Graciela
Artusi está preparando pastel de papas para esa noche, con su cuñada. Dos años.
Es una comida rendidora para la familia numerosa en la que se convirtieron
desde que los dos hermanos Artusi tuvieron que compartir techo tras el desalojo
del mayor en manos de Pancho Ipazaguirre. Trescientos sesenta y cinco por dos.
Mientras cocina, Graciela piensa que no hay mal que por bien no venga, porque
desde que está viviendo ahí siente un poco (sólo un poco) menos la ausencia de
su hijo, que murió hace ya dos años de un ACV. Trescientos por dos dan
seiscientos. Sus parientes y vecinos la acompañaron todo lo que pudieron pero
con lo que era imposible lidiar, piensa mientras pica la cebolla y se esconde
en ese llanto, era con la habitación vacía de Juan, eso sí que era un suplicio.
Sesenta por dos es ciento veinte. Pero
ahora que no vive más allá, esa imagen de la habitación de Juan sin Juan dejó
de ser un problema. Cinco por dos es diez. Sólo quedan las dudas alrededor de
su muerte, que no comparte con nadie porque, dos años después, las dudas ya son
certezas o incertezas, pero dejaron de ser tema de conversación. Trescientos
sesenta y cinco por dos es setecientos treinta. Mira por la ventana de la
cocina y ve bajar de un remis a Martín Méndez, el hijo mayor de Marta y
Ricardo, íntimo amigo de Juan. Veinticuatro horas por día. Qué raro, piensa,
qué hace acá si vive en Capital. Setecientos treinta por veinticuatro. Quizás
vino a saludarme porque ayer se cumplieron dos años del accidente. Diecisiete
mil quinientas veinte horas sin mi hijo.
Una
semana antes, Martín Méndez se levantó y no pudo moverse. El dolor en el bajo
vientre era insoportable. Su mujer desesperada llamó a la prepaga y fue a
buscarlo una ambulancia de urgencia. Los médicos diagnosticaron cálculos en la
vesícula y le dijeron que si tan joven tenía estos problemas debería tratarse.
Tras la operación quedó como nuevo, pero su mujer no lo dejó en paz. Dice la
ayurveda que los cálculos se generan por culpa, Martín, por remordimiento. Dice
la homeópata que los malos pensamientos se te calcifican en la vesícula,
Martín, por favor, contame qué te pasa. Dice mi psicóloga que si guardás mucho
tiempo algo que te hace mal, se te vuelve cáncer, Martín, por Dios, Martín.
Bajó
del remis convencido de que lo que tenía que hacer para sacarse a su mujer y su
dolor de encima era hablar. Iba a decirle la verdad a Graciela Artusi. Iba a
decirle que no fue un ACV, que no fue una desgracia. Que Juan tomaba más cocaína
de la que se podía imaginar. Que estaban juntos, que eran amantes. Que su hijo
se suicidó y que él lo amaba, lo seguía amando, aún muerto, diecisiete mil
quinientas veinte horas después.
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