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martes, 29 de julio de 2014

La maté porque era mía

Para Notas

Claudio Tolcachir vuelve a poner Emilia, consagrada internacionalmente como una de sus mejores obras, en su propio teatro del barrio de Boedo.


“La sangre no es agua” dicen los sicilianos. Y cuánta razón tienen. La sangre no es agua porque mancha, porque tiene gusto, porque si fuera agua sería igual en todos los casos. Sin embargo en Emilia, escrita y dirigida por Claudio Tolcachir, la sangre podría ser agua perfectamente. Porque la familia que más importa no es la propia. Tampoco la ajena. Es aquella construcción no verbal llamada familia, ese código del adentro y el afuera que pocos terminan de entender hasta que salen o entran, lo que le sirve al dramaturgo para presentar conflictos uno atrás del otro, sin dejar que el espectador se recupere de uno para pasar al siguiente.
“Le pagaban para quererme, qué bárbaro”, dice Carlos Portaluppi en el papel de Walter, un páter familias que se acaba de mudar a una casa nueva y encuentra de casualidad a su niñera de la infancia. “No”, se corrige, “le pagaban para cuidarme, lo de querer se da o no se da”. Así puede resumirse el problema de Emilia. Aquellos que deben querernos porque la sangre lo manda algunas veces fallan en su tarea o delegan su rol en otros, que sí pueden (o quieren) hacerlo. Y aquellos que nos son ajenos muchas veces nos son más propios o familiares que los que tienen nuestro ADN.
“Comencé a escribirla a partir del reencuentro con una señora que me cuidó de chico”, confesó el escritor y director. “Siempre me conmovió el rol de las personas que se dan a los demás y que, al ser un trabajo, se trata de un amor de pago”, explica. De ahí que mucho de lo que se problematiza tenga que ver con preguntas que tienen que ver con el valor y el cariño: ¿Qué construye una familia? ¿En qué se basa el vínculo filial? ¿Cuánto de lo que vivimos como amor es en realidad sometimiento? ¿Cuánto de lo que se nos vende en la infancia como protección nos termina asfixiando cuando crecemos?
Cinco personajes y noventa minutos le alcanzan a Tolcachir para llevarnos a nuestra infancia, cachetearnos con la adolescencia más cruel y que nos preguntemos una y otra vez qué quisieron decir nuestros padres con “Cuando crezcas me lo vas a agradecer”. Es que los tiempos de la obra, con el continuo relato de la niñera vieja y el niño crecido, cambian constantemente. La nostalgia, el pasado y fundamentalmente los recuerdos como forma de construcción ilusoria de la realidad también se barajan como hipótesis de conflicto. ¿Era el niño Walter más feliz que el hombre que vemos en el escenario? ¿Es el mismo? ¿En qué cambió? ¿Podemos cambiar frente a aquellos que nos criaron? ¿Podemos dejar de ser niños frente a nuestras niñeras? Las preguntas son demasiadas. Pero esta obra las construye todo el tiempo, las deja picando y no siempre las resuelve.
Hay un viejo mito que circula en internet que reza que el cuerpo humano precisa siete abrazos por día para generar la cantidad de oxitocina (la hormona que segregan las embarazadas cuando dan a luz y ven a su recién nacido que genera el amor “químicamente”) necesaria para el sistema nervioso central. En esta obra, como espejo de la violencia verbal permanente que va en un in crecendo constante, los personajes se abrazan todo el tiempo. Es como si quisieran con los cuerpos negar lo que pasa con las mentes. Es como si el manoseo quisiera reforzar la promiscuidad que da la vida compartida.
La puesta también tiene lo suyo: Un espacio cerrado por colchonetas, para que no se escuche lo de adentro o los golpes no duelan tanto. Una puerta. Los cuerpos rebotando en un ring invisible lleno de abrazos. Los gritos. La sangre. El amor.
No hay familia sin endogamia. No hay familia sin promiscuidad. No hay amor sin límites. Con estas premisas cargadas de conflicto, Emilia viene a consagrar definitivamente a Tolcachir como el amo de la puesta simple de emociones fuertes. Después del éxito de La omisión de la familia Coleman y la gira europea de esta obra, el escritor y director invita a un nuevo round para demostrar lo que todos sabemos: la sangre no es agua. El que más te quiere más te puede lastimar, porque sabe dónde golpearte.


Ficha Técnico-Artística
Autoría: Claudio Tolcachir
Actúan: Elena Boggan, Gabo Correa, Adriana Ferrer, Francisco Lumerman, Carlos Portaluppi
Diseño de escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez
Diseño de luces: Ricardo Sica
Asistencia de dirección: Gonzalo Córdoba Estevez
Producción general: Maxime Seugé, Jonathan Zak
Dirección: Claudio Tolcachir
Timbre 4
México 3554 – Capital Federal
Duración: 90 minutos
Entrada $ 120,00 y $ 90,00
Viernes 20:30 hs
Sábados 20:30 y 22:45 hs
Duración: 90 minutos

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