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domingo, 5 de agosto de 2018
Audiovisual: Si toda serie es política ¿Qué es Netflix?
Libros contra el ajuste (5): Libros para que tu familia se de cuenta que sos gay
Carol, Patricia Highsmith
Ambientada en la convulsionada Argentina del primer peronismo, este libro cuenta varias historias en una y viene muy bien además a cuento de la famosa grieta que supimos conseguir. Con solo describir a las protagonistas ya alcanza y sobra para romper todo en la mesa familiar: Lía es periodista de La Nación, poeta, judía, de izquierda y lesbiana. Delia, su amante, es escritora y la mujer de un capitán gorila de la Marina. ¿Qué puede salir mal? El profesor Gómez, que relata la historia, también padece una combinación explosiva: es cabecita negra, peronista, devoto de la literatura inglesa y homosexual. Guiños a las hermanas Ocampo, Borges y la batalla Florida vs Boedo de la mano de hombres (el autor y el personaje) que explican cómo sienten las mujeres, si es que eso es remotamente posible.
"El amor no es una póliza de seguros. El amor es tensión. En una relación, lo que yo valoro es la tensión constante, en el sentido de no tener nunca la ilusión de entender a la otra persona", explicaba el autor de esta novela, ícono del movimiento de liberación gay de mediados de siglo XX en Estados Unidos y amigo (¿íntimo?) del loado polemista Gore Vidal, a quien se la dedicó en 1964. La historia cuenta un día en la vida de un profesor gay soltero con el corazón roto en el sur de California y es un fresco tan puntilloso de lo que significa ser homosexual en la sociedad de la época que Tom Ford lo eligió más de 45 años después para dar su salto de la moda al cine con un exito inesperado. De la misma pluma de la que salió "Adiós Berlín", inspiración para la famosísima Cabaret podés quedar muy bien con mamá, papá o con cualquier cinéfilo y de paso, salir del closet.
Libros contra el ajuste: Especial día del padre
Facebook, Apple, Google, Amazon y Microsoft son las cinco compañías más ricas del mundo pero además controlan tu vida las 24 horas del día. Esto no es gratis ni mucho menos inocente. Con esa premisa, la periodista especializada en tecnopolítica Natalia Zuazo devela en este libro cómo el "Club de los Cinco" ha conquistado el mundo de la misma forma en la que lo hicieron las grandes potencias colonialistas. La diferencia, asume la autora, es que en lugar de construir palacios y murallas, se instalan en oficinas abiertas y llenas de luz en Silicon Valley. Y en lugar de evangelizar con sacerdotes y predicadores, se nutren del colonialismo del like. Un libro que denuncia el monopolio de la información online pero que también ayuda a entender las lógicas del cyberactivismo para combatirlo.
Tras cinco años de exhaustiva investigación periodística y de archivo del evento deportivo fundamental para los argentinos en todas las épocas, Bauso amalgama más de 150 entrevistas organizadas en varios ejes para analizar puntualmente el Mundial 1978: el contexto político, la historia futbolística y el rol de Menotti desde 1974 hasta la final con Holanda, entre otros. Según su autor también intenta ser un fresco de la vida cotidiana en tiempos de dictadura, mezclando preguntas tan eclécticas como estimulantes: ¿Qué postura adoptó Montoneros frente a la Copa? ¿Es cierto que estaba prohibido criticar a Menotti y al equipo? ¿Era el juego de la Selección tan menottista como se lo recuerda? ¿Por qué Kempes fue el único repatriado? Mucho de microhistoria y nostalgia para un padre futbolero que sin duda volverá a su juventud entre estas páginas.
Reeditado tras el estreno de la película dirigida por Spielberg a principios de año esta entretenida novela de aventuras futurista esconde en su interior varias perlitas de memorabilia nerd para captar a señores mayores. Numerosos homenajes a la cultura pop de los años sesenta y setenta se mezclan así con una distopía ambientada en 2044, en la que el personaje Wade Watts vive más tiempo adentro de un videojuego gigante que en el mundo real. Entretenida y fácil de leer aleja al padre de los noticieros pero puede disparar interesantes debates sobre lo virtual y lo existente. El dato: el autor maneja un DeLorean DMC-12 como el de “Volver al futuro”. Nerd no, lo siguiente.
Libros gratis contra el ajuste (4): Libros para explicarle a tu hijo cómo funciona el capitalismo
En este caso nos centramos en historias que pueden despertar conciencias, formar pequeños activistas y cambiar el curso del apocalipsis al que lenta e incansablemente nos está llevando el posmodernismo globalizado. Libros plagados de contradicciones y muchos conflictos de carne y hueso que dejan claro lo terrible que puede ser la vida real aún desde la ficción pero que esconden también una semilla de rebelión. Para contrarrestar el FIFA, el GTA y los youtubers, recomendamos libros gratis contra el sistema para que el joven de tu familia aprenda que, como decía el amigo Gramsci, no solo hay que entender el mundo, sino también hacer algo para cambiarlo.
Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo; Irvine Welsh
Del creador de la ya clásica novela/película inglesa Trainspoitting rescatamos esta antología de cuentos picantes, satíricos y tragicómicos con un coro de personajes en situaciones límite de todo tipo. El sexo, las drogas, los fracasos, los enfrentamientos de clases y hasta gangsters componen así un universo oscuro que va desde Estados Unidos hasta Edimburgo y muestra el lado B de la vida poco acomodada de las clases medias. Con un título que no pasará desapercibido ante cualquier adolescente, este libro puede mostrar que la literatura es de todo menos seria y conquistar a tu vástago para el lado bueno de la fuerza todo en solo un movimiento. Comparado con los hermanos Coen por el nivel de desparpajo y disparate de su prosa, este escocés puede servir también para mostrarle a tu crío que incluso los ingleses la pasan (muy) mal.
El club de la pelea, Chuck Palahniuk
De la biblia grunge de donde salieron las frases "Lo que posees acabará poseyéndote" y “Tenemos trabajos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos” y encima inspiró una de las películas más emblematicas de una generación entera no se puede pedir más que magia y magia antisistema. Dos personajes marginales, insomnio, boxeo y una catarata de imágenes turbias, confusas e inolvidables como las que se ven en la cinta de Fincher no requieren más justificación: todo adolescente debe leer este libro para entrar al mundo, punto. Pero si hace falta el argumento, se trata de un personaje (en problemas) que conoce a un vendedor de jabón (en más problemas) que lo mete en un club de boxeo clandestino (más problemas) con una filosofía muy particular
13,99 Euros; Frédéric Beigbeder
Libros gratis contra el ajuste (3): Libros para cambiarle la ideología a tu compañer@ de trabajo
Todo viaje es político: un mes sola en China (6) : Pekín es más China de la que podés soportar 2
---------- Mensaje enviado ----------
De: Leticia Cappellotto <leti.cappe@gmail.com>
Fecha: 24 de diciembre de 2016, 1:40
Asunto: PEKIN ES MÁS CHINA DE LA QUE PODÉS SOPORTAR (2)
Para: ed_cabrera@gmail.com
Pisé la muralla china. Estuve emocionada todo el trayecto, lloré, me agoté, hablé con vos.
No sé qué contarte sobre la travesía: me tomé un subte desde el hostel hasta un punto equis del mapa en Pekín, me subí a un micro, me subí a la muralla china, la caminé en una especie de trance místico haciéndome todas las preguntas posibles, la escalé más de tres horas con las manos, con las piernas, con la mente y el espíritu y sentí que toda mi vida anterior estaba enterrada ahí.
La tensión entre lo viejo y lo nuevo, entre el pasado y el futuro, otra vez, estalla en mi cabeza. Llegué a la conclusión superadora de que viajar es estar en crisis permanente con lo nuevo y lo viejo. Y que en lo nuevo siempre se resignifica lo viejo y te hace revalorar aquello que dejás atrás como lo conocido y familiar mientras que lo desconocido puede ser estimulante o amenazante pero siempre adelante, siempre en el futuro. El problema es que lo viajeros creemos que lo nuevo siempre será mejor que lo viejo solo por ser nuevo o distinto y nos metemos en lugares exóticos que al final no siempre terminan gustándonos. No sé si hubiera venido a China de haber sabido lo mal que la pasaría, pero tengo que poder decir también que la pasé mal, porque viajar no está bueno todo el tiempo, no es disfrutar todo el tiempo, no es gratificador per se adquirir todo el tiempo nuevas experiencias si no tenés el temple espiritual para asimilarlas.
Y claramente yo no estoy teniendo ningún tipo de temple para asimilar nada.
Esto me generó una catarata de preguntas sobre el valor intrínseco del cambio como lo único que realmente existe y el valor de la tradición como aquello que nos genera identidad pero a la vez nos limita. Estoy en China y leyendo noticias argentinas me angustio. Estoy en un país con pena capital y tengo más miedo cuando abro el celular que cuando miro a mi alrededor. Es verdad, no debería preocuparme por Argentina, como tampoco debería preocuparme por vos, pero realmente no sé cómo hacer para que me deje de importar lo que me importa.
Tengo miedo. Es lo único que sé. Y tengo tanto miedo que hasta tengo miedo de tener miedo. Es la primera vez en mi vida que me pasa y no me siento cómoda, no me hallo, no sé quién soy. Como siempre fui una kamikazee, no sé porque ni a qué le tengo miedo ahora. Quizás sea así: que te deje de importar algo es mutar hacia lo desconocido y eso que no conocés te da miedo. Pero este vacío es inabordable: si ya no sos el que eras cuando te importaba (amabas a) ese algo ¿Quién sos? ¿A quién ama ese nuevo vos? ¿Qué le importa a ese nuevo vos? Siento que no solo murió la idea que tenía de China sino que también murió con ella la yo que quería venir a China. Ambas están enterrada en la muralla.
Pero prometo: le voy a contar a mis nietos que después de conocer la muralla china tenía más miedo que antes para que entiendan que en la vida todo es caos y confusión.
Hoy me voy de China después de un mes. No comí perro, no me aplicaron la ley marcial, no me violaron, no me secuestraron para una red de trata, no me pusieron droga en la bebida ni me dieron el vuelto con caramelos. Y ya que estaba escalé la muralla china, vi con mis propísimos ojos el comunismo más grande del planeta y cumplí un sueño que tenía desde 2003, cuando una profesora de geografía me encargó un trabajo sobre las relaciones chino argentinas y me obsesioné con lo absurdo que significaba que China existiese, que fuera realmente algo material, que no fuera una leyenda. Pasaron los años y como toda obsesión la mía no hizo más que crecer.
Tenía-que-ir-a-China.
No me importaba si tenía que ir sola, si tenía que dinamitar mi vida para poder llegar.
Tenía-que-ir-a-China.
En 2012 hice cuentas y era una locura. Ir a China de vacaciones era una locura. Ir a China sola era una locura aún mayor. Pero un día llegué. Menuda mi sorpresa cuando China no solo no me gustó sino que significó una de las peores experiencias de mi vida. Acá conocí el miedo. Y no es que antes no hubiera tenido miedo, sino que nunca me importó, porque la valentía y la osadía me generaban adrenalina, erótica y épica y estaba enamorada del desparpajo de quien se cree inmortal y avanza, contra todo y todos, como un kamikazee (que en japonés, btw, quiere decir un viento o un guerrero suicida). Ese viento, esa fuerza y esas ganas de estar en China me trajeron desde 2003 hasta acá. Y acá quedaron enterrados.
China me cambió porque yo había cambiado en el trayecto entre que quise venir por primera vez hasta que llegué. Pero una vez que estuve acá, China me mostró dos cosas que me aterrorizaron: puedo lograr sola todo lo que me proponga pero no quiero proponerme más nada sola. El ying, el yang, el gato vivo, el gato muerto, el pasado, el futuro, los monstruos, vos, yo, etc. En China pensé cotidianamente en vos, hablé cotidianamente con vos y me reí cotidianamente con vos. Los chinos debieron pensar que estaba loca hablando sola por Pekín, pero lo que no saben es que la única forma de que no me volviera loca fue justamente haber estado con vos todo el tiempo. Vos sos la única garantía que tengo de que no estoy sola porque, me repito, si pienso compulsiva y obsesivamente en vos, estoy con vos.
Pero vos, lamentablemente para mí, tampoco existís.
Entonces: ¿Cómo dejar de amar a algo/alguien que ya no existe? O peor: ¿Cómo aceptar que la idealización que hicimos de ese algo/alguien no se condice con la realidad? Si China existe pero no es cómo me la había imaginado, ¿existe realmente? Si vos no me amás ¿existís realmente? Si el amor es una construcción que es imposible hacer de forma unilateral y vos no me amás o no existís o estás muerto, lo que yo hago amándote es ubicarme en esa misma dimensión y dejar de existir. Pero si te doy finalmente por muerto voy a tener que asumir que tengo que amar a otro alguna vez, porque no estoy tan muerta como vos.
Si vos ocupaste en mi vida el lugar del amor, voy a tener que reemplazarte. De la misma forma en la que si China ocupó en mi vida el lugar del amor, la obsesión, la zanahoria y el motor para que rompa todo por los aires y venga a verla, voy a tener que reemplazarla.
Porque yo sí existo y sí estoy viva. Y necesito otro amor y otra muralla china.
Finalmente así puedo ver que si no me amás no tiene sentido que sigas existiendo, porque los muertos no tienen que ver sólo con la materialidad, sino con las decisiones políticas que uno toma sobre ellos. Y entiendo por fin que fue solo para eso que tenía que venir hasta acá: para aceptar mi soledad frente a tu ausencia y decidir que ya no quiero viajar más con vos, porque eso es viajar sola. Que vos (vivo y muerto) y yo (viva y muerta) somos como el comunismo capitalista chino, una contradicción que ya no quiero entender ni me fascina desentrañar.
Podés morirte de una vez.
Porque a vos también te enterré en la muralla.
Y ya no te amo, ya no existís, ya está.
Todo viaje es político: un mes sola en China (5): Pekín es más China de la que podés soportar
Llegué a Pekín.
No fue trivial: combiné dos líneas de subte en Shanghái para llegar al aeropuerto, me demoré 40 minutos de más por tener que pasar la valija por los scanners, perdí un atado nuevo de cigarrillos, me hicieron dejar 5 encendedores en el embarque, mi vuelo se demoró, me tocó estar al lado de una pareja de chinos muy supersticiosos en el avión que rezaban todo el tiempo, me tomé un taxi al que le indiqué la dirección por señas y cuando me bajé estuve 30 minutos dando vueltas sin encontrar mi hostel en un barrio de todo menos amistoso mientras se hacía de noche. Cuando finalmente anocheció y no tenía ni pálida idea de dónde iba a dormir, lloré. Sola, en Pekín, con 2 grados bajo cero, lloré. Evalué la opción de ir a un hotel carísimo que encontré a unas cuadras de donde debería haber estado mi hostel, evalué dormir en la calle, evalué el suicidio. Y lloré un poco más.
Qué linda la aventura. Qué lindo ser tan joven y pendenciera.
Después me enteré que mi problema es un problema chino generalizado: los hutongs (antiguos barrios que están siendo desplazados por construcciones modernas) están hechos para perderse en ellos. Mi hostel queda ahí, en Building 2, Suzhou Hutong, Dongcheng, Pekín, China.
Cuando finalmente me acomodé y dejé de llorar conocí a un holandés que estaba en el lobby muy, muy indignado con su visita a China. Me contó que era su último día y que odió toda su estadía. Que lo quisieron robar, secuestrar, amputar, asesinar, etc. Como no le creí me mostró lo que iba a publicar en FB sobre su viaje: “Adiós China, aparte de algunas cosas has sido un país horrible con gente horrible. Un viejo rompió una botella y me atacó, logré dejarlo K.O. antes de que sus amigos me pegaran con un palo mientras me ataban. Además fui extorsionado durante una hora por tres tipos que me pedían que les pagara 3000€ o más. Pensé que iba a morir. Amigos viajeros me dijeron que les pasaron cosas similares así que recomiendo a todo el mundo NO venir a China porque maltratan turistas. CHINA I FUCKING HATE YOU.”
Qué comienzo más auspicioso, pensé mientras leía eso y me imaginaba caminando sola por Pekín entre semejantes atracciones. Aunque me relajé un poco cuando el holandés me dijo que lo que más le gustaba de México era Cartagena. Este lugar es peligroso, OK, pero si sos un idiota todos los lugares son peligrosos, sigamos.
Cosas para hacer en Pekín: visitar la Plaza de Tiananmén o Plaza de la Puerta de la Paz Celestial, la Ciudad Prohibida, el Palacio de Verano, el Templo del cielo, la gran muralla china.
No hay palabras para describir la monstruosidad de todos esos hitos urbanos. Y hablo de monstruoso para seguir con la metáfora de Gramsci: “Cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, ahí aparecen los monstruos”. Pero más allá del miedo y el agotamiento, lo bueno es que Pekín es todo lo China que vine a buscar: el comunismo se siente en cada una de las estaciones de subte por donde te escanean cuando entrás y salís como si fueras a tomarte un avión, en la entrada de todos los monumentos donde hacen lo mismo, en las calles llenas de fuerzas del orden, en la gente, etc. La ciudad es tirando a gris, a pobre, a lo que uno entendería que debe ser el comunismo (austero, solemne, aburrido) y sumamente arcaica. Sí hay edificios modernos, sí hay rascacielos, sí hay tiendas de lujo y mucho consumismo, pero definitivamente se huele un tufillo soviético como el que uno imagina que se va a encontrar cuando viene a la capital política del comunismo más grande del mundo.
Al tercer día de ver hordas de pekineses con barbijos advierto que hay demasiada policía (¿O serán militares? ¿Cómo distinguirlos?) en las calles. En el hostel me informan que hay “Alerta roja por contaminación en Pekín y otras 22 ciudades” por lo que se limita el tráfico, se controla la industria, se paralizan las obras y se cierran las escuelas por lo menos hasta la semana que viene.
Conclusión: soledad, depresión, ataques de pánico, pena capital, alimentación limitada, frío, sensación de alienación, miedo y alerta nacional por smog. ¿Tengo que aclararte por qué hablo de monstruos?
Para rematar, un miembro del PCCh (o por lo menos un señor que dijo ser miembro del PCCh) se apareció en mi hostel y me dijo, textuales palabras: "¿Pero vos te creíste lo del comunismo? El comunismo es una idea, no es la realidad". Bien. Vine a China para eso. Vine a China para que un miembro del partido comunista más grande del mundo, con más de 86 millones de miembros, me diga que la parte “comunista” de “partido comunista” es joda.
Fenómeno. El contradictoriómetro explota y siento el ruido de mi cerebro romperse. Fenómeno.
En estos primeros días acá lloré mucho, pero pude bañarme, salir del hostel y visitar las cosas que quería visitar, entre ellas un Buda gigante en el Palacio de verano. También pude meditar un poco. Le pedí a Buda que me haga salir viva de China. Fue especialmente gracioso ese paseo porque cuando llegué vi un señor que me miraba con cara rara a la entrada. ¿Cómo distingo si un chino me está siguiendo? Son todos realmente iguales. Me fijé en sus zapatillas y lo volví a ver varias veces más en el parque pero por suerte no pasó nada. Miedo, otra vez.
Estoy en China, me repito, creo que es verdad, me digo, te digo, cuando tengo miedo, estoy muy cerca de escalar la muralla china, me cuento, te cuento, una de las 7 maravillas del mundo moderno, dale, dale, estás muy cerca de todo lo que soñaste, repito, repito y eso no hace más que ahondar lo que ya venía conmigo desde que llegué: el miedo. Pero por lo menos logré identificar varios miedos al mismo tiempo y concluí que la mitad del tiempo tengo miedo de perder la vida (porque estoy sola y vulnerable como nunca antes) y la otra mitad tengo miedo de ganar la vida (en el sentido de concretar un deseo que tuve tanto tiempo). Creo que es por eso que tengo miedo de estar muerta sin darme cuenta, de estar viva sin darme cuenta, de estar viva y muerta como el gato del experimento cuántico y de no poder contarle nunca a nadie que vine a China porque no voy a poder salir nunca viva de China. No sé cómo cotizarán en el cielo mis aventuras en China, debe haber una barbaridad de chinos muertos. Tampoco sé si voy a ir al cielo, en fin.
Aquí estoy. China no existe, me decía Marco Denevi en 2005 y aunque muchos tardé años logré venir para refutarlo. Pero no puedo. China no existe del todo. Es una promesa, es una alerta, una amenaza, una potencialidad. Por ahora la China que existe tiene lo peor del capitalismo y lo peor del comunismo. Es la civilización más antigua de la que se tenga registro y la potencia imperialista de este siglo que recién comienza porque es el pasado y el futuro, lo blanco y lo negro, el ying y el yang en su más pura y absoluta expresión. Por ahora la China que existe es un lugar horrible en el que la gente escupe, grita y fuma sin parar, hace frío, hay smog, los edificios son grises, los chinos hablan chino y comen cosas que no sé que son y probablemente sean perro.
Aunque no creo que piense en perros cuando piense en China, porque no logré ver dónde o cómo lo comían y sigo alimentándome a base fideos, arroz y algo parecido al pollo que compro en los kioscos abiertos las 24 hs. Cuando piense en China voy a pensar en gatos, especialmente el gato de Schordinger, porque todo lo que pienso sobre China tiene el mismo sentido caótico que me genera la física cuántica. Por ejemplo, buscando el cuento “El peligro amarillo” de Denevi que te mandé en el otro mail, encontré este relato del mismo autor, cuyo escueto argumento tiene mucho que ver con los muertos vivos:
“El emperador de China”: Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador. ¿Veis? -dijo –Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador. El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
Creo que el cuento habla por sí solo, pero por las dudas lo escribo: hasta que China no demuestre ser la potencia que dicen que es, seguirá siendo un país atrasado, hasta que yo no decida que estás muerto, vos no estás muerto y hasta que yo no salga viva de China, nunca voy a poder decir que vine a China.
Mientras tanto, ya reservé la excursión a la muralla y voy en unos días, deséame suerte.