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jueves, 31 de julio de 2014

Columa cultural

Para Llevalo Puesto

Canciones con metáforas malinterpretadas
  1. The Beatles - "Lucy in The Sky with Diamonds" (1967) 
  2. No te va a gustar "Verte Reir" (2001)

Damián Szifrón: “Al espectador argentino le interesa particularmente el cine nacional”


Entrevista con Damián Szifrón tras su paso por el Festival de Cannes y a pocos días del estreno de su última película Relatos Salvajes





-¿Cómo fue tu paso por el Festival de Cannes?
-Fue una experiencia formidable de cabo a rabo, muy estimulante, una vidriera inmejorable para presentar un proyecto. Era mi primera vez en Cannes y en un festival grande, dentro de lo que uno supone Cannes, Venecia o Berlín, así que en términos de lo que yo había hecho antes, o del universo en el que me solía mover, fue algo nuevo, disruptivo y tuve la sensación total de que abriría muchas puertas para futuros proyectos y como escenario para presentar un trabajo.

-¿Cómo viviste la presentación de Relatos Salvajes?
-Fue una oportunidad enorme. Si bien el programador Thierry Frémaux había visto la película y dijo que le había gustado, estaba el entusiasmo por ser novicio y a la vez tenía el terror de que fuera la primera y la última vez, llegar y que la gente no aprobara la presencia de nuestra película ahí, cosa que no pasó. Además la presentamos el primer sábado a la noche del Festival, que es un espacio muy codiciado y hay un clima de mucha euforia.

-¿Ya la habías visto con público?
-No, nunca. No sabía si a la gente le iba a gustar, tenía opiniones parciales pero no tenía esa experiencia así que iba con todo ese temor y fue espectacular. En un caso como un festival así, mayor es el riesgo y te recomiendan no ir a las funciones, pero uno espía porque se pone ansioso y en la función de la crítica me dijeron “están aplaudiendo, se están riendo”, ahí me relajé porque le tenía más miedo a la prensa que al público.

-¿Pensás en los críticos al filmar?
-Para nada, pienso mucho en el espectador cuando escribo, cuando filmo y cuando compagino y no tengo muy en cuenta a la crítica, ni a los festivales ni en qué lugar de la cinematografía van a colocar mi película, pero unos días antes de estrenarla se me aparecen esas cosas y me imagino a la crítica como una especie de comité nazi y digo “Uy no pensé en la crítica”.

-¿Y cómo fue la reacción del público?
- Fue muy impactante. Ya saber que la película había funcionado con la crítica me daba más entusiasmo en relación al público, pero lo que vivimos fue un aplauso de pie muy largo, muy cálido. Y luego empezaron a llegar un montón de comentarios, notas, llamados, gente, reuniones, se abrieron muchísimas oportunidades.

-¿Oportunidades comerciales?
-Sí, fue descomunal lo que sucedió en materia de ventas, el hecho de estar en Cannes automáticamente genera un interés en los distribuidores, cuando estás en la competencia oficial casi todos los países presentes tienen necesidad de ver tu trabajo. Recibimos un montón de ofertas de cada país, se vendió a Estados Unidos en Sony, España, Francia, para todo Latinoamérica y para Japón.

-¿Crees que Cannes contribuye al cine comercial?
-El sello solo no sirve, la película tiene que gustar para venderse. Cuando hablamos de distribución hablamos de gente que pretende hacer un negocio, entonces están pensando en cuánta gente la va a ir a ver. De todas formas creo que gracias a que estos festivales defienden o exhiben un tipo de película que no es 100% comercial tienen una función muy clara y la llevan adelante con responsabilidad. En términos de mercado, el mercado es amplio entonces las películas chicas se venden también.

-¿Por qué tardaste tanto en volver a estrenar?
- No es que lo busqué, sucedió. Por otro lado filmé muchas cosas seguidas, empecé al mismo tiempo Los Simuladores y En el fondo del mar y luego Hermanos y detectives y Tiempo de valientes. Había adquirido cierto ritmo o ciertas herramientas para estar dirigiendo un episodio mientras escribía otro mientras compaginaba otra cosa y en algún momento empecé a tener una mirada muy crítica de eso, me di cuenta de que estaba demasiado exigido. A veces llegaba a la locación y decidía la puesta de una escena clave en el lugar, o no le dedicaba el tiempo de ensayo que correspondía.

-¿Cambiaste tu manera de trabajar para esta película?
-Sí, normalmente le dedicaba mucho tiempo a escribir y suponía que en el momento en el que cerraba el guión la película ya estaba ahí, ya la había visto, la había imaginado, iba costar más o menos pero iba a llegar a ese resultado. Porque un guión es una promesa que te haces: la película va a ser así y la ves. Pero en un momento me di cuenta que una película es mucho más que eso, que no me podía dar el lujo solamente rodar el guión, sino que tenía que ser un proceso más expansivo, de más crecimiento, donde todo adquiriera mas profundidad y más dimensión y tomé la decisión de tomarme mucho tiempo a escribir, sin pensar en dirigir.

-¿Qué estuviste haciendo estos años?
-Desarrollé tres o cuatro películas y algunas ideas para series y luego decidí dirigir y detener el proceso de escritura. En el medio escribí una historia de ciencia ficción que me capturó por completo y me llevó a preguntas filosóficas muy difíciles de responder, muy subyugantes, muy emocionantes, y me entregué de lleno a ese placer de imaginarla y concebirla. Y fueron pasando los años y yo seguía escribiendo, pero eso me ocurrió, no es que yo lo decidí.

-¿Disfrutás más de escribir que de dirigir?
-No, son procesos distintos. Amo la dirección y concretamente en este proyecto la pase muy bien dirigiendo, fue de mucho aprendizaje y mucho crecimiento. Pero la vida del escritor me atrae más que la del director. Filmaría una película sobre un escritor y no tanto sobre un director. Recibir permanentemente estímulos, que te hagan notas, hay algo más ruidoso que implica necesariamente ser director que no sucede con un escritor, que me parece un oficio más silencioso, más tranquilo. Me llevo muy bien con la escritura, la soledad, viajar para escribir, la imaginación pura y no tanto con la concreción de ideas, pero también me gusta, sino no dirigiría.

-¿Qué es lo que más te gusta de Relatos Salvajes?
-Su energía general, cómo se percibe, cómo se siente como espectáculo. Lo compacta que es, con eso quedé muy contento. La idea de que puedas entrar a una especie de viaje energético y salir transformado y aunque hayas visto seis historias diferentes que puedas percibirlo como un único viaje.

-¿Qué es lo que más te costó hacer?
-Hay dos episodios que fueron los más demandantes en términos de rodaje. Uno es el del casamiento, por la cantidad de extras y el otro es el que protagoniza Leonardo Sbaraglia en la ruta, por una cuestión técnica, mecánica, de producción, es una peliculita de acción, con mucha cantidad de planos, algunos muy complejos, y eso fue muy demandante y muy placentero. Me costó pero la pasé muy bien.

-¿Cuándo volves a la televisión?
-No lo sé, pero es posible que haga algo en el futuro cercano, estoy con ganas, escribí unas cosas para miniseries.

-¿Te gusta algo de lo que ves en la televisión argentina?
-No veo nada nacional en tele que me guste, pero Breaking Bad y Mad Men son dos series que me parecieron extraordinarias.

-¿Cómo ves el cine nacional?
-En relación a la cantidad de espectadores por año, nada mal. Aunque a mi criterio hay muchas películas demasiado comerciales. Hay muy pocas películas que reúnen cosas que tienen que ver con el arte y a la vez son comerciales, se produce poco esa intersección. Entonces probablemente se vean más las películas que no me gustan tanto. Por ejemplo la gente que va al cine una o dos veces por año como un evento, van a ver la película de Francella con Julieta Díaz. Pero bueno, esa es una porción del público que va en vacaciones de invierno a ver una película.

-¿Qué puntos flojos le ves?
-Pienso que hay que darle una vuelta a los guiones, que son algo sustancial a lo que se le debe dar mucha más importancia. A veces se invierte mucho tiempo en financiación, en encontrar la forma de cómo se puede producir determinada película y al guión no se le da la inversión en desarrollo que necesita. Hay que afianzar la capacidad de los productores y directores de leer un guión y criticarlo para que mejore, creo que ahí está el secreto para que una película sea buena.

-¿Creés que hay un público específico para el cine argentino?
- Sí, no me casaría con la idea de que a la gente no le interesa el cine argentino. Siento que al espectador argentino en general le interesa particularmente el cine nacional. Que si la misma película, el mismo guión, rodado de la misma manera, en lugar de estar protagonizado por Ricardo Darín tuviera a Harrison Ford o Richard Gere, irían a verla 50 mil espectadores y no un millón como sucede con algunos casos del cine nacional. El hecho de ser argentina le da más chances en la película porque si el film no tiene un actor con el que público tiene un tipo de conexión establecida, a veces resta.

-¿Creés que el INCAA tiene algo que ver con esto?
-Espero que sí. De todas formas el espectador no come vidrio y puede haber mucha promoción y mucha difusión pero sobre todo lo que tiene que mejorar y evolucionar son las propias películas.

martes, 29 de julio de 2014

Columna de Cine

Para La Buena Mesa

A propósito del exito de "Cómo entrenar a tu dragón 2" repasamos la historia de DreamWorks, la competidora de Disney.




La maté porque era mía

Para Notas

Claudio Tolcachir vuelve a poner Emilia, consagrada internacionalmente como una de sus mejores obras, en su propio teatro del barrio de Boedo.


“La sangre no es agua” dicen los sicilianos. Y cuánta razón tienen. La sangre no es agua porque mancha, porque tiene gusto, porque si fuera agua sería igual en todos los casos. Sin embargo en Emilia, escrita y dirigida por Claudio Tolcachir, la sangre podría ser agua perfectamente. Porque la familia que más importa no es la propia. Tampoco la ajena. Es aquella construcción no verbal llamada familia, ese código del adentro y el afuera que pocos terminan de entender hasta que salen o entran, lo que le sirve al dramaturgo para presentar conflictos uno atrás del otro, sin dejar que el espectador se recupere de uno para pasar al siguiente.
“Le pagaban para quererme, qué bárbaro”, dice Carlos Portaluppi en el papel de Walter, un páter familias que se acaba de mudar a una casa nueva y encuentra de casualidad a su niñera de la infancia. “No”, se corrige, “le pagaban para cuidarme, lo de querer se da o no se da”. Así puede resumirse el problema de Emilia. Aquellos que deben querernos porque la sangre lo manda algunas veces fallan en su tarea o delegan su rol en otros, que sí pueden (o quieren) hacerlo. Y aquellos que nos son ajenos muchas veces nos son más propios o familiares que los que tienen nuestro ADN.
“Comencé a escribirla a partir del reencuentro con una señora que me cuidó de chico”, confesó el escritor y director. “Siempre me conmovió el rol de las personas que se dan a los demás y que, al ser un trabajo, se trata de un amor de pago”, explica. De ahí que mucho de lo que se problematiza tenga que ver con preguntas que tienen que ver con el valor y el cariño: ¿Qué construye una familia? ¿En qué se basa el vínculo filial? ¿Cuánto de lo que vivimos como amor es en realidad sometimiento? ¿Cuánto de lo que se nos vende en la infancia como protección nos termina asfixiando cuando crecemos?
Cinco personajes y noventa minutos le alcanzan a Tolcachir para llevarnos a nuestra infancia, cachetearnos con la adolescencia más cruel y que nos preguntemos una y otra vez qué quisieron decir nuestros padres con “Cuando crezcas me lo vas a agradecer”. Es que los tiempos de la obra, con el continuo relato de la niñera vieja y el niño crecido, cambian constantemente. La nostalgia, el pasado y fundamentalmente los recuerdos como forma de construcción ilusoria de la realidad también se barajan como hipótesis de conflicto. ¿Era el niño Walter más feliz que el hombre que vemos en el escenario? ¿Es el mismo? ¿En qué cambió? ¿Podemos cambiar frente a aquellos que nos criaron? ¿Podemos dejar de ser niños frente a nuestras niñeras? Las preguntas son demasiadas. Pero esta obra las construye todo el tiempo, las deja picando y no siempre las resuelve.
Hay un viejo mito que circula en internet que reza que el cuerpo humano precisa siete abrazos por día para generar la cantidad de oxitocina (la hormona que segregan las embarazadas cuando dan a luz y ven a su recién nacido que genera el amor “químicamente”) necesaria para el sistema nervioso central. En esta obra, como espejo de la violencia verbal permanente que va en un in crecendo constante, los personajes se abrazan todo el tiempo. Es como si quisieran con los cuerpos negar lo que pasa con las mentes. Es como si el manoseo quisiera reforzar la promiscuidad que da la vida compartida.
La puesta también tiene lo suyo: Un espacio cerrado por colchonetas, para que no se escuche lo de adentro o los golpes no duelan tanto. Una puerta. Los cuerpos rebotando en un ring invisible lleno de abrazos. Los gritos. La sangre. El amor.
No hay familia sin endogamia. No hay familia sin promiscuidad. No hay amor sin límites. Con estas premisas cargadas de conflicto, Emilia viene a consagrar definitivamente a Tolcachir como el amo de la puesta simple de emociones fuertes. Después del éxito de La omisión de la familia Coleman y la gira europea de esta obra, el escritor y director invita a un nuevo round para demostrar lo que todos sabemos: la sangre no es agua. El que más te quiere más te puede lastimar, porque sabe dónde golpearte.


Ficha Técnico-Artística
Autoría: Claudio Tolcachir
Actúan: Elena Boggan, Gabo Correa, Adriana Ferrer, Francisco Lumerman, Carlos Portaluppi
Diseño de escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez
Diseño de luces: Ricardo Sica
Asistencia de dirección: Gonzalo Córdoba Estevez
Producción general: Maxime Seugé, Jonathan Zak
Dirección: Claudio Tolcachir
Timbre 4
México 3554 – Capital Federal
Duración: 90 minutos
Entrada $ 120,00 y $ 90,00
Viernes 20:30 hs
Sábados 20:30 y 22:45 hs
Duración: 90 minutos