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viernes, 30 de junio de 2023

Un cuento x semana #38: Lo de Nelly

No queremos ir, pero vamos. Vamos porque vivimos con la abuela. Vamos porque la abuela nos obliga. Vamos porque nos promete que si vamos, esa noche nos hace albóndigas. Así que vamos, los tres, mi hermana, la abuela y yo, a lo de Nelly, todos los miércoles.

El lugar está escondido como si fuera una casa más. No tiene nada de especial, una cerca blanca, algunas plantas en el jardín delantero. La abuela abre la verja del frente pero después toca el timbre. Adentro está lleno de viejas como ella. Somos los únicos chicos. El salón está repleto de cuadros de santos y siempre suena una música parecida, sin cantante. Viene Nelly a saludarnos y nos dice: “Qué grandes que están”. Nos da dos besos a cada uno y nos sonríe. Después se va al fondo. Todas las amigas de la abuela nos dicen cosas así, todos los miércoles. O que estamos grandes o que estamos lindos. Hay una, Ramona, que nos regala unos caramelos ácidos. Hacemos que nos los comemos pero después los escupimos porque nos hacen llorar de lo ácidos que son.

En el fondo hay un jardín lleno de animales, de plantas y una parra gigante que tapa donde se hacen las reuniones. Hay pajaritos en jaulas, gallinas en un corral, varios perros siempre dando vueltas que Nelly ata antes de empezar. El pasto está quemado y se mezcla con la tierra. Hay muchas cosas apelotonadas: una cortadora de pasto, algunos muebles con la madera hinchada porque se mojaron con la lluvia, hasta una moto. La abuela nos explicó que la gente le regala cosas a Nelly porque se lo merece. Bajo la parra siempre están las sillas puestas en círculo y las mujeres se sientan así. La abuela nunca nos deja salir pero nosotros vemos todo desde adentro por una ventanita. Y escuchamos todo, también.

Primero habla Nelly. Dice los nombres de las presentes, bendice la reunión y evoca al espíritu santo. Después habla Mirta, que es la secretaria. Después habla Ramona. Elsa toca el piano pero no canta. Solo canta en Navidad, cuando hacen la reunión más grande y cantan todas.

Después atienden.

Los que van a ser atendidos se sientan en una silla que le ponen en el medio de la ronda, las mujeres se levantan y empiezan a caminar girándole alrededor. Cuando Nelly grita “Ahora” las mujeres suben y bajan los brazos en dirección al que está sentado y siguen girando, mientras Nelly grita cosas.

Las cosas que grita pueden variar. Pueden ser: “Saca Jesús al demonio del cuerpo de” y ahí dice el nombre del que está sentado en el medio. O puede decir: “Quita Señor el mal del cuerpo de tu hermano”. Si es una mujer la que está en la silla dice “hermana”. Las mujeres giran y giran murmurando algo que nunca pudimos escuchar. Mi hermana dice que repiten lo que dice Nelly, pero no sabemos bien. Puede ser. Ellas siguen así mientras en general el que está en la silla no se mueve. Cuando fue mamá, después de que se murió papá, ella sí se movió. Empezó a corcovear como si estuviera a punto de vomitar. Y creemos que sí vomitó, porque justo la que estaba girando delante de la boca se tiró para atrás, pero no vimos el vómito. Después le preguntamos y nos dijo “Me saqué algo de encima", pero nunca supimos si lo decía por el vómito o por papá.

Eso sigue así un rato hasta que una de las mujeres empieza a temblar y se separa de la ronda. “Lo tenemos” grita Nelly y todas las demás se apartan de la silla del medio y se vuelven a sentar. La señora que tiembla a veces es Ramona, a veces Mirta, nunca Nelly. Dudamos si Nelly no tiembla porque no quiere o porque ya no puede, porque está muy vieja. Un miércoles le preguntamos a la abuela cuántos años tenía Nelly y contestó: “Como yo”. Y nosotros vimos temblar a la abuela, así que poder puede.

Una vez que se aparta del grupo la señora que tiembla empieza a hablar con Nelly, que le dice: “¿Quién eres? ¿Qué quieres?” mientras recorre su cuerpo sin tocarlo con las manos, de los hombros hacia abajo y hacia arriba. Hasta que en una de esas veces lo hace con más fuerza de abajo hacia arriba y deja las manos en alto un rato y la señora que estaba temblando deja de temblar. Así le pasó varias veces a la abuela cuando fue la que temblaba. “Se ha ido hacia la luz”, dice Nelly, y la abuela u otra señora que tiembla vuelve a su lugar original en el círculo de asientos y todas aplauden. Después Nelly abraza a la persona de la silla del medio, que en general vuelve a su silla llorando pero a la vez sonriente. “Llora de alivio” nos explicó una vez la abuela.

Cuando terminan con las personas, empiezan con los animales: vimos degollar a varias gallinas y matar a un conejo. También un miércoles un señor pidió llevar su caballo porque dijo que “Le habían hecho un trabajo” y no ganaba las carreras. Nelly no lo autorizó. La abuela nos contó esa noche en casa que era porque Nelly no trabajaba “con el vicio”.

Cuando terminan la abuela abraza a todas las viejas y con Nelly se tocan también los brazos un rato hasta que se ríen y se despiden. Adentro a veces se queda charlando con alguna de las cosas del barrio, la verdulería, la carnicería, un asalto si hubo esa semana. Cuando nos ve en el sillón haciéndonos los dormidos nos dice: “Saluden que nos vamos”. Y nosotros le damos dos besos a Nelly, uno a Ramona y otro a Mirta.

Volvemos caminando ya de noche, rápido. Sabemos que hay albóndigas.

 

jueves, 22 de junio de 2023

Un cuento x semana #37: Marita

A mí, si me preguntan, respondo siempre lo mismo: es un trabajo como cualquier otro. Es verdad, tiene sus truquillos, quiero decir, uno va adquiriendo un saber, cierta experiencia, detalles, minucias, pero al final, me levanto a la mañana, manoseo viejos en una residencia de ancianos, cumplo mi horario y vuelvo a mi casa, nada del otro mundo.

Todo empezó allá lejos hace tiempo, cuando Doña Encarna, por supuesto me acuerdo de su nombre aunque ahora esté muerta y enterrada hace años, me pidió que le enjabonara las tetas de nuevo mientras la bañaba. “Otra vez, por favor, otra vez”, susurró, y yo pensé que la pobre estaría senil, como casi todos mis clientes, bueno, en ese momento eran solo pacientes, pero todos ellos tenían un puntito entre locos y cuerdos, vivos y muertos, comedia y tragedia. Pensé “Pobre Encarna no se acuerda que ya la enjaboné recién”, pero sí se acordaba. En realidad en su susurro Encarna suplicaba lo que todos ellos suplican en silencio, que los toquen, los acaricien, los hagan sentir. Entonces ese verano cada vez que la bañaba ella decía “¿Y lo otro?” y yo ya sabía que tenía que enjabonarle las tetas dos veces para que ella cerrara los ojos y suspirara mucho, vaya uno a saber pensando en qué, o en quién. Pero claro, después se corrió la bola y todas empezaron a pedir lo mismo y, modestia aparte, a pensar en mí. En algún punto lo entiendo: mido un metro noventa, hago natación desde chico, tengo manos grandes de traumatólogo, brazos armados, espalda, hombros. De cara soy normal, pero la barba hace lo suyo, el pelo un poco largo, un color de piel que no es muy común en España y el acento, claro, el acento argentino que las vuelve locas a todas.

Como explicaba, primero fue Encarna, después las de su habitación y finalmente las hijas. Con las hijas hacía el service completo, digamos. Íbamos a un hotel, atrás, adelante, atrás, un abracito después para que no se notara el negocio y todo a la alcancía. Con esa performance en menos de un año me compré un auto, una moto y una pileta de lona. Eso fue más un capricho que otra cosa, porque para nadar iba al polideportivo, pero me gustaba tirarme ahí y pensar que toda esa agua era sudor de viejas, fluidos de viejas, cataratas de líquido vaginal de viejas con sequedad crónica que yo había hecho brotar casi como de las piedras y ahora me abrazaba los domingos a la tarde cuando leía algún policial mientras me tomaba unas cervezas al sol.

Después de las señoras y las hijas llegaron los señores y los hijos. Al principio me dio un poco de impresión, para qué negarlo. Don Vicente fue el primero que, entre risas, lo sugirió jugando a las cartas:

-¿Lo de Encarna es sólo para Encarna? –preguntó mirándome a los ojos.

Descolocado, me quedé en silencio.

-Mira que yo tengo pasta como ella ¿eh? –continuó.

-¿Mucha? –respondí.

-Toda la que tú quieras, si haces bien tu trabajo -retrucó pícaro el viejo.

Y así amplié mi clientela. Cuando el hijo de Don Alfonso, que en paz descanse, se enteró del tema, me ofreció ir a jugar al tenis con sus amigos ricachones. Eso empezó así y terminó con que me pude comprar el terreno de al lado y al final una pileta de concreto. Me gustaba hacerme los largos ahí, de noche, pensando que todo ese líquido rodeándome era un útero o un escroto. En fin, un hogar construido por mis propias, gigantes y habilidosas manos, en cuerpos destruidos o abandonados o simplemente tristes, llenos de abulia y desesperación.

El problema ahora es que me enamoré. Bueno, no fue ahora, es más bien lo que me viene pasando hace unos meses con Marita. Ella justamente no quiere mis servicios, aunque se los ofrecieron las señoras, los señores y hasta yo mismo probé una vez, masajeándole la nuca, con bajar despacito al escote haciéndome el distraído. Pero ella muy cálidamente me sacó la mano y me dijo:

-No hace falta, cariño, con las cervicales está bien.

Un poco me ofendí, es cierto, pero por otro lado su negativa me dio más ganas de tocarla, es decir, sin cobrarle, sin negociar ni mercantilizar, diría mi prima la socióloga, eso que tenía yo para ella y ella rechazaba, educadamente, pero muy firme. ¿Acaso Marita no era como todas las viejas que me venía franeleando hacía años, como sus hijas que me pedían que hiciera realidad sus más alocadas fantasías o los viejos y sus hijos que hacían con mi cuerpo lo que no hacían y no habían hecho nunca con sus respetables esposas? Había gato encerrado ahí, no era posible que Marita supiera todo eso (porque lo sabía, se lo habían contado hasta las enfermeras cuando entró porque a ellas también les daba una comisión por hacerme marketing) y no le diera curiosidad, no necesitara aunque sea probar aquello de lo que todas sus compañeras se beneficiaban, ese calor, ese contacto, ese amor, en definitiva, que le daba a mis clientes. Porque es cierto que les cobraba, claro, cómo no voy a cobrar por mi trabajo, faltaría más. Pero la dedicación, el entusiasmo, todo eso venía gratis. Y el recato, también, los límites, la discreción y la falta de exigencias. Porque a algunas de las hijas, por ejemplo, las divorciadas sobre todo, me daban ganas de invitarlas a salir a tomar algo, o decirles que vinieran a casa para ver una película. Pero nunca lo hice justamente porque soy un profesional, un dedicado fisioterapeuta con aptitudes heterodoxas pero con conducta y abnegación casi religiosas.

Me llevó poco tiempo averiguar el pasado de Marita y cuando lo conocí me excitó aún más: tenía 75 años, tres hijos, un marido escritor muerto. Había sido corresponsal de guerra de un diario muy prestigioso por décadas, había cubierto decenas de conflictos por todo el mundo y había vivido en el extranjero muchos años. Aparte tenía varios libros publicados y una entrada en la Wikipedia. Como buena escritora en la residencia se la pasaba escribiendo un cuaderno atrás de otro, compulsivamente casi. También leía muchísimo. Se tiraba las tardes que las otras viejas gastaban en la televisión o la canasta en el jardín, fumando a escondidas de todos nosotros, leyendo y escribiendo sin parar.

Un día le robé el diario, curioso por saber cómo escribía y qué tenía tan importante para contarse a sí misma. Y ahí terminé de enamorarme para siempre, de Marita, mi Marita, la única que me dijo que no. Abrí el cuaderno en una página cualquiera y leí:

Si le preguntan a él, responde siempre lo mismo: tiene un trabajo como cualquier otro. Es verdad, admite, tiene sus truquillos, es decir, ha ido adquiriendo un saber, cierta experiencia, detalles, minucias. Pero al final, explica: me levanto a la mañana, manoseo viejos en una residencia de ancianos, cumplo mi horario y vuelvo a mi casa, nada del otro mundo. 

Columna de Cine&Series #29: Polémica por el estreno de "The Idol" y otras series de Sam Levinson

 

viernes, 16 de junio de 2023

Columna de Cine&Series #28: Estreno de la sexta temporada de la mítica "Black Mirror"

 

Un cuento x semana #36: Confusión

I.-

¿Qué carajo es todo esto? No entiendo nada, tengo frío, ¿qué pasó? Me duelen los ojos. Es por toda esta luz. ¿Por qué hay tanta luz en este lugar? Me duele la panza, me cortaron algo me parece, tengo una cicatriz. ¿Y todo este ruido? Es demasiado. ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó con mi casa? Es verdad que ya estaba incómodo ahí, pero esto es rarísimo. Esta señora que me mira, ¿quién es? Señora no me mire. Tengo una puntada en el estómago, creo que es hambre, ¿Dónde está mi comida? ¿Y ese olor? ¿Dónde estoy? ¿Qué carajo está pasando? Voy a llorar. Listo lloro y alguien me va a tener que explicar algo de todo este kilombo. Me acuerdo cosas pero fragmentadas, que me dolió la cabeza, que lloré antes, que me cortaron, que me dormí. Pero ahora esto, no sé, no entiendo. ¿Lloro? Si ya lloré antes y no me sacaron de acá a lo mejor llorar no es la forma, ¿no? mejor me duermo, a ver, cierro los ojos y ya está.

II.-

Huelo mal, ¿Por qué huelo mal? Qué asco ese olor. Y encima tengo mojado atrás. ¿Es líquido? Tiene una consistencia extraña pero diría que de ahí viene el olor. Parece que dormir no sirvió de nada. No sé qué hacer, llorar no sirve, dormir no sirve. Tengo hambre. Me duele la cicatriz esta, me duele la cabeza, toda esta luz me aturde, estas sombras que veo tampoco sé qué son. Por lo menos la señora no me mira más, esa señora me da miedo, me mira como si no sé, fuera su mascota o algo así. Esperá, esperá, ¿no le puedo explicar a la señora esa que tengo hambre? Porque creo que esto es hambre. Y que me saque el líquido de la espalda, porque me molesta, tira olor. Llorar no, dormir no, ya sé, ¡me rio! Sonrío así con fuerza y capaz me dan comida. Ahí viene la señora, bien, reír funcionó.

III.-

Tengo que chupar, chupar es más efectivo que reírse. Chupo eso que me ponen en la boca y se me va el hambre. No entiendo cómo me llega de la boca al estómago este líquido pero chupar está bueno, me relaja un poco. La señora me mira fijo cuando chupo y me pone un poco incómodo, la verdad, déjeme chupar, señora, mire otra cosa por favor. El problema con lo de chupar es que después me da sueño, me duermo y cuando me despierto tengo el olor ese, toda la espalda empapada, un desastre. Y será que lo huelo yo solo el olor porque tardan en sacármelo, me dejan ahí con los otros y nos miramos todos como diciendo “¿Alguien más huele eso?”. Algunos lloran, otros se duermen, pero el olor se mantiene. Intenté explicarles que llorar no sirve mucho. Pero no sé, lo que más me molesta es la luz, no entiendo para qué hace falta tanta luz, la verdad.

IV.-

El señor también me mira. No sé qué le pasa, tengo hambre señor. Tengo hambre, sueño y confusión. Él tiene una cara diferente a la señora, los ojos más chiquitos, pelos blancos en la cara. Y no me sonríe, todo mal. Eso sí, me da vueltas, me pone cosas en el pecho, me mira las orejas, me mueve un palito de un lado y del otro de la cara no sé para qué la verdad, pero yo lo miro ir y venir y el señor se calma. Me gustaría preguntarle si lo de chupar está bien porque después de chupar siempre me agarra sueño y después del sueño viene el olor. El señor parece que sabe de dónde me viene el dolor de la panza porque me saca unas cosas de la cicatriz y me las vuelve a poner. Me confunde mucho el tema de la panza porque tengo dolor de la cicatriz pero también dolor del hambre. Lo del hambre con chupar lo resuelvo, aunque la señora me mire fijo así como una loca lo resuelvo, cierro los ojos y ya está. Pero después está lo de la cicatriz, que no entiendo bien, ¿Tendré que chupar al señor? Lo que me preocupa más es el olor: ¿A quién tendré que chupar para que no se me llene el cuerpo de ese olor? Me pica la espalda, además, no sé cómo rascarme la espalda. No entiendo nada de todo esto, la verdad.

V.-

Por suerte bajo un poco la luz. En este lugar está la señora solamente, el señor se fue. Ella me tiene todo el día en brazos, no sé para qué, pero lo bueno es que se da cuenta rápido lo del olor y no dura mucho todo eso. Y chupo más seguido que antes, también es verdad. Lo de dormir se me complica un poco por el miedo al olor. Porque si me deja la señora solo, acostado, yo me duermo, total, ¿qué más voy a hacer? Lo más raro igual es que cuando me duermo veo cosas, cosas de antes, cuando no tenía hambre, cuando no tenía sueño, no  hacía tanto frío, no tenía que hacer todo este circo de chupar, reír, dormir, gritar. Me gustaría volver ahí, pienso cuando me despierto, pero no sé cómo decirle a la señora que me lleve. Voy a probar con hablar, a ver:

-Agugudada.

viernes, 9 de junio de 2023

Columna de Cine&Series #27: Estreno de "Diciembre 2001" y otras películas sobre la crisis argentina

 

Un cuento x semana #35: Oxitocina

 

Fue para la época en la que Mariana me dijo que estaba embarazada de nuevo y comprobé que nunca se separaría de su marido por más que me hubiera dicho durante dos años que me amaba que decidí ir a visitar al tío Esteban por primera vez.

Cabe aclarar que en mi familia él no era una persona sino un concepto, una metáfora de lo que se consideraba un desajuste, una exageración, un exabrupto involuntario. En reuniones en las que por supuesto estaba ausente, mis parientes solían hacer chistes usando su nombre como adjetivo o adverbio: “Eso es una estebaneada” reían cuando alguien se pasaba de extravagante o “Estás muy Esteban hoy”, podían decirse sin más explicación, y todos entendíamos que se trataba de un insulto cariñoso, pero insulto al fin.

Mientras tanto el tío Esteban vivía en una clínica psiquiátrica en las afueras de la ciudad con un diagnóstico tan dudoso como irrefutable. Bipolar desde chico, los últimos avances de la ciencia habían determinado que en su caso el remedio había sido peor que la enfermedad y que la terapia de electroshock que le habían inculcado de niño había derivado en un trastorno neurológico tal que lo dejó abandonado en uno de los polos, configurando lo que algunas revistas especializadas denominaban “unipolaridad”. Esteban padecía de una alegría patológica, un entusiasmo desmedido, un optimismo irracional y por lo tanto no podía vivir en sociedad, así que hubo que internarlo.

Los planes astronómicos que hacía y nunca cumpliría, los raptos de entusiasmo con los que vivía a diario a partir de una película que le había gustado mucho, una comida especialmente rica o cualquier visita que lo alegrara más de la cuenta lo convertían en un discapacitado, sí, pero a la vez en un espectáculo digno de ver para cualquiera que necesitara un shock de oxitocina o dopamina. Ese era técnicamente el problema, le habían explicado los médicos a mi madre, su hermana, que una de las secuelas de los tratamientos que le habían dado de chico era una sobreproducción de hormonas de la felicidad, por lo cual su cuerpo siempre estaba en un estado orgásmico permanente.

Con esos tecnicismos en la cabeza me embarqué un sábado en el tren, solo, cansado de esperar a Mariana y la llegada de la vida plena que nunca tendríamos juntos, a cargarme de energía y ganas de vivir al lado de mi tío, el concepto, el demente, el que era clínica e irremediablemente feliz.

Cuando llegué al neuropsiquiátrico me recibieron amablemente y me llevaron a su cuarto, donde lo vi de refilón y me asusté. El tío había engordado a niveles astronómicos y llevaba un uniforme blanco gigante, parecía un oso. Aparte se había dejado el pelo largo y desde atrás tenía una aura como de chamán cherokee, algo que distaba mucho de la imagen que tenía de él, más conservadora, menos excéntrica. Así que así es como luce la felicidad, pensé. Al escuchar ruidos inmediatamente se dio vuelta y en sus ojos aparecieron dos destellos al tiempo que gritaba ¡Sebastián, cuánto tiempo! y se me abalanzaba para abrazarme. Su olor me impactó. Era rancio y dulce a la vez, una combinación que jamás olvidaré entre la fragancia a pino de líquido para limpiar pisos y tabaco, ascetismo y decadencia, medicina y oscuridad. Tío, qué bueno verte, dije, y me senté.

Al principio asumí que se la pasaría hablando, tal era la imagen que tenía de un bipolar en fase de manía permanente como se suponía que era él y me enseñaron las películas. Además, los chistes y los rumores familiares alrededor de su condición no dejaban margen para pensar en algo más que un lunático, un payaso enardecido, un mutante de circo. Pero no, el tío cerró el libro que leía a mi llegada  -Kierkegaard, Diario de un seductor- y le consultó a la enfermera de forma  amable si podíamos salir al jardín. Caminamos hasta allí en un silencio tenso, en el que yo esperaba que los mitos que había construido durante toda mi adolescencia sobre ese señor feliz sin remedio se hicieran realidad, pero nada de eso sucedió. Una vez en el parque, rodeados de gente que hablaba sola, toda vestida de blanco, deambuladores, algunos enfocados obsesivamente en el tronco de un árbol, empezamos a charlar. Otra vez para mi sorpresa, en lugar de atiborrarme con verborragia, me preguntó como si no hiciera una década que no nos veíamos:

-¿Cómo andan tus cosas?

-Más o menos, tío, la verdad- osé sincerarme con rapidez, casi sin darme cuenta de que un halo de intimidad me había invadido, confiado en que estaba frente a la única persona que podía entenderme en todo el mundo.

-Mujeres –dijo resuelto, mientras con un gesto llamaba a una de las asistentes que circulaban por el parque con uniforme azul.

-Una sola -repliqué- que no me ama.

Tengo que confesar que había pensado en esa línea, había calculado que si estás enamorado de alguien que no te ama no te quedaba más remedio que ir a ver a un sobreadaptado como mi tío, que contra su propia voluntad y bajo el influjo de la química no tenía más opción que verle el lado luminoso a las cosas, inspirar optimismo, consagrar su vida al vaso medio lleno. Pero no. Lo que hizo el tío Esteban con mi nada original problemática de amo-a-una-mujer-casada-que-no-me-ama-y-no-se-va-a-separar fue preguntar:

-¿Tomás mate o preferís café?

-Mate está bien, gracias- respondí.

Se lo encargó a la enfermera y cuando ella nos dejó solos él volvió hacia mí.

-¿Tu mamá te mandó para que te levante el ánimo? –inquirió.

-No, no sabe que vine.

Cuando la enfermera trajo el termo y el mate y el tío Esteban le agradeció con gestos por demás cariñosos mi confusión empezó a acrecentarse. No sólo no estaba eufórico ni maníaco, ni exultante, ni siquiera se lo veía animado o contento. Al final mi misión ególatra, totalmente autómata, de ir a ver a mi tío el unipolar para sentir que la vida tenía sentido aunque Mariana no fuera a estar conmigo no estaba dando el resultado esperado, casi todo lo contrario. Intenté reencausar la charla para mi terreno, consciente de que lo estaba usando, pero ya incapaz de intentar otra cosa más que obtener el shock de optimismo que había ido a buscar.

-¿Vos estuviste con muchas mujeres en tu vida? –pregunté.

-Algunas, pero no es fácil el amor.

-¿Y te enamoraste?

-Por suerte sí, de mamá sobre todo.

-¿De mamá?

-Y sí, todos los hombres nos enamoramos de nuestras mamás, a veces se nos pasa y nos enamoramos de mujeres diametralmente opuestas, a veces no, pero siempre aparece mamá.

Tomé el primer mate al borde del absurdo: el tío más feliz del mundo no solo no estaba feliz sino que me venía con una perorata psicoanalítica que no esperaba en absoluto. Volví a tirar agua para mi molino, convencido de que si no era Esteban el que me levantaba el ánimo, ya nada lo haría. Arremetí:

-¿Vos crees que la voy a poder superar?

-¿A tu mamá?

-No tío, a la mina esta, la que nunca se va a separar de su marido para estar conmigo.

-Como tu mamá.

Aturdido pero a la vez muy cómodo, como si hubiera pasado los últimos cien sábados en ese parque charlando con él, le propuse jugar a las cartas. Accedió. Me ganó tres veces al chinchón y dos al truco. No hablamos más de Mariana, ni de mi madre, ni de la suya.

Cuando me estaba yendo, confiado, seguro, con una paz interior que era imposible de transmitir en palabras le dije:

-Voy a venir más seguido, me hace bien verte.

-Cuando quieras, vivo acá.

Esa noche hablé con mamá y le conté que lo había visto bien, estabilizado. Normal, le dije, con un dejo de tristeza, casi añorando esa niñez perdida, en la que el tío festejaba todo, se hacían chistes en su nombre y era posible ser feliz sin elegirlo, por obligación clínica, por defecto.

viernes, 2 de junio de 2023

Columna de Cine&Series #26: Final de Succession y The Marvelous Mrs. Maisel con series parecidas para reemplazarlas

 

Un cuento x semana #34: Cuarto "B"

 

No escribo como hablo, no hablo como pienso, no pienso como debería pensar,
y así sucesivamente hasta las más profundas tinieblas.
Kafka
 
 
 
 

Otro día en el Planeta Tierra.

En la secretaría vemos a la Señora Directora (60) jugando al Candy Crush en su portátil mientras toma mate con bizcochitos. Oímos un estruendoso ruido propio del videojuego y de fondo gritos de niños en el recreo. Suena el teléfono y la Señora Directora atiende con su mano izquierda sin quitar la vista de la pantalla ni clickear en su mouse con su mano derecha.

Dice:

—¿Hola?

Se hace un silencio.

La Señora Directora ahora dice:

-Ah sí, Señora Inspectora, qué gusto hablar con usted ¿Cómo se encuentra en esta esplendorosa mañana de miércoles? Ah, sí, claro, es jueves, es verdad, pero con esto del cierre de notas, claro, por eso me llamaba, sí, hemos enviado todas las planillas ayer ¿verdad?

Otro silencio.

Sin dejar de clickear en el mouse la Señora Directora cambia su tono de voz:

-¿Cómo que faltan todas las planillas de un curso? ¿Se habrán traspapelado? Déjeme un momento hablar con la Señora Secretaria y vuelvo a llamarla, ¿le parece? Listo, muchas gracias queridísima Señora Inspectora, espero que tenga Usted un hermoso miér...juercoles!

La Señora Directora corta el aparato y sigue jugando en el portátil sin inmutarse.  Unos segundos después vuelve a sonar el teléfono.

Antes de atenderlo, dice:

-Qué pesadilla el día de hoy, por favor, una no puede dedicarse a nada.

Luego da un bufido y repite la acción previa, atiende con la izquierda, clickea con la derecha y dice cansada:

-Hola.

Otro silencio.

Continua:

-Sí, soy yo, ¿qué pasa? No, la Señora Secretaria está de licencia médica, la Señora Vicesecretaria está en un retiro con los alumnos y la Señora Sub Vicesecretaria pidió el día por cuidado de familiar enfermo porque dice que el gato la mira raro y como no tiene hijos es el único familiar, así que estoy sola atendiendo todos los asuntos ¿Qué pasa?

La Señora Directora sigue jugando muda hasta que se levanta de un salto de la silla sin dejar de presionar el mouse. Dado que el sonido ensordecedor de las monedas cayendo no cesa, ahora grita:

-¿Qué? ¿Cómo que todo el curso? ¿Pero se volvieron locos? Venga ya mismo a mi despacho.

La Señora Directora enmudece y vuelve a sentarse para seguir jugando como si no hubiera gritado a los cuatro vientos dos segundos antes. Ruidos más y más estrafalarios salen de su portátil como si hubiera conseguido algún Megacombo Special Deluxe Edition. Acto seguido hace un gesto de victoria y sigue tomando mate. Entra El Preceptor Rodríguez (35) con carpetas en la mano.

Dice:

-Señora Directora, cuánto siento molestarla.

La Señora Directora cuando lo ve cierra el portátil en un gesto rápido y cambia su cara a preocupación exagerada.

-Faltaba más, Rodríguez, explíqueme bien cómo es eso que me dijo recién por teléfono porque no entiendo nada ¿Todos los alumnos de Cuarto “B” reprobaron todas las materias?

-En efecto Señora Directora, fue por eso que no enviamos esa planilla al Ministerio ayer, parecía un error administrativo, pero en realidad la decisión la tomó la Señora Vicedirectora.

-Pero si la Señora Vicedirectora está de licencia médica ¿qué dice?

-No, Señora Directora, esa es la Señora Secretaria, la Señora Vicedirectora llegó hace dos semanas a la escuela.

-¿Hace dos semanas? ¿Dónde estaba?

-No estaba, Señora Directora, estuvimos seis meses sin Señora Vicedirectora, ¿no se acuerda?, por el tema de la licencia psiquiátrica de la Señora Vicedirectora anterior.

-¿Y cómo hay una Señora Vicedirectora nueva y yo no la conozco?

-Porque trabaja desde la casa, dice, así puede disponer más tiempo.

-Pero, a ver, entonces: ¿Esta nueva Señora Vicedirectora que no conoce nadie dice que es normal que cuarenta alumnos del mismo curso reprueben absolutamente todas las materias? ¿Pero dónde se recibió de vicedirectora? ¿En el zoológico?

-No, vea, normal no es, justamente por eso es que no se envió esa planilla, lo que pasa es que ahora tenemos que llamar sí o sí a una reunión de padres.

Visiblemente alterada, la Señora Directora salta hacia atrás y grita:

-¡¡VADERETRO!! Usted sabe muy bien Rodríguez que antes de juntar a cuarenta padres en una habitación tenemos que pedir asistencia a la seguridad civil y a la policía municipal, no podemos convocar a esa reunión así como así.

El Preceptor Rodríguez, calmo, apaciguado, resignado, responde:

-Pero otra opción no queda, Señora Directora, algo raro está pasando en ese curso y tenemos que descubrir qué es.

Suena el teléfono, la Señora Directora atiende y el Preceptor Rodríguez se sienta, abre el portátil y empieza a jugar al Candy Crush, vuelven a sonar las estruendosas monedas cayendo y más horrorosos sonidos del videojuego.

Al teléfono, la Señora Directora dice:

-Sí, Señora Inspectora, sí, ya sé que le dije que la llamaría de inmediato, pero es que estoy intenta…lo sé, Señora Inspectora, sé que tiene sobre su cabeza al Superintendente de Servicios educativos… al Supra Ministro de Estructura Organizativa…y al Asesor Pedagógico del Ministerio…lo sé, lo sé, pero tampoco me parece que una sola planilla que falte sea tan … pero tan.. De acuerdo, es que si Ud. no me deja, no puedo averiguar qué es lo que sucedió ¿entiende? Deme una hora, por favor.

La Señora Directora corta el teléfono, cierra el portátil e increpa amenazante al Preceptor Rodríguez:

-¿Para esto lo ascendí a encargado de documentación, Rodríguez, para que me haga semejante papelón?

-No, Señora Directora, fui ascendido a encargado de documentación porque antes había sido Sub encargado de documentación bajo la Ley 664/78 del Estatuto de los empleados no docentes y conforme expone la normativa vigente, tras un estadio de más de cinco años bajo ese rango se me concede por derecho acumulado…

La Señora Directora lo interrumpe:

-¡Basta!

Y con violencia gira la pantalla del portátil, lo abre y se sienta.

Grita:

-Tenemos que inventar esa planilla ya mismo.

Y luego, en un tono más bajo de voz:

-¿Tiene ahí los apellidos de los de Cuarto “B” o me invento eso también?

Incrédulo, el Preceptor Rodríguez contesta:

-Pero Señora Directora, ¿Se va a inventar las notas de cuarenta alumnos en doce materias?

Y ella responde convencida:

-Sí.

A lo que entonces él indaga:

-¿Pero no le interesa saber qué pasó para que todos estos alumnos fallaran en sus exámenes?

Dándole pie para que ella afirme:

-No.

Y así continua el diálogo:

-¿Y no tendría que convocar a una junta docente para comprobar el nivel de exigencia de los profesores?

-¿Qué?

-¿Y tener una charla motivacional con los alumnos para que esto no vuelva a ocurrir?

-¿Usted pretende que yo hable con cuarenta adolescentes en un solo día?

-Y elevar un informe a la inspección para que un auditor de calidad educativa pueda supervisar el proceso de aprendizaje del establecimiento.

-¿Usted quiere que lo despida?

-Me temo que no puede hacerlo, Señora Directora, conforme el Reglamento de Contravención Docente sancionado en la Vigésimo Tercera Junta Iberoamericana de la Niñez, los niños tienen derecho a mantener una relación saludable con sus superiores, y esto no es saludable, como verá.

-¿De qué niño está hablando, Rodríguez? ¡Si usted tiene 40 años!

-Yo sí, pero los niños de Cuarto “B” tienen una relación saludable conmigo y si me despide de esa forma estaría faltando no solo al reglamento antes citado sino también a la Convención Internacional de los Derechos del Niño, que tiene status de constitucional.

Hasta que ella explota:

-¡¡BASTA!! ¡¡¡BASTA!!! ¿Tiene los nombres o no?

Sin inmutarse, el Preceptor Rodríguez continúa:

-…que a la postre habría que refrendar en trámite ministerial vía la Corte Suprema primero y la Corte Internacional de la Haya luego, si es que se sienta jurisprudencia para…

Finalmente, ella explota:

-Si lo terminamos ahora le doy un mes de vacaciones.

El Preceptor Rodríguez enmudece, suspira y abre una de sus carpetas.

Comienza a dictar:

-Ávalos, Aguirre, Artusi, Beltrán, Bolsen….