El nuevo comisario Dr. Mussetti citó a los cinco hombres que
le había marcado el ex sub comisario Ramírez como posibles sospechosos del
crimen de Pancho Ipazaguirre todos juntos en la comisaría para hacer un careo. Méndez,
Gómez, Rodríguez, Machado y Artusi sabían que tenían que cubrirse juntos. Habían
ensayado antes de ir a la cita con la ley, en el bar del club, lo que tenían
que decir. Lo que los entristeció fue que alguien que no era ninguno de ellos
se hubiera cargado al viejo. Y aunque se sentían libres de culpa, con las
deudas que colgaban en sus espaldas eran todos sospechosos. Por eso se
juntaron, para tener la misma coartada: la noche que asesinaron a Ipazaguirre
habían estado todos en un asado en lo de Machado. Como toda buena coartada, no
era cierta, pero si podían hacérsela creer al comisario, ninguna de sus mujeres
ni de sus vecinos ni de sus hijos se animaría a contradecirlos.
Llegaron por separado a la comisaría para despistar. A los
ojos del comisario Musetti ellos debían ser cinco buenos vecinos que no tenían
más intereses en común que el bien de su comunidad, por lo que le mintieron con
rapidez y destreza. Asado en la casa de Machado, quién llevó qué vino, quién
comió qué cosa. ¿Las mujeres? No, ese día no fueron, en general se juntan ellas
solas. ¿Los chicos? Tampoco, Ud. sabe como son los pibes hoy en día. Jugamos al
truco, ganó Méndez. ¿Cómo jugaron al truco si son cinco? Preguntó el Dr. Musetti,
y todo se desmoronó. En un ataque de nervios inexplicable, Artusi rompió en
llanto ante la mirada atónita del resto: dejemos de mentir, compañeros, por
favor, nosotros no lo matamos porque no tuvimos los huevos.
Las horas que pasaron en la comisaría por falso testimonio mientras
el Dr. Mussetti comprobó con la mujer de cada uno que se habían quedado en sus respectivas
casas la noche del asesinato, fueron las peores de sus vidas. Sobre todo porque
retumbaba en sus cinco cerebros la frase de Artusi: no lo habían matado ellos
porque no sabían cómo, pero ganas no les faltaban. No lo hicieron porque la
humillación en la que estaban sumidos era tan honda, que jamás se creyeron
capaces. Se dieron cuenta uno por uno sin hablarse, en el calabozo de la
comisaria, que más que coraje, lo que les faltaba era imaginación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario