Carlos y Susana son hermanos mellizos y se quieren como un matrimonio viejo que considera cada una de las heridas del otro como si fueran propias. Se quieren pero se pelean, sin parar, por cualquier cosa, desde siempre. Ellos dicen que es porque el otro es la única persona que realmente quieren convencer de algo, que el resto de la gente les da igual. Y qué es el amor sino querer convencerte, querer hacerte cambiar de idea, querer conquistar tu cerebro, aducen cuando otros familiares les reclaman más comprensión y menos vehemencia. Los hermanos también compiten, todo el tiempo, en las buenas y en las malas, por casi cualquier asunto. Quién es el más inteligente, el más exitoso, el más eficiente en su trabajo. También se miden en quién quiere más a quién y a quién de los dos quieren más sus padres. Son, en definitiva, una pareja indisoluble, marcada por su fecha de nacimiento, su genoma compartido, su destino común.
Desde hace dos años, cuando la hermana menor de ambos, Noelia, se suicidó con una soga en su terraza, también compiten por quién de los dos superó antes el duelo, quién dejó ir antes la culpa, quién pudo librarse primero del dolor. Intentan al mismo tiempo descifrar qué significa ser hermano de alguien muerto, ya que no hay palabra para definirlo. Existen los huérfanos y las huérfanas, existen los viudos y las viudas, pero no se sabe qué es uno cuando un hermano muere.
Pasados ya los meses más duros de shock, incredulidad y enojo, aún los asombra, a los hermanos que funcionan como una pareja oxidada, que Noelia no haya dejado nada para ellos, que en definitiva son los que más culpables se sienten de sus actos, porque al ser mayores, creen que tendrían que haberla cuidado de todo, de todos. Ella, la indefensa, la pequeña, la menor, decide poner fin a una vida que ni ellos ni nadie sabían que no soportaba y ni siquiera se despide con una carta, una nota, o cualquier otra cosa que pudiera considerarse como una explicación, un cierre, un adiós.
Ahora los mellizos están en el cumpleaños de siete años de la hija de Carlos, Martina, que pidió que se celebre en un salón especial y se contrate a un mago, famoso entre sus compañeros de colegio, Rogelio. El mago Rogelio comienza a hacer su espectáculo rodeado de niños cuando finalmente Susana llega a la fiesta, tarde como de costumbre, con un regalo para su sobrina y el cansancio típico de un día de trabajo.
Resulta obvio, al repasar la conversación, que ninguno de los dos ha hecho eso que dicen los especialistas que hay que hacer, el duelo, el proceso de aceptación de la pérdida, la clausura del deseo de reparación. Y es por ese motivo, la falta de resolución de esa contradicción entre lo que es, la muerte de Noelia, y lo que desean que sea, la no muerte de Noelia, que no saben o no pueden o no quieren canalizar de forma eficiente estos sentimientos de frustración, ira, desolación, tristeza y desasosiego durante los momentos de soledad de los fines de semana, o en los huecos de sentido que representan el esperar el subte, hacer fila para la carnicería o mirar la pava eléctrica mientras se calienta el agua para un café y estallan en el lugar menos pensado, el cumpleaños de la hija de Carlos, en un salón de fiestas infantiles, rodeados de niños y el mago Rogelio.
-A veces creo que la veo- dice Carlos, mientras juega en su teléfono a un videojuego de matar gente.
-¿A quién? –contesta Susana, buscando entre los niños presentes.
-¿A quién va a ser? –resopla Carlos levantando solo apenas la mirada, sin enfocar en ningún lugar.
-Ah.
-Sí –sigue Carlos- la gente en general es extremadamente repetitiva ¿te diste cuenta?
-Ella no, ella era única.
-No, no era única, era nuestra, que es diferente.
-Como dicen los sicilianos.
-¿Qué dicen?
-Eso de la sangre, que la sangre no es agua.
-¿Y qué quieren decir?
-Que no es lo mismo la sangre que el agua.
-Sí, eso queda claro en la frase.
-Por eso.
-¿Por eso qué?
-¿Me estás cargando? Por eso te lo estoy diciendo, porque estás hablando de Noelia ¿O no?
-Sí, estoy hablando de Noelia, ¿De qué otra cosa querés que hable?
-No sé, de tu hija, de tu trabajo, del mago este.
-Es malísimo, por lo que le estoy pagando podría ir yo a hacer lo mismo y me ahorro la guita.
-Magia no sabés hacer.
-Ojalá pudiera.
-¿Qué?
-Hacer magia y traerla.
-Y dale con los sicilianos.
-Explicame la frase, no la entiendo.
-Bueno, a ver, supongo que querrá decir que si la sangre fuera agua sería, como vos decías antes, repetitiva, porque es igual, en cambio la sangre no es igual, porque depende del ADN.
-Más a mi favor.
-¿Por qué?
-Que la sangre de ella y la mía sí son lo mismo, por eso la veo, la encuentro, porque hay algo de ella en mí.
-Estás delirando otra vez, ¿Seguís tomando las mismas pastillas de siempre?
-No, las dejé.
-¿Cómo? ¿Laura sabe?
-¿Qué parte? ¿Qué mi hermana se suicidó entonces tuve que ir a un psiquiatra que me drogó hasta el apellido y estuve como un zombi dos años?
-Que las dejaste.
-Ni se da cuenta, está en otra, tiene un amante.
-Ah, ya llegaron tus paranoias. Por eso tenés que tomar las pastillas, porque o ves a Noelia por la calle o ves a tu mujer con otro o anda a saber qué otro kilombo.
-¿Vos no la ves?
-No.
-No te creo.
-Bueno, ¿si no me crees para qué me preguntás?
-Para que me digas la verdad, no para que me boludees con frases de sobrecito de azúcar y dejarme tranquilito, falta que digas que lo que sucede conviene ahora.
-Me estás haciendo enojar, Carlos, estamos rodeados de veinte pendejos de siete años, diez padres del colegio, dos mozos y un mago. ¿De verdad querés que discutamos esto acá?
-¿Dónde sino? Si tampoco querés verme porque te aburro con mis lamentos de depresivo irrecuperable.
-Podrías dejar de ser un depresivo si tomaras la medicación.
-Claro, porque tomo la medicación y mi hermana no se suicidó.
-No era solo tu hermana, era mi hermana también.
-Entonces sí la ves.
-Sí.
-Viste, yo sabía, vos te haces la fuerte, la de tirar para adelante, la de mañana es mejor, pero la ves.
-En mi laburo hay una piba que tiene la misma edad.
-¿Y es siciliana?
Susana se levanta enojada de la mesa en la que hablaba con su hermano y va a servirse una copa de vino en la barra donde se dispone toda la comida y la bebida de la fiesta. Recorre una distancia de menos de tres metros rodeada de niños que corren entre sus piernas y parece volver a escuchar el sonido estridente de la música que hasta hace un momento se enmudeció para ella, concentrada en su discusión. Desde la zona de los comestibles puede ver a su cuñada Laura, que parece estar disfrutando de la fiesta más que la hija, conversando animada con los padres del colegio. Es obvio, piensa Susana cuando la ve, radiante, con el pelo impecable, un maquillaje que grita dinero en cada poro de su piel y prendas importadas que se le ajustan al cuerpo tonificado por una compulsión insana al gimnasio, que, como dice su hermano, tiene un amante. Un halo de resignación la embriaga y en lugar de seguir caminando hacia otro lugar del salón de fiestas infantiles en el que reina la alegría y el bullicio, vuelve al rincón de la mesa apartada donde sigue sentado Carlos, jugando a matar gente. Se desploma como una bolsa que toma conciencia de su propio peso al caer.
-Hablemos de Noelia, dale, sigamos disfrutando del cumple que está divertidísimo –señala irónica.
-La nena está contenta –expone Carlos como si dijera el parte meteorológico del día, sin dejar de mirar el teléfono.
-¿Y vos? ¿Vas a volver a estar contento alguna vez?
Carlos no responde y sigue jugando a matar gente. Aprieta las teclas con fruición. Susana da un sorbo al vino y mira a Rogelio, que saca y mete cosas de la galera: un pañuelo, una flor, un peluche con forma de conejo.
-No me imaginaba que los magos siguieran haciendo los mismos trucos que cuando éramos chicos, dale que te dale con la galera, ¿no se innova en este rubro?
-Ya te dije que para lo que le estoy pagando, debería hacer aparecer a Noelia acá.
En ese momento el mago Rogelio alza la voz y pregunta entre los presentes si hay algún voluntario que quiera participar de un truco especial.
Todos los niños llaman a Martina, la cumpleañera, que sube al escenario entusiasmada.
Rogelio explica el truco: la niña debe entrar a una especie de ropero diseñado para la ocasión y el mago asegura que la hará desaparecer.
Martina entusiasmada entra al ropero.
Carlos deja el celular y mira hacia el escenario.
Rogelio cierra la puerta del ropero con Martina adentro.
Carlos arroja el celular en la mesa.
Rogelio dice las palabras que dicen los magos, desde siempre, en cualquier
lugar del mundo, para hacer desaparecer cosas: Abracadabra, Abracadabra.
Carlos se pone de pie.
Rogelio abre el ropero y todos ven que está vacío.
Carlos corre hacia el escenario y se abalanaza sobre el ropero.
El ropero se despedaza, Martina cae al piso desde el falso fondo que tiene el mueble. La niña grita, los niños gritan, el cumpleaños está arruinado. El mago Rogelio exigirá compensación monetaria por los daños ocasionados a su mobiliario de trabajo, los padres nunca volverán a ver a Carlos como un hombre en su sano juicio, su matrimonio pende de un hilo.
En brazos de su madre, Martina llora y se avergüenza de su padre.
Laura echa a Carlos de la fiesta con solo una mirada y Susana acompaña a su hermano fuera del salón como quien sigue a un preso condenado a cadena perpetua.
Ya en la calle, caminan hacia el auto.
-¿Vas a volver a tomar la medicación?
-No.
Susana suspira, resignada y vuelve a indagar:
-¿Qué es lo que necesitás para estar mejor?
-Una explicación –contesta él.
-Ya sabés que no hay, hay cosas que no se pueden explicar, como la magia, como el amor, como…
-¿Por qué la veo, entonces?
-Porque la querés ver.
-Como la magia, como el amor.
Susana esboza una sonrisa. Llegan al auto. Se miran en silencio.
-¿Qué harías si la vieras de verdad? –pregunta ella.
-La cagaría a puteadas -contesta Carlos como si lo hubiera decidido hace mucho tiempo -¿Vos?
-La mataría a golpes -contesta Susana sin dudar.
-¡Eso sí es lo que dicen los sicilianos!
-¿Qué cosa?
-Si te morís, te mato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario