Ricardo y Marta habían decidido
contarle ese día la verdad al Fede, pero en realidad lo que querían era que él
se diera cuenta solo, como en una iluminación o una revelación cósmica. El
problema era que él estaba tan entusiasmado con la feria de ciencias del
colegio que nunca se percató del asunto. Entonces era menester decirle, pobre
Fede, la verdad de una vez. El acuerdo había sido difícil: Marta pensaba que no
hacía falta, que el pobre chico bastante tenía con haberse cambiado de colegio
y de amigos, encima esto ahora iba a ser catastrófico. Ricardo tenía la carta
de la masculinidad. “Así se hacen los hombres”, decía a los gritos. Ante eso Marta
mucho no podía contraatacar. Si bien tenía dos hijos varones, no sabía cómo se
hacían los hombres. Sí recordaba que su papá les daba mucho con el cinto a sus
hermanos, así que los hombres podían hacerse de muchas formas, porque ella no
permitía, por ejemplo, que Ricardo le diera con el cinto al Fede, aunque
algunas veces se lo mereciera. En algún punto a Marta le resultaba extraño que
su marido quisiera tanto sincerarse, cuando sabía que a ella le guardaba
muchísimos secretos, entre ellos que iba a la florería de Julieta más seguido
de lo que hacía falta, solo para mirarle el escote y hacerle algún chiste. También
Ricardo escondía sus cartas a la madre, porque sabía que Marta las odiaba, a la
madre y a la idea de que él siguiera escribiéndole cartas a una muerta. Pero en
esto Ricardo se había puesto más firme que nunca, había que contarle la verdad
al Fede.
A las cinco y diez llegó
contento, su experimento con jabones había sido una de las cosas más visitadas
de la feria y hasta había vendido los quince que había hecho para juntar plata
y comprarse la PlayTres. No se la vio venir ni ahí, pero ni ahí, cuando se
encontró a sus viejos sentados en el living con cara de circunstancia. Lo
primero que pensó fue que le iban a decir que era adoptado. Siempre había
fantaseado eso. Tener una familia diferente y mejor en algún lugar remoto del
mundo lo entusiasmaba, le daría la excusa perfecta para irse de Chacabuco y
viajar. Lo segundo que pensó fue que sus padres se separaban. El ya había visto
a Ricardo con Julieta más de una vez en la florería. La tetona era más rápida
que su mamá, pensaba Fede, así que seguro ya lo había engrampado al viejo con
un pibe y chau picho. Lo tercero que pensó cuando los vio juntos fue que habían
encontrado las revistas abajo de la cama. Pánico. Pero no. Ni en pedo se la vio
venir el Fede. Ni ahí.
-Hijo, vení, acá con Papá tenemos que decirte algo-
balbuceo Marta.
-¿Qué onda má? Tengo tarea- quiso
escaparse el Fede.
-Sentate acá, pendejo- tiró duro
Ricardo.
Fede se sentó en el sillón y respiró hondo. Ni un nesquick
le habían dejado prepararse.
-¿Pasó algo malo?
-No, bueno, malo no, pero sí inesperado- dijo Marta, delicada.
-Vas a tener un hermano, carajo- gritó Ricardo- ¡Tu mamá
está embarazada!
Fede abrió los ojos como el dos de oro. ¡¿What?! Imposible,
si estos dos se llevan a las patadas, pensó, qué vida de mierda va a tener este
nene.
-Qué divertido, ¡un bebé! – exclamó, y se fue a su
habitación.
Por fin se lo habían sacado de encima. Fede sabía que
tendría un hermanito. Le costaría aceptarlo al principio, pero después se
acostumbraría. En su cuarto, el hasta entonces hijo menor de los Méndez agarró
las revistas de abajo de la cama. Las abrazó y en un suspiro dijo:
-Pensé que les había pasado algo, mis chiquitas.
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