra

1.-

Rocío despertó y encontró entre sus brazos a Tobi empapado en su propio sudor. Era su peluche preferido, el que abrazaba fuerte antes de dormir y con el que jugaba a los novios. Nadie sabía que ella lo besaba como se besan en la tele. Nadie tenía por qué saberlo. Lo mejor era que el muñeco podía adquirir varias personalidades: podía ser el príncipe de un cuento que leía en el colegio, el galán de la telenovela de la tarde que miraba con su abuela, el asesino de la serie de detectives que veía con su hermana de noche. Era el mejor de los besos porque era todos los besos. Por eso besó a Tobi esa mañana, como siempre, aunque con repulsión por el sudor.

Ya sentada en la cama, miró por la ventana y divisó el jardín, luminoso, bañado luz matinal. El limonero, las hortensias, todo venía con una luz agregada que la cegaba un poco, pero también la tranquilizaba. Era de día, todo volvía a empezar, la tormenta de la noche había terminado, había pasado, ya está. Concentrada en el jardín, Rocío recordó que debía su nombre a la obsesión de su madre por las plantas. Junto con su hermana Jazmín, ambas llevaban nombres verdes, nombres de la tierra. Ella se sentía tierra.

Con doce años Rocío ya entendía el ciclo de la vida. Sabía que las cosas vivas duraban poco y que con el tiempo mutaban. Que las cosas vivas, sabía, son simplemente energía que circula en el caos del mundo. Así se lo había enseñado su abuela, la bruja, antes de morir. Ahora tenía que conformarse con la abuela paterna, la otra, con la que veía telenovelas. Y aunque también la quería, sabía que ella, sus telenovelas, sus bordados y sus masitas de almendras no eran parte de ese remolino de cielo y tierra que embadurnaba el mundo. La oyó preparar el desayuno en la cocina mientras se desperezaba.

Ya de pie, miró por la ventana otra vez. La tormenta había terminado, comprobó, pero sus pesadillas la acompañarían todo el día. Algo relacionado con su padre, recordó haber soñado, y se sentó a escribir.

Estábamos en una isla, todo alrededor era mar. Queríamos escapar y no sabíamos cómo. Queríamos comer y no sabíamos qué. Nos miramos, papá era como Tobi, pero gigante.

Dejó la lapicera y volvió a mirar por la ventana. Se quedó detenida en el limonero. Extrañaba a su padre. El que la retaba si tiraba el control remoto de la tele, el que se sacaba las camisetas desde atrás. Pero papá había muerto o había huido o había hecho algo muy malo y estaba encerrado. Papá era como Tobi, varias cosas a la vez, pero no ella ya no lo podía abrazar.

La niña dejó la lapicera, dejó de mirar el limonero y dejó la habitación. En su silla quedó una pequeña aureola de sudor.

2.-

Había llegado como un prófugo, como un asesino, como un paria. Era alto, morocho y tenía el cuerpo sucio de ceniza. Ahora estaba durmiendo en su cama y despedía un olor a fuego que gritaba sexo.

Esa mañana, la mañana después de la tormenta, Maribel preparaba café en su hostería sin poder entender qué era lo que habitaba en ese hombre que le generaba esas ganas de todo. Era alto, claro. Ella y los hombres altos, era eso. Era alto y misterioso y estaba sucio y empapado por la lluvia y le rogó quedarse, una noche, sólo una noche, por favor. Maribel no tenía lugar, pero lo dejó entrar. La tormenta había hecho estragos en la ruta y los caminos eran peligrosos, dijo él. La tormenta había hecho estragos en la vida misma y todos los caminos eran peligrosos, pensó ella.

-Mi nombre es Ricardo, necesito pasar la noche porque mi casa se incendió, le puedo dejar el auto como seña y mañana le pago –había dicho.

Tuvo que sacar su peluche para que cupiera en la cama. Tobi, se llamaba, como su primer perro, el peluche. Sí, era una mujer de cuarenta años que dormía con un peluche, cuál es el problema. El problema es que va a creer que soy célibe, pensó Maribel, y lo metió en el armario. Porque había algo, algo más que el instinto de samaritana, algo más que la mera solidaridad. Había peligro, había tierra en esos ojos de prófugo.

Maribel lo dejó entrar, le dijo que sólo tenía esa cama. Su cama. Que le diera un momento, que la acondicionaría. Que sacaría del medio a su peluche para que él no piense que era célibe, eso habría que haberle dicho. Habría que haberle gritado “No soy célibe, no importa con quién duerma, yo sé lo que hay que hacer cuando aparecen hombres altos en mi hotel”. Pero no dijo nada, y durmieron juntos.

-Tengo dos hijas que abandoné –susurró él antes de dormirse.

Esa mañana, mientras hacía café, el inquilino, Ricardo, el que reemplazaba a Tobi y olía a sexo, se le acercó.

-¿Durmió usted bien? – preguntó.

-No sé –contestó Maribel.

-Creo que soñó con una isla.

-¿Cómo sabe lo que soñé?

-Porque me habló en sueños.

3.-

La Claudia les puso nombre de plantas a las hijas porque no tiene raíces, porque no sabe anidar, piensa Raquel, mientras llena la pava de agua. Si supiera anidar podría ponerle nombres de viento, de aire, de sol, podría dejar de jugar a la casita, a las raíces que no tiene, a la jardinería. Podría ponerle nombres de persona y no de plantas a las nenas, que cargan con el estigma de ser vegetales, pobrecitas.

Raquel mira por la ventana y piensa en sus nietas. Piensa en sus nombres, en la tierra, en las plantas. Piensa que su nuera, la madre de sus nietas, es una desdichada. Piensa que su hijo la abandonó, que no tiene perdón de Dios, que es indigno. Como todos los días desde que él huyó, Raquel piensa que engendró a alguien indigno.

Pero se acabó, piensa también esta mañana, con lo que pasó ayer se acabó porque ya estuvo bien de jugar a las escondidas. Si se creía que era impune que se olvide, qué se cree, el muy mierda, que me voy a olvidar de lo que hizo, piensa Raquel, mientras espera que el agua se caliente para el mate y mira por la ventana.

Todo lo que hice, lo hice por amor, si es que es lo único que existe, lo único que realmente existe, sigue diciéndose, pensando, queriéndose convencer de que lo que piensa es verdad, es su verdad, su testamento.

La noche anterior, antes de la tormenta, hizo lo que no supo que estaba haciendo. Rogó a los dioses que le dieran valor. Y lo hizo. Juntó coraje de entre las piedras y le rezó al santo antes de salir. Llevó los dos bidones de nafta que había comprado unas semanas antes. Llevó el encendedor que era del viejo y llenaba de acetona todos los meses, aunque su marido se hubiera muerto años atrás, porque siempre se necesita un encendedor cuando una es sola, nunca se sabe. 

Lo voy a hacer y lo estoy haciendo, se repetía Raquel, determinada, la noche que salió con dos bidones de nafta y un encendedor a prender fuego la casa a su hijo. Porque es indigno, decía Raquel, porque es un sorete que dejó a sus hijas y a su mujer y me dejó a mí con ellas para que lo cubra, sorete, sorete.

La lluvia empezó a caer una hora después de que la casa de Ricardo, perdida en la ruta, ardiera en llamas. Cuando él llegó quedaban sólo despojos, apenas cenizas mojadas, tierra. Miró a su alrededor y vio vacío, caminó por la ruta, llegó a una hosteria.

Esta mañana su madre piensa que tiene que alimentar al canario, Tobi, su único hijo digno, su tierra, su verdad.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Ariana Harwicz: “En Europa o sos la buena latinoamericana o no sos nada”

Para Revista Sonámbula

Tras haber sido compradas por Martin Scorsese para su realización cinematográfica, se re-editan en un volumen las tres primeras novelas de Ariana Harwicz, escritora argentina radicada en Francia que Leticia Cappellotto entrevistó para Sonámbula. Una charla imperdible, entre el cine mainstream, las denuncias judiciales por su obra y el cuestionamiento a lxs escritorxs «colaboracionistas».

Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) escribe desde Francia hace una década y publicó cuatro novelas: Matate amor (Mardulce, 2012), La débil mental (Mardulce, 2014), Precoz (Mardulce, 2015) y Degenerado (Anagrama, 2019). Este año las editoriales con las que trabaja decidieron, a raíz de la popularidad que las tres primeras novelas estaban teniendo en el circuito literario internacional y varias adaptaciones teatrales, volver a editarlas como un solo libro, Trilogía de la pasión, en el que se aborda el tema de la maternidad, pero también las perversiones de las relaciones filiales, con una prosa lírica enardecida, que ya es la marca distintiva de la autora.

Mientras se hacía la tradicional promoción para esta nueva edición de sus obras más emblemáticas, Martin Scorsese compró los derechos de las tres y confirmó a Jennifer Lawrence como protagónico para Matate Amor, que será llevada a la pantalla grande el año próximo.

Aún tras esta noticia, que la ubica en el centro de la agenda cultural, la voz de Harwicz sigue alzándose por encima de la media como una provocación incesante, en la que no faltan agudas definiciones sobre el lugar del arte frente a la perversión y el rol de las mujeres en el entramado editorial. 

-Se reeditan tres novelas que escribiste en un momento en el que la "literatura de la maternidad" era marginal y/o poco común, cuando ahora está acaparando cada vez más la atención de editores y lectores ¿Cómo lo vivís? ¿Sentís que fuiste "precursora" o "vanguardista" en ese campo temático?

-Si bien es cierto que ahora hay muchos libros sobre el tema, no me siento ni vanguardista ni precursora ni revolucionaria ni visionaria ni mucho menos; la maternidad es un tópico eterno, como el amor, el odio, la traición, la muerte; los grandes cinco o seis tópicos del arte desde que inició el arte. O sea que en ese sentido no hay ninguna invención de mi parte, pero si una reformulación de esos tópicos.


-¿Cómo fue el proceso de escritura de estas novelas? ¿Sentías que tenías algo potente entre manos?

-Matate amor lo escribí aislada en el campo y no era consciente de nada, no sabía que estaba escribiendo una novela ni si era escritora, ni tenía expectativa de publicar. No es mi caso alguien que quiere escribir y ya va a talleres literarios, tiene amigos en el medio, o piensa que está destinado a publicar o intenta publicar, no. Mi caso fue de buhardilla de gestación de obra, muy al margen. Y nunca miré qué era lo que se estaba publicando mientras escribía.

-Pero cuando lo publicó en 2012 Mardulce sí empezó a circular, a tener visibilidad.

-Una vez publicado sí me di cuenta que significaba algo disruptivo. Se notaba en las librerías, en la lectura crítica y en la recepción de los lectores que no era muy habitual ese tipo de libro en literatura contemporánea, no había muchos, no era lo que se estaba leyendo en absoluto. Y varios años después hubo un boom, digamos, donde empezaron a aparecer muchos ensayos, biografías, novelas y cuentos relacionados a la maternidad, la anti-maternidad, la necesidad de ser madre, de no ser madre, al rechazo a la maternidad y todas las variantes.

-¿Crees que es saludable ese boom?

-Por un lado creo que está buenísimo porque para mí es el gran tema, pero por otro lado como todo tópico que se machaca a veces se agota, se vuelve cliché, se cristaliza, hay que tener cuidado.

-Tuviste problemas legales en Francia (Matate, amor fue leída en un juicio en su contra como “ejemplo de que una novela en la que el personaje odia la maternidad vuelve mala a la autora”) ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Te afectó?

-Esta pregunta es muy difícil de contestar porque ese proceso judicial/político se transformó en una cuestión personal. Pero sí te puedo decir que me hizo dar cuenta de que todo libro es potencialmente peligroso, en cualquier época. Por supuesto que sabemos que hubo momentos en los que había libros que había que quemar, que hubo gente que murió por haber escrito un libro, que los llevaban a Siberia a picar hielo y que se jugaban la vida sólo por ser escritores. Pero parece que algo de eso sigue existiendo: aún en democracia, con la libertad de expresión, en tiempos en los que supuestamente uno escribe lo que quiere, los libros siguen siendo potencialmente judicializables y potencialmente peligrosos, tanto para el autor como para los demás.

-Tu novela Degenerado se pone en la piel de un pedófilo ¿Cómo apareció esa idea? ¿Buscaste expresamente un personaje "incorrecto" para generar un libro "polémico"?  

-Entiendo que esa sea una de las perspectivas con las que se puede leer el libro, pero no lo escribí pensando que era un pedófilo o un pedo-criminal, como se dice ahora, porque no pienso así los personajes. Simplemente traté de meterme en el corazón de alguien que piensa que es señalado por todos y dice lo que no dice nadie.

-¿O sea que no pensas en los personajes en términos de correcto/incorrecto aunque todos tus personajes sean más bien “incorrectos”?

-No, porque si yo parto de la base de que tengo una mujer heroína, valiente, víctima o un hombre pedófilo, corrupto, mafioso, traficante de armas, o una madre, perversa, incestuosa, etc., eso mata al personaje, porque de ahí en adelante sólo se puede repetir fórmula, sólo se lo puede condenar: es un personaje que nace condenado, nace muerto. Y no hay nada más anti literario, anti dramatúrgico, anti interesante y anti artístico que componer un personaje muerto.

-¿Y tampoco trabajás en términos de provocación desde lo incorrecto, lo tabú, aun cuando tus libros tengan esos componentes (incesto, pedofilia, abuso)?

-No, tampoco intento expresamente provocar, porque uno nunca sabe qué provoca con una obra, lo que uno cree que va a provocar no provoca nada y viceversa. Lo mismo pasa con el humor y la tragedia, el autor nunca sabe exactamente qué va a pasar. Muchas veces los dramaturgos dicen: “La sala entera se reía cuando yo pensé que iban a llorar y viceversa”. O “Lloran cuando pensé que se iban a reír”. Eso es bueno en realidad, porque quiere decir que el texto está vivo, que no es algo que funciona por fórmula, maquetado.

-Se te vincula generalmente con una línea más "feroz" del cánon argentino: Lamborghini, Copi, Venturini ¿Te sentís emparentada con esa genealogía?

-Obviamente como lectora si leí a Lamborghini, a Copi más tarde y por supuesto a Aurora Venturini, que la descubrí más grande. También a Perlongher. Pero es difícil emparentarme con ellos. Uno reconoce rasgos, tics, manías o pequeñas formas del estilo o los temas o cierta voluntad, cierto deseo, cierta motivación por el “romper todo” que hay en estos escritores que nombrás y en muchos otros. Pero yo no me siento para nada parte de una familia, en el sentido de que ni internacional ni nacionalmente encuentro a una tradición para emparentarme.

-¿No identificás entonces influencias?

-Como no trabajo por fórmulas, ni pertenezco a un género y no sé bien si lo que hago es teatro, cine, horror o costumbrismo, hay una ambigüedad permanente. Me puedo sentir identificada con un verso de Rilke o una invocación de Shakespeare, o con una línea de un cuento de Katherine Mansfield o de Anne Porter. Es mucho más misterioso en qué se ve una o dónde se encuentra. Sí puedo identificar a Agota Kristof como influencia, seguro. Y como estudié teatro, Beckett me cambió toda la forma de leer y de pensar, por supuesto.

-Sos muy activa en redes haciendo divulgación de lo que vos consideras es "el fin del cine", "el fin del arte" y el lugar cada vez más mercantilizado del artista. ¿En qué te basas para sostener esa postura?

-Por supuesto creo que estamos ante “el fin del cine” como lo entendíamos en el siglo XX, no porque no haya después obras maestras sino como industria, como mercado. Es súper agotador y desilusionante ir al cine porque ahí se ve como en ningún otro arte el acoso del mercado y la voluntad de vender ante todo. Eso que en la literatura o en las artes plásticas todavía puede, a veces, esquivarse, si se tiene voluntad, en el cine ya no, la entrega es total, incluso en películas que están buenas pero que el mercado las asfixia.

-¿Te referís a que como dicen otros autores que hay una nueva "inquisición moral progresista" en las industrias culturales?

-Creo que existe un neo-puritanismo en toda la sociedad, pero hay un error de base ahí, lo voy a decir hasta el cansancio. Si una canción dice “Si te veo con otro te mato”, ese machismo, esa misoginia, esa violencia, eso en la vida es una inmundicia, porque es femicidio, porque es machismo, violencia de género, etc. Pero en el arte no es eso, en el arte hay que leerlo todo distinto, porque si lo leemos igual que en la vida, entonces deja de ser una obra, es la vida, y no hay sublimación. Entonces es al revés: en el arte hay que poder decirlo todo para no pasar al acto.

-Hace poco comentaste que a las escritoras latinoamericanas en Europa se les marca "un camino" ¿A qué te referís? ¿Qué pasa si te apartas de ese camino?

-Por supuesto que te marcan un camino, más ahora más que nunca, está agudizado, llevado casi hasta la caricatura. Primero porque las políticas son políticas identitarias, entonces se busca rápidamente ubicar al autor donde quepa. Es una imagen del rifle y los binoculares, en la que se busca rápidamente capturar qué es ese artista: si es no binario, si es latinoamericano, qué edad tiene, si es LGTB+, de qué origen étnico es, lo religioso, etc. O se busca una identidad sexual para hacer un identikit y vender, es obvio. Como a algunos escritores les gusta eso, o si no les gusta, pareciera que les gusta, lo aceptan, entran en complicidad con ese sistema, son cómplices, colaboran, son colaboracionistas. Entonces claro, hay un camino trazado tanto en Europa como en Estados Unidos: sos la buena latinoamericana o no sos nada. En mi caso no soy nada, porque yo no me quise amoldar a eso.

-¿Lees autores contemporáneos? ¿Cuáles? ¿Algo que te haya gustado especialmente?

-Voy leyendo a todos los autores que están a mi alrededor, en las mismas editoriales que publico, en Argentina, en América Latina y afuera. Y me parece que siempre se encuentran a pesar de todo singularidades. Autores singulares que se destacan y que tratan de escribir de otro modo, de un modo propio, ni siquiera tampoco contra una moda, que sería como posicionarse en un lugar bastante obvio. Leo mucha poesía. María Martoccia, Pablo Katchadjian o Flor Monfort me gustan particularmente.

sábado, 19 de noviembre de 2022

Un cuento x semana #6: Pastor

Vos sabías, vos lo supiste siempre, mirame pelotudo cuando te hablo, mirame bien fijo, forro, mierda, sorete, vos siempre supiste que yo te amaba.

Te voy a contar esta historia porque quiero contármela a mí también, quiero saber cómo suena, quiero saber si suena tan mierda dicho al aire que como me suena en la cabeza, aunque vos supieras, vos siempre supiste ¿no?

Pero me vas a oír, me vas a escuchar cada linda palabrita que te quiera decir mientras estés acá atado, meado, cagado de frio y de hambre como te merecés, forro, mierda, sorete.

Todo empezó cuando viniste al San Juan Evangelista, mi colegio, ese día del niño, no te debes ni acordar. Yo sí, perfectamente me acuerdo, fue el domingo 18 de agosto de 2006. Estábamos con Tito y Maxi vendiendo rifas para el viaje de egresados y te vimos, subido en escenario, todo hecho un dandy, un rey león, un Jesusito. Nunca había escuchado nombrar a “Hermanos del Sendero”, nunca si quiera había pensado que existirían bandas de rock cristiano. Empezaron a tocar “Es el camino”, me acuerdo porque ese tema tiene un riff impresionante, fue lo que más me llamó la atención, nunca me imaginé siquiera que alguien que tocara así la guitarra pudiera creer en Dios, pensé directamente que esa persona era Dios. Y ahí estabas, cantando, vos y tu estúpida guitarra, vos y tu camino, vos y tu luz celestial del Señor.

Hijo de puta, como tenías a todas las pendejitas del María Auxiliadora muertas, meadas, cantando tus forradas. Y ahí yo, como una monjita más, embelesado por esa guitarra. Me quedé duro mirándote durante ese tema y los que siguieron, tratando de juntar coraje para ir a hablarte después del concierto, para que no se me trabaran las palabras cuando estuviera respirando el mismo aire que vos. Esto nunca te lo conté y ahora vas a saberlo: Vino Lauri y me dijo “¿Qué te pasa? Parece que hubieras visto un fantasma”. Y así fue como te conoció ella, pensando que estabas muerto y vivo al mismo tiempo, como ahora, ¿qué ironía, no? Pensar que ella supo antes que todos nosotros cómo ibas a terminar, hijo de puta.

Cuando me acerqué me diste un abrazo demasiado confianzudo. Me acuerdo que me llamó la atención que alguien que fuera así de gigante como yo te veía en ese momento pudiera acercarse tanto a mí, que no tenía muchos amigos, que nunca había tenido novia, que recibía un abrazo por año en mi cumpleaños. Y vos empezaste a tocarme, después del abrazo, mientras te hablaba, mientras te decía lo que te admiraba. Primero me pusiste una mano en el brazo, después una en el cuello, todo el tiempo mirándome fijo a los ojos. Como un hechicero, como un encantador de serpientes. Hijo de puta, perverso, sorete, hijo de re mil putas, haciendo como si yo no fuera el fan numero mil que te fuera a chupar las medias. Haciéndome sentir especial.

Las chicas del Auxiliadora te pedían autógrafos, vos los dabas con una sonrisa y a todas les decías “Bendiciones”  de una forma tan personal, tan íntima, Fernando, que parecía que te  las ibas a coger con la mirada ahí mismo. El curro del Espíritu Santo, pensé después, mucho, muchísimo después, cuando lo único santo que quedaba era el espíritu porque nuestros cuerpos ya estaban todos atravesados por el pecado y la putrefacción.

Me dijiste que me acercara a tu casa, que ensayaban los jueves y sábados, que si quería podía sumarme en la parte de prensa y difusión. Me lo dijiste con esa amabilidad tan suelta que te salía por los poros, como si no quisieras ser amable pero no tuvieras otra opción. Ahí, cuando me diste la dirección de tu casa, fue cuando me tocaste el cuello. “Gracias, campeón, que Él te ilumine siempre”, dijiste. Me acurdo patente lo de iluminar, porque esa fue la primer canción que compuse, que te compuse: “El sol llegó a mí”. Y en realidad, ahora que lo pienso bien, el sol no era Dios, no  era él porque ni bien te conocí él me abandonó, me dejó a la suerte de su Judas, el muy hijo de puta.

¿Te acordás lo que decía? “Es luz si abre, es luz si te deja ver, es luz si grita verdad”. Pero verdad, verdad, lo que se dice verdad, nunca hubo entre nosotros. O quizás la verdad, dirías vos, es sólo una forma de ver las cosas, sólo una forma de poner el caos en un orden para que no nos sea es misterioso. Bueno, sigamos, no nos desviemos del punto central, el quid de la cuestión, el momento más esperado por todos, mi primer recital con la banda. No lo podía creer, estaba parado ahí con Uds., en el Festival Internacional de Juventud Cristiana 2010. Finalmente había un lugar donde me sentía parte de algo más grande, un lugar donde encajaba. Vos, vos me hacías encajar porque vos eras lo que necesitaba. Alguien a quien admirar. Un pastor.

A “Hermanos del Sendero” le fue de maravilla, ganamos el tercer puesto porque sabíamos que los del “Esclavos de tu amor” estaban arreglados para salir primeros y que los de “Sangra y desangra” no iban a perder nunca una competencia. Pero me sentí un verdadero héroe esa noche, un verdadero elegido. Era mi tema el que tocamos, lo había compuesto yo. Vos habías dicho que la íbamos a romper. Vos me querías, me necesitabas, me veías como un hermano. Éramos hermanos, éramos todo, o al menos lo sentíamos así. O yo lo sentía así. Soñaba con que nunca se terminara ese momento entre nosotros, cuando vos gritabas mis letras, yo te miraba y parecíamos extasiados de una droga pura, una droga santa.

Después de ese concurso empecé a investigar sobre los místicos, esa gente que decía que sentía a Dios en el cuerpo, que él los penetraba, los atravesaba porque sentía que lo que pasaba entre nosotros no era sexual, no era ni siquiera amoroso, era de otra dimensión. Hasta te hice un altar, ¿sabés? En realidad nos hice, nos hice a nosotros dos un altar en casa. Tenía de todo: fotos, stickers de la banda, púas, entradas a festivales, algunas velas. Todas las noches rezaba por nosotros, para que pudiéramos seguir tocando, pero sobre todo para que estuviéramos juntos, siempre, siempre juntos.

Nunca me podría haber imaginado lo que hiciste. El nivel de traición que cometiste fue tan alto, tan absurdo, que lo primero que pensé fue que me había vuelto loco. Era imposible que una persona en la que confiaba tanto me hubiera traicionado así. No podía ser cierto, les dije a los chicos de la banda cuando me lo contaron. Vos me dijiste que nada nos iba a separar, que éramos lo mismo aunque pareciéramos distintos, que nos mirábamos porque mirábamos un espejo donde nos reflejábamos. Vos dijiste todo eso antes de irte con la banda de cumbia, hijo de puta. Esos desviados que hablan de jalar la botella, de los pasillos de la villa, del sexo grupal, toda esa putrefacción, esa desviación, esa oscuridad que nos envolvió hasta enterrarnos. “Por plata”, dijiste. “Por plata” repetimos todos en un suspiro. Sin poder creerlo, esperando que fuera un sueño.

Al principio pensé que te estabas drogando. O peor, que estabas enamorado de alguna mujer. Te seguí, te vi ir y venir de los ensayos a la discográfica y a tu casa. Quería saber exactamente en qué punto del camino habías dejado de amarnos, a mí y a Él. Intenté olvidarme de todo, también. Dejarte atrás, volver a confiar. Fue imposible. ¿Con qué órgano del cuerpo se tiene fe, Fernando? ¿Dónde late la fe? ¿Dónde se rompe la fe?  ¿Qué médico te cura la fe?

Fui a hablar con varios curas, los de mi capilla, los del colegio. Todos me decían que pusiera la otra mejilla, que te perdonara, que Él ya pondría un pastor nuevo delante de mí. Pero eso nunca pasó. Mi corazón se volvió un cactus al que nadie riega. Era la ostia que tomaste en la comunión con el Diablo. Y ahí está, sigue viviendo de milagro, porque en realidad no necesita demasiada atención. Solo un poquito de atención que vos no pudiste darle.

Nos abandonaste por el pecado, Fernando, no por plata. Y aunque te esperamos, nunca volviste, nos abandonaste para siempre. Pero es verdad que Él sabe siempre más que nosotros. Y nos juntó. Te puso a vos en ese recital del San Juan Evangelista, ese 18 de agosto de 2006, y me puso a mí hoy acá.

No voy a desviar nuestro camino, no voy a dejar que te me escapes. Prefiero que estés muerto y vayas al Reino de los Cielos ahora que todavía late la llama de tu bendición, a que te hundas en la humillación de no servir más al Señor.

¿Cuántas noches de caravana más por el conurbano te quedan, Ferchus?

¿Cuántas pibitas en pollerita corta bailándote adelante tuyo vas a ver?

No voy a tolerar todo esto, Fernando, antes juntos y muertos que vivos y separados.

Así que compré un arma ¿sabés?. Es fácil conseguir armas últimamente. Le puse dos balas. Una tuya y una mía. 

Si no vamos a tener nada nuestro, será nuestra la muerte. 

Es que si te pones a pensar, las ovejas no saben qué hacer sin su pastor, se desorientan, se pierden. ¿Qué le queda al rebaño si el Pastor se desvía?

Te va a matar uno de tus corderos. Soy solo un artefacto de la luz que quisiste apagar. Pero la luz de Él no se apaga así nomás, la luz se extingue en el infinito.

Pero antes, quiero que recemos juntos. Seleccioné este párrafo especialmente. Vos lo vas a decir en silencio, con tu corazón, mientras yo lo repito antes de gatillar:

Bendito sea aquel pastor que en nombre de la caridad y de la buena voluntad

saque a los débiles del Valle de la Oscuridad

porque es el auténtico guardián de su hermano

y el descubridor de los niños perdidos.

Amén.

martes, 15 de noviembre de 2022

Columna de Cine&Series #13: Encuesta de cine argentino y filmografía de Lucrecia Martel

 
Las revistas de crítica de cine Taipei, La vida útil y La tierra quema realizaron una encuesta entre más de 540 personalidades de la cultura en la que se eligieron las 100 mejores películas de la historia del cine argentino. Salió ganadora por más de 100 votos con el segundo puesto "La Ciénaga" de Lucrecia Martel, quien además ganó en 2021 el premio Konex a la mejor directora de cine de la década por lo que repasamos su filmografía. Encuesta completa.

sábado, 12 de noviembre de 2022

Un cuento x semana #5: Encargo

No lo soporto, no lo soporto más. Necesito terminar con esto antes de que esto termine conmigo. Necesito poder sacármelo de encima como la caspa, como una basurita en el ojo, como un granito con punto negro, verde, azul, o cualquiera sea el color del que se pone el pus cuando te está diciendo que tu cuerpo ya no lo tolera, no puede albergarlo, no puede siquiera esconderlo, sintetizarlo y/o mimetizarlo. Tengo que decir la verdad como quien tiene que exorcizar para siempre un demonio atrapado entre los gametos de la sangre, ya no entre los glóbulos rojos o blancos. Está tan dentro de mí, me contamina de una forma tal que es imposible crear nada bueno, nada verdadero, nada bello mientras siga corriéndome por las venas la mentira. Voy vengarme del hijo de puta que me rompió el corazón en tantos pedazos como fuera posible, al punto que esas esquirlas se pulverizaron dentro de mí. Planeo contarle a la esposa del Ministro de Justicia de la Nación que tiene una lista interminable de amantes que integré durante cinco años.

Los días no son todos iguales para Moravia. Hay días cortos y días largos. Los días cortos son los que trabaja y el tiempo se le pasa rápido. Los días largos son los que no trabaja. En esos días Moravia se ocupa de sus cosas, que son en general trámites, necesidades de su discreto departamento en Once, como comprar alpiste para el pajarito que tiene en el balcón, cuyo nombre todavía no ha terminado de decidir. Y si bien hace más de un año que lo tiene al bicho, no es muy afecto a los nombres, Moravia, ni a los animales en general. Al pichoncito ese se lo regalo su hermano el Héctor, cuando vino de Corrientes a firmar el plazo fijo la última vez y ahí quedó, no lo quiere especialmente pero tampoco lo deja morir de hambre. Es su compañero. Los últimos años Moravia había perdido más de lo que había ganado. Todo por la bebida, claro, más que nada por las apuestas, pero las apuestas venían después de la bebida o a causa de la bebida o había algo vinculado siempre con eso que lo hacía perder el control. Los días que trabajaba no tomaba. Los días que no trabajaba sí, desde temprano. Empezaba con Cinzano a eso de las once, seguía con vino en el almuerzo y después de la siesta Legui, si se quedaba mirando alguna película.

Todo había sido mentira. Todo. Que nos habíamos mirado especialmente el primer día que nos conocimos. Que sintió algo particular cuando dije su nombre por primera vez. Que le daba mucha curiosidad saber sobre mi vida. Que le parecía más joven de la edad que en realidad tenía. Que le había sorprendido mi altura. Todo era mentira aunque fueran verdades parciales porque con él la verdad no existía. Era una burla, “la verdad”, para él y su sistema de verdades construidas para su conveniencia. Pero yo iba a desenmascararlo, iba a lograr que su vida fuera el infierno en el que se había convertido la mía desde esa vez en la que no nos miramos especialmente y sí nos miramos especialmente, todo al mismo tiempo.

Los días que trabajaba Moravia siempre tenía le misma rutina: se despertaba a las cinco, prendía la radio AM, ponía la pava y miraba por la pequeña ventana de la cocina. Ese huequito daba un pulmón de manzana horrible, pero le gustaba ver si había alguien despertándose al mismo tiempo que él. Fantaseaba con maestras que entraban a trabajar muy temprano, se tomaban el tren en la estación y caminaban cuadras de tierra hasta llegar a esos colegios llenos de chicos pobres con mocos colgando. Imaginaba también operarios fabriles, choferes de colectivos, toda una masa de trabajadores amaneciendo junto a él para no sentirse tan solo. Cuando la pava silbaba, se tomaba dos mates y se iba al baño. Allá lo mismo de siempre: ducha, afeitarse, talco, desodorante y una musculosa limpia. Después vestirse, buscar la reglamentaria, chequearle las balas. Rezar un padre nuestro. Lo del padre nuestro algunas veces se le olvidaba y estaba todo el día cargando culpa por no haber hecho lo que su mamá, allá en Corrientes, le decía que tenía que hacer antes de irse de cualquier lugar: bendecir el camino. Esos días Moravia andaba molesto, esperando que algo malo le pase, culpándose y recriminándose, sin parar, por no haber bendecido su camino. Cuando llegaba a su casa rezaba dos padres nuestros y se iba a dormir sin cenar, pensando en su difunta madre.

Al principio me pareció una forma de sentirme viva: mentir. Ocultar algo que pudiera permitirme tener una vida paralela, un secreto. La gente tiene secretos, pensaba, porque no lee libros, porque necesita vivir la ficción que no consume por otro lado. Entonces todo comenzó como un doble juego perverso: sentirme una protagonista de una novela de la tarde y realmente viva por primera vez. Primero habían sido mensajes y mails, cosas sin trascendencia. La poca relación que teníamos no conducía a mucho más. Compartíamos algunas reuniones de militancia en esa época en la que yo creía en la revolución y el hombre nuevo. Supongo que él ya no creía en nada de eso para cuando empezamos a salir. Supongo que creer era un lujo que no podía pagarse. Que estuviera casado no era el único problema. Que fuera mi referente político tampoco. Que se llenara la boca hablando de combatir la corrupción sumado a que se encamara conmigo todos los jueves al principio lo vi como algo atractivo. Ese doble estándar que las mujeres creemos que tiene que ver con la coraza que se ponen los hombres que sufrieron demasiado para no sufrir más. No entendía que no hace falta que hayan sufrido mucho antes, la coraza se la ponen por narcisistas, por ególatras. Pero después la mentira comenzó a agigantarse. Y ahora se acabó, ahora ya no habrá coraza ni nada que pueda salvarlo de ésta.

Lo que sí algunas veces confundía a Moravia era la bebida. Con eso sí que tenía un problema. A eso le debía uno de sus mayores conflictos: la soledad. No había pasado mucho tiempo desde que su mujer lo había dejado acusándolo de borracho, llevándose a los chicos al Paraguay, de donde era ella. Moravia no entendía por qué se habían ido tan lejos, pero sabía que de haberse quedado en Buenos Aires tampoco los vería muy seguido. Eran de pocas palabras, todos en esa familia. Él para empezar, su señora y los chiquitos, que habían heredado esa forma de comunicarse con miradas o soplidos que tenía el matrimonio. Moravia quería verlos pero nunca le alcanzaba la plata para ir hasta allá y volver, menos que menos para pagarle a los dos los pasajes ida y vuelta. Ahora hacía mucho que no los veía, no sabría decir cuánto.

Lentamente la mentira comenzó a agigantarse. Empezó a perturbarme la relación cuando su mujer quedó embarazada del tercer hijo. Cuando me lo contó se ocupó de decirme que cuando se acostaba con ella pensaba en mí. Un granito más de locura para mi debilitada psiquis. Al tiempo que sabía que no habría forma que mi ADN se involucrara con el del chico, me impresionaba demasiado haber estado presente en el momento de su concepción. Pero además me daba escalofríos poder ser parte de esa otra vida que él tenía, como si fuera una indigente golpeando la ventana de una casa con hogar a leña en la que todos eran felices. Al principio creía que eso que hacía él con su familia no era más que una fachada necesaria para subsistir. Pero después empezaron los sueños con el bebé flotando y me di cuenta de que la única que estaba subsistiendo era yo, mientras que ellos sí existían, gracias a mi silencio.

Los días que trabajaba pasaban rápido, de acá para allá, haciendo las cosas que tenía que hacer. A veces contactando clientes, a veces esperándolos para ajustar detalles. En ocasiones hablaba con ellos, de manera más bien escueta, aunque no formara parte de su política. De vez en cuando algunos se iban de boca y se enteraba alguna cosa de más, pero no solía pasarle muy seguido. Moravia sabía que no saber era su bendición para el trabajo. Los detalles, los pormenores y los por qués no estaban hechos para él, que poco y nada reflexionaba sobre las cosas, más bien las acataba como un designio para su existencia, las unificaba a su universo como nuevas olas en un mar inmenso.

Después de que nació en nene me di cuenta que estaba completamente enamorada. El misterio sobre su doble vida y la intriga de cómo sería tener una existencia apacible en una familia normal me carcomían a diario. No había forma que me pudiera relacionar con nadie sin empezar a pensar qué era eso que me estaba ocultando. Comencé a desconfiar de mis amigos, de mis hermanos, de todos. El representaba el modelo del hombre normal a la perfección: padre de familia, profesional, trabajador. Y sin embargo ahí estaba, mintiéndoles a todos. Si él podía hacerlo, todos podían hacerlo. Y peor: si él era más feliz que yo haciendo eso, eso era lo que había que hacer. La honestidad estaba sobrevalorada, pensaba mientras salía de su oficina, mientras le abría la puerta de mi casa, mientras me escondía en un hotel alojamiento.

Tenía una agenda apretada de clientes. Nunca faltaba quien lo recomendara. Era bueno en lo que hacía. Era, sobre todo, prolijo. La prolijidad y la discreción eran un plus que le venía de su entrenamiento militar, pero él no se mandaba mucho la parte por eso. Sabía que tenía que ser prolijo porque no se le ocurría otra forma de ser. Lo de la discreción le venía de no hablar mucho, ni retener mucha información nunca. Para eso estaba Fiorito, para saber y manejar la data. Él trabajaba con varias puntas, no solo con Moravia. Tenía una red aceitada de clientes y la mejor agenda de Buenos Aires. Tenía además, una pinta increíble. Le gustaba vestirse como los dandis italianos de la década del 70, manejaba autos caros, olía siempre bien. Cualquiera hubiera dicho que era un tipo de negocios y, de alguna forma, lo era. En lo que se destacaba era en su capacidad de unir cabos, más que en la ejecución de la tarea. Para eso estaban las puntas como Moravia, Roldeni o Sambiza. Las puntas siempre eran prolijas, pero cuanto menos supieran del trabajo, mejor.

De manera cíclica intentaba cortar la relación, sin éxito. Compartíamos cada vez más ámbitos de discusión y de militancia juntos. Teníamos responsabilidades, reuniones y compromisos con distintas alas de la organización. Éramos un equipo infalible al tiempo que mi vida se había convertido en una tortura de dudas y perversiones. El tiempo empezó a correr más rápido cuando nació el bebe. Él tenía cada vez más ganas de verme con la excusa de que su casa era un infierno. El debate interior entre el buen amante que aumentaba su tiempo conmigo y el mal padre que disminuía su tiempo con su hijo me convertía en una esquizofrénica las veinticuatro horas del día. Me fui de la agrupación, del trabajo que teníamos juntos, de los barrios que solíamos recorrer para llevar nuestro proyecto de esponsoreo legal gratuito. Había pasado casi dos meses sin verlo cuando me enteré de que no era la primera de su lista de fans. Ni la ultima. Que existió y existirá siempre una eterna lista de adolescentes idealistas con las que se entretiene hablando de Mao, el Che, Cooke o Jauretche después de coger. Que eso no era amor, ni revolución, ni nada. Caí en un pozo depresivo cuando me confirmaron los nombres. Todas mis compañeras, casi todas las amigas de mis compañeras, casi todas mis ex compañeras y las amigas de mis ex compañeras. Y mi jefa. El muy hijo de puta se había estado acostando con mi jefa y conmigo al mismo tiempo. Esa misma noche no aguanté más, junté todos sus regalos en una bolsa y lo cité. Quería que me confirmara mirándome a los ojos que solo era un nombre más en una interminable lista. En ese entonces ya era Secretario de Justicia de la Nación, un paso antes del Ministerio. Fue imposible que me atendiera el teléfono. Fue imposible volverlo a contactar.

Fiorito y Moravia compartían poco, casi nada. Salvo el trabajo, todo lo demás era distancia entre ellos. Así es mejor, pensaba Moravia. Así es mejor, pensaba Fiorito. Todo lo concerniente al trabajo lo manejaban vía mensajería por moto. Nunca teléfonos, nunca mensajes, nunca mails. Las personas son más confiables que los aparatos, decía Fiorito, que tenía un posgrado en informática y cultivaba un alma hacker desde los inicios de las telecomunicaciones en el país. Habría que creerle, pensaba Moravia, que de vez en cuando quería cerrar un asunto por teléfono y sentía que estaba metido en una película de espías.

Intenté dejar pasar el tiempo. Pensar que eso es lo que cura las heridas. Que el tiempo selecciona lo que recordaremos y lo que no, y que todo lo que pasó con él sería de esas cosas que el tiempo decidirá que no han pasado realmente. Pero no fue así. Pasaron tres años y sigo sin poder confiar en nadie. Sigo viéndolo en televisión hablando de la defensa de los valores de la república, escuchando sus declaraciones en la radio, viendo sus fotos en el diario. Cuando su nombre comenzó a circular como Juez de la Corte Suprema entendí que no podía seguir negando lo innegable. Hace dos semanas empecé a escribirle mails en los que le advertía que si no me atendía iba a hablar con su mujer. Tampoco obtuve respuesta. Fui a su despacho varias veces, su secretaría me decía que no estaba o que estaba reunido con el presidente u otros ministros. Pero se acabó, se acabó.

Moravia había conocido a Fiorito cuando trabajaba para la empresa de serenos en zona Norte. En uno de los asados de fin de año con sus compañeros se apareció con unas mollejas de corazón, algo que él nunca había probado en su vida. Así que ya esa vez lo vio como alguien distinto, importante, imponente. Los serenos lo trataban como si fuera un patrón, pero el dueño de la empresa no estaba invitado al asado. Pasó poco tiempo hasta que lo contrató por primera vez.

No lo soporto, no lo soporto más. Necesito terminar con esto antes de que esto termine conmigo. Necesito poder sacármelo de encima como la caspa, como una basurita en el ojo, como un granito con punto negro, verde, azul, o cualquiera sea el color del que se pone el pus cuando te está diciendo que tu cuerpo ya no lo tolera, no puede albergarlo, no puede siquiera esconderlo, sintetizarlo y/o mimetizarlo.

Fue un encargo fácil, el primero, pero costó porque desde que había dejado Corrientes no usaba el arma, ni la cargaba siquiera. No era que no le gustaran esos chiches, claro que sí, pero le había quedado una mala impresión de la última vez allá. Habían cerrado un prostíbulo de la ruta, algo de rutina, nada especial, hasta que se le apareció un nenito, hijo de una de las chicas que trabajaba y estaba siendo llevada de rutina a la seccional y le había dado un puntazo en las rodillas con un muñeco. Fue la bebida, seguro, lo que lo hizo tambalear, arrodillarse, y al caer, la reglamentaria se disparo sola. A veces sueña con eso, a veces sueña con todo eso.

Pero ya no me alcanza con desenmascararlo, no me alcanza con el escándalo, la vergüenza pública, el fin de su familia. Necesito matarlo. Pensé primero en acercarme a la casa y hacerlo yo. Confirmar con mis ojos que no va a mentirle a ninguna nena inocente más. Matar con él a la nena inocente que solía ser, a la que él le mostró que la verdad no existe. Pero no me animo a hacerlo, así que contraté un tipo. Se llama Moravia. Me resulta raro no saber su nombre, pero no importa en realidad, me dijeron que es infalible.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Un cuento x semana #4: Bambi

Lo primero que le llamó la atención fue la pronunciada distancia que había entre sus tetas y que tenía una cantidad imposible de gotas de sudor en ese espacio. “Las mujeres con tetas suelen juntarlas” fue lo que pensó al verla e instantáneamente, más allá del cosquilleo en su entrepierna, se dio cuenta de que nunca había meditado sobre la cuestión. “Es como una ruta sagrada”, también se dijo. Es que era poeta. O eso pensaba de sí mismo, que tenía un don para el lenguaje, algo que lo hacía sobresalir del resto de sus competidores. Perdido en la ruta sagrada de Elisa, la atendió antes siquiera de saber su nombre. Estaba desolada, desencajada, transpirada y jadeando.

Es verdad que ese día hacía calor, pero sus gotas sagradas respondían a otros asuntos. Estaba en una crisis de nervios sin precedentes. Su marido la había engañado con su hermana. Se había enterado por su cuñado, que los encontró en plena acción desenfrenada. Habían pasado apenas unas horas desde que había adquirido esa información y todavía no había podido reponerse. Y tampoco podía enfrentarse a él, por lo que había decidido hacerlo indirectamente. Y ahí entraba El Rulo. Ahí entraba él a la ruta sagrada de su entreteta.

A Rulo le gustaban las tetas pero también le gustaban las palabras. Le gustaban dichas en voz alta, en voz baja, en sus pensamientos. En canciones y películas. Pero las que más le gustaban eran las escritas. Dentro de la familia de comerciantes en la que había nacido, eso era una rareza. Porque no solo le gustaba lo que las palabras querían decir, sino también las letras, sus formas, sus maneras de expresar mediante el dibujo. En la adolescencia aprendió que eso se llamaba tipografía y más tarde que se trataba de una disciplina antiquísima. Durante la juventud intentó estudiar diseño gráfico pero no duró. La muerte de su padre lo obligó a hacerse cargo del negocio familiar y chau Helvética. Así comenzó su empresa. Transformó ese amor por las palabras y las letras en su trabajo y se convirtió en diseñador de pasacalles. Pero no uno más, no uno cualquiera. Rulo, poeta, era el mejor pasacallero de su barrio, de su ciudad y por qué no, del mundo entero. Es que el arte de expresarse mediante pasacalles no era para cualquiera. Se debía ser un artista integral, que pudiera abarcar toda la complejidad del mensaje escrito mediante un concepto, un sentido oculto que no se revelaba fácilmente. Rulo sabía que su expertice no pasaba solamente por el diseño del modelo, sino que también tenía las mejores máquinas de impresión, todas importadas de Taiwan, donde la disciplina del estampado había llegado al punto más alto. También le dedicaba mucho empeño a la búsqueda de telas. No debían ser especialmente rugosas para que la tinta se adaptara bien, pero tampoco muy porosas porque de esa forma se podía trabajar mejor el delineado a mano. Aparte, contaba con dos empleados de lujo, escenógrafos de las comparsas más antiguas del barrio y que, pendencieros, se encargaban de disponer de sus pasacalles en los lugares más insólitos e inhóspitos. Rulo proveía además un servicio poco común entre sus competidores, resolvía todo tipo de conflictos a través de sus diseños. Sus anécdotas se contaban por millones: la vez que hizo echar a un director técnico estampando “Rigoli sabemos dónde vive el nene con el que te acostás” o la ocasión en la que logró un aumento generalizado de sueldo extorsionando al dueño de una PyME con veintidós pasacalles consecutivos en la puerta de su casa. “Lo vamos a volver loco con el loco, el veintidós nos va a ayudar”, había pensado Rulo en el brainstorming de la estrategia previa, junto a sus asistentes. Es que ahí estaba el plus, pensaba, en la cabeza que se le pone al asunto. De allí que se jactara de las incontables alianzas matrimoniales que salieron de su pluma al tiempo que un halo de tristeza aparecía en su mirada cuando recordaba los divorcios que había cosechado con sus creaciones. En definitiva, Rulo lograba todo lo que se proponía a fuerza de poesía, tipografía y postes de luz. Un negocio modesto pero potente que había resistido la embestida de otras formas de comunicación más modernas como el teléfono de línea, los celulares, la mensajería instantánea ya perecida y finalmente la comunicación digital. Si bien todos se hablan, decía el poeta Rulo, ya no se dicen cosas realmente.

Elisa, desencajada, todavía en shock por la novedad de la infidelidad de su esposo y sudando como nunca llegó hasta él por uno de sus anuncios que rezaba: “Si pasa en la calle pasa por Rulos Pasa Calles”.

La conversación fue breve:

-El hijo de puta, el hijo de puta de mi marido… - dijo casi gimiendo Elisa.

Rulo entendió que no necesitaba el verbo y rápidamente le consultó:

-¿Con quién?

-Con mi hermana, con la puta de mierda de mi hermana.

-Quedate tranquila, reina –le dijo Rulo mientras navegaba en la ruta sagrada de su entreteta –yo me encargo, anotame acá los nombres y direcciones de las mierdas esas.

Elisa procedió a hacer lo que le pidió Rulo. También procedió a quedarse en el local hasta la noche, tomar agua primero, mate después, llorar, gritar y charlar como nunca había charlado con un hombre. Le contó de su infancia, adolescencia y casamiento. De cómo su hermana siempre había competido con ella por todo, porque había nacido en un año bisiesto y “esas minas son complicaditas desde los planetas”. Que cuando ella se había casado la hermana había usado un vestido blanco para opacarla y que siempre le preguntaba el número de la tintura del pelo para copiarlo. Era notable como Elisa daba en la tecla con todas sus declaraciones. Como artista que era, el tema del color era para Rulo muy importante, si se considera que en su negocio los colores deben estar pensados milimétricamente para generar el efecto buscado. Y si bien era cierto que en su métier proliferaban los rojos y azules, eso era porque las telas solían ser blancas. Después de varias horas Rulo ya no miraba a Elisa en la entreteta, sino que podía sostenerle la mirada y notó que, aunque con los ojos inflamados del llanto y la ira contenida, los ojos de Elisa eran color miel, como la piel de Bambi. Fue ahí, cuando enlazó la situación con Bambi, a través de una asociación libre mientras la miraba a Elisa tomar mate, que comenzó a definir su estrategia. Es que generalmente, podía dar cátedra Rulo, las mejores tácticas aparecen cuando dejamos flotar el hemisferio izquierdo del cerebro, asociado a la creación. Para decir conviene callar y mirarse a los ojos, podría haber escrito en ese momento de intimidad con Elisa, pero prefirió seguir pensando en Bambi.

A la noche salió la cuadrilla dirigida a la oficina del marido de Elisa y a la casa de su hermana. Ella había aprobado el pasacalle para él y con el correr de los mates había accedido a la propuesta de Rulo de hacer un dos por uno. “Se necesitan dos para el tango”, había sido su argumento, que juzgaba muy poético. Desahuciada como estaba por la traición de su propia sangre, Elisa estimó que sería incapaz de enfrentar a MariÁngeles (así, sin espacio intermedio, le confirmó a Rulo cuando él le consultó). Entonces él se encargó de todo. Obnubilado por la entreteta, Bambi y la mar en coche, sabía que daría lo mejor de sí.

Esa noche la invitó a cenar. Ella aceptó pero le pidió que la llevara a ver cómo había quedado todo. Pasaron primero por el trabajo del marido, una multinacional de torre interminable en el microcentro. “Marcelo Foglia: no quiero ponerte más el consolador en el culo, que ahora lo haga ella. Besos, tu ex mujer” había sido estampado en una polipropileno de 73 grs/m² de gramaje con Impact cuerpo 90 en negro con bordes rojos y tenía subrayado “consolador” y “ex”. En la casa de los padres de Elisa, donde vivía la hermana, se podía leer: “Hermuchi: mi marido tiene SIDA, hacete un test pronto. Te quiero, Elisa” en Copperplate Gothic Bold cuerpo 150 en blanco sobre una rafia negra reservada para ocasiones especiales. Al lado de la leyenda había un dibujo de una cinta roja doblada como suele utilizarse en las campañas de concientización contra el VIH.

Rulo estaba satisfecho. Elisa había dejado de llorar y cuando vio todo colgado la tristeza había mutado a la risa. Durmieron juntos. Durante la noche hubo una tormenta de viento y lluvia pocas veces vista. Pero ninguno de los dos pasacalles se cayó ni perdió su inscripción. Eso pasa cuando se hace un trabajo de calidad, con nudos especiales y tintas importadas, pensó Rulo la mañana siguiente.

Esa misma mañana apareció en su local MariAngeles. Un poco más vieja y un poco más gorda que Elisa, la hermana despechada encaró a Rulo sin prólogos. Mientras ella hablaba, él depositó su mirada en la entreteta con sana curiosidad, pero no había allí nada con lo que entretenerse. También escudriñó la mirada de MariAngeles, pero no encontró a Bambi sino solo envidia, ira y rencor. “Los devoran los de afuera” fue lo que pensó Rulo, siempre poeta.

-Quiero hacerle una contestación a mi hermana que me puso un pasacalle acá.

Mintiendo como nunca antes, rechazando un cliente por primera vez en su vida, Rulo se negó a tomar el trabajo que le proponía MariÁngeles tratando de concentrarse en su estrategia de contraataque. De su experiencia sabía que una guerra de pasacalles es como un toro sin torero, iracunda, desenfrenada, interminablemente dañina. Sabía, por haber hecho mucho daño mediante la palabra escrita, que no son las tintas, ni las telas ni los gramajes ni las tipografías. Es el escarnio público, la lavadura de trapitos al sol lo que realmente hiere. Es la completa y absoluta falta de intimidad entre los que se enfrentan vía pasacalle lo que destruye las relaciones. Sabía, Rulo, el poeta, que lo peor de un mensaje violento dirigido a una persona que supimos querer es que ahora todos saben que ya no la queremos. Uno puede esconderse de sí mismo, había meditado muchas veces Rulo frente al In Design con el que trabajaba, pero cuando todos saben algo que vos negaste durante años, ya no podes escaparte.

MariÁngeles empezó a insultar a Rulo con vehemencia y dijo que iba a ir a defensa del consumidor para hacerle una denuncia. Salió del local convertida en una turba y mientras Rulo meditaba los pasos a seguir, la hermana infiel fue a la competencia. Según los cálculos del poeta, para la media tarde de ese día ya estaría colgada la represalia en la puerta de la casa de Elisa. Rulo no perdió el tiempo, la llamó y le pidió su dirección.

Espero unas dos horas hasta que llegaron los empleados de Sorcena, su competidor más cercano. Cuando los vio a los chicos subirse a los postes y desplegar la tela calculó medidas y otras cuestiones. Colgaron un lienzo de 12x2m en una filigrana celeste de bajísima calidad, estampado con “Elisa: el SIDA de Marcelo eras vos” en una Comic Sans roja que remataba con dos corazoncitos. A Rulo le pareció poco acertada la elección de una tipografía amistosa como esa para un mensaje de tamaño calibre. Pero no podía dedicarse a críticas de estilo en ese momento. Volvió a la imprenta antes del anochecer y llamó a Elisa, que salía del trabajo y encaraba para su casa, dispuesta a enfrentarse a su marido, que había tenido que ser hospitalizado por el estado de shock que le produjo encontrarse con la creación de Rulo en su trabajo. Además, varios de sus empleados habían sacado fotos del pasacalle y ya circulaba en internet. No era la primera vez que el trabajo de Rulo trascendía las fronteras de los interesados, de alguna manera estaba acostumbrado a la difusión exponencial de sus creaciones y sabía que sus mensajes llegaban lejos porque le ponía mucha alma y dedicación a su trabajo. “Lo que natura non da”, solía ufanarse.

Rulo y Elisa intercambiaron pocas palabras. Él le deseó suerte en la discusión con su marido y arriesgó un chiste con el consolador que a Elisa no le causó gracia. Pensó en ese momento que había posibilidades de que, asustada como estaba de que su marido tuviera una complicación de salud, se reconciliaran. Por lo pronto a él lo dejaba tranquilo haber sacado el pasacalle ofensivo de MariÁngeles. ¿Qué seguiría? No lo sabía. El había hecho su parte.

Ella nunca más lo llamó. El se compró por internet un DVD de la película y la vio varias veces hasta que se olvidó del asunto. Pero cuando para algún trabajo necesita el Pantone 14-1118, un beige clarito, tirando al color de Bambi, se consuela pensando que al bicho nunca le salieron cuernos y se ríe de su descubrimiento, solo. 
 

 

martes, 1 de noviembre de 2022

Columna de Cine&Series #11: Estreno de la segunda temporada de "The White Lotus" y otras series sobre gente rica haciendo cosas

A partir de que se estrenó en HBO la 2da temporada de la aclamada por la crítica y multipremiada The White Lotus, que viene a mostrar las miserias de los ricos del mundo en un resort en Sicilia,  recomendamos otras ficciones en las que la clase alta tiene protagonismo.