Para Cámara Cívica
En su último
libro “La política del siglo XXI. Arte, mito o ciencia” el asesor y gurú de las
campañas electorales Jaime Durán Barba explica que
una de las herramientas fundamentales del marketing político contemporáneo
tiene que ver con la importancia no solamente de la imagen del candidato sino
de las implicancias no visuales de los electores frente a él. Lo que no se ve,
explica el investigador y exitoso constructor de éxitos electorales como
Mauricio Macri en Argentina, es aún más potente que lo que se ve. Lo que los
electores logran imaginar y sienten sobre una situación política genera más
compromiso e identificación que lo que efectivamente existe. Las sensaciones y
emociones son más útiles para generar confianza que la verdad.
En esa línea de la construcción de sentidos
comunes desde la imaginación podemos incluir la intención del ex
presidente Barack Obama de producir contenido de ficción en Netflix, lo
que nos hace también replantearnos no solamente qué es Netflix si no qué
utilidad política puede llegar a tener una plataforma que controla datos de más
de 115 millones de personas en el mundo y que influye en la agenda política a
través de “fenómenos de masas” como son las series a nivel mundial.
The Handmaid’s
tale vs Alias Grace: la audiencia social que marca la agenda política
Un
estudio reciente sobre las implicancias políticas que tienen en las nuevas
audiencias el streaming ha detectado que aquellos que
ven televisión por internet son mucho más activos en relación a sus antecesores
y al poder elegir qué ven, cuándo y dónde sin necesitar ninguna determinación
espacio temporal, tienen un diseño interactivo del mundo en el que su acción modifica
su entorno. Así, aún sujeto a las restricciones del algoritmo todopoderoso, un
usuario de Netflix se siente más libre que sus padres frente a la pantalla y
además es más propenso a interactuar en redes sociales y posiblemente a opinar
a través de ellas en política.
Un ejemplo notable de las líneas entre ficción
y realidad que parecen unir al streaming
con los fenómenos sociales ha sido que la serie original de Netflix “Alias
Grace” apareciera matemáticamente detrás del
éxito de la brillante y ya reseñada aquí “El cuento de la criada”, que
interpela sobre un tema tan viralizado y viralizable como la defensa de los
derechos de las mujeres. La producción
de Hulu basada en el libro de Margaret Atwood le arrebató a Netflix el primer
Emmy por una serie de drama para un show online pero además le ganó la agenda
de conversación, ya que resuena mucho más que “Alias Grace” en el contexto de la
lucha feminista a nivel mundial en los últimos años, donde los fenómenos
virtuales como “Ni una menos” o “MeToo” explotan
en redes sociales y exceden lo virtual hacia las calles. Lo mismo puede decirse
de “El
mecanismo”, la ficción de Netflix en la que se retratan episodios de corrupción
en Brasil muy en sintonía con la agenda política de estos meses,
atravesados por la injusta detención del ex presidente Lula Da Silva. Similar
también es la idea de ficcionalizar el presunto
asesinato del fiscal Nisman en Argentina. Un artículo aparte llevaría
analizar las implicancias políticas de “Narcos” o “El Chapo”, donde se dibujan
líneas argumentales plagadas de clichés y prejuicios sobre la sociedad
latinoamericana y su vinculación con el narcotráfico. Repetimos: ningún
discurso es inocente y menos si proviene del imperio de construcción de lo
simbólico más grande de la historia, llámese Hollywood o Netflix.
El
binge watching como nuevo género: la
narrativa de la succión
La
Casa de Papel, la producción española de AtresMedia tuvo audiencias
mediocres aquí en 2017 pero se convirtió en un fenómeno internacional
inesperado para sus propios creadores luego de que Netflix comenzara a distribuirla.
Miles de fotos y memes se han compartido desde entonces en redes sociales
producto del fanatismo de los nuevos espectadores, logrando la tan deseada
“social currency”. Netflix modificó la serie original, cambió la cantidad de
capítulos por temporada, su duración y además espació el lanzamiento de la
primera y la segunda temporada para fomentar la conversación y el “fenómeno”. La
serie tiene ahora un “formato Netflix”, en el que la tensión se concentra en el
final de cada capítulo para empujarnos a ver otro más y favorecer así la
dinámica del binge watching. Como
lo explica el crítico James Poniewozik “Los programas para internet
son algo más que televisión, se convirtieron en un género distinto, cuyas
reglas y estética apenas comenzamos a entender”. Así, el teórico define la “TV
succión”, donde el espectador se involucrará durante horas con el contenido. Mientras
que la televisión semanal tiene éxito provocando intriga hasta la semana
siguiente, la televisión por internet depende de lo que el especialista llama “succión
narrativa”. Esto modifica la forma en la que se estructura la historia porque
cambia los giros argumentales y los puntos de quiebre, así como el final y la
apertura de cada capítulo. 13 razones,
Mindhunter, Las chicas del cable y muchas otras series tienen el mismo
formato porque están cortadas con la misma tijera succionadora. Así, ver una
serie de streaming es más parecido a leer un libro porque uno decide
dónde empieza o termina pero al mismo tiempo se parece a un videojuego que provoca
"atracones" al estilo del CandyCrush. Como los juegos de inmersión,
las series Netflix están dirigidas al usuario y buscan absorberlo durante
horas. Y como si fuera un juego en red, todos van posteando en las redes
sociales hasta dónde llegaron y cada episodio se convierte en un nuevo nivel a
descifrar. “Más que con ninguna otra innovación reciente en la TV, los
servicios en línea crean un género narrativo nuevo con elementos de televisión,
cine y novela pero que a la vez se distingue de todos ellos porque involucra al
usuario”, señala Poniewozik.
El
medio es el mensaje: la política de la ficción no tiene que ser ficción sobre
política
Nadie miraría cinco horas seguidas de noticias.
Nadie se pasaría un fin de semana entero contemplando debates presidenciales. Y
nadie duraría una noche en vela escuchando discursos electorales. Para eso
están las series. Para eso está Netflix. Para eso está internet. La potencia
del entretenimiento, en términos gramscianos, supone que el sentido común se
reproduce de forma pasiva, sin entrar en contradicción o en entredicho con lo
establecido. La narrativa, espejo de nuestra realidad, no supone un contraste
directo entre lo que pensamos, decimos o sentimos, sino que pretende
reflejarnos, emocionarnos, conmovernos.
Pero en el siglo XXI no hay nada más subversivo
que las emociones, el amor, el compromiso. Aquello que te “atrapa”, te
“engancha” o te “succiona” y te mantiene en tu casa por horas podría llamarse
pareja o podría llamarse Netflix. Dudosamente
podría llamarse política. Sin embargo, mucho de lo que construye el gigante del
streaming en esas horas succionadas
de la realidad a la ficción sale de la pantalla a la calle, de lo no real a la
realidad, de la mentira a la verdad. Como un medio de comunicación más, Netflix
marca agenda, pero lo hace desde la subjetividad. No solo refleja la realidad
sino que la construye, estudiando el focus group más grande del mundo y las
encuestas involuntarias en las que participamos cuando monitorean nuestros hábitos
de entretenimiento. Así Netflix construye una agenda política que está entre
nosotros: derechos de las mujeres (Alias Grace), narcotráfico (Narcos, El
Chapo, La reina del Sur), corrupción (El mecanismo), bullying estudiantil (13
razones porque), amor libre y poliamor (Me, you and her) y muchos de los
titulares de los diarios están atravesados por la pantalla más grande de la
historia de la humanidad. Nunca nadie tuvo tanta información sobre lo que nos
gusta hacer cuando no hacemos nada y nunca nadie se animó a usarla de esta
manera. El show ha comenzado y tú eres parte. Las recomendaciones para tí pueden
ser una trampa. Cuidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario