Un libro de ficción, dice Juan Grabois, desde la advertencia, es el que vamos a leer en La clase peligrosa, relatos de una Argentina oculta. Lo cataloga en la primera página como “mala obra literaria” y despliega, sin embargo, más argumentos que tramas, más explicaciones que diálogos, más estadísticas y censos que contornos de personajes.
De ficción, lamentablemente, solo tres esquelas: pinceladas sobre la vida en el conurbano y las miserias cotidianas de las tomas de tierras, chispazos de anarquismo antisistema imaginando el secuestro de alguno de los milmillonarios y la repartición de su ganancia entre los pobres y, finalmente, lo que el mismo define como una “utopía naif” que logra emocionar imaginando la vida feliz de un pobre feliz de una Fiorito feliz en un futuro feliz con cloacas felices.
Se sobrentiende en el fondo que cualquiera que compre un libro del dirigente social mimado por el macrismo y ahora también por el cristinismo no espera leer literatura, en un sentido estricto del término (en tanto personaje, conflicto, contradicción, dilema, desenlace). Lo que se espera de Grabois y de todo estudioso marxista como él es que diagnostique lo mal que va el capitalismo y lo errados que están todos los reformistas en querer volverlo medianamente vivible, cuando en realidad hay que cambiar todo de raíz. Pero: ¿cuántos lectores de este libro habrán leído a Marx? Punto para Grabois.
Lo que aparece, quizás a pesar del autor, sí es una historia con un héroe, un conflicto, un impedimento, una barrera, un impedimento más, otra barrera más, el deseo, la meta. En fin, el camino del héroe. El problema, en este caso, es que el héroe es él mismo. El yo domina la narrativa más allá de los concienzudos análisis (donde entran Malthus, Marx, Engels, Perón, San Agustín y otros popes) para ubicarnos en todo su arco dramático: cuando lo arrasó la marea de los cartoneros, cuando conoció a un pobre y el pobre no lo tomó en serio (qué díscolos, estos pobres), cuando conoció a otro pobre y lo tomó más en serio, etc., etc. Vaya paradoja: encontrarnos un texto del abanderado de los humildes en sintonía con la narrativa del yo posmoderno. Inesperado.
Pero ¿qué quiere explicar Grabois en este libro? ¿Que el capitalismo es una encerrona sin pies ni cabeza en la que los milmillonarios son en realidad los que van a destruir el planeta y que el Papa es el único que está alzando la voz al respecto en el concierto internacional de voces de la era de la pos verdad? Ok. La parábola se profundiza y se come su propia cola: si se debe exaltar al Papa porque dice lo que viene diciendo el marxismo es porque el catolicismo tiene una llegada al universo pobre que quizás el marxismo nunca tuvo, corolario directo de siglos de dominación, sometimiento y vejaciones. ¿El eje es lo que diga el Papa o que lo diga un Papa? En su reciente intervención en el congreso CLACSO 2018 Grabois definió a Bergoglio como “un gran amigo de la patria grande y un gran hombre latinoamericano, bastante incomprendido pero que algo tiene que ver con el proceso de paz en Colombia”. De nuevo: ¿la ficción es que haya paz en Colombia o que la proponga un Papa?
El asunto, más allá de la no ficción y la exaltación de Francisco, es que el libro peca de fashion victim, aprovechando la racha que los medios mainstream le dan a Grabois -como si fuera un Raúl Castells lindo y bien hablado- para reciclar ideas que la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) ya viene repitiendo desde sus primeros documentos (que pueden leerse online).
Es decir, nada nuevo bajo el sol militante, aunque quizás la ampliación del espectro hacia los no militantes pueda redimirlo como una nueva voz en el desierto. Ahora: ¿van a empezar a militar los ilustrados de clase media por leer acerca de la forma en que viven los pobres? ¿Lo logró Cristian Alarcon con sus impecables Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y Si me querés quereme transa? ¿O acaso Leo Oyola aumentó el número de adeptos del campo popular después del rally por el conurbano intenso de su magistral Kryptonita? He aquí el pecado original del libro de Grabois: evangelizar conversos en arena enemiga. La clase media, mientras lea sobre pobres creerá que con eso alcanza y sobra. ¿O acaso Grabois empezó a militar por leer un libro?
Otra pifiada garrafal que niega el famoso «show don’t tell» que enseñan en cualquier taller literario: la ficción se construye sobre una realidad (no sobre una utopía) que cuando se materializa en una historia (no en una autobiografía) permite que los lectores conecten con sus sentimientos y construyan sentido más allá de lo realmente existente. La ficción es subversiva de por sí, sin necesitar apelar al yo (autor militante) porque alumbra esos aspectos del yo militante que el yo no militante ni sabe que existen y afloran con la emoción. Es por eso que dejamos la bajada de línea para los documentos programáticos y la irreverencia de lo imposible para la ficción. En resumen: es la sensibilidad y no la doctrina la que convierte militantes, es la imaginación y no las encíclicas la que despierta mentes al llevaras a lugares imaginados. Por eso, el único lugar donde aparece la emoción es en esas cuatro páginas del final en las que el mundo es otro. Ahí donde realmente hace ficción, el libro es brillante. Donde diagnostica, con bajada de línea papal, aburre.
Para terminar: ¿Cuántos no militantes de clase media pueden pagar 420 pesos un libro para convertirse en militantes? ¿Vale la pena la inversión? Huelga orar porque pronto el espécimen esté disponible online para una pronta descarga. También sería interesante rescatar todos aquellos movimientos y partidos que tienen el mismo discurso anti sistema que el Papa pero no son la máxima autoridad de la institución más represiva de la historia de la humanidad. En fin: que la discusión no termine en si el Papa sí o el Papa no (pañuelo verde sí o pañuelo celeste no) es otra plegaria que suscita este libro, pero que ya es lamentablemente obsoleta. Hace algunos meses el Perro Verbitsky filtró que Bergoglio le había pedido a CFK que sea candidata. Semanas más, semanas menos, el autor de este libro de (no) ficción viene construyendo desde entonces un relato acorde a este pedido con frentes electorales y armados disímiles de resultados todavía inciertos. Si hay algo claro, es que todo ese arco militante tendría que leer este libro: aunque no sea para educarse, quizás sirva para encuadrarse o para comulgar.