1.
Obvio que están cogiendo.
Obvio que si no puedo ver la lámpara de la habitación encendida en la ventana desde acá es porque están cogiendo, porque a ella no le gusta hacerlo con luz. Dice que se le ven las estrías, la celulitis, un pezón más grande que el otro.
Obvio que ahora están ahí, balanceándose, sus tetas al aire, los cuerpos transpirados, las piernas abiertas, el pelo suelto. Si me esfuerzo hasta puedo escuchar los gemidos desde la calle.
Puedo imaginármelo todo. Aunque no necesito hacerlo, porque sé cómo sucedió. Sé exactamente cómo hiciste para estar ahora cogiéndote a tu profesor de teatro, ese que decías que sólo te gustaba a un nivel platónico, a oscuras, en mi propia cama.
Mirá, te voy a contar lo que hiciste, en dos minutos.
Lo invitaste “A tomar algo” para discutir sobre el curso ese de mierda que hacen juntos, después de clase. Fingiste que no entendías algo de la letra, que no sabías cómo declamar, cómo sentir el texto, eso, no sabías “cómo sentir”, le dijiste. Pobrecita, ella, la inocente, la principiante, la amateur. Forradas. Él aceptó encantado, con ese aire de “Profesor de arte dramático” que en realidad quiere decir “Me cojo todo lo que encuentro” y entró como un caballo. En el bar jugaste la carta de la alumna y cuando ya no te quedaba tela para ser la víctima, te convertiste en la confidente. Te habló sobre su ex, sus viajes, su vida de artista. Más forradas. Finalmente te acompañó hasta la puerta y lo invitaste a subir. Cómo no.
Cuando entró pensó que la casa era demasiado grande para vos. Claro, tarado, era nuestra casa, era mi casa, imbécil. Luego empezó a adular la decoración, los vinilos, los afiches de películas. Todas esas cosas que elegimos juntos en San Telmo, todas esas tardes convertidas en objetos, toda esa memorabilia hecha hogar, nuestro hogar. Después alabó las vistas desde balcón y tras un momento de silencio te felicitó por haber conseguido un departamento tan céntrico y silencioso a la vez. Se miraron fijo, cómplices, sabiendo que cogerían esa noche. Pero hiciste un poco más de circo y jugaste a la incómoda. Para esto me llevaste tantas veces al cine, para esto te alenté a que te anotaras en el curso ese de mierda. Para que terminaras cogiéndote al profesor en mi propia cara.
Ahora estoy acá, congelado, en esta esquina mirando mi propia ventana a oscuras. Porque es claro que si apagaste la luz es porque te lo estás cogiendo, porque estás gimiendo, están los dos gimiendo, los escucho casi. Porque si estuviera la luz encendida podría mentirme con que estás viendo una película, o hablando con tu vieja, pero no. Si la luz está apagada es porque estás cogiéndote a este imbécil en esa cama que yo elegí para dormir juntos cuando decías que me amabas, cuando decías que era la luz de tu vida, la luz de tus ojos. Más mierdas. Ahora tenés que volver a apagar la luz cuando conmigo no tenías ni pudor ni límites. Y ahora volvés a la vergüenza, a las sombras, a la caverna de Platón. Querías un amor platónico, mi vida, ahí lo tenés, malparida, pero lo tenés a oscuras, ciega. Mientras yo estoy acá, extraño, extranjero en mi propia vida, mirando mi casa desde afuera como si quisiera robarla, ocuparla, usurparla, sacarle a alguien lo que en realidad es mío. Pero sigamos, dale, que se pone más intenso.
2.
Cuando ya no podías jugar más a la incómoda te soltaste un poco y le preguntaste si quería vino blanco o tinto, fuiste a la cocina y buscaste dos copas mientras Fausto ronroneaba entre tus piernas. Brindaron mirándose a los ojos, según su indicación. Y entonces vos dijiste “Por las dudas” mientras brindabas y ya no hizo falta decir más. Se besaron. Después fueron al living, pusiste el vinilo de Ella Fitzgerald que te regalé mientras olvidabas que había sido yo el que había comprado el tocadiscos, ese disco y los demás. Y que todo eso todavía seguía ahí porque aún no había tenido los huevos de ir a buscarlo mientras vos ya estabas revolcándote con cualquiera. Y cuando sonaba These foolish things pensaste que había sido una suerte que te hubieras depilado esa semana, porque no esperabas nada de lo que estaba sucediendo pero, como te habían dicho tus amigas, ya tenías que estar preparada, tenías que estar disponible, lista, back to the game. Hacía ya seis meses que me habías echado entonces era hora de que salieras, te midieras, pesaras, cotejaras y compitieras otra vez en el mercado de la carne fresca, para saber cuánto valías, cuánto cotizabas y cuánto podías pedir por tu mercancía. Así que sonreíste para vos misma pensando en que tus amigas te felicitarían por esto, te diste vuelta hacia él y le preguntaste si le gustaba el jazz, esperando que el profesor dijera que no, que lo odiaba, que le parecía pretencioso o snob y se alejara de mí lo más posible. Pero él dijo “Claro, ¿A quién no le gusta el jazz?” y tomó un sorbo de vino. Y entonces, por un segundo pensaste en mí, te dio un puntito de fastidio que te sacaste de encima como se saca la caspa de una campera y cambiaste de tema. Hablaron de algunos compañeros del curso, le comentaste tu teoría de que dos se querían dar pero no sabían cómo, minucias, obviedades. Se hizo un silencio y volvieron a mirarse, esta vez en el sillón, muy cerca, un poco mareados por el vino pero más que nada por la sensación de dos que saben que terminarán entre la sábanas. Y entonces se acercó otra vez y empezaron a besarse con más ganas, él pensando en que había elegido la mejor profesión del mundo y vos en que por fin me habías olvidado. Y le sacaste la remera y cuando lo rozaste supiste que estaba excitado y eso te calentó aún más. Pero como en el living estaban las tres lámparas encendidas y no te parecía elegante apagarlas una por una le dijiste de ir a la habitación, a oscuras.
3.
Por eso es obvio que ahora están cogiendo, porque te da vergüenza hacerlo con la luz encendida, porque se te ven las estrías, la celulitis, un pezón más grande que otro. Porque además seguramente tenías puesta ropa interior de algodón y no querías que él pensara que eras una adolescente. Y entonces te sacaste el vestido y la bombacha rápido y te tiraste en la cama. Él se abalanzó sobre vos y le dijiste al oído “Cógeme por favor”, jugando a la alumnita traviesa. El se sacó los zapatos y los pantalones y te preguntó si tenías forros. Vos le dijiste “Pero claro”, relajada, confiada, a sabiendas de que apenas una semana antes de que me dijeras que no me amabas más yo había comprado una de esas cajas gigantes de forros que me daban la esperanza de que quedaban muchos polvos, muchos orgasmos y mucho amor por delante en mi vida, en tu vida, en nuestra vida juntos. Entonces agarraste uno del cajón, lo abriste con la boca y en penumbras, en la oscuridad que estoy viendo ahora se lo diste para que se lo pusiera y corone oficialmente tu duelo, te destierre para siempre del universo de las separadas resentidas y te dé la bienvenida al mundo de las cogibles, las disponibles, las solteras con onda.
Y así es cómo llegaste donde estás ahora, balanceándote, gimiendo, sintiendo que sos libre de mí, de tu ex, del ex anterior, de tu padre, de todos los hombres que quisieron cogerte y lo hicieron y de todos los que no. Pero sobre todo, con cada acrobacia rítmica que hacés en la cama que compré para nosotros te sacas de encima un poco de la antigua vos que eras cuando me amabas, la que conquisté hace cinco años y cuidé, abracé, consolé y cobijé como a ninguna.
Voy a entrar. Voy a entrar y voy a usar esta llave que me quema en el bolsillo y me dice “Tenías un hogar, tenías una familia”. Voy a entrar y voy a prender todas las luces. Voy a entrar y voy a arruinarte la fiesta. Voy a entrar y voy a mostrarle a este pelotudo que tenés estrías, que tenés celulitis, que tenés un pezón más grande que el otro y que no hay lugar en este puto mundo en el que no seas mi mujer.
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