Roberto García está nervioso. Esta será su primera vez en el Club y aspira a que no sea la última. Mira su valija, todo está en orden, pero lo que le espera no puede premeditarse. Roberto García es un planificador nato, implacable. Calcula todo lo que sabe que puede salir bien y lo que sabe que puede no salir bien, pero no puede controlar lo que no sabe. Y esta vez él es la encarnación de eso que no sabe, no es posible, no puede calcularse. Por eso está nervioso, porque no se puede ser bala y escopeta, auto y carretera, abogado y juez. Mientras intenta contener su nerviosismo repasa otra vez la valija, tres trajes, cinco camisas, dos mudas de ropa cómodas, un piyama, calzoncillos, medias, zapatos, corbatas, cinturones. Observa también su Biblia. Quiere llevarla con él en este viaje porque se siente desprotegido y solo. Las primeras veces son las más difíciles, se dice, se repite, se convence. A los primeros siempre les sangra la frente cuando rompen la pared, murmura, pero luego todos los que vienen atrás la atraviesan sin dolor. A los primeros siempre les sangra la frente, dice, y se persigna, se toca la frente mientras dice frente y se mira en el espejo y se ve, ve su frente, ve su mano en su frente y sus labios decir frente y se siente un mesías, un elegido, un salvador. A los primeros siempre les sangra la frente y la sangre es la tinta de la victoria, piensa y besa su dedo, toca su piel fría con sus labios calientes y respira su olor, su aliento, el viento del cambio. Hoy es la primera vez en la que un miembro del Club Bilderberg va a decir lo que Roberto García va a decir y será la suya la sangre con la que se escriba la historia.
El Club Bilderberg es una conferencia que se celebra anualmente en distintas localizaciones y que reúne a personas influyentes de todo el mundo en los ámbitos económico, político y mediático. La naturaleza reservada del club, junto con el alto nivel de sus asistentes, han generado a su alrededor un aura de misticismo y teorías de la conspiración desde hace años.
A Martin Edwards esta reunión le parece una supina pérdida de tiempo pero sabe que si no asiste su posición en la Asamblea se debilitaría. No quiere volver a ver a esa turba de ricachones sin patria que conoce hace años, pero tiene-que-ir. Como Secretario General de las Naciones Unidas lo invitan por cortesía y su rol es más bien decorativo. No obstante, incluso hasta beber y comer gratis para ser un ornamento lo aburre infinitamente. Preferiría quedarse en Bruselas, tomarse unos días libres, ir a una de esas fiestas con swingers que tanto le gustan. Su agenda será apretada pero no por eso menos intrascendente y aunque esté plagada de reuniones con cancilleres, empresarios y príncipes, es insulsa por donde se la mire. Sí lo intriga una nueva incorporación, el mexicano Roberto García, que apareció en la lista de los milmillonarios de Forbes ese año por haber comprado tres cadenas internacionales de noticias en menos de un semestre. Pero qué va a decir el mexicano que no hayan dicho otros latinoamericanos antes que él. Que la región, que la expansión, que la redistribución y el desarrollo. Las grandes “oportunidades” de las que hablan todos los magnates de países del tercer mundo. Las “perspectivas” de crecimiento, la potencialidad. Siempre lo mismo, piensa Edwards mientras supervisa con su asistente el vestuario que le puso en la valija y se queja, como de costumbre, de que la gama de colores sea tan aburrida. Sos un funcionario de carrera de la ONU, le dice ella, no podes vestirte como una diva. Edwards se siente insultado, a fin de cuentas es el siglo XXI, los hombres pueden usar colores, en Italia lo hacen. Y cuando piensa en Italia piensa en Pietro Rocamora, ese argentino que vio por última vez en el Club el año anterior, dueño de toda la industria del acero de su país, con raíces napolitanas y ese toque exótico que tienen los latinos. Le escribe un mensaje a Pietro: ¿Llegas hoy o mañana? Y apaga el teléfono. No quiere pasar por la ansiedad del visto sin ser respondido, estos argentinos siempre juegan a seducir, no entienden modales, piensa, y sale hacia el helipuerto.
El origen del Club Bilderberg se remonta a los años cincuenta. Tras la Segunda Guerra Mundial y el lanzamiento del Plan Marshall, comenzó a crecer en Europa un rechazo a Estados Unidos, una visión que preocupaba a la élite europea en un contexto de Guerra Fría. La intención era fomentar el atlantismo y la unidad entre Europa occidental y Norteamérica, y debatir sobre la cooperación económica y política en el marco del libre mercado y el modelo de sociedad occidental.
Pauline Dumont sigue sin poder dejar la cocaína, pero esta vez hará lo imposible para que no se note que su relación con ella es un poco más que recreativa. Como buena francesa sabe aparentar, mentir, falsear, edulcorar con sonrisas y palabras amables cualquier tipo de trastorno, catástrofe o imprevisto. Esta será su quinta reunión Bilderberg como representante del gobierno francés así que tiene todo controlado de antemano. Sabe que el empresario español de textiles le enviará flores como siempre, que los dos americanos querrán hablar francés con ella y sonarán como marroquíes y que el único marroquí de la reunión no le dirigirá la palabra a menos que sea estrictamente necesario. Su rol es coordinar las dos primeras reuniones y ya está, podrá volver a París, a la vida real y a la cocaína. Se jura y se perjura, mientras termina de retocarse el maquillaje, que no le enviará un mensaje al dealer que conoce en Milán, apenas a 200 Km del idílico pueblo suizo donde estará encerrada trabajando sin parar cinco días, para que le lleve un par de gramos. No hace falta gasolina cuando el auto va en primera, se convence, asumiendo que la próxima semana por delante será apenas un pre calentamiento del G20 y poco más. El presidente le dijo que no hace falta confrontar en Bilderberg y que lo de las energías renovables será discutido en verdad en el consejo de seguridad de la ONU, donde el Secretario General Martin Edwards ya le garantizó completa obediencia del resto de la Unión Europea a las políticas francesas. Nada nuevo, nada inesperado, puro aburrimiento. Justo antes de salir le llega un mensaje de Henri de Capries, el presidente del Club, que decide ignorar por completo. Lo considera un señorito de clase alta que no entiende nada de política, como medio empresariado francés. En apenas una hora tendrá que soportarlo en vivo y en directo, así que pone el teléfono en modo avión y se sube al auto que la llevará a la pista privada reservada para funcionarios oficiales del gobierno.
La primera conferencia del Club se celebró en 1954 en el hotel Bilderberg, en Países Bajos, del que el club recibe su nombre. A ella acudieron varias decenas de delegados de varios países europeos y Estados Unidos, al menos uno liberal y otro conservador de cada país para fomentar el debate entre posiciones ideológicas opuestas. El éxito de la reunión fue tal que terminó por constituirse como institución permanente, con un comité de dirección encargado de organizar la reunión anual.
Pietro Rocamora se siente en Zúrich mejor que en su casa. La precisión suiza, los modales, las formas y los fondos le dan ese puntito de distinción tan propio del norte de Italia que admira y envidia, pero sin la típica discriminación milanesa hacia los napolitanos como él. Bueno, en realidad él ni siquiera es napolitano, sino descendiente. Pero qué es un argentino sino un italiano que por algún motivo habla español, piensa mientras mira de reojo los estantes del Duty Free para hacer tiempo y abordar su conexión al pueblito suizo de Montreux. Esta vez vuela en comercial como castigo por haber desobedecido las ordenes de su padre, el gran Franco Rocamora, de poner en vereda a su hermano Andreas. El pater familias quería que su hijo menor deje de una vez los juegos con la bolsa, pero Pietro no le dijo nada. Es un chico, papá, déjalo, fue todo su argumento, en oposición a Franco, que esgrimía que dilapidar tres millones de dólares en bonos de deuda africana no era un pasatiempo infantil. Pietro ahora se consuela mirando perfumes y relojes, cosa que si volara con el jet privado de siempre no podría hacer. Mientras espera en el salón VIP le llega un mensaje del inglesito que le tiró indirectas el año anterior. Lo deja sin contestar. Pobrecito, piensa, está enamorado.
El Club Bilderberg se financia con aportaciones de capital privado que sirven para mantener los cargos permanentes de la institución, mientras que las reuniones son cubiertas por los miembros del comité de dirección del país en el que se celebra cada año.
Álvaro Orteaga ultima los detalles de la misión con Roberto García mientras su manicura termina de hacer su trabajo en la residencia de esquí que tiene en Davos, Suiza. En apenas cuatro horas el gigante del textil europeo le dará el visto bueno a la polémica propuesta que su par mexicano de las telecomunicaciones hará en el Club. Es una movida arriesgada pero Orteaga la tiene pensada de punta a punta. Mi cuate, le escribe, tratando de aparentar que no hay límites entre los milmillonarios que no se puedan zanjar con palabras dóciles, este será el primer día del resto de nuestras vidas. Como siempre, Roberto le contesta diligente a quien considera su padrino en el Club, un tipo que conoce a la clase alta a la que finalmente él ha logrado pertenecer como a su propia mano. Mi compadre, retruca entusiasmado, lo que VM mande, escribe, será hecho. Los dos se reunieron varias veces en Madrid y Ciudad de México para ultimar los detalles del plan. La invitación al club fue, de hecho, una gestión de Orteaga, quien vio en García la punta de un iceberg perfecto para su propio rescate. La idea era arriesgada pero no por eso menos eficiente: limpiar la imagen de su empresa, ensuciada por años de escándalos de corrupción y a la vez emerger en la sociedad española como un filántropo, un humanista, un nuevo Cid, pero esta vez, campeador de tormentas de neoliberalismo y miseria. Su jugada, si salía bien, le redituaría una completa redefinición de su apellido en la historia ibérica. Los nietos de sus nietos deberían responder que sí, que Álvaro Orteaga había existido y había hecho eso que, decían todos los libros del mundo, había hecho. Cuando la manicura terminó el chofer ya lo esperaba en la puerta. Saludó a Roberto con un audio: hasta la victoria siempre, dijo, y remató con una carcajada.
Uno de los aspectos más controvertidos de este Club es su secretismo. Los entre 120 o 150 asistentes que acuden cada año se reúnen bajo la regla Chatham House, por la que se les permite divulgar lo que se ha discutido pero sin citar a personas concretas. Además, no se permite el acceso a la prensa, lo que añade aún más misterio a las cumbres.
La primera reunión tras el almuerzo de bienvenida la coordinaba Pauline Dumont, quien para ese momento ya se había arrepentido de no haber mensajeado a su dealer, pero que sabía que si tomaba Coca-Cola podría conseguir un subidón similar a la cocaína, aunque sin los efectos adversos. Así fue que bebió un litro escondida en su habitación antes de la comida y otro medio litro en el baño previo a entrar al Salón Rouge del exclusivo Palace Hotel de Montreux. La ocasión lo ameritaba: debía conversar con su odiado Henri de Capries sobre el tema de la apertura, ni más ni menos que “Un orden estratégico estable”. Debía aguantar también las empalagosas palabras de Orteaga, que ya le había enviado dos ramos de rosas a su habitación antes de que ella llegue. Y para colmo, sabía con toda certeza que tendría que mediar en la disputa de poder que habría entre Roberto García, el mexicano nuevo en el Club y el argentino Pietro Rocamora, los únicos dos latinoamericanos que, por integrar el selecto grupo de milmillonarios de Forbes habían sido invitados este año, pero que no pintaban absolutamente nada en mantener estable ninguna estrategia global, dado que venían de países del tercer mundo donde el verdadero orden era el narcotráfico. Nobleza obliga, debía reconocer que mucha de su propia estabilidad dependía de la droga que circulaba desde el continente americano hasta su respingada nariz gala, pero no era menester entrar en esos detalles. Las frases inaugurales de Henri fueron tan previsibles como aburridísimas y las palabras de Edwards y demás asistentes le resultaron un compendio de lugares comunes. La orden del día la dijo ella sin sobresaltos. Lo que sucedió después fue lo que provocó que tomara otro medio litro de Coca-Cola que no había calculado inicialmente, manchándose por los nervios su camisa Balenciaga favorita y que maldijera haberla llevado al mitin. Lo que sucedió después fue, no solamente inesperado sino imparable, una especie de tsunami sin principio ni fin que no puede controlarse y que quedaría en su memoria para siempre.
-Muchas gracias Pauline por tan detallada orden del día –comenzó Orteaga mientras la miraba lascivamente y luego ampliaba su espectro a todo el auditorio en la coqueta mesa de quince sillas que tenía el Salón Rouge- quisiera presentarle a los honorables miembros del Club a un nuevo integrante, el magnate de las noticias Roberto García, que recientemente ha adquirido tres firmas que lo colocan en la cima del negocio de las comunicaciones, ya no solo en su región, sino en el mundo.
“Si Dios conmigo quién contra mí” pensó Roberto mientras se ponía de pie y sonreía al auditorio que, complaciente, lo aplaudía. Ya parado miró a Álvaro a los ojos y él le hizo un ademán de aprobación con la cabeza.
-Adelante, hermano –arengó Orteaga, con un tono demasiado profético para una cumbre de ese estilo y que debió ser una señal de alarma clara para el resto de los presentes.
Sentado Orteaga, Roberto respiró hondo y comenzó:
-Queridos miembros del Club más exclusivo del mundo, agradezco su amabilidad y la cortesía que han tenido al invitarme, pero he de decir que no he venido aquí a traer las ideas de mi país o mi conglomerado empresarial, sino las mías propias.
Un murmullo recorrió la sala sin saberse de dónde provenía exactamente, varios de los asistentes, entre los que se encontraban reyes, banqueros y magnates de los que jamás se había filtrado el nombre a la prensa, se movieron de sus asientos. El mexicano, aferrado mental y espiritualmente al versículo de Romanos 8:31 que repetía mentalmente sin parar, siguió:
-Quiero proponerles un sueño, una idea que por alocada no es menos perfecta, que acaso por ser la idea más extraordinaria que van a escuchar en mucho tiempo es a la vez quizás aquella que cambiará el curso de la humanidad.
Pauline Dumont miró a Martin Edwards anonadada mientras tomaba otro sorbo de Coca-Cola, Martin Edwards miró a Pietro Rocamora sorprendido porque había evitado demasiado ya mirarlo pero la ocasión lo ameritaba, Pietro Rocamora miró a Henri de Capries con expectativa de que él supiera de qué estaba hablando su par mexica y Henri de Capries miró a Álvaro Orteaga sin disimular su disgusto por haber dejado que ese iletrado español invitara a otro iletrado como él y encima latinoamericano. Todos juntos volvieron la vista a Roberto, que, incólume, seguía su discurso.
-Lo que vengo a proponer aquí es algo que garantizará, de forma definitiva, un orden mundial estable, pero que además, gracias a nuestras gestiones, también permitirá sanear la imagen de muchos de los miembros de este club. Lo que propongo aquí es una renta universal mundial, financiada íntegramente con nuestras fortunas. Un sistema por el cual todos los países que no acepten inversiones o préstamos de China, a través de un sistema de recaudación centralizado por la ONU y supervisado por nosotros, puedan darle a cada uno de los habitantes de sus países mil euros por mes desde que nacen hasta que mueren.
Un silencio glaciar invadió la sala. Roberto, incólume, avanzó:
-Si no lo comprenden es porque no están informados: China es hoy la nueva Unión Soviética y, si somos lo suficientemente inteligentes, podremos frenar su dominio, su imperialismo blando, su imparable expansión. Si no, en menos de una década seremos sus esclavos.
Orteaga comenzó a aplaudir primero lentamente y luego como si no hubiera un mañana. Conmovido por su propia valentía y el apoyo de su cuate, Roberto se sentó al mismo tiempo que Orteaga se puso de pie y tomó la palabra.
-Es ahora o nunca, queridos colegas, o repartimos nuestra riqueza con el resto o la población será absorbida por el sistema comunista chino, lo que a la postre terminará por devorarnos. No podemos esperar más. Propongo una votación silente y anónima durante el día y, en la reunión de mañana, podremos ver si ustedes tienen lo que hay que tener para ser las personas más poderosas del mundo.
Con esa sentencia Orteaga abandonó el Salón Rouge y Roberto lo siguió. Cuando se fueron, Pietro Rocamora rompió en una carcajada y en un inglés muy rudimentario, gritó:
-Holy Shit.
Debido a su secretismo y exclusividad, han surgido diversas teorías de la conspiración alrededor del Club Bilderberg, incluidas las que afirman que es el lugar en el que se decide el destino del mundo hasta las que lo asocian con el intento de establecer una gobernanza global que acabe con la soberanía de los Estados.
Durante la tarde las reuniones del resto de los asistentes salvo los quince que oyeron a Roberto se desarrollaron con normalidad, pero todos los miembros del club supieron de la propuesta por un boca a boca desaforado. Muchos entendieron a Roberto y quisieron votar a favor, pero como no formaban parte de la reunión inicial no podían hacerlo. Otros rieron a carcajadas. Varios mostraron una genuina preocupación de que la iniciativa del mexica saliera del hotel y alcanzara oídos de periodistas. Mientras el rumor se expandía como una comedia de enredos en las que se confundían los tantos, un italiano escuchó que Roberto había propuesto repartir dinero solo entre los chinos, un checo recibió un mensaje que decía que en realidad había sido Pietro el que había propuesto una renta en yuanes y un israelí oyó un audio que explicaba que Orteaga estaba tratando de financiar una guerrilla palestina con dinero negro del narco mexicano. Por su parte Pietro habló con su padre, que ya estaba al tanto varios meses atrás de la estrategia de Orteaga y la apoyaba. Usando sus argucias seductoras, el argentino convenció a Martin Edwards, que, al ser el secretario de la ONU, pudo convencer a varios más de que la renta universal podía ser una buena idea. Mientras tanto, mails encriptados circularon desde Suiza a todas las oficinas de inteligencia de los países miembros de la OTAN y unos cuantos memos fueron faxeados a despachos de asuntos internos de naciones del hemisferio norte, incluida una advertencia al presidente de México que, para la tarde, ya había recibido varias alertas internacionales y un llamado de Pauline, a la que conocía personalmente tras una gira de estado en Francia. A la madrugada del primer día del mitin, todas las carpetas habían sido debidamente rotuladas como “Asunto secreto” y el FBI extendió a Interpol una alerta internacional que impedía a Roberto salir de Suiza durante esa noche. Tranquilo en su habitación, el mexicano se durmió sin saber que su cabeza cotizaba en la deep web en 1 millón de euros. Según sondeos informales la votación quedaba en 7 a 8 ganando los partidarios de no repartir nada, pero Roberto ya había cumplido su objetivo, cuan islamita suicida: el inédito viable, eso que nunca había sucedido jamás pero podía suceder quizás, había sido dicho.
Más allá de las teorías conspirativas, el Club Bilderberg sienta a la mesa a individuos con gran poder a nivel internacional. Hay quien ve este club con dudas y preocupación, dado el secretismo que lo envuelve. Otros, por el contrario, ven esta organización como un foro útil en el que personas de alto nivel tienen la posibilidad de debatir sobre el mundo sin presión mediática.
Pauline Dumont necesitó 1,5g de cocaína que le proveyó una norteamericana con la que había bebido la noche anterior para poder encarar ese día con solvencia. Martin Edwards le había encargado ser la voz cantante de la versión oficial antes de la reunión y luego, en el cónclave, dar por finalizado el asunto con palabras cordiales. Pauline golpeó la puerta de la suite de Roberto García a las 6:02 AM CET. Cuando el mexicano le abrió, dormido y despeinado, ella no esperó a que reaccionara y entró a la habitación. Dejó sobre una mesa una carpeta de color azul con el logo del Club en el centro y un sello que rezaba “Confidencial Affaire” y dijo:
-Esto es lo que va a salir en la prensa mexicana en dos horas si sigue Ud. con sus tonterías, García, hágame el favor de no perder mi tiempo en la sesión de hoy y no discuta nada más ¿estamos?
Roberto abrió la carpeta y vio las fotos que jamás imaginó que le podrían sacado. Si para eso sobornaba a periodistas en México, si era exactamente ese tipo de discreción la que se garantizaba con sus sobresueldos a empleados en hoteles, a proxenetas, a toda la red de bajo mundo con la que había que ser extremadamente generoso. Si era eso, al fin y al cabo lo que compraba el dinero, anonimato. Un sudor frio corrió por su espalda mientras Pauline salía de la suite sin saludar.
La reunión de la tarde se desarrolló sin sobresaltos. Orteaga imaginó que podría haber sido aún peor, que él también podría haber recibido una carpeta. Pero no, en España los servicios de inteligencia también trabajaban para él.
La 67a reunión de Bilderberg tuvo lugar del 30 de mayo al 2 de junio de 2019 en Montreux, Suiza. Cerca de 130 participantes de 23 países asistieron. Como siempre, se invitó a un grupo diverso de líderes políticos y expertos de la industria, las finanzas, la academia, el trabajo y los medios de comunicación. Los temas clave que se han debatido este año fueron:
1. Un orden estratégico estable
2. Cambio climático y sostenibilidad
3. El futuro del capitalismo
4. Brexit
5. Amenazas cibernéticas
Más información en: https://bilderbergmeetings.org