No siento nada. Nada. Quisiera sentir algo pero no puedo. No sé qué es
lo que debería sentir, tampoco. No sé qué se espera de mí, qué se entiende por amor, amor a los hijos,
amor a la familia, amor a mi marido, no entiendo, mamá, qué se espera que haga
con este bebé, qué sé yo de instinto materno. Si ya estaba, ya era vieja, abuela
casi, qué hago ahora cambiando pañales. No voy a tener la leche, no voy a tener
la energía para estar sin dormir, ni la fuerza para alzarlo. Nada, no voy a tener
nada.
Si había algo que Marta detestaba
era que Ricardo le escribiera cartas a su madre muerta. Tenía contabilizadas en
una bolsita escondida en el mueble del baño exactamente ochenta y dos cartas
desde que Doña Estela había fallecido. Año tras año la bolsita crecía sin prisa
ni pausa, junto con la ira de Marta.
No sé cómo me metí en esto, no sé como Ricardo puede soportarme, no sé
cómo alguien puede soportarme, no sé por qué mis hijos hacen lo que hacen, a
veces creo que son hijos de otro, a veces creo que todos somos más hijos de los
otros que de nuestros propios padres, si nunca los entendemos, si nunca los terminamos
de conocer, si nunca les decimos la verdad. Para qué otra vez esto, otra vez lo
mismo no, no, no puedo.
Marta odiaba a su
suegra, como debe
ser. La odiaba viva y la odiaba muerta. Odiaba que los canelones le
salieran impecables, que sus hijos la quisieran más que a ella,
que siempre tuviera razón en todo. Odiaba que Ricardo la nombrara a
diario desde que la enterraron. Odiaba esa ausencia presente, ese
contorno de
cadáver en la escena del crimen.
Y después empieza a caminar, a romper todo, a hablar. Hay que llevarlo
al jardín, van a estar todas las mamás jóvenes y yo, la vieja desubicada. No
sé, no sé cómo hacer para sostener este buzón, sostener esta mentira, no tiene
sentido, vieja, tengo que perderlo, no voy a poder.
Pero esa tarde, mientras Ricardo
estaba en el trabajo, Fede en la escuela y la tormenta impedía que fuera a
hacer las compras para la cena, Marta también lo hizo. Marta también jugó a la ouija,
se conectó con sus muertos, necesitó
decir la verdad. Si puedes no escribir, dice el refrán, no escribas.
Qué hago ahora, cómo sigo con esto, cómo tolero este miedo, este
pánico, esta mentira. Qué hago si me sale el nene con problemas porque se me
dio por tener un amorío con Pancho a esta edad. Qué hago si Ricardo ve que no
es parecido a él, si Pancho se da cuenta que es suyo, mamá, qué tengo que
hacer, viejita, por favor, explicame.
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