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martes, 4 de agosto de 2015

ChacaPeaks: Martes trece

Para Diario Cuatro Palabras


El matambre lo hervís mitad antes de cocerlo mitad con el hilo, ese es mi truco para que me quede tierno, además usas la prensa de madera que te sirve cuando lo sacás para que se enfríe y no se te desarme, porque un matambre que se desarma es una tristeza ¿Anotaron todo?
La casa de Rosa parecía un programa de televisión. Su vecina Romina había llevado a sus amigas de pilates y su sobrina Sofía a las profes del colegio y eran como veinte. Todas la miraban atentas mientras explicaba cómo hacer un merengue con menos azúcar pero que te quede sostenido, cómo no hace falta ponerle huevo a la pasta de ñoquis porque si la papa es buena se sostiene sola, etc., etc. Todas anotaban en sus cuadernitos los trucos, mimos y misterios que encerraba esa señora viejita y enferma. Y después de varias lecciones, Rosa se había convencido de que sabía cosas importantes y quería compartirlas. Puso un cartelito en la puerta de su casa y de pronto todo el barrio sabía que los martes habría olor a bizcochuelo y pollo asado. Su enfermedad, mientras tanto, avanzaba lento como todo lo que sucede con los viejos, pero avanzaba al fin.
Fue uno de esos martes que apareció Pablo en escena. El novio de Sofía había desaparecido de su vida después de una pelea por teléfono y la había amenazado que la iría a buscar pero, luego de algunas semanas sin novedades, tanto ella como su tía creyeron que había pasado el peligro. Creyeron mal.
-¿Quién mierda te pensas que sos? – fue lo primero que gritó Pablo al llegar.
Evidentemente borracho y sacado, no reparó en todas esas mujeres a su alrededor. Ellas, petrificadas ante su presencia, enmudecieron. Sola, en el centro de la cocina, quedó Sofía, tratando de calmarlo. Fue imposible. Ni bien llegó le pegó una piña que la tumbó. Algunas comenzaron a gritar, otras corrían hacia la calle para buscar ayuda y otras seguían mirando la escena paralizadas. Antes de que Sofía pudiera levantarse, Pablo empezó a patearla.
-Puta de mierda,  seguro te estás cogiendo a todo el pueblo este de forros, ¿no?– gritaba Pablo mientras la pateaba.
Lentamente, sin que nadie la viera, Rosa tomó la olla con el matambre adentro y le tiró el agua hirviendo en la cara a Pablo. Después agarró la prensa de madera y se la partió en la cabeza. Cuando los policías llegaron, ella enjuagaba el matambre debajo de la canilla. Seguía armado, como ella había dicho: si lo hervís dos veces te queda perfecto y no se desarma, porque un matambre que se desarma es una tristeza.

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