Con más de 100 mil espectadores en la primera semana en las salas, este policial argentino busca atraer al público masivo a través de un planteo clásico y algunos guiños sociales.
Claudia Piñeiro se ha referenciado
desde hace algunos años como un lugar cómodo de la literatura argentina. Cómodo
en el mejor de los sentidos, ya que muchas veces los autores suelen repetirse
para poder dejar tranquilos a sus lectores sobre temáticas o formas. La
previsibilidad en estos casos es bien paga, ya que esperamos ciertas cosas de
ciertos creadores y las vamos a buscar desesperadamente cuando nos gustan. En
el caso de Piñeiro, la temática “country” aparece en tres de sus novelas: “Las
viudas de los jueves” (Premio Clarín 2005), “Elena Sabe” (2007) y “Betibu”
(2011). La segunda película de Miguel Cohan (Sin Retorno, 2010), ya es un éxito
en taquilla y utiliza sin duda la trayectoria de Piñeiro como atractivo.
Además, viene a descubrir dos fenómenos encadenados: por un lado la pretensión
de cierto cine nacional por buscar un formato más mainstream que genere
masividad y por otro lado el éxito de esta estrategia a partir de la gran
afluencia del público que generan estas propuestas.
Piñeiro vive en un country
hace varios años, de ahí que su retrato de la clase alta que habita en estas macro
cajas de cristal sea tan certero, por no decir mordaz. En “Las viudas de los
jueves” (el libro) se refleja con una veracidad casi nunca vista el juego de
apariencias necesarias para vivir en un barrio cerrado hasta la relación
(siempre conflictiva, aunque sea larvadamente) entre los propietarios y la
servidumbre. En la película homónima (Marcelo Piñeyro, 2009) este retrato
si se quiere más clasista fue subordinado a la trama y ahí perdió parte de su
fuerza. En el caso de “Betibú” (el libro), la problemática del country tiene un
lugar secundario, pero no por eso menos atractivo. “La Maravillosa”, donde
transcurre el crimen principal y la investigación, se nos aparece como
“Nordelta” sin grandes dificultades, ya que pocos countries en el país tienen
una referencia tan clara asociada a su nombre.
Sin embargo, Piñeiro aquí intenta reflejar otro conflicto contemporáneo, que en la película también se desdibuja: la precarización del trabajo periodístico. En declaraciones radiales, la autora comentó que Betibú apareció en su mente como “una escritora que espera que lleguen los diarios a su casa a la mañana para poder tener ideas para sus novelas”. En el caso del filme, Mercedes Moran parece menos preocupada por la realidad que por sus propios asuntos. Por otro lado, la problemática del periodismo se ve subyugada a la trama del crimen y esto también tiene un contrapunto con la novela. Según Piñeiro, al presentar el libro en otros países era recurrente que se le acercaran periodistas para felicitarla por cómo reflejó “la decadencia de las empresas periodísticas”.
Más allá de estas
cuestiones narrativas, a “Betibú” (la película) le falta algo. ¿Qué falta?
¿Cómo saberlo? Simplemente da la sensación de una pretensión no satisfecha cuando
uno sale del cine. Como si el director hubiera querido decirnos: sé cómo se
hace un policial, tengo un muerto, un personaje principal, un personaje
secundario que le hace sombra, y ya que estamos pongo a Benny Goodman,
de la banda de sonido de “Misterioso Asesinato en Manhattan” (Woody Allen,
1993) para arrancar. Pero falta algo y entonces dan ganas de chequear si en el
libro ese “algo” aparece. Probablemente sí. Probablemente Piñeiro sepa escribir
mejor que lo que Cohan sabe mostrar, así que probablemente “Betibú” (el libro)
tenga un repunte de ventas como pasó con “La
pregunta de sus ojos”
(Sacheri, 2005) tras el éxito de la película de Campanella. En resumen: una película
que arroja a los espectadores a leer siempre es una buena noticia, sobre todo
si esa película es un éxito en taquilla.
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