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martes, 1 de mayo de 2018

Netflix: ¿Un portal de series o un medio de comunicación?


Para Cámara Cívica

En su último libro “La política del siglo XXI. Arte, mito o ciencia” el asesor y gurú de las campañas electorales Jaime Durán Barba explica que una de las herramientas fundamentales del marketing político contemporáneo tiene que ver con la importancia no solamente de la imagen del candidato sino de las implicancias no visuales de los electores frente a él. Lo que no se ve, explica el investigador y exitoso constructor de éxitos electorales como Mauricio Macri en Argentina, es aún más potente que lo que se ve. Lo que los electores logran imaginar y sienten sobre una situación política genera más compromiso e identificación que lo que efectivamente existe. Las sensaciones y emociones son más útiles para generar confianza que la verdad.
En esa línea de la construcción de sentidos comunes desde la imaginación podemos incluir la intención del ex presidente Barack Obama de producir contenido de ficción en Netflix, lo que nos hace también replantearnos no solamente qué es Netflix si no qué utilidad política puede llegar a tener una plataforma que controla datos de más de 115 millones de personas en el mundo y que influye en la agenda política a través de “fenómenos de masas” como son las series a nivel mundial.

The Handmaid’s tale vs Alias Grace: la audiencia social que marca la agenda política

Un estudio reciente sobre las implicancias políticas que tienen en las nuevas audiencias el streaming ha detectado que aquellos que ven televisión por internet son mucho más activos en relación a sus antecesores y al poder elegir qué ven, cuándo y dónde sin necesitar ninguna determinación espacio temporal, tienen un diseño interactivo del mundo en el que su acción modifica su entorno. Así, aún sujeto a las restricciones del algoritmo todopoderoso, un usuario de Netflix se siente más libre que sus padres frente a la pantalla y además es más propenso a interactuar en redes sociales y posiblemente a opinar a través de ellas en política. 
Un ejemplo notable de las líneas entre ficción y realidad que parecen unir al streaming con los fenómenos sociales ha sido que la serie original de Netflix “Alias Grace” apareciera matemáticamente detrás del éxito de la brillante y ya reseñada aquí “El cuento de la criada”, que interpela sobre un tema tan viralizado y viralizable como la defensa de los derechos de las mujeres.  La producción de Hulu basada en el libro de Margaret Atwood le arrebató a Netflix el primer Emmy por una serie de drama para un show online pero además le ganó la agenda de conversación, ya que resuena mucho más que “Alias Grace” en el contexto de la lucha feminista a nivel mundial en los últimos años, donde los fenómenos virtuales como  “Ni una menos” o “MeToo” explotan en redes sociales y exceden lo virtual hacia las calles. Lo mismo puede decirse de “El mecanismo”, la ficción de Netflix en la que se retratan episodios de corrupción en Brasil muy en sintonía con la agenda política de estos meses, atravesados por la injusta detención del ex presidente Lula Da Silva. Similar también es la idea de ficcionalizar el presunto asesinato del fiscal Nisman en Argentina. Un artículo aparte llevaría analizar las implicancias políticas de “Narcos” o “El Chapo”, donde se dibujan líneas argumentales plagadas de clichés y prejuicios sobre la sociedad latinoamericana y su vinculación con el narcotráfico. Repetimos: ningún discurso es inocente y menos si proviene del imperio de construcción de lo simbólico más grande de la historia, llámese Hollywood o Netflix.

El binge watching como nuevo género: la narrativa de la succión

La Casa de Papel, la producción española de AtresMedia tuvo audiencias mediocres aquí en 2017 pero se convirtió en un fenómeno internacional inesperado para sus propios creadores luego de que Netflix comenzara a distribuirla. Miles de fotos y memes se han compartido desde entonces en redes sociales producto del fanatismo de los nuevos espectadores, logrando la tan deseada “social currency”. Netflix modificó la serie original, cambió la cantidad de capítulos por temporada, su duración y además espació el lanzamiento de la primera y la segunda temporada para fomentar la conversación y el “fenómeno”. La serie tiene ahora un “formato Netflix”, en el que la tensión se concentra en el final de cada capítulo para empujarnos a ver otro más y favorecer así la dinámica del binge watching. Como lo explica el crítico James Poniewozik “Los programas para internet son algo más que televisión, se convirtieron en un género distinto, cuyas reglas y estética apenas comenzamos a entender”. Así, el teórico define la “TV succión”, donde el espectador se involucrará durante horas con el contenido. Mientras que la televisión semanal tiene éxito provocando intriga hasta la semana siguiente, la televisión por internet depende de lo que el especialista llama “succión narrativa”. Esto modifica la forma en la que se estructura la historia porque cambia los giros argumentales y los puntos de quiebre, así como el final y la apertura de cada capítulo. 13 razones, Mindhunter, Las chicas del cable y muchas otras series tienen el mismo formato porque están cortadas con la misma tijera succionadora. Así, ver una serie de streaming es más parecido a leer un libro porque uno decide dónde empieza o termina pero al mismo tiempo se parece a un videojuego que provoca "atracones" al estilo del CandyCrush. Como los juegos de inmersión, las series Netflix están dirigidas al usuario y buscan absorberlo durante horas. Y como si fuera un juego en red, todos van posteando en las redes sociales hasta dónde llegaron y cada episodio se convierte en un nuevo nivel a descifrar. “Más que con ninguna otra innovación reciente en la TV, los servicios en línea crean un género narrativo nuevo con elementos de televisión, cine y novela pero que a la vez se distingue de todos ellos porque involucra al usuario”, señala Poniewozik.




El medio es el mensaje: la política de la ficción no tiene que ser ficción sobre política

Nadie miraría cinco horas seguidas de noticias. Nadie se pasaría un fin de semana entero contemplando debates presidenciales. Y nadie duraría una noche en vela escuchando discursos electorales. Para eso están las series. Para eso está Netflix. Para eso está internet. La potencia del entretenimiento, en términos gramscianos, supone que el sentido común se reproduce de forma pasiva, sin entrar en contradicción o en entredicho con lo establecido. La narrativa, espejo de nuestra realidad, no supone un contraste directo entre lo que pensamos, decimos o sentimos, sino que pretende reflejarnos, emocionarnos, conmovernos.
Pero en el siglo XXI no hay nada más subversivo que las emociones, el amor, el compromiso. Aquello que te “atrapa”, te “engancha” o te “succiona” y te mantiene en tu casa por horas podría llamarse pareja o podría llamarse Netflix.  Dudosamente podría llamarse política. Sin embargo, mucho de lo que construye el gigante del streaming en esas horas succionadas de la realidad a la ficción sale de la pantalla a la calle, de lo no real a la realidad, de la mentira a la verdad. Como un medio de comunicación más, Netflix marca agenda, pero lo hace desde la subjetividad. No solo refleja la realidad sino que la construye, estudiando el focus group más grande del mundo y las encuestas involuntarias en las que participamos cuando monitorean nuestros hábitos de entretenimiento. Así Netflix construye una agenda política que está entre nosotros: derechos de las mujeres (Alias Grace), narcotráfico (Narcos, El Chapo, La reina del Sur), corrupción (El mecanismo), bullying estudiantil (13 razones porque), amor libre y poliamor (Me, you and her) y muchos de los titulares de los diarios están atravesados por la pantalla más grande de la historia de la humanidad. Nunca nadie tuvo tanta información sobre lo que nos gusta hacer cuando no hacemos nada y nunca nadie se animó a usarla de esta manera. El show ha comenzado y tú eres parte. Las recomendaciones para tí pueden ser una trampa. Cuidado.

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