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viernes, 28 de junio de 2013

“Todos podemos hacer algo para cambiar el mundo”




Lo único que puede entregarle Roberto al oficial que lo interroga que acredite su identidad es una fotocopia plastificada de su certificado de trámite del DNI. Es que es peruano y hace apenas seis meses que llegó al país. Mira para abajo cuando la policía lo interroga, pero muestra sin protestar el fajo de mini volantes amarillos con ofertas de sexo que estaba pegando por la Av. Corrientes hasta que lo detuvieron los dos efectivos que caminan junto a “Martes Rojo”. Es que esta organización, nacida al calor de la indignación que provocó el fallo que en 2011 absolvió a todos los imputados del caso Marita Verón y se dedica a despegar las publicidades de oferta sexual en la ciudad, ya se convirtió en un fenómeno urbano y a veces logra incluso más de lo que se propone. 

Convocado inicialmente por la Asociación “Mujeres como vos”; liderada por la licenciada en Ciencias Políticas Carolina Barone, el grupo que hoy conforma las despegatinadoras de la ciudad no es homogéneo, ni muy organizado. Sin embargo, ha impactado durante el 2013 en las calles de varios barrios. La idea es simple: se juntan a sacar de circulación los avisos que ofrecen prostitución en la vía pública, con el prejuicio que esto estaría encubriendo una red de trata. Una de sus integrantes, Guadalupe Urriticoechea, deja bien claro la presunción de culpabilidad que queda detrás de estos actos: “Todos los volantes que están en la vía publica tienen un signo de pregunta y es si esa persona puede ser víctima de trata”. 

Por las dudas, el signo de pregunta se salda por la positiva y los depegatinadores no sólo guardan en bolsas rojas (las que se usan en los hospitales para tirar desechos biológicos) todo aquel papel que aparezca vinculado a la oferta de sexo sino que en varias ocasiones se han topado en su recorrida con los propios pegatinadores. “Estamos metiendo pibes de estos todo el tiempo”; explica Martín Herreriza, el efectivo de la Policía Federal que toma los datos de Roberto y lo mete adentro del patrullero. Este tipo de situaciones parecen no ser exactamente el tipo de “acto político” que buscaba “Martes rojo” cuando comenzó, pero sin duda es parte de la misma problemática: la oferta de sexo en la vía pública. En relación a esto, un par de días después de que se organizara a través de las redes sociales la primera jornada de “despegatinada”, se aprobó el proyecto de la diputada porteña Gabriela Seijo (Pro) que apunta a prohibir toda publicidad que en forma explícita o implícita comporte la oferta de servicios sexuales. Sin embargo, todavía la ley no ha sido reglamentada.

Sin embargo, “Martes Rojo” se expande de forma permanente por toda la ciudad a partir de las redes sociales. Ya se organizaron “Belgrano Rojo”, “Once Rojo” y otros grupos para realizar la despegatina. En ese sentido, Guadalupe apunta a una acción colectiva e individual a la vez: “Si vos querés hacerlo nos escribís y te pasamos todo lo necesario”. En realidad se necesita muy poco, simplemente ganas de salir a recorrer el barrio y una serie de bolsas para guardar la evidencia del comercio sexual. Y es aquí donde el movimiento adquiere aún más fuerza, porque mucho de lo recopilado en estas caminatas va a parar a una causa judicial. “Los volantes se ordenan, se encarpetan y se presentan ante diferentes organismos públicos que combaten la trata”, explica Urriticoechea entusiasta. Así es como lograron que la policía empiece a acompañarlas, porque en algún punto también es un peligro que ambos polos se enfrenten: los pegatinadoras y los despegatinadores. Así es como aparece Roberto en escena y nos muestra que el hilo en general se corta por lo más fino. ¿Quién imprime esos volantes? ¿Quién los diseña? ¿Quiénes son esas mujeres de las fotos? ¿Qué sucede cuando uno llama a esos lugares? “Martes Rojo” no hace esas preguntas, porque ya sabe las respuestas de antemano. Según esta organización toda esta oferta sexual es sinónimo de trata de personas y de esta forma todos estarían involucrados en una cadena de ilícitos, desde Roberto, ahora esposado subiendo al patrullero, hasta aquel encargado de secuestrar a las mujeres que forman parte de la red. 

“Todos podemos hacer algo para cambiar el mundo”, señala Urriticoechea y arenga a sus vecinas de toda la ciudad a prestar más atención sobre aquello que se ha convertido en un paisaje común. “Cuando estás en la parada del colectivo, no podés ni leer, ni nada, sacás los carteles y hacés un acto ciudadano”, explica de forma didáctica. Sin embargo, nada enseña mejor que el ejemplo y aunque caminen con dificultad entre las callecitas del centro, su acción no pasa inadvertida para nadie, y muchos transeúntes se le suman a la movida, entre distraídos y comprometidos, sin mirar mucho a Roberto.



Sofware contra la trata
En mayo se realizó en la ciudad de Buenos Aires el 2do BA Hackaton, un encuentro de programadores y periodistas enfocados en la narrativa digital. Allí se mostraron muchos proyectos sociales que pueden intervenirse desde el punto de vista de la programación para hacer herramientas de geo localización o procesamiento de datos. Entre otros proyectos “Martes Rojo” fue tomado como uno de las iniciativas más innovadoras en términos de activismo cívico y además fue elegido como punta de lanza por el gobierno porteño para desarrollar aplicaciones interactivas que permitan un mayor conocimiento de las problemáticas urbanas vía internet. De esta forma, martesrojos.org, realizado por los programadores que participaron de este congreso y auspiciado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, incluye no sólo un mapa de la pegatina existente, sino que también informa sobre las próximas jornadas en las que se concentrará la actividad de los militantes en contra de la publicidad sexual. El sitio ofrece también la posibilidad de denunciar anónimamente la existencia de pegatinas o prostitución.

Prohibido Olvidar




 
Se estrena el próximo jueves 4, en el Centro Cultural San Martín “Calles de la memoria”, un documental de Carmen Guarini sobre la baldosas porteñas en conmemoración a los desaparecidos. 

“Calles de la memoria” cuenta muchas historias. En principio la de un grupo de estudiantes de cine formado de extranjeros que deciden hacer una película en torno a la memoria en Buenos Aires. En segundo lugar, el documental refleja el colectivo encargado, en cada barrio, de realizar las baldosas que conmemoran la vida de los desaparecidos o señalan su lugar de estudio, trabajo o secuestro. Finalmente, el film resulta del cruce entre esos dos universos: los estudiantes que, ajenos a la problemática del terrorismo de estado en nuestro país, intentan captar el significado que adquiere para los familiares, amigos y militantes el acto de recordar y las experiencias de los colectivos de militantes barriales que se abocan a la confección de las baldosas. Se plantea así la pregunta: ¿Cómo pueden retratar a los que recuerdan, los que nada tienen para recordar? 


Estrenada en el Festival de Cine de Mar Del Plata del año pasado, “Calles de la memoria” vuelve a poner a la directora de “H.I.J.O.S. el alma en dos” (2002) frente a la temática de las consecuencias de la dictadura en la actualidad. Pero esta vez, el enfoque que utiliza la aleja y acerca al asunto. Jóvenes y extranjeros, los cineastas que retrata la película le interesaron especialmente a Guarini ya que le otorgaban una doble distancia hacia el fenómeno de la reconstrucción de la memoria en la Ciudad de Buenos Aires. Esto se realiza a través de las comisiones barriales, que recuperan las historias de vida de los desaparecidos más allá de su calidad de víctimas, ya sea como estudiantes, trabajadores o simplemente vecinos de la zona. A la vez, estas experiencias están nucleadas en la “Coordinadora Barrios por la memoria y justicia”, que tiene por objeto promover y organizar diferentes actividades vinculadas no solo a la confección de las baldosas sino también a las ceremonias en las que se colocan. Este devenir entre el territorio ya establecido y la irrupción del objeto “baldosa” encuentra en Guarini una espectadora atenta, que refleja las reacciones de los vecinos que no son parte de la actividad, y el impacto que este pedazo de vereda puede llegar a tener en la gente que circula por la zona.

“La memoria es precisamente una construcción”, explica la directora y agrega que en su película intentó reflejar esa tensión permanente entre lo establecido y lo nuevo. “Lo que aparece es el choque de memorias, esas luchas por memorias que quieren instalarse, tanto los que quieren olvidar como aquellos que necesitan y entienden que la rememoración pasa por una reivindicación de justicia”, analiza.

Cineasta y antropóloga, doctorada en la Universidad de Nanterre, Francia, Guarini fundó Cine Ojo, una de las productoras más importante en Argentina dedicada exclusivamente a la realización de cine documental. Su filmografía incluye los largometrajes documentales como Gorri (2010), Meykinof (2005), y Tinta Roja (1998). Por esta extensa trayectoria, la Sala Leopoldo  Lugones presentará una retrospectiva de la directora que incluye estos films del 4 al 10 de julio y acompaña las 18 funciones de “Calles de la memoria” durante el mismo mes.









“Calles de la Memoria”

Dirección y guión: Carmen Guarini

65 minutos / Color

Argentina – 2012

18 únicas funciones

·         Del jueves 4 al miércoles 10 de julio

A las 19.30 y 22 horas

·         Del jueves 11 al domingo 14 de julio

A las 14.30 y 17 horas

ENTRADAS

Generales $ 25.-

Estudiantes y jubilados $ 15.- (Los interesados deberán tramitar su credencial de descuento en el 4° piso del Teatro San Martín, de lunes a viernes de 10 a 16 horas.)

En terapia intensiva

Para Marcha

Por Leticia Cappellotto. Dos intentos televisivos de pensar el psicoanálisis que nos aíslan en la problemática individual y no explican el contexto social donde se producen.

Es muy difícil explicar por qué En Terapia, adaptación argentina de la serie Be Tipul, de origen israelí, ha sido repuesta por la Televisión Pública en horario central. Su promedio de rating el año pasado fue muy bajo, y si bien en su página de internet se ha conformado un intenso grupo de fans, también ha recibido pésimas críticas respecto de la poca credibilidad de los guiones y la ampulosa puesta en escena. Es que el universo “psi” probablemente se concentre en Buenos Aires más que en el resto del país, y si bien esta es una de las ciudades con más analistas por metro cuadrado, los conflictos que se sucintan en el espacio analítico ya habían sido retratados en la televisión local enVulnerables (1999, Pol-Ka), Locas de amor (2004, Pol-ka) y Tratame bien (2011, Pol-ka).

Pero ahí está, nuevamente, Guillermo Montes y su renovado abanico de pacientes en una cada vez más inverosímil situación de terapia. Sin duda habíamos advertido que con el enamoramiento que suscitó en él su paciente del año pasado, Marina, en el que se corrieron todos los límites de la relación médico-paciente, podíamos esperar ya cualquier cosa de él. Es que la ficción necesita conflicto, y qué mejor que un amor prohibido para hacer rodar el cuento. Tampoco habíamos creído mucho en la relación que Marina había tenido con Germán (otro de los pacientes de Montes). ¿Pero qué más efectivo que un contra héroe para lograr tensión narrativa? Menos aún le creímos a Guillermo cuando se peleaba con su analista, ya que parecía que la inteligencia que podía desplegar en su rol de psicólogo la perdía mágicamente en su rol de paciente.

Esta vez, los límites se corren un poco más, porque aunque se intente con las actuaciones hacer teatro en la pantalla chica, en la televisión los tiempos son tiranos. Y no podemos esperar mucho para entender los conflictos de todos los pacientes, como si uno encima de esperar en su propio análisis pudiera esperar mirando la tele. De esta forma, amén de las interpretaciones sobreactuadas de todo el elenco (salvo la de la siempre acertada Norma Aleandro), el problema con En Terapia es que muestra muy rápido asuntos que en el tratamiento psicoanalítico real aparecen con más lentitud y con esto pierde credibilidad toda la relación médico-paciente, en la que las cuestiones más difíciles de procesar tienden a decantar con meses y meses de elaboración en sesión.

Este problema se ve agudizado en la 2da temporada, ya que cuando Guillermo cambia de pacientes, no podemos ni suponer que haya habido un trabajo previo que los deje en el punto donde los encontramos, sino todo lo contrario. Los nuevos dolientes están más apurados que los anteriores y expresión de esto es la abogada de los lunes, que de un día para otro decide retomar terapia después de 20 años porque Guillermo va verla por un asunto legal. O el nene de los jueves, que en cinco minutos nos cuenta todos sus pesares y en diez ya explota en discusiones con sus padres delante de un completo desconocido como es el analista.
Pero esto no es todo. Paralelamente al re-estreno de En Terapia, Canal 11 sacó Historias de diván; una miniserie basada en los libros de Gabriel Rolón y curiosamente producida por Yair  Dori, quien fundó Dori Media Group (el coloso televisivo internacional que compró los derechos de “Be Tipul” para hacer En Terapia). En este caso, el resultado es todavía menos creíble, ya que se si bien el unitario se escuda en el paso del tiempo para darle verosimilitud a los tratamientos con el recurrente uso del “dos semanas después”, esta vez el analista mantiene conversaciones con el fantasma de su mujer (que se suicidó) que le dice que está loco (!!!).

Más allá de los problemas técnicos que puedan tener estas ficciones ¿No será un exceso de individualismo mostrar tanta intimidad psi en la tele? ¿No hay otras cuestiones que nos permitan pensar la sociedad desde un punto de vista más general y menos “ombliguista”? ¿Lo que le pasa a los pacientes de estas series, son las problemáticas reales o las más efectivas en términos narrativos?

En síntesis, En terapia e Historias de diván son novelas que muestran la intimidad de un asunto que, impostado de “serio” y “adulto” como asume el prejuicio que resulta el tratamiento psicológico, son solemnes y aburridas pero adquieren una pretendida “calidad” ya que incitan a “pensar” y “ver más allá” de lo aparente. Lástima que, a veces, las cuestiones más difíciles de procesar no aparezcan en las novelas, ni en las individualidades de los padecientes, sino en los conflictos sociales, que suelen retumbar en los noticieros y necesitar mucho tiempo en poder analizarse.

jueves, 20 de junio de 2013

Tenemos que ver: 2do Festival de Cine por los Derechos Humanos en Uruguay

Para RedEco Alternativo







Hasta este viernes 21 de junio se desarrolla en Montevideo el 2do Festival de Cine por los Derechos Humanos “Tenemos que ver” organizado por Cotidiano Mujer, un colectivo feminista dedicado a la comunicación y a los Derechos Humanos que además cuenta con el apoyo de las embajadas de Argentina y Bolivia en Uruguay.

El festival reúne 18 largometrajes y 14 cortometrajes de 14 países diferentes: Argentina, Bolivia, Brasil, Canadá, Chile, Estados Unidos, España, México, Perú, Suiza, Suecia, Guatemala, Venezuela y Uruguay. La temática de este año es la libertad: Según el programa del Festival, “Los filmes propuestos para este 2013 desafían los  conceptos clásicos de libertad. A través de la mirada de diversos  realizadores internacionales, logramos trascender las ataduras físicas y conocer cómo en la mente y corazón de los oprimidos por  cualquier tipo de poder, se construyen medios para liberarse y emprender el camino para el ejercicio de  sus derechos fundamentales”


La presencia argentina en el Festival está dada por la proyección de “1533 Km hasta casa. Los Héroes de Miramar"(Laureano Clavero, 2012) que cuenta las historias de 8 sobrevivientes de la Guerra de Malvinas, su dolorosa vuelta a casa, y el difícil proceso de su reinserción en la sociedad, logrado tras años de lucha. También se proyectará “Lunas Cautivas, Historias de Poetas Presas” (Marcia Paradiso, 2012), ganador del último festival de Cine y derechos humanos porteño. El documental transcurre  en un taller de poesía en la Unidad 31 de Ezeiza que dictan militantes de la asociación “Yo no fui”. 


Ambas películas participan de la Sección Competencia junto con son “30 Años de Oscuridad” (España), “Armados” (Brasil), Call Me Kuchu (EEUU), “El Albergue” (México), y “Más Náufragos que Navegantes” (Brasil). 


La programación del festival se completa con varios talleres, entre los que se destacan el orientado a formar en proyectos cinematográficos y el de derechos humanos y comunicación. A la vez, se podrán disfrutar de varias mesas redondas con problemáticas propias de la región: “Violencia y criminalización de la diversidad sexual” y “Derecho a migrar: Libertad ambulatoria y límites fronterizos”. Finalmente, la cuestión del arte en contexto de encierro de la que da cuenta el documental argentino “Lunas Cautivas” también será abordada por parte de especialistas en el panel “¿Muros visibles e invencibles?: Manifestaciones artísticas, expresivas y comunicativas de las personas privadas de libertad”.




Vieja política, nueva televisión

Para Marcha


Dice Maquiavelo que "Quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar”. Esto podría servirle a Francis Underwood, el personaje de Kevin Spacey en House of Cards (Netflix 2013), como un buen slogan de su modus operandi tanto dentro como fuera de la Cámara de Representantes.

La gran habilidad del congresista de Carolina del Sur y líder demócrata es justamente construir las apariencias necesarias para crear una realidad paralela, donde el poder se acumula a partir de lo que la gente no sabe que está haciendo, cuando hace exactamente lo opuesto. Así, Underwood y su estrategia para ascender dentro de la Casa Blanca nos enseñan dos cosas: nunca confíes en nadie pero sobre todo confía aún menos en aquellos que parecen ayudarte. Es que Francis queda muy dolido cuando tras un intenso lobby para ser nombrado como secretario de Estado, el presidente electo lo traiciona y lo mantiene en su antiguo puesto de “cabildero”. Pero inmediatamente Underwood traza una nueva estrategia para vengarse y despliega todo su encanto en ganarse la confianza de quien lo traicionó para finalmente lograr su objetivo. En el camino, utilizará todo lo que pase por adelante (una periodista con ambiciones, accidentes de tránsito, legisladores, funcionarios, lobbistas, sindicalistas y hasta su propia esposa).

La serie es la remake de una vieja miniserie inglesa de cuatro capítulos, emitida por la BBC en 1990 y escrita por Michael Dobbs, quien no sólo asesoró a Margaret Thatcher durante más de 10 años sino que se convirtió en el hombre fuerte del Partido Conservador luego de que la Dama de Hierro dejara el poder.

Si bien los guiones fueron adaptados para la versión norteamericana, queda claro que nadie pude saber más de intrigas en el mundillo de la política que un político. Tal como hizo David Simon con su genial The Wire al mostrar el lado b de su profesión (el periodismo), aquí se muestra el costado menos edulcorado de la política. Y cómo será fiel a la realidad que en la última cena de los corresponsales de la Casa Blanca en Washington, donde asistió Barak Obama, se abrió la ceremonia con un breve episodio/parodia de la serie donde Spacey conversa con los congresistas norteamericanos “en la vida real” para organizar dónde se sentará cada uno durante la velada.

Es que más allá de la siempre efectiva dirección de David Fincher (The Fight Club, The Social Network) y los aceitados guiones, el trasfondo cínico de la lucha por el poder tiene su correlato directo con los actores políticos que conocemos. Al punto que en Twitter pueden rastrearse las analogías entre los personajes de la serie y la política vernácula.

Sin embargo, House of cards no es una serie más sobre política: deja a la vista dos nuevas tendencias en consumos televisivos. Por un lado el furor del streaming “on demand” y las nuevas maneras de acercarse a los contenidos, que los norteamericanos llaman “vista adictiva”.


Lo que los televidentes quieren

El fenómeno del portal Netflix no es nuevo: en la actualidad esta cadena de televisión paga “on demand” vía streaming (páginas que aprovechan la velocidad de conexión para transmitir contenido sin necesidad de descargarlo en la computadora) tiene más de 33 millones de suscriptores en todo el mundo y ya ha ingresado con éxito a los hogares argentinos. Pero aunque revolucionario, Netflix no es el único en su especie, sus competidores “legales” son el gigante Amazon, Mubi, Movie City play y en menor medida, el portal español Filmin. Dejando de lado a Cuevana y CDA (son gratuitos), en estos días también se dio a conocer otro servicio aún más ambicioso: Pixdom TV. El sistema es simple, a cambio de pagar una cuota mensual, el usuario tiene derecho a consumir de forma ilimitada el contenido audiovisual presente en el catálogo en línea.

Pero la diferencia fundamental de Netflix frente a sus competidores es lo que hace con la información que le brinda su audiencia. Al saber exactamente qué quiere cada uno de sus suscriptores y tener control de qué es lo más visto y lo más valorado dentro de su amplio catálogo, el sitio cuenta con una cantidad de datos jamás pensado para un canal de televisión tradicional.

Así, House of cards nace de una estrategia clara: unir al director más visto del portal (David Fincher) con uno de los actores más populares del sitio (Kevin Spacey). El resultado: éxito asegurado por adelantado. A esto, los periodistas le llaman “Big Data” y resulta sumamente interesante la discusión sobre cómo construir audiencia a partir de “lo que quiere la gente”. En ese sentido, cabe preguntarse si es posible medir cómo piensa “la gente” o cuánto de lo que lo que quiere consumir en el futuro tiene que ver con lo que ya consumió antes. Esta discusión está atravesada a la vez por el problema de la privacidad en internet que no trataremos aquí pero que sin duda es una herramienta poderosísima de marketing.

Sea como fuere, el experimento terminó en una profecía autocumplida, y House of cards se conviritó en un suceso internacional al mismo tiempo que cambió las reglas del juego para siempre en términos de contenidos televisivos.


Mucho todo junto

Hay otro aspecto a destacar en el que la serie de Spacey y el portal de streaming pago han puesto en jaque a sus competidores: la gula. Si hay algo que los que consumimos series sabemos bien, desde aquella larga temporada de nuestra vida que le dedicamos a Lost (y qué mal nos la pagaron los guionistas), es que cuanto más, mejor. Y este comportamiento adictivo, que lejos de considerarlo enfermizo, es lo que más nos define como “grupies” de una serie, ahora hasta tiene un nombre: se llama “binge viewing” y puede ser traducido como “mirar excesivamente”.


En este sentido, Netflix también pateó el tablero y estrenó, en febrero de 2013, los 13 capítulos que componen la primera temporada de House of Cards, todos juntos. Nada de esperar, ni de especular en redes sociales, ni fantasear con como sigue: todo ahí, de una vez, de un tirón. El legítimo maratón. Pero ¿Cuál es el sentido de esta movida? Nuevamente son los consumidores: los hábitos que pueden rastrarse sobre cómo los propios suscriptores al portal consumen los episodios (uno-atrás-del-otro) dejan claro que a los seriefilos nos gusta mucho todo junto, o lo que es mejor, mucho, todo junto y rápido. Así, luego de lanzada la doble estrategia (mucho de lo que ya te gustaba y seguro te va a gustar y en exceso) al asador, el propio guionista de la serie, Beau Willimon, escribió en su cuenta de twitter: “Aquellos que pierdan su trabajo a causa de ver House of Cards, personalmente les pagaré por su suscripción a Netflix”.

Los viejos hábitos de la política parecen convivir entonces sin problemas con los nuevos hábitos de los televidentes. Es que como diría Frank Underwood: “A veces tienes que darle lo que ellos quieren para que se sientan en deuda contigo”.