Terminó la 6ta temporada de Mad Men, la brillante serie que atraviesa los años 60 y muestra más de la sociedad actual de lo que nos gustaría ver.
Dice la RAE que dicen los griegos
que la nostalgia está vinculada no sólo con el recuerdo sino con la pérdida, y
también con el regreso al lugar de donde uno ha sido feliz. Dice Don Draper, el
personaje principal de esta serie ganadora de 4 Globos de Oro, en el capítulo
final de la 1er temporada, que la nostalgia es el dolor por una vieja herida. Está
intentando venderles a los ejecutivos de Kodak la campaña publicitaria para el
Carrousel, el proyector de fotos que salió al mercado norteamericano en 1960.
Dice Draper que la nostalgia es una “punzada en tu corazón más poderosa que la
memoria en sí misma, que te lleva a un lugar donde duele volver”.
No es la primera vez que la
televisión norteamericana nos lleva a un lugar donde nos duele volver. De hecho
ya en los 90’s pudimos ver “Los años maravillosos” y “That’s 70’s show”. Solo
que esta vez, son los guionistas de “Los Soprano” los que se encargan de
hacernos volver a ese lugar donde el mundo todavía se parecía a aquel que el “American
way of life” vendió al globo tras la Segunda Guerra Mundial. Mad Men representa así el paso de la década
dorada del capitalismo consumista a la debacle de la década del 70, mostrando
en el camino las bases de la sociedad contemporánea, tanto en términos de
estructuras de producción como en cuanto a las relaciones humanas se refiere.
Mucho de lo que acontece en la serie forma parte de la clase de historia
contemporánea que todos tuvimos en el secundario (desde la Guerra de Corea,
pasando por la muerte de Marylin Monroe, el asesinato de Martin Luther King, la
aparición del los Beatles, Vietnam, etc.) pero también muestra con crudeza el
paradigma conservador en el que se criaron nuestros padres y abuelos y que
lejos está de desaparecer en la actualidad. Con todo, MadMen puede ser una de
las series mejor escritas, mejor ambientadas o con las bandas de sonido más
espectaculares de la década, pero sigue siendo una clase de historia, antes que
nada, que nos lleva ahí, donde nos duele volver.
Felicidad + Felicidad = Infelicidad
Luego de la crisis de 1930 el
capitalismo debió reorganizarse en torno a la demanda. La sobreoferta o
subdemanda que vino luego de la “belle
epoque” se quebró sobre sí misma en el crack y demandó, por parte de las
grandes empresas, no sólo la fusión y el monopolio, sino también reorientar la
producción para el consumo masivo, y por ende, generar consumidores a través de
la mejora en los salarios y la transferencia de ingresos a través del Estado de
Bienestar. El fordismo género así una sociedad de consumo como nunca antes se
había visto y tal modelo se exportó a todo el mundo como garantía no solo de
bonanza económica, sino también de felicidad. Luego de la 2da guerra mundial y
con las mujeres completamente incorporadas en el mercado de trabajo, el abanico
de productos y de mercados se triplicó. En este esquema, la publicidad tiene un
rol fundamental no solo a la hora de promocionar productos existentes sino en
términos de generar nuevas necesidades, fundamentales para mantener el nivel de
consumo. El quiebre de este modelo lo representó en parte la crisis de la
década del 80, más allá de los estallidos sociales de las décadas del 60 y 70,
que si bien pusieron en el tapete el descontento de cierta parte de la
población sobre los estándares de vida del “American Way of life”, no llegaron
a socavarlo definitivamente. En la actualidad, poco se ha modificado el lugar
de la publicidad y el consumo en nuestras vidas y, aunque pequemos de
pesimistas, sin duda muchos de los males de nuestras sociedades actuales se
deben no solo al mantenimiento del capitalismo como sistema hegemónico sino
también al lugar que la publicidad adquiere en él. En este sentido no en Mad Men un dato menor que estemos
hablando de publicistas. No es una excusa, ni una coyuntura. En esta serie se
corre el telón de cómo piensan los publicitarios, de cómo construyen su
mercado, como construyen el mensaje que sostiene, aunque parezca exagerado,
gran parte del sistema en el que estamos metidos. “A la gente le gusta que le
digan lo que tiene que hacer” o “El amor es algo que inventamos para que las
chicas compren medias” entre otras grandes líneas a través de las seis
temporadas, así lo demuestran. La búsqueda de la felicidad que deberían traer
los productos es entonces el motor de la publicidad, así como del consumo. Pero
lo realmente revolucionario de la serie es mostrar el lado b de estas
artimañas, ya que prácticamente todos los personajes son infelices, cuando no
miserables, más allá de ser millonarios y de lidiar constantemente con el
consumo como forma de felicidad. Un doblez que la serie muestra de forma aguda,
cínica y permanente también muestra la mentira del capital, que lejos de
traernos felicidad, nos convierte cada vez más en gente-que-compra y menos en
gente-que-es.
Girl Power
Todos los personajes masculinos
de Mad Men engañan a sus parejas.
Todos. La infidelidad así como el consumo desproporcionado de tabaco y alcohol
parecen ser una norma moral “mala” para aquel que vea Mad Men superficialmente. Retrato de una sociedad decadente, en el
que el sexismo está a la orden del día poniendo a la mujer en el lugar de
adorno social que sirve para cuidar a los chicos. Pero como todo en esta serie,
nada es lo que parece. Mientras que las “familias perfectas” comienzan a
desarmarse a medida que nos adentramos
en los 60, también adquiere fuerza como segunda storyline el crecimiento del
rol de la mujer en la sociedad contemporánea. Encarado fundamentalmente a
través de la publicista Peggy Olson pero sin duda apoyándose en el papel de la
hija del protagonista Sally Draper (de 8 años cuando comienza la serie, ya
adolescente hacia la última temporada), el Girl Power de los 70’s puede
rastrearse aquí fácilmente. Sin embargo, muchas de las contradicciones en
términos sociales que esta serie plantea pueden verse aun hoy. El matrimonio
por conveniencia, la tensa relación con las familias políticas, las
dificultades de la madre soltera, los prejuicios en torno a la mujer en el
mercado laboral y más, son, en clave de género, muchas de las problemáticas que
nos preocupan aún hoy y que aparecen mostradas en la serie con una honestidad
brutal.
Lejos de ser una serie “vintage”,
Mad Men muestra así lo peor de la
sociedad contemporánea no sólo en términos económicos sino también sociales y
culturales. Más allá de sus grises personajes, sus brillantes guiones y una
ambientación logradísima, hay que ver esta serie como un retrato de lo que somos,
no de lo que añoramos ser. Una verdadera clase de historia que, como las buenas
clases de historia, nos explican el presente más que el pasado.
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