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martes, 3 de noviembre de 2015

ChacaPeaks: El tiempo no muere porque el círculo no es redondo

Para Diario Cuatro Palabras


Mamá presa. Papá muerto. ¿Padrastro? Deprimido. ¿Medio? Hermano en Capital. La vida de Federico Méndez había pasado de marrón oscuro a negro en apenas unos días. No solamente se había enterado de que era hijo de Pancho Ipazaguirre sino que su madre era una asesina. Además, el embarazo que había perdido ella ese año también era del forro de mierda que cagó a medio pueblo. La ¿buena? noticia, dijo el abogado, es que si se hacía un ADN él heredaría toda la fortuna de Ipazaguirre, que no tenía hijos ni deudos. Entonces, Fede Méndez pasó de ser el nerd menos popular de Chacabuco al hijo ilegítimo de un millonario y una criminal. No podía ser cierto, pero lo era. Como con un pase de magia, él ya no era quien era sino lo que los demás decían que era. El hijo de la asesina. El hijo del adulterio. El hijo del mismísimo mal. Su sangre no podía estar más contaminada, pensaba mientras lloraba tirado en su cama. Deprimidísimo, asumía que lo mejor sería usar todo el dinero que decían que heredaría para irse lo más lejos posible de esa cueva infectada llamada Chacabuco, que cada vez se parecía más al truculento ChacaPeaks de sus revistas. Y ahí se iluminó: lo único que podía hacer con el prontuario que su ¿familia? acababa de dejarle era escribirlo, exorcizarlo, sacárselo de encima. Iba a arrancar ChacaPeaks  Nº13, pero esta vez obligaría a la editora del Diario Cuatro Palabras a publicarlo. La catarata de pensamientos y elucubraciones sobre quién era quién en ese agujero abandonado de la bondad de Dios llamado Chacabuco vería finalmente la luz. Ahora que él era el dueño del pueblo ¿Quién podría contradecirlo?

Dejó de llorar, se levantó de la cama, agarró la lapicera y empezó:


Ricardo y Marta habían decidido contarle ese día la verdad al Fede, pero en realidad lo que querían era que él se diera cuenta solo, como en una iluminación o una revelación cósmica. El problema era que él estaba tan entusiasmado con la feria de ciencias del colegio que nunca se percató del asunto. Entonces era menester decirle, pobre Fede, la verdad de una vez. El acuerdo había sido difícil: Marta pensaba que no hacía falta, que el pobre chico bastante tenía con haberse cambiado de colegio y de amigos, encima esto ahora iba a ser catastrófico. Ricardo tenía la carta de la masculinidad. “Así se hacen los hombres”, decía a los gritos. Ante eso Marta mucho no podía contraatacar. Si bien tenía dos hijos varones, no sabía cómo se hacían los hombres. Sí recordaba que su papá les daba mucho con el cinto a sus hermanos, así que los hombres podían hacerse de muchas formas, porque ella no permitía, por ejemplo, que Ricardo le diera con el cinto al Fede, aunque algunas veces se lo mereciera. En algún punto a Marta le resultaba extraño que su marido quisiera tanto sincerarse, cuando sabía que a ella le guardaba muchísimos secretos, entre ellos que iba a la florería de Julieta más seguido de lo que hacía falta, solo para mirarle el escote y hacerle algún chiste. También Ricardo escondía sus cartas a la madre, porque sabía que Marta las odiaba, a la madre y a la idea de que él siguiera escribiéndole cartas a una muerta. Pero en esto Ricardo se había puesto más firme que nunca, había que contarle la verdad al Fede.

A las cinco y diez llegó contento, su experimento con jabones había sido una de las cosas más visitadas de la feria y hasta había vendido los quince que había hecho para juntar plata y comprarse la Play3. No se la vio venir ni ahí, pero ni ahí, cuando se encontró a sus viejos sentados en el living con cara de circunstancia. Lo primero que pensó fue que le iban a decir que era adoptado. Siempre había fantaseado eso. Tener una familia diferente y mejor en algún lugar remoto del mundo lo entusiasmaba, le daría la excusa perfecta para irse de Chacabuco y viajar. Lo segundo que pensó fue que sus padres se separaban. El ya había visto a Ricardo con Julieta más de una vez en la florería. La tetona era más rápida que su mamá, pensaba Fede, así que seguro ya lo había engrampado al viejo con un pibe y chau picho. Lo tercero que pensó cuando los vio juntos fue que habían encontrado las revistas abajo de la cama. Pánico. Pero no. Ni en pedo se la vio venir el Fede. Ni ahí.

-Hijo,  vení, acá con Papá tenemos que decirte algo- balbuceó Marta.

-¿Qué onda má? Tengo tarea- quiso escaparse el Fede.

-Sentate acá, pendejo- tiró duro Ricardo.

Fede se sentó en el sillón y respiró hondo. Ni un nesquick le habían dejado prepararse.

-¿Pasó algo malo?

-No, bueno, malo no, pero sí inesperado- dijo Marta, delicada.

-Vas a tener un hermano, carajo- gritó Ricardo- ¡Tu mamá está embarazada!

Fede abrió los ojos como el dos de oro. ¡¿What?! Imposible, si estos dos se llevan a las patadas, pensó, qué vida de mierda va a tener este nene.

-Qué divertido, ¡un bebé! – exclamó, y se fue a su habitación.

Por fin se lo habían sacado de encima. Fede sabía que tendría un hermanito. Le costaría aceptarlo al principio, pero después se acostumbraría. En su cuarto, el hasta entonces hijo menor de los Méndez agarró las revistas de abajo de la cama. Las abrazó y en un suspiro dijo:

-Pensé que les había pasado algo, mis chiquitas.


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