Este 5 de abril comenzó la última temporada de Mad Men. Una era
llega a su fin. Este domingo morimos un poco. Pero algo nos dice que la
creación de Matthew Weiner será como esas series al estilo Twin Peaks, The Wire o The Sopranos:
una vez que llegue al final, la gente dirá que la vio cuando no la vio o
correrá a verla cuando se haya convertido en un imprescindible de la
televisión. Y eso está muy bien, los clásicos duran para siempre.
Poco queda por develar en la
séptima temporada de los primeros ganchos argumentales (misterios sobre doble
identidades, parejas con lados b, etc., etc.) ¿Qué nos tendrá preparado su
creador Matthew Weiner para el último golpe de efecto? Difícil saberlo, lo que
es seguro es que aunque el final pueda ser irregular con respecto al resto de
la serie (teléfono para los guionistas de Lost)
los ocho años que compartimos con los muchachos de Madison Avenue valen por sí
solos. Acá algunos detalles de por qué deben ver esta serie, recomendarla y
volverla a ver una y otra y otra vez.
La publicidad. “China ataca Kamchatka”, “Dicen que soy aburrido”, “El sabor
del encuentro” y otras líneas memorables dejan claro que la publicidad se ha
convertido en un producto cultural de altísima pregnancia dentro de la sociedad
y ya no puede pensarse como la nafta para el modelo de consumo con el que el
capitalismo sobrevive desde mediados del siglo XX. Tanto desde el punto de
vista comercial como ideológico, esta serie muestra cómo piensan los
publicitarios, cómo construyen las necesidades que luego serán satisfechas por
el consumo y cómo se han convertido en los más agudos observadores de las
relaciones sociales, ya que allí deben buscarse los resortes del deseo que
lleva a las personas a comprar.
The American Dream. La casa, el auto y el perro pueden ser vistos ahora
desde una mirada cínica como una mentira que el propio sistema se encarga de
vender desde la publicidad pero lejos, muy lejos está de dejar de comprarse.
Ese modelo de bienestar burgués que la sociedad norteamericana abrazó con ahínco
luego de la Segunda Guerra Mundial y exportó al globo como sinónimo de
felicidad, es mostrado en Mad Men no
solo con crudeza sino también haciendo guiños interesantes. La insatisfacción y
tristeza que produce en aquellos que una vez conseguida la foto perfecta, no
les queda más que el vacío existencial aparece una y otra y otra vez. En línea
con la novela de Richard Yates Revolutionary Road, llevada al cine por
San Mendes, Mad Men no solo
expone sino que también critica todos estos parámetros del American Dream desde el centro mismo de su lugar de creación.
Los guiones. “La
razón por la que no lo sientes es porque no existe, lo que llamas amor es un
invento de hombres como yo para vender medias”, se despacha el implacable
protagonista Don Draper en la primera temporada. Tranqui, 120. Y si bien Weiner
escribe con un grupo de guionistas, nunca vamos a olvidar que también trabajó
en Los Soprano. Pero no solo en su
pluma destila sabiduría sino que también
hace que sus personajes lean a Alighieri, Christie, Bradbury, para así tirarle claves a los espectadores de
lo que vendrá (exactamente lo mismo que hacían los guionistas de Lost con los libritos que leía el bonito
Sawyer ¿se acuerdan?).
La música. Aquí no solo la
musicalización es impecable (Dylan, Simon and Garfunkel, The Kinks) sino
que podemos ver cómo se aparecen y explotan los que serán los grandes ídolos
musicales del siglo XX: The Beatles, y cómo realmente opera la ruptura beat con
la cultura previa, que por supuesto aparece de la mano del rock de los
cincuentas o el jazz más tradicional.
La ambientación. El boom sixties que trajo Mad Men generó otras series que apelan a la nostalgia o intentan
(sin éxito) copiar esa estética. Tanto Pan
Am (Sony 2011) como Masters of Sex (Showtime 2013) y Call the midwife (BBC 2012) bucean en
ese hondo mar que es la memorabilia a través de ambientaciones que distan
bastante de ser tan exquisitas como la de la serie de Weiner. Mejor
volvamos a los clásicos.
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