Vos sabías, vos lo supiste siempre, mirame pelotudo cuando te hablo, mirame bien fijo, forro, mierda, sorete, vos siempre supiste que yo te amaba.
Te voy a contar esta historia porque quiero contármela a mí también, quiero saber cómo suena, quiero saber si suena tan mierda dicho al aire que como me suena en la cabeza, aunque vos supieras, vos siempre supiste ¿no?
Pero me vas a oír, me vas a escuchar cada linda palabrita que te quiera decir mientras estés acá atado, meado, cagado de frio y de hambre como te merecés, forro, mierda, sorete.
Todo empezó cuando viniste al San Juan Evangelista, mi colegio, ese día del niño, no te debes ni acordar. Yo sí, perfectamente me acuerdo, fue el domingo 18 de agosto de 2006. Estábamos con Tito y Maxi vendiendo rifas para el viaje de egresados y te vimos, subido en escenario, todo hecho un dandy, un rey león, un Jesusito. Nunca había escuchado nombrar a “Hermanos del Sendero”, nunca si quiera había pensado que existirían bandas de rock cristiano. Empezaron a tocar “Es el camino”, me acuerdo porque ese tema tiene un riff impresionante, fue lo que más me llamó la atención, nunca me imaginé siquiera que alguien que tocara así la guitarra pudiera creer en Dios, pensé directamente que esa persona era Dios. Y ahí estabas, cantando, vos y tu estúpida guitarra, vos y tu camino, vos y tu luz celestial del Señor.
Hijo de puta, como tenías a todas las pendejitas del María Auxiliadora muertas, meadas, cantando tus forradas. Y ahí yo, como una monjita más, embelesado por esa guitarra. Me quedé duro mirándote durante ese tema y los que siguieron, tratando de juntar coraje para ir a hablarte después del concierto, para que no se me trabaran las palabras cuando estuviera respirando el mismo aire que vos. Esto nunca te lo conté y ahora vas a saberlo: Vino Lauri y me dijo “¿Qué te pasa? Parece que hubieras visto un fantasma”. Y así fue como te conoció ella, pensando que estabas muerto y vivo al mismo tiempo, como ahora, ¿qué ironía, no? Pensar que ella supo antes que todos nosotros cómo ibas a terminar, hijo de puta.
Cuando me acerqué me diste un abrazo demasiado confianzudo. Me acuerdo que me llamó la atención que alguien que fuera así de gigante como yo te veía en ese momento pudiera acercarse tanto a mí, que no tenía muchos amigos, que nunca había tenido novia, que recibía un abrazo por año en mi cumpleaños. Y vos empezaste a tocarme, después del abrazo, mientras te hablaba, mientras te decía lo que te admiraba. Primero me pusiste una mano en el brazo, después una en el cuello, todo el tiempo mirándome fijo a los ojos. Como un hechicero, como un encantador de serpientes. Hijo de puta, perverso, sorete, hijo de re mil putas, haciendo como si yo no fuera el fan numero mil que te fuera a chupar las medias. Haciéndome sentir especial.
Las chicas del Auxiliadora te pedían autógrafos, vos los dabas con una sonrisa y a todas les decías “Bendiciones” de una forma tan personal, tan íntima, Fernando, que parecía que te las ibas a coger con la mirada ahí mismo. El curro del Espíritu Santo, pensé después, mucho, muchísimo después, cuando lo único santo que quedaba era el espíritu porque nuestros cuerpos ya estaban todos atravesados por el pecado y la putrefacción.
Me dijiste que me acercara a tu casa, que ensayaban los jueves y sábados, que si quería podía sumarme en la parte de prensa y difusión. Me lo dijiste con esa amabilidad tan suelta que te salía por los poros, como si no quisieras ser amable pero no tuvieras otra opción. Ahí, cuando me diste la dirección de tu casa, fue cuando me tocaste el cuello. “Gracias, campeón, que Él te ilumine siempre”, dijiste. Me acurdo patente lo de iluminar, porque esa fue la primer canción que compuse, que te compuse: “El sol llegó a mí”. Y en realidad, ahora que lo pienso bien, el sol no era Dios, no era él porque ni bien te conocí él me abandonó, me dejó a la suerte de su Judas, el muy hijo de puta.
¿Te acordás lo que decía? “Es luz si abre, es luz si te deja ver, es luz si grita verdad”. Pero verdad, verdad, lo que se dice verdad, nunca hubo entre nosotros. O quizás la verdad, dirías vos, es sólo una forma de ver las cosas, sólo una forma de poner el caos en un orden para que no nos sea es misterioso. Bueno, sigamos, no nos desviemos del punto central, el quid de la cuestión, el momento más esperado por todos, mi primer recital con la banda. No lo podía creer, estaba parado ahí con Uds., en el Festival Internacional de Juventud Cristiana 2010. Finalmente había un lugar donde me sentía parte de algo más grande, un lugar donde encajaba. Vos, vos me hacías encajar porque vos eras lo que necesitaba. Alguien a quien admirar. Un pastor.
A “Hermanos del Sendero” le fue de maravilla, ganamos el tercer puesto porque sabíamos que los del “Esclavos de tu amor” estaban arreglados para salir primeros y que los de “Sangra y desangra” no iban a perder nunca una competencia. Pero me sentí un verdadero héroe esa noche, un verdadero elegido. Era mi tema el que tocamos, lo había compuesto yo. Vos habías dicho que la íbamos a romper. Vos me querías, me necesitabas, me veías como un hermano. Éramos hermanos, éramos todo, o al menos lo sentíamos así. O yo lo sentía así. Soñaba con que nunca se terminara ese momento entre nosotros, cuando vos gritabas mis letras, yo te miraba y parecíamos extasiados de una droga pura, una droga santa.
Después de ese concurso empecé a investigar sobre los místicos, esa gente que decía que sentía a Dios en el cuerpo, que él los penetraba, los atravesaba porque sentía que lo que pasaba entre nosotros no era sexual, no era ni siquiera amoroso, era de otra dimensión. Hasta te hice un altar, ¿sabés? En realidad nos hice, nos hice a nosotros dos un altar en casa. Tenía de todo: fotos, stickers de la banda, púas, entradas a festivales, algunas velas. Todas las noches rezaba por nosotros, para que pudiéramos seguir tocando, pero sobre todo para que estuviéramos juntos, siempre, siempre juntos.
Nunca me podría haber imaginado lo que hiciste. El nivel de traición que cometiste fue tan alto, tan absurdo, que lo primero que pensé fue que me había vuelto loco. Era imposible que una persona en la que confiaba tanto me hubiera traicionado así. No podía ser cierto, les dije a los chicos de la banda cuando me lo contaron. Vos me dijiste que nada nos iba a separar, que éramos lo mismo aunque pareciéramos distintos, que nos mirábamos porque mirábamos un espejo donde nos reflejábamos. Vos dijiste todo eso antes de irte con la banda de cumbia, hijo de puta. Esos desviados que hablan de jalar la botella, de los pasillos de la villa, del sexo grupal, toda esa putrefacción, esa desviación, esa oscuridad que nos envolvió hasta enterrarnos. “Por plata”, dijiste. “Por plata” repetimos todos en un suspiro. Sin poder creerlo, esperando que fuera un sueño.
Al principio pensé que te estabas drogando. O peor, que estabas enamorado de alguna mujer. Te seguí, te vi ir y venir de los ensayos a la discográfica y a tu casa. Quería saber exactamente en qué punto del camino habías dejado de amarnos, a mí y a Él. Intenté olvidarme de todo, también. Dejarte atrás, volver a confiar. Fue imposible. ¿Con qué órgano del cuerpo se tiene fe, Fernando? ¿Dónde late la fe? ¿Dónde se rompe la fe? ¿Qué médico te cura la fe?
Fui a hablar con varios curas, los de mi capilla, los del colegio. Todos me decían que pusiera la otra mejilla, que te perdonara, que Él ya pondría un pastor nuevo delante de mí. Pero eso nunca pasó. Mi corazón se volvió un cactus al que nadie riega. Era la ostia que tomaste en la comunión con el Diablo. Y ahí está, sigue viviendo de milagro, porque en realidad no necesita demasiada atención. Solo un poquito de atención que vos no pudiste darle.
Nos abandonaste por el pecado, Fernando, no por plata. Y aunque te esperamos, nunca volviste, nos abandonaste para siempre. Pero es verdad que Él sabe siempre más que nosotros. Y nos juntó. Te puso a vos en ese recital del San Juan Evangelista, ese 18 de agosto de 2006, y me puso a mí hoy acá.
No voy a desviar nuestro camino, no voy a dejar que te me escapes. Prefiero que estés muerto y vayas al Reino de los Cielos ahora que todavía late la llama de tu bendición, a que te hundas en la humillación de no servir más al Señor.
¿Cuántas noches de caravana más por el conurbano te quedan, Ferchus?
¿Cuántas pibitas en pollerita corta bailándote adelante tuyo vas a ver?
No voy a tolerar todo esto, Fernando, antes juntos y muertos que vivos y separados.
Así que compré un arma ¿sabés?. Es fácil conseguir armas últimamente. Le puse dos balas. Una tuya y una mía.
Si no vamos a tener nada nuestro, será nuestra la muerte.
Es que si te pones a pensar, las ovejas no saben qué hacer sin su pastor, se desorientan, se pierden. ¿Qué le queda al rebaño si el Pastor se desvía?
Te va a matar uno de tus corderos. Soy solo un artefacto de la luz que quisiste apagar. Pero la luz de Él no se apaga así nomás, la luz se extingue en el infinito.
Pero antes, quiero que recemos juntos. Seleccioné este párrafo especialmente. Vos lo vas a decir en silencio, con tu corazón, mientras yo lo repito antes de gatillar:
Bendito sea aquel pastor que en nombre de la caridad y de la buena voluntad
saque a los débiles del Valle de la Oscuridad
porque es el auténtico guardián de su hermano
y el descubridor de los niños perdidos.
Amén.
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