Si bien le habían dicho que los sospechosos del asesinato de
Ipazaguirre eran doce, el Dr. Mussetti se focalizó en las mujeres de la lista.
Las puñaladas que el viejo buitre había recibido en su casa eran sinónimo de
alguien que lo quería y odiaba a la vez. En sus clases de derecho el nuevo
comisario había aprendido que era más probable que a uno lo mate alguien que
dijo que lo amaba antes que un desconocido. Lo había dicho un Juez de la
Suprema Corte de la Nación cuando le consultaron sobre la baja en la edad de
inimputabilidad y la cita estaba calcada en su mente: “Ud. primero preocúpese
porque no lo mate alguien de su familia, después que no lo atropelle un auto,
finalmente que no le de un infarto y luego tenga miedo de que lo maten en un
asalto”. Esas eran, según cifras oficiales, las causas más probables de muerte
en nuestro país: violencia intrafamiliar, accidentes de tránsito y problemas
cardiovasculares. Muy, muy lejos, la famosa inseguridad. Pero todos los diarios
decían otra cosa y los de Chacabuco también. A la gente no le gusta admitir que
el amor y el odio están conectados, pensaba el Dr. Mussetti mientras miraba su
lista de sospechosos. Méndez, Gómez, Rodríguez, Machado y Artusi ya habían sido
descartados con respectivas mujeres. Marta Méndez, de visita en la casa de su
hermana en Córdoba, completa inocente. Quedaban Susana y Julieta Robles. Tenía
que descifrar cuál de ellas había tenido un amorío con el difunto, ya que le
parecía muy extraño que madre e hija se encamaran con el mismo hombre, aunque
eso le hubiera dicho Ramírez.
En la casa de las Robles reinaba la alegría. Susana parecía
encantadísima de que Ipazaguirre estuviera en la tumba. Julieta se acababa de hacer
un nuevo tatuaje así que vestía una remera muy corta para que se vieran sus
angelicales alitas en la bajo espalda. “Siempre la misma puta”, fue la forma en
la que la madre la presentó.
El diálogo fue tan desopilante que el Dr. Mussetti quedó
impresionado. No quedaban dudas de que ambas sabían las historias cruzadas que
las unían con el muerto, pero era imposible que alguna de ellas lo hubiera
asesinado. Julieta medía apenas 1,50m y el monumental Ipazaguirre, con sus
doscientos kilos, habría reaccionado ante la primera puñalada. A Susana, el Dr.
Mussetti la descartó rápidamente cuando la vio maquillarse: el pulso tembloroso
mientras se aplicaba el rouge impedía que con esas manitos hubiera podido
apuñalar nada. Lo que sí le quedó claro al Dr. Mussetti después de la visita
era que Ipazaguirre despertaba pasiones y rompía hogares a su paso sin
contemplación alguna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario