-¿Hoy nos toca, no? –me dice Laura parada frente a la cama mientras intento leer Hombres muy hombres de Wilbur Smith y solo pienso en Rebecca, anoche, su olor.
-¿Qué cosa? –respondo.
-Ya te olvidaste otra vez, es sábado, nos toca –rezonga Laura y se pone las manos en la cintura como protestando con el cuerpo entero porque se da cuenta rápido de que no quiero ni tocarla con un puntero láser.
Se me debe notar, se me debe ver en las pupilas, la dilatación del orgasmo, la doble C de Rebecca se me debe ver en cada poro, el brillo, el sudor, su lengua, sus uñas en mi espalda, debo tener una C en cada pupila, es obvio, cómo salgo de esta ahora, pienso, y cierro el libro al mismo tiempo que Laura se va enojada al baño.
Le digo:
-Dale, vení, no seas así, ponete el perfume ese con feromonas que te regaló tu mamá, prendo la vela esta que está acá, dale.
Silencio.
Abro el libro otra vez y oigo la ducha. No sé si se va a bañar para querer coger después o se va a bañar para llorar sin que la oiga y listo, pero me da igual porque lo único que me interesa en este momento es Rebecca o Wilbur Smith o cómo sería una novela sobre Rebecca y yo cogiendo todos los días de nuestra vida hasta que la muerte nos separe escrita por Wilbur Smith vendiendo millones y millones de ejemplares en todo el mundo. Respiro hondo. Son ya quince años con Laura. Si todavía seguimos cogiendo, pienso, es gracias a que ella me dijo que teníamos que hacerlo todos los miércoles y sábados porque “La organización vence al tiempo”, me dijo también, citando a Perón.
Una novela de Wilbur Smith en la que Perón se coge a Rebecca y yo me cojo a Laura. Una novela de Wilbur Smith en la que Perón se coge a Laura para que yo pueda cogerme tranquilo a Rebecca todos los viernes y los sábados y los días sin nombre.
Una novela.
Una sola.
En la que yo no tenga que dejar el libro ahora en la cama, sacarme el pijama, las medias, los calzoncillos.
Una novela en la que Wilbur nos haga decir a Laura y a mí cosas como “Qué linda que estás hoy” o “Me sorprendiste” o “No te pongas así, tonta” y nos haga besarnos y nos haga coger debajo de la ducha.
Una novela de quinientas páginas que presente al principio a Rebecca como espía de la CIA pero que en realidad sea una doble agente del Mossad y yo no sienta culpa por haberme comido todo su cuerpo anoche mientras entro a la ducha y le digo a Laura:
-No te pongas así, tonta.
Y ella no diga llorando debajo de la ducha:
-Es que es sábado, vos sabes que los sábados nos toca.
Una novela de Wilbur Smith en la que los sábados no existen porque con Rebecca cogemos todos los días y ella grita y me araña la espalda y solo llora cuando acaba en mis brazos y yo pienso que jamás voy a morirme.
-Podríamos variar eso de los días –le propongo a Laura mientras la beso en el cuello sabiendo que todos los viernes de acá hasta el fin de los viernes voy a cogerme a Rebecca después del trabajo, después de las copas del trabajo, después de las risas y los chistes y esas dos C que me enloquecen más que las dos tetas que tiene y que tengo ahora adelante mío y chupo con obediencia, como sin saber qué tetas son o si son las C o las D o las E.
-¿Cuál es el problema con los días? Hace años que nos funciona bien así –responde ella mientras me pone champú en la cabeza.
-Ninguno, ninguno –me arrepiento y el champú me empieza a caer en los ojos y entonces los tengo que cerrar y menos mal porque sigo pensando que se me debe ver una C en cada pupila.
-Cerrá, cerrá que se te va a meter todo –dice Laura cuando me enjuaga y ya solo con que diga meter pienso otra vez en anoche, en anoche, en anoche y las otras noches, todos esos viernes y sábados que me quedan por delante en toda esta vida que se me suspende entre meter, sacar, la doble C y Wilbur Smith.
Abro los ojos y ahí está, mi mujer, la madre de mis hijos, la que me aguantó tantos años con indolencia y abnegación. Eso no es amor, esto es amor. La que se ocupó de que fuéramos al dentista, al pediatra, al psicólogo, al sexólogo. Sí, es esto. La que me incentivó para que cambie de trabajo y conozca a Rebecca y sienta esto. La que me lava la cabeza como una madre, me compra las novelas de Wilbur Smith y cita a Perón para coger. Esa mujer, que no es esto, sus ojos miro ahora cuando puedo ver en ella eso y no esto y por fin digo:
-Quiero
el divorcio.
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