Canciones con metáforas malinterpretadas
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jueves, 31 de julio de 2014
Damián Szifrón: “Al espectador argentino le interesa particularmente el cine nacional”
Entrevista con Damián Szifrón tras su paso por el Festival de Cannes y a pocos días del estreno de su última película Relatos Salvajes
-¿Cómo fue tu paso por el Festival de Cannes?
-Fue una experiencia formidable de cabo a rabo, muy estimulante, una
vidriera inmejorable para presentar un proyecto. Era mi primera vez en
Cannes y en un festival grande, dentro de lo que uno supone Cannes,
Venecia o Berlín, así que en términos de lo que yo había hecho antes, o
del universo en el que me solía mover, fue algo nuevo, disruptivo y tuve
la sensación total de que abriría muchas puertas para futuros proyectos
y como escenario para presentar un trabajo.
-¿Cómo viviste la presentación de Relatos Salvajes?
-Fue una oportunidad enorme. Si bien el programador Thierry Frémaux
había visto la película y dijo que le había gustado, estaba el
entusiasmo por ser novicio y a la vez tenía el terror de que fuera la
primera y la última vez, llegar y que la gente no aprobara la presencia
de nuestra película ahí, cosa que no pasó. Además la presentamos el
primer sábado a la noche del Festival, que es un espacio muy codiciado y
hay un clima de mucha euforia.
-¿Ya la habías visto con público?
-No, nunca. No sabía si a la gente le iba a gustar, tenía opiniones
parciales pero no tenía esa experiencia así que iba con todo ese temor y
fue espectacular. En un caso como un festival así, mayor es el riesgo y
te recomiendan no ir a las funciones, pero uno espía porque se pone
ansioso y en la función de la crítica me dijeron “están aplaudiendo, se
están riendo”, ahí me relajé porque le tenía más miedo a la prensa que
al público.
-¿Pensás en los críticos al filmar?
-Para nada, pienso mucho en el espectador cuando escribo, cuando
filmo y cuando compagino y no tengo muy en cuenta a la crítica, ni a los
festivales ni en qué lugar de la cinematografía van a colocar mi
película, pero unos días antes de estrenarla se me aparecen esas cosas y
me imagino a la crítica como una especie de comité nazi y digo “Uy no
pensé en la crítica”.
-¿Y cómo fue la reacción del público?
- Fue muy impactante. Ya saber que la película había funcionado con
la crítica me daba más entusiasmo en relación al público, pero lo que
vivimos fue un aplauso de pie muy largo, muy cálido. Y luego empezaron a
llegar un montón de comentarios, notas, llamados, gente, reuniones, se
abrieron muchísimas oportunidades.
-¿Oportunidades comerciales?
-Sí, fue descomunal lo que sucedió en materia de ventas, el hecho de
estar en Cannes automáticamente genera un interés en los distribuidores,
cuando estás en la competencia oficial casi todos los países presentes
tienen necesidad de ver tu trabajo. Recibimos un montón de ofertas de
cada país, se vendió a Estados Unidos en Sony, España, Francia, para
todo Latinoamérica y para Japón.
-¿Crees que Cannes contribuye al cine comercial?
-El sello solo no sirve, la película tiene que gustar para venderse.
Cuando hablamos de distribución hablamos de gente que pretende hacer un
negocio, entonces están pensando en cuánta gente la va a ir a ver. De
todas formas creo que gracias a que estos festivales defienden o exhiben
un tipo de película que no es 100% comercial tienen una función muy
clara y la llevan adelante con responsabilidad. En términos de mercado,
el mercado es amplio entonces las películas chicas se venden también.
-¿Por qué tardaste tanto en volver a estrenar?
- No es que lo busqué, sucedió. Por otro lado filmé muchas cosas seguidas, empecé al mismo tiempo Los Simuladores y En el fondo del mar y luego Hermanos y detectives y Tiempo de valientes.
Había adquirido cierto ritmo o ciertas herramientas para estar
dirigiendo un episodio mientras escribía otro mientras compaginaba otra
cosa y en algún momento empecé a tener una mirada muy crítica de eso, me
di cuenta de que estaba demasiado exigido. A veces llegaba a la
locación y decidía la puesta de una escena clave en el lugar, o no le
dedicaba el tiempo de ensayo que correspondía.
-¿Cambiaste tu manera de trabajar para esta película?
-Sí, normalmente le dedicaba mucho tiempo a escribir y suponía que en
el momento en el que cerraba el guión la película ya estaba ahí, ya la
había visto, la había imaginado, iba costar más o menos pero iba a
llegar a ese resultado. Porque un guión es una promesa que te haces: la
película va a ser así y la ves. Pero en un momento me di cuenta que una
película es mucho más que eso, que no me podía dar el lujo solamente
rodar el guión, sino que tenía que ser un proceso más expansivo, de más
crecimiento, donde todo adquiriera mas profundidad y más dimensión y
tomé la decisión de tomarme mucho tiempo a escribir, sin pensar en
dirigir.
-¿Qué estuviste haciendo estos años?
-Desarrollé tres o cuatro películas y algunas ideas para series y
luego decidí dirigir y detener el proceso de escritura. En el medio
escribí una historia de ciencia ficción que me capturó por completo y me
llevó a preguntas filosóficas muy difíciles de responder, muy
subyugantes, muy emocionantes, y me entregué de lleno a ese placer de
imaginarla y concebirla. Y fueron pasando los años y yo seguía
escribiendo, pero eso me ocurrió, no es que yo lo decidí.
-¿Disfrutás más de escribir que de dirigir?
-No, son procesos distintos. Amo la dirección y concretamente en este
proyecto la pase muy bien dirigiendo, fue de mucho aprendizaje y mucho
crecimiento. Pero la vida del escritor me atrae más que la del director.
Filmaría una película sobre un escritor y no tanto sobre un director.
Recibir permanentemente estímulos, que te hagan notas, hay algo más
ruidoso que implica necesariamente ser director que no sucede con un
escritor, que me parece un oficio más silencioso, más tranquilo. Me
llevo muy bien con la escritura, la soledad, viajar para escribir, la
imaginación pura y no tanto con la concreción de ideas, pero también me
gusta, sino no dirigiría.
-¿Qué es lo que más te gusta de Relatos Salvajes?
-Su energía general, cómo se percibe, cómo se siente como
espectáculo. Lo compacta que es, con eso quedé muy contento. La idea de
que puedas entrar a una especie de viaje energético y salir transformado
y aunque hayas visto seis historias diferentes que puedas percibirlo
como un único viaje.
-¿Qué es lo que más te costó hacer?
-Hay dos episodios que fueron los más demandantes en términos de
rodaje. Uno es el del casamiento, por la cantidad de extras y el otro es
el que protagoniza Leonardo Sbaraglia en la ruta, por una cuestión
técnica, mecánica, de producción, es una peliculita de acción, con mucha
cantidad de planos, algunos muy complejos, y eso fue muy demandante y
muy placentero. Me costó pero la pasé muy bien.
-¿Cuándo volves a la televisión?
-No lo sé, pero es posible que haga algo en el futuro cercano, estoy con ganas, escribí unas cosas para miniseries.
-¿Te gusta algo de lo que ves en la televisión argentina?
-No veo nada nacional en tele que me guste, pero Breaking Bad y Mad Men son dos series que me parecieron extraordinarias.
-¿Cómo ves el cine nacional?
-En relación a la cantidad de espectadores por año, nada mal. Aunque a
mi criterio hay muchas películas demasiado comerciales. Hay muy pocas
películas que reúnen cosas que tienen que ver con el arte y a la vez son
comerciales, se produce poco esa intersección. Entonces probablemente
se vean más las películas que no me gustan tanto. Por ejemplo la gente
que va al cine una o dos veces por año como un evento, van a ver la
película de Francella con Julieta Díaz. Pero bueno, esa es una porción
del público que va en vacaciones de invierno a ver una película.
-¿Qué puntos flojos le ves?
-Pienso que hay que darle una vuelta a los guiones, que son algo
sustancial a lo que se le debe dar mucha más importancia. A veces se
invierte mucho tiempo en financiación, en encontrar la forma de cómo se
puede producir determinada película y al guión no se le da la inversión
en desarrollo que necesita. Hay que afianzar la capacidad de los
productores y directores de leer un guión y criticarlo para que mejore,
creo que ahí está el secreto para que una película sea buena.
-¿Creés que hay un público específico para el cine argentino?
- Sí, no me casaría con la idea de que a la gente no le interesa el
cine argentino. Siento que al espectador argentino en general le
interesa particularmente el cine nacional. Que si la misma película, el
mismo guión, rodado de la misma manera, en lugar de estar protagonizado
por Ricardo Darín tuviera a Harrison Ford o Richard Gere, irían a verla
50 mil espectadores y no un millón como sucede con algunos casos del
cine nacional. El hecho de ser argentina le da más chances en la
película porque si el film no tiene un actor con el que público tiene un
tipo de conexión establecida, a veces resta.
-¿Creés que el INCAA tiene algo que ver con esto?
-Espero que sí. De todas formas el espectador no come vidrio y puede
haber mucha promoción y mucha difusión pero sobre todo lo que tiene que
mejorar y evolucionar son las propias películas.
martes, 29 de julio de 2014
Columna de Cine
Para La Buena Mesa
A propósito del exito de "Cómo entrenar a tu dragón 2" repasamos la historia de DreamWorks, la competidora de Disney.
A propósito del exito de "Cómo entrenar a tu dragón 2" repasamos la historia de DreamWorks, la competidora de Disney.
La maté porque era mía
Para Notas
Claudio Tolcachir vuelve a poner Emilia, consagrada internacionalmente como una de sus mejores obras, en su propio teatro del barrio de Boedo.
“La sangre no es agua” dicen los sicilianos. Y cuánta razón tienen. La sangre no es agua porque mancha, porque tiene gusto, porque si fuera agua sería igual en todos los casos. Sin embargo en Emilia, escrita y dirigida por Claudio Tolcachir, la sangre podría ser agua perfectamente. Porque la familia que más importa no es la propia. Tampoco la ajena. Es aquella construcción no verbal llamada familia, ese código del adentro y el afuera que pocos terminan de entender hasta que salen o entran, lo que le sirve al dramaturgo para presentar conflictos uno atrás del otro, sin dejar que el espectador se recupere de uno para pasar al siguiente.
Ficha Técnico-Artística
Autoría: Claudio Tolcachir
Actúan: Elena Boggan, Gabo Correa, Adriana Ferrer, Francisco Lumerman, Carlos Portaluppi
Diseño de escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez
Diseño de luces: Ricardo Sica
Asistencia de dirección: Gonzalo Córdoba Estevez
Producción general: Maxime Seugé, Jonathan Zak
Dirección: Claudio Tolcachir
Timbre 4
México 3554 – Capital Federal
Duración: 90 minutos
Entrada $ 120,00 y $ 90,00
Viernes 20:30 hs
Sábados 20:30 y 22:45 hs
Duración: 90 minutos
Claudio Tolcachir vuelve a poner Emilia, consagrada internacionalmente como una de sus mejores obras, en su propio teatro del barrio de Boedo.
“La sangre no es agua” dicen los sicilianos. Y cuánta razón tienen. La sangre no es agua porque mancha, porque tiene gusto, porque si fuera agua sería igual en todos los casos. Sin embargo en Emilia, escrita y dirigida por Claudio Tolcachir, la sangre podría ser agua perfectamente. Porque la familia que más importa no es la propia. Tampoco la ajena. Es aquella construcción no verbal llamada familia, ese código del adentro y el afuera que pocos terminan de entender hasta que salen o entran, lo que le sirve al dramaturgo para presentar conflictos uno atrás del otro, sin dejar que el espectador se recupere de uno para pasar al siguiente.
“Le pagaban para quererme, qué bárbaro”, dice Carlos Portaluppi en el
papel de Walter, un páter familias que se acaba de mudar a una casa
nueva y encuentra de casualidad a su niñera de la infancia. “No”, se
corrige, “le pagaban para cuidarme, lo de querer se da o no se da”. Así
puede resumirse el problema de Emilia. Aquellos que deben
querernos porque la sangre lo manda algunas veces fallan en su tarea o
delegan su rol en otros, que sí pueden (o quieren) hacerlo. Y aquellos
que nos son ajenos muchas veces nos son más propios o familiares que los
que tienen nuestro ADN.
“Comencé a escribirla a partir del reencuentro con una señora que me
cuidó de chico”, confesó el escritor y director. “Siempre me conmovió el
rol de las personas que se dan a los demás y que, al ser un trabajo, se
trata de un amor de pago”, explica. De ahí que mucho de lo que se
problematiza tenga que ver con preguntas que tienen que ver con el valor
y el cariño: ¿Qué construye una familia? ¿En qué se basa el vínculo
filial? ¿Cuánto de lo que vivimos como amor es en realidad sometimiento?
¿Cuánto de lo que se nos vende en la infancia como protección nos
termina asfixiando cuando crecemos?
Cinco personajes y noventa minutos le alcanzan a Tolcachir para
llevarnos a nuestra infancia, cachetearnos con la adolescencia más cruel
y que nos preguntemos una y otra vez qué quisieron decir nuestros
padres con “Cuando crezcas me lo vas a agradecer”. Es que los tiempos de
la obra, con el continuo relato de la niñera vieja y el niño crecido,
cambian constantemente. La nostalgia, el pasado y fundamentalmente los
recuerdos como forma de construcción ilusoria de la realidad también se
barajan como hipótesis de conflicto. ¿Era el niño Walter más feliz que
el hombre que vemos en el escenario? ¿Es el mismo? ¿En qué cambió?
¿Podemos cambiar frente a aquellos que nos criaron? ¿Podemos dejar de
ser niños frente a nuestras niñeras? Las preguntas son demasiadas. Pero
esta obra las construye todo el tiempo, las deja picando y no siempre
las resuelve.
Hay un viejo mito que circula en internet que reza que el cuerpo
humano precisa siete abrazos por día para generar la cantidad de
oxitocina (la hormona que segregan las embarazadas cuando dan a luz y
ven a su recién nacido que genera el amor “químicamente”) necesaria para
el sistema nervioso central. En esta obra, como espejo de la violencia
verbal permanente que va en un in crecendo constante, los personajes se
abrazan todo el tiempo. Es como si quisieran con los cuerpos negar lo
que pasa con las mentes. Es como si el manoseo quisiera reforzar la
promiscuidad que da la vida compartida.
La puesta también tiene lo suyo: Un espacio cerrado por colchonetas,
para que no se escuche lo de adentro o los golpes no duelan tanto. Una
puerta. Los cuerpos rebotando en un ring invisible lleno de abrazos. Los
gritos. La sangre. El amor.
No hay familia sin endogamia. No hay familia sin promiscuidad. No hay
amor sin límites. Con estas premisas cargadas de conflicto, Emilia viene a consagrar definitivamente a Tolcachir como el amo de la puesta simple de emociones fuertes. Después del éxito de La omisión de la familia Coleman y
la gira europea de esta obra, el escritor y director invita a un nuevo
round para demostrar lo que todos sabemos: la sangre no es agua. El que
más te quiere más te puede lastimar, porque sabe dónde golpearte.
Ficha Técnico-Artística
Autoría: Claudio Tolcachir
Actúan: Elena Boggan, Gabo Correa, Adriana Ferrer, Francisco Lumerman, Carlos Portaluppi
Diseño de escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez
Diseño de luces: Ricardo Sica
Asistencia de dirección: Gonzalo Córdoba Estevez
Producción general: Maxime Seugé, Jonathan Zak
Dirección: Claudio Tolcachir
Timbre 4
México 3554 – Capital Federal
Duración: 90 minutos
Entrada $ 120,00 y $ 90,00
Viernes 20:30 hs
Sábados 20:30 y 22:45 hs
Duración: 90 minutos
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