Corre la pelota, corre él. Corre la pelota, corre él. El campo es tan
inmenso que es imposible registrarlo enteramente con la mirada: es un
estadio gigante, vacío e infinito.
Corre la pelota, corre él. Y
mientras nunca la alcanza, se da cuenta que tras él hay otra pelota, que
lo persigue. Pero no está sola. Son varias pelotas. Cientos, miles. Adelante
una sola, pequeña, esquiva, veloz. Atrás: cientos, gigantes,
pesadísimas. Pero no pueden alcanzarlo. El tampoco puede alcanzar la
suya, pero nadie puede detenerlo. El estadio permanece en silencio. Solo
escucha su respiración agitada y comienza a aparecer la sensación
agobiante de aquel que no puede dejar de hacer lo que está haciendo
aunque nunca decidió siquiera empezar a hacerlo.
El sonido de la desesperación es agudo, golpea en los oídos como un gong impreciso.
Corre
la pelota, corren las pelotas, corre él. Va a llegar, alguna vez, a
alguna parte, piensa, siente, se repite en silencio. Solo el gong y las
pelotas, nadie en el estadio, nadie en las tribunas. No hay jugadores,
no hay hinchada, no hay familia a quien impresionar. Solo está él y su
deseo, multiplicado, gigante, volviéndose demasiado monstruoso para ser
algo bueno, volviéndose caleidoscópicamente siniestro. Si aunque sea
pudiera ver el arco rival, si aunque sea tuviera un norte, un objetivo.
Puede que no haya arco, piensa, pero debería estar ahí, si esto fuera
cierto debería haber un arco en alguna parte, piensa, pero no lo ve.
El sonido de la desesperación es una pelota gigante que corre atrás de una persona que corre una pelota pequeña.
Sigue.
No puede detenerse. No hay sentido en correr pero no hay sentido en
detenerse. Tiene que lograr alcanzarla. Antes de que las otras lo
alcancen a él. Tiene que vivir para dar ese pase, para tirar ese centro,
para golear ese penal. Tiene que poder correr, recibir, desmarcarse,
pasar. Tiene que poder dejar de correr para jugar. Tiene que jugar.
Tiene que poder.
El sonido de la desesperación es una madre
preguntándole a su hijo si está durmiendo cuando duerme. El sonido de la
desesperación es agudo y es una madre que te necesita cuando vos no
querés ni podés correr más.
Santiago Ramírez ya no juega en River
Plate. Pero sueña que corre, que corre porque no puede no correr, en un
estadio vacío, lleno de luz y tristeza, hasta que su madre le consulta
si está despierto porque la tiene que ayudar a desarmar el placard de su
padre, recientemente muerto.
Santiago Ramírez sabe cómo es el sonido de la desesperación.
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