Tras haber sido compradas por Martin Scorsese para su realización cinematográfica, se re-editan en un volumen las tres primeras novelas de Ariana Harwicz, escritora argentina radicada en Francia que Leticia Cappellotto entrevistó para Sonámbula. Una charla imperdible, entre el cine mainstream, las denuncias judiciales por su obra y el cuestionamiento a lxs escritorxs «colaboracionistas».
Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) escribe desde Francia hace una década y publicó cuatro novelas: Matate amor (Mardulce, 2012), La débil mental (Mardulce, 2014), Precoz (Mardulce, 2015) y Degenerado (Anagrama, 2019). Este año las editoriales con las que trabaja decidieron, a raíz de la popularidad que las tres primeras novelas estaban teniendo en el circuito literario internacional y varias adaptaciones teatrales, volver a editarlas como un solo libro, Trilogía de la pasión, en el que se aborda el tema de la maternidad, pero también las perversiones de las relaciones filiales, con una prosa lírica enardecida, que ya es la marca distintiva de la autora.
Mientras se hacía la tradicional promoción para esta nueva edición de sus obras más emblemáticas, Martin Scorsese compró los derechos de las tres y confirmó a Jennifer Lawrence como protagónico para Matate Amor, que será llevada a la pantalla grande el año próximo.
Aún tras esta noticia, que la ubica en el centro de la agenda cultural, la voz de Harwicz sigue alzándose por encima de la media como una provocación incesante, en la que no faltan agudas definiciones sobre el lugar del arte frente a la perversión y el rol de las mujeres en el entramado editorial.
-Se reeditan tres novelas que escribiste en un momento en el que la "literatura de la maternidad" era marginal y/o poco común, cuando ahora está acaparando cada vez más la atención de editores y lectores ¿Cómo lo vivís? ¿Sentís que fuiste "precursora" o "vanguardista" en ese campo temático?
-Si bien es cierto que ahora hay muchos libros sobre el tema, no me siento ni vanguardista ni precursora ni revolucionaria ni visionaria ni mucho menos; la maternidad es un tópico eterno, como el amor, el odio, la traición, la muerte; los grandes cinco o seis tópicos del arte desde que inició el arte. O sea que en ese sentido no hay ninguna invención de mi parte, pero si una reformulación de esos tópicos.
-¿Cómo fue el proceso de escritura de estas novelas? ¿Sentías que tenías algo potente entre manos?
-Matate amor lo escribí aislada en el campo y no era consciente de nada, no sabía que estaba escribiendo una novela ni si era escritora, ni tenía expectativa de publicar. No es mi caso alguien que quiere escribir y ya va a talleres literarios, tiene amigos en el medio, o piensa que está destinado a publicar o intenta publicar, no. Mi caso fue de buhardilla de gestación de obra, muy al margen. Y nunca miré qué era lo que se estaba publicando mientras escribía.
-Pero cuando lo publicó en 2012 Mardulce sí empezó a circular, a tener visibilidad.
-Una vez publicado sí me di cuenta que significaba algo disruptivo. Se notaba en las librerías, en la lectura crítica y en la recepción de los lectores que no era muy habitual ese tipo de libro en literatura contemporánea, no había muchos, no era lo que se estaba leyendo en absoluto. Y varios años después hubo un boom, digamos, donde empezaron a aparecer muchos ensayos, biografías, novelas y cuentos relacionados a la maternidad, la anti-maternidad, la necesidad de ser madre, de no ser madre, al rechazo a la maternidad y todas las variantes.
-¿Crees que es saludable ese boom?
-Por un lado creo que está buenísimo porque para mí es el gran tema, pero por otro lado como todo tópico que se machaca a veces se agota, se vuelve cliché, se cristaliza, hay que tener cuidado.
-Tuviste problemas legales en Francia (Matate, amor fue leída en un juicio en su contra como “ejemplo de que una novela en la que el personaje odia la maternidad vuelve mala a la autora”) ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Te afectó?
-Esta pregunta es muy difícil de contestar porque ese proceso judicial/político se transformó en una cuestión personal. Pero sí te puedo decir que me hizo dar cuenta de que todo libro es potencialmente peligroso, en cualquier época. Por supuesto que sabemos que hubo momentos en los que había libros que había que quemar, que hubo gente que murió por haber escrito un libro, que los llevaban a Siberia a picar hielo y que se jugaban la vida sólo por ser escritores. Pero parece que algo de eso sigue existiendo: aún en democracia, con la libertad de expresión, en tiempos en los que supuestamente uno escribe lo que quiere, los libros siguen siendo potencialmente judicializables y potencialmente peligrosos, tanto para el autor como para los demás.
-Tu novela Degenerado se pone en la piel de un pedófilo ¿Cómo apareció esa idea? ¿Buscaste expresamente un personaje "incorrecto" para generar un libro "polémico"?
-Entiendo que esa sea una de las perspectivas con las que se puede leer el libro, pero no lo escribí pensando que era un pedófilo o un pedo-criminal, como se dice ahora, porque no pienso así los personajes. Simplemente traté de meterme en el corazón de alguien que piensa que es señalado por todos y dice lo que no dice nadie.
-¿O sea que no pensas en los personajes en términos de correcto/incorrecto aunque todos tus personajes sean más bien “incorrectos”?
-No, porque si yo parto de la base de que tengo una mujer heroína, valiente, víctima o un hombre pedófilo, corrupto, mafioso, traficante de armas, o una madre, perversa, incestuosa, etc., eso mata al personaje, porque de ahí en adelante sólo se puede repetir fórmula, sólo se lo puede condenar: es un personaje que nace condenado, nace muerto. Y no hay nada más anti literario, anti dramatúrgico, anti interesante y anti artístico que componer un personaje muerto.
-¿Y tampoco trabajás en términos de provocación desde lo incorrecto, lo tabú, aun cuando tus libros tengan esos componentes (incesto, pedofilia, abuso)?
-No, tampoco intento expresamente provocar, porque uno nunca sabe qué provoca con una obra, lo que uno cree que va a provocar no provoca nada y viceversa. Lo mismo pasa con el humor y la tragedia, el autor nunca sabe exactamente qué va a pasar. Muchas veces los dramaturgos dicen: “La sala entera se reía cuando yo pensé que iban a llorar y viceversa”. O “Lloran cuando pensé que se iban a reír”. Eso es bueno en realidad, porque quiere decir que el texto está vivo, que no es algo que funciona por fórmula, maquetado.
-Se te vincula generalmente con una línea más "feroz" del cánon argentino: Lamborghini, Copi, Venturini ¿Te sentís emparentada con esa genealogía?
-Obviamente como lectora si leí a Lamborghini, a Copi más tarde y por supuesto a Aurora Venturini, que la descubrí más grande. También a Perlongher. Pero es difícil emparentarme con ellos. Uno reconoce rasgos, tics, manías o pequeñas formas del estilo o los temas o cierta voluntad, cierto deseo, cierta motivación por el “romper todo” que hay en estos escritores que nombrás y en muchos otros. Pero yo no me siento para nada parte de una familia, en el sentido de que ni internacional ni nacionalmente encuentro a una tradición para emparentarme.
-¿No identificás entonces influencias?
-Como no trabajo por fórmulas, ni pertenezco a un género y no sé bien si lo que hago es teatro, cine, horror o costumbrismo, hay una ambigüedad permanente. Me puedo sentir identificada con un verso de Rilke o una invocación de Shakespeare, o con una línea de un cuento de Katherine Mansfield o de Anne Porter. Es mucho más misterioso en qué se ve una o dónde se encuentra. Sí puedo identificar a Agota Kristof como influencia, seguro. Y como estudié teatro, Beckett me cambió toda la forma de leer y de pensar, por supuesto.
-Sos muy activa en redes haciendo divulgación de lo que vos consideras es "el fin del cine", "el fin del arte" y el lugar cada vez más mercantilizado del artista. ¿En qué te basas para sostener esa postura?
-Por supuesto creo que estamos ante “el fin del cine” como lo entendíamos en el siglo XX, no porque no haya después obras maestras sino como industria, como mercado. Es súper agotador y desilusionante ir al cine porque ahí se ve como en ningún otro arte el acoso del mercado y la voluntad de vender ante todo. Eso que en la literatura o en las artes plásticas todavía puede, a veces, esquivarse, si se tiene voluntad, en el cine ya no, la entrega es total, incluso en películas que están buenas pero que el mercado las asfixia.
-¿Te referís a que como dicen otros autores que hay una nueva "inquisición moral progresista" en las industrias culturales?
-Creo que existe un neo-puritanismo en toda la sociedad, pero hay un error de base ahí, lo voy a decir hasta el cansancio. Si una canción dice “Si te veo con otro te mato”, ese machismo, esa misoginia, esa violencia, eso en la vida es una inmundicia, porque es femicidio, porque es machismo, violencia de género, etc. Pero en el arte no es eso, en el arte hay que leerlo todo distinto, porque si lo leemos igual que en la vida, entonces deja de ser una obra, es la vida, y no hay sublimación. Entonces es al revés: en el arte hay que poder decirlo todo para no pasar al acto.
-Hace poco comentaste que a las escritoras latinoamericanas en Europa se les marca "un camino" ¿A qué te referís? ¿Qué pasa si te apartas de ese camino?
-Por supuesto que te marcan un camino, más ahora más que nunca, está agudizado, llevado casi hasta la caricatura. Primero porque las políticas son políticas identitarias, entonces se busca rápidamente ubicar al autor donde quepa. Es una imagen del rifle y los binoculares, en la que se busca rápidamente capturar qué es ese artista: si es no binario, si es latinoamericano, qué edad tiene, si es LGTB+, de qué origen étnico es, lo religioso, etc. O se busca una identidad sexual para hacer un identikit y vender, es obvio. Como a algunos escritores les gusta eso, o si no les gusta, pareciera que les gusta, lo aceptan, entran en complicidad con ese sistema, son cómplices, colaboran, son colaboracionistas. Entonces claro, hay un camino trazado tanto en Europa como en Estados Unidos: sos la buena latinoamericana o no sos nada. En mi caso no soy nada, porque yo no me quise amoldar a eso.
-¿Lees autores contemporáneos? ¿Cuáles? ¿Algo que te haya gustado especialmente?
-Voy leyendo a todos los autores que están a mi alrededor, en las mismas editoriales que publico, en Argentina, en América Latina y afuera. Y me parece que siempre se encuentran a pesar de todo singularidades. Autores singulares que se destacan y que tratan de escribir de otro modo, de un modo propio, ni siquiera tampoco contra una moda, que sería como posicionarse en un lugar bastante obvio. Leo mucha poesía. María Martoccia, Pablo Katchadjian o Flor Monfort me gustan particularmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario