El matambre lo hervís mitad antes de cocerlo mitad con el
hilo, ese es mi truco para que me quede tierno, además usas la prensa de madera
que te sirve cuando lo sacás para que se enfríe y no se te desarme, porque un
matambre que se desarma es una tristeza ¿Anotaron todo?
La casa de Rosa parecía un programa de televisión. Su vecina
Romina había llevado a sus amigas de pilates y su sobrina Sofía a las profes
del colegio y eran como veinte. Todas la miraban atentas mientras explicaba
cómo hacer un merengue con menos azúcar pero que te quede sostenido, cómo no
hace falta ponerle huevo a la pasta de ñoquis porque si la papa es buena se
sostiene sola, etc., etc. Todas anotaban en sus cuadernitos los trucos, mimos y
misterios que encerraba esa señora viejita y enferma. Y después de varias
lecciones, Rosa se había convencido de que sabía cosas importantes y quería
compartirlas. Puso un cartelito en la puerta de su casa y de pronto todo el barrio
sabía que los martes habría olor a bizcochuelo y pollo asado. Su enfermedad, mientras
tanto, avanzaba lento como todo lo que sucede con los viejos, pero avanzaba al
fin.
Fue uno de esos martes que apareció Pablo en escena. El
novio de Sofía había desaparecido de su vida después de una pelea por teléfono
y la había amenazado que la iría a buscar pero, luego de algunas semanas sin novedades,
tanto ella como su tía creyeron que había pasado el peligro. Creyeron mal.
-¿Quién mierda te pensas que sos? – fue lo primero que gritó
Pablo al llegar.
Evidentemente borracho y sacado, no reparó en todas esas
mujeres a su alrededor. Ellas, petrificadas ante su presencia, enmudecieron. Sola,
en el centro de la cocina, quedó Sofía, tratando de calmarlo. Fue imposible. Ni
bien llegó le pegó una piña que la tumbó. Algunas comenzaron a gritar, otras
corrían hacia la calle para buscar ayuda y otras seguían mirando la escena
paralizadas. Antes de que Sofía pudiera levantarse, Pablo empezó a patearla.
-Puta de mierda,
seguro te estás cogiendo a todo el pueblo este de forros, ¿no?– gritaba
Pablo mientras la pateaba.
Lentamente, sin que nadie la viera, Rosa tomó la olla con el
matambre adentro y le tiró el agua hirviendo en la cara a Pablo. Después agarró
la prensa de madera y se la partió en la cabeza. Cuando los policías llegaron, ella
enjuagaba el matambre debajo de la canilla. Seguía armado, como ella había
dicho: si lo hervís dos veces te queda perfecto y no se desarma, porque un
matambre que se desarma es una tristeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario