El Dr. Mussetti estaba agobiado. Después de que el grupo de
principales sospechosos del crimen de Francisco Ipazaguirre (Méndez,
Gómez, Rodríguez, Machado y Artusi) hubiera hecho un papelón de
dimensiones considerables al mentirle en su cara y deschavarse, tuvo que
encerrarlos y recorrer sus casas para chequear sus verdaderas coartadas.
El procedimiento fue tedioso y bastante aburrido: era llegar, tocar el
timbre, avisar que el señor estaba detenido, charlar con la señora de la
casa, esperar que llore, se recomponga, vuelva a llorar y finalmente
pedirle que fuera a la comisaría a testimoniar para que su marido
pudiera salir en libertad. Empezó por Artusi, que había roto en llanto
en plena declaración falsificada. Lo que vio fue contundente. A raíz de
las artimañas inmobiliarias de Ipazaguirre, el matrimonio se había
quedado sin casa, por lo que tuvo que ir a vivir con Artusi hermano. Dos
parejas con hijos en menos de 80 metros cuadrados. Para colmo, el hijo
de Artusi había muerto hacía relativamente poco en condiciones confusas y
Graciela Artusi se encargó de contarle con lujo de detalles los eventos
de la tragedia familiar. Todo el asunto le llevó más de dos horas,
pero descartó a Artusi porque su mujer juraba y rejuraba en nombre de su
hijo difunto que esa noche había estado con él y se la notaba demasiado
debilitada psíquicamente para mentir con tanta cizaña. Pero, qué
agotador: le llevó el mismo tiempo convencer a Graciela Artusi de que
dejara de llorar que a las mujeres de Gómez, Rodríguez y Machado juntas.
Para
las 18 hs de ese larguísimo día llegó a la casa de los Méndez. Tocó el
timbre y a diferencia del resto de los hogares, de la puerta no salió
una mujer sino el menor de la familia. Federico Méndez le explicó que su
madre estaba en Córdoba desde hacía unas semanas con su tía Coqui,
porque necesitaba un poco de aire fresco después de la pérdida del bebé.
El Dr. Mussetti piensa que para ser un pueblito tan feliz los dramas se
suceden uno tras otro como en cualquier otro lugar. Anota en su
cuaderno: “pérdida ¿aborto? del bebe” y le consulta a Fede sobre el
paradero de su padre la noche que mataron a Ipazaguirre.
-Nosotros estábamos en la Capital, jefe, pero si quiere le averiguo en una semana quién mató al tipo -dice Fede.
Atento, el Dr. Mussetti levanta la vista de su cuaderno y lo interroga con la mirada.
-Es
fácil, haga como Sherlock –dice Fede- fíjese el que menos parece y
listo- y guiña el ojo mientras le cierra la puerta de calle con una
sonrisa de oreja a oreja.
El Dr. Mussetti abandona la casa de los
Méndez con muchísimas preguntas y sólo una certeza: su ascenso le
costará mucho, mucho más de lo que esperaba.