-En la vida lo único constante es el cambio– fue lo que más
recordaba Marcelo Ramírez que le había dicho su superior cuando le explicó por
qué no iban a ascenderlo. Bingo: papá se suicidó y aún así él seguía siendo su
segundo. Aunque estuviera muerto, tenía que seguir estando bajo la sombra del
Comisario Ramírez, su papá, porque no lo iban a ascender a él en su lugar. A
ver si entendés Marcelo: vos-nunca-vas-a-ser-cómo-papá.
-Hay muchas sospechas sobre la muerte del viejo y no queremos levantar polvadareda – fue lo
segundo que más recordaba Marcelo Ramírez que le había dicho su superior cuando
le explicó por qué no iban a ascenderlo.
¿Cuántas sospechas hay sobre un suicidio? Pensaba el todavía –y quizás
por siempre- subcomisario. ¿O acaso no fue un suicidio disfrazado de
enfrentamiento? ¿O acaso estos hijos de puta creen que yo maté a mi propio
padre para quedarme con su puesto? ¿Pero qué clase de mierdas pueden ser que
encima que pierdo a mi viejo me quedo en el mismo puesto de siempre cuando hay
una vacante? ¿Qué van a decir mis subordinados? ¿Cómo voy a mantener mi
autoridad? ¿A quién mierda van a poner en el lugar que me gané con ADN, sudor y
lágrimas?
-Se viene un traslado de Buenos Aires, un tipo limpio, con
carrera profesional– fue lo tercero que más recordaba Marcelo Ramírez que le había
dicho su superior cuando le explicó por qué no iban a ascenderlo. “Carrera profesional”
le sonaba a que el jetón había estudiado derecho y se había recibido, cosa que
él quería hacer cuando terminó el secundario pero (oh, el cinismo del destino)
papá no lo dejó.
-¿Para qué mierda necesitas estudiar derecho si sos mi hijo?
– fue lo cuarto que recordó Marcelo Ramírez que le había dicho su padre, cuando
conoció al flamante nuevo comisario Dr. Mussetti, quien fuera a reemplazarlo en
el puesto que debería ser para él pero levantaba muchas sospechas y en efecto,
era abogado como él hubiera querido ser.
Tenía pocas opciones: una era bajarlo al nuevo desde
adentro, cobrarle un derecho de piso que no pudiera soportar. La segunda era
hacer tan buena letra que fuera imposible no tenerlo en cuenta en la próxima
cadena de ascensos.
Eligió la mejor: irse.
Si no iba a ser como papá, pensó mientras firmaba su
renuncia, a quién mierda quería impresionar. Llegó a su casa, miró esa
biblioteca gigante que avergonzaba a su padre y lo enorgullecía a él. Por fin
había llegado el día de estudiar derecho, Marcelo, por fin.
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