El sábado 17
en La Habana murió Leonela Relys Díaz,
creadora del método de alfabetización «Yo,
sí puedo», con el cual han aprendido a leer y escribir más de ocho
millones de personas en el mundo, favorecidos por la vocación solidaria de la
Revolución Cubana.
Nacida en
Camagüey el 20 de abril de 1947, con solo 15 años se sumó al ejército de
alfabetizadores que en 1961 convirtieron a Cuba en el primer país libre de
analfabetismo y luego, con su peculiar ingenio, creó el mencionado método de
alfabetización.
***
Alfabetizar
gente es un camino de ida. Es volver donde todo comenzó. Donde la palabra no
existe. Es un terrible viaje en el tiempo. Hermoso y dolorosísimo a la vez,
como el amor.
Alfabeticé
mucha gente esta década con el método de Leonela. Me pagó el Estado argentino.
Pero antes de que Filmus se acordara de que había que hacerlo, no me pagó
nadie. O sí: me pagó ella. Me enseñó algo que nunca van a sacarme, hagan lo que
hagan conmigo. Me mostró que se puede dar amor a través de la palabra. Mucho
amor.
De todas las
historias sobre analfabetos que cargo sobre mí, la mejor es la de Omar. Él tenía
20 años en 2010 y yo 25. Habíamos hecho un convenio con la UOCRA vía Ministerio
de Trabajo. Esos chanchullos de Tomada. Ok. Me contrató una de esas gordas
sindicalistas a las que no les importa usar una remera ajustada que compraron
en Av. Mitre con el rollo gigantesco saliéndosele por los pantalones. Gracias a
Dios no me acuerdo su nombre. Pero sí me acuerdo que estaba casada con un Sr.
UOCRA que tenía una 4x4.
Hay algo con
los señores sindicalistas y las camionetas grandes.
Hay algo con
las camionetas grandes.
Deberíamos
investigar.
Omar tenía
olor a pobre. Los pobres, a diferencia de lo que comúnmente se cree, no huelen
mal. Usan perfumes berretas entonces se ponen mucho. Como los franceses, igual.
Los hombres tienen perfumes picantes, bien masculinos, como para decir
"acá estoy". Así olía Omar. Era joven y negro y vivía en la Isla Maciel
pero venía al Docke porque lo traían sus amigos. Y estaba metido quién sabe
cómo en una clase a la que iba gente que sabía leer y escribir como yo.
Él no.
Omar era
joven y negro y delincuente y olía picante y no sabía leer ni escribir. Pero
vino todas las clases. Puntualísimo. Con una camisa a cuadros bien planchada (quizás
por la hermana, quizás por la madre, quizás por él mismo) y un perfume que
nunca me voy a olvidar mientras viva.
Llegado
cierto punto, dejó de venir. Y el que vino fue su padre, llorando y diciendo
que la cana se lo había llevado, que había
“encontrado-algo-en-su-cuarto”.
Omar, mi
alumno: preso por chorro. O por no querer “co-la-bo-rar”.
Y yo que
había apelado al método de Leonela. Y yo que había querido sacarlo de su
silencio, traerlo a las palabras, mostrarle el sentido de las cosas.
El padre me
pidió que le hiciéramos un certificado. Me dijo que escriba que iba a la
escuela y lo firme. Que ya le había pedido al capataz de la obra donde changueaba que
le haga otra constancia de que trabajaba ahí.
Imaginate la
validez que le da un comisario mafioso a papelitos de esas características.
“Nosotros
nunca tuvimos a ese chorro de alumno”, me dijo el preceptor pagado por la UOCRA
cuando le pregunté si podíamos hacerle el puto certificado. Suficiente: al día
siguiente renuncié y nunca más pisé el Docke.
Quizás Omar siga
preso. Quizás todavía no sepa escribir “preso”. Pero Leonela Relys Díaz, que se nos fue el sábado 17,
inventó el método de alfabetización más exitoso del siglo XX. Y aunque Omar no
pueda leerlo acá, él sabe que ambas lo intentamos.