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martes, 14 de julio de 2015

ChacaPeaks: Gong


Corre la pelota, corre él. Corre la pelota, corre él. El campo es tan inmenso que es imposible registrarlo enteramente con la mirada: es un estadio gigante, vacío e infinito.
Corre la pelota, corre él. Y mientras nunca la alcanza, se da cuenta que tras él hay otra pelota, que lo persigue. Pero no está sola. Son varias pelotas. Cientos, miles. Adelante una sola, pequeña, esquiva, veloz. Atrás: cientos, gigantes, pesadísimas. Pero no pueden alcanzarlo. El tampoco puede alcanzar la suya, pero nadie puede detenerlo. El estadio permanece en silencio. Solo escucha su respiración agitada y comienza a aparecer la sensación agobiante de aquel que no puede dejar de hacer lo que está haciendo aunque nunca decidió siquiera empezar a hacerlo.
El sonido de la desesperación es agudo, golpea en los oídos como un gong impreciso.
Corre la pelota, corren las pelotas, corre él. Va a llegar, alguna vez, a alguna parte, piensa, siente, se repite en silencio. Solo el gong y las pelotas, nadie en el estadio, nadie en las tribunas. No hay jugadores, no hay hinchada, no hay familia a quien impresionar. Solo está él y su deseo, multiplicado, gigante, volviéndose demasiado monstruoso para ser algo bueno, volviéndose caleidoscópicamente siniestro. Si aunque sea pudiera ver el arco rival, si aunque sea tuviera un norte, un objetivo. Puede que no haya arco, piensa, pero debería estar ahí, si esto fuera cierto debería haber un arco en alguna parte, piensa, pero no lo ve.
El sonido de la desesperación es una pelota gigante que corre atrás de una persona que corre una pelota pequeña.
Sigue. No puede detenerse. No hay sentido en correr pero no hay sentido en detenerse. Tiene que lograr alcanzarla. Antes de que las otras lo alcancen a él. Tiene que vivir para dar ese pase, para tirar ese centro, para golear ese penal. Tiene que poder correr, recibir, desmarcarse, pasar. Tiene que poder dejar de correr para jugar. Tiene que jugar. Tiene que poder.
El sonido de la desesperación es una madre preguntándole a su hijo si está durmiendo cuando duerme. El sonido de la desesperación es agudo y es una madre que te necesita cuando vos no querés ni podés correr más.
Santiago Ramírez ya no juega en River Plate. Pero sueña que corre, que corre porque no puede  no correr, en un estadio vacío, lleno de luz y tristeza, hasta que su madre le consulta si está despierto porque la tiene que ayudar a desarmar el placard de su padre, recientemente muerto.
Santiago Ramírez sabe cómo es el sonido de la desesperación.

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